31 julio 2015

EL CAMPOSANTO TABARQUINO


Allá, en la punta oriental de la isla —parafraseando a Fernando Delgado en su blog «Oficio de escribir»—, lindando con los arrecifes donde cormoranes, gaviotas, garzas y otras aves mediterráneas se instalan al atardecer, quietas, enhiestas, firmes, aguardando acaso la salida de las almas hacia la eternidad, se levantan los blancos muros del humilde cementerio de Nueva Tabarca. En el otro extremo, el occidental, que contempla el ocaso, se halla el poblado diseñado por los ingenieros dieciochescos. Parece como si la isla se dividiese en un mundo de muertos y otro de vivos, antagónico, reñidos entre sí, que separan muros y tapias con la llanura de El Campo entre ellos, una particular sabana de paleras, cambrones y retamas.


Los mismos tabarquinos hicieron su cementerio en el cabo Falcó, como señalando a la patria ítala perdida. Sus lápidas, su libro de enterramientos si se conservara, estaría bien lleno de los apellidos Ruso, Parodi, Chacopino, Pitaluga, Luchoro y tantos otros de aquellas gentes que, dicen las memorias, antes de dos años habían perdido su dialecto genovés por el valenciano de las gentes de la costa. Paradójicamente, en el cautiverio de Túnez y Argel lo habían mantenido durante quince años. Acaso ese, su querido dialecto, esté también enterrado en el pequeño y humilde Cementerio casi marino de Tabarca, como lo denominara el malogrado Enrique Cerdán Tato en su célebre sección «La Gatera» del Diario Información del 26 de enero de 1993, basado, a su vez, en el artículo del Diario El Luchador del 5 de febrero de 1913, páginas 1 y 2, que luego veremos al completo.

Lo cierto es que, si existe en la isla un lugar que haya visto pasar, mudo y silencioso, los devenires políticos y sociales de su rica historia a lo largo de los siglos, ese es su cementerio, recinto aletargado y, por fortuna, frecuentemente abandonado de la curiosidad turística estival.


La documentación más antigua que hace referencia al camposanto tabarquino se conserva en el Archivo Municipal de Alicante. En comunicación fechada 26 de mayo de 1894, el pedáneo Vicente Antón se dirige a su «digno Jefe» José Gadea de este modo:

Ante todo ruego a V.S. se digne dispensarme si llego a abusar de su amabilidad, teniendo en cuenta el objeto que al hacerlo me propongo.
Según oficialmente tuve el honor de comunicar a V.S. el cementerio de esta localidad se halla en estado ruinosísimo; y como quiera que actualmente se halla aquí una cuadrilla de albañiles de Torrevieja, que, sobre la costumbre establecida, hace una notable rebaja en el precio de los jornales, convendría aprovechar esta oportunidad para verificar la reparación que dicho cementerio exige.
Por varios conductos he sabido que algunos periódicos se han ocupado de este asunto, manifestando que el Iltmo Sr. Obispo de esta Diócesis se proponía contribuir con cierta cantidad destinada al indicado objeto, lo cual prueba la actividad desplegada por V.S. en pro de tan piadosa obra, y por la cual y en nombre de este pueblo agradecido doy a V.S. las más expresivas gracias, rogándole nuevamente reitere sus gestiones cerca del consabido Prelado, manifestándole la urgencia del asunto en cuestión.
Con tal motivo se reitera de V.S. con la consideración más distinguida su humilde subordinado y S.S.Q.B.S.M.

 

Carta así contestada el 29 de mayo al alcalde pedáneo de Tabarca: «Muy Sr. Mío y amigo: En mi poder su carta de 26 del actual y accediendo gustoso a sus ruegos, con esta fecha escribo al Sr. Obispo, interesándole eficazmente conceda algún auxilio para la reparación del cementerio. De V. affmo. amigo S.S.Q.B.S.M.». Y cumpliendo su palabra, se dirigió esa misma fecha al «Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis», en los siguiente términos:

Muy Sr. Mío y respetado Prelado:
El Alcalde pedáneo de la Isla Plana o Nueva Tabarca, perteneciente a este término municipal, me dirige una sentida carta, participándome el estado ruinoso del Cementerio y suplicando la instancia del bondadoso óbolo de V.S.I. el necesario importe para la reparación de este sagrado lugar, aprovechando la ocasión, difícil de contar en aquella isla, de hallarse en ella una cuadrilla de albañiles de Torrevieja que se compromete a efectuar la obra con notable rebaja en el precio de los jornales.
Como sé que nunca se acude en vano a los nobles y generosos sentimientos de V.S.I. no he vacilado en acceder a la súplica que se me ha hecho, implorando del virtuoso Prelado que rige la Diócesis el auxilio para los pobres feligreses de Tabarca, infelices pescadores que ganan trabajosamente la subsistencia en medio de mil penalidades y fatigas.
Entretanto, esperando con la contestación de V.S.I., llevar algún consuelo a aquellos isleños, que ven con profunda pena destruirse el venerable recinto donde descansan los restos mortales de sus mayores y sus abuelos, aprovecho la ocasión para repetirme una vez más de V.S.I. con el mayor respeto atento S.S.Q.B.S.A.


El prelado oriolano contestaba el 30 de mayo al alcalde José Gadea: «Muy señor mío y de toda consideración y aprecio: Tengo el gusto de incluirle 100 pts. para la reparación del Cementerio de la Isla de Tabarca. Sólo siento que el donativo no pueda ser de más importancia; pues son tantas las atenciones que sobre mí pesan, y tan escasos los recursos de que dispongo, que me veo en la necesidad de limitar mis limosnas a pequeñas cantidades. Aprovecho la ocasión de reiterar a V. los sentimientos de mi consideración y aprecio, su afmo.».


El 2 de junio, agradecía el alcalde el donativo diocesano: «Muy Sr. mío y venerable Prelado: Tengo la mayor complacencia en acusar recibo de su muy atenta carta de 30 de Mayo último, y dar a V.S.I. las más expresivas gracias por su generoso donativo de cien pesetas para auxilio de la reparación del Cementerio de Tabarca, en nombre mío propio y en el de los vecinos todos de aquella Isla. Con este motivo, se repite con la mayor consideración de V.S.I. atento S.S.Q.B.S.A.».


Pues bien, hemos de tirar de hemeroteca y trasladarnos a octubre de 1911 para encontrar nuevas noticias al respecto, en concreto en la página 2 del Diario El Pueblo del día 12, que reproduce con el titular «¿Otra primera piedra? Comprendido...» la noticia aparecida en el Diario de Alicante: «Mañana marcha a Tabarca acompañado de los técnicos del Ayuntamiento el señor Alcalde, con el objeto de estudiar sobre el terreno, el medio de construir en la isla un nuevo cementerio. Desde hace mucho tiempo vienen los isleños solicitando tan necesaria obra y nuestro Ayuntamiento siempre se ha encogido de hombros. Que ahora no sea una añagaza nueva, que no se demore más la resolución de este asunto es nuestro más vehemente deseo».

Añadía el citado diario: «Ciertamente... Desde hace mucho tiempo vienen los isleños reclamando esas obras tan precisas y nuestro Ayuntamiento siempre se ha encogido de hombros. Pero ahora que están próximas las elecciones municipales, ha creído el señor Soto llegado el momento de presentarse en la isla y estudiar sobre el terreno la concesión de aquellas mejoras. No sabemos si, de paso, colocará alguna primera piedrecita para las mismas. Porque eso de poner la piedra primera para el comienzo de una obra, es cosa sencillísima a juicio de nuestro Alcalde: lo más difícil es colocar la última... Respecto a este asunto, saben ya a que atenerse los vecinos de Tabarca... ¡conocen perfectamente a los peces!».


La Correspondencia de España, en su página 3 de la misma fecha, corroboraba la noticia y añadía que «los expedicionarios serán obsequiados con una paella». Pero, sin duda, la mejor crónica de los sucesos acaecidos en relación al caposanto de la isla, están recogidos en el citado artículo del Diario El Luchador, de 5 de febrero de 1913, titulado «En Tabarca. Inauguración del Cementerio. Su Primer Cadáver», firmado por Antonio Guerra el 24 de enero, que se reproduce íntegro a continuación, con mucho más jugosos —y macabros— detalles:

Diario El Luchador, 5 de febrero de 1913 (AMA)

Quien haya visitado este peñón, aunque sólo haya sido por unas cuantas horas, habrá podido ver en qué sitio y estado se halla el viejo y derruido cementerio.
Situado a las mismas puertas del pueblo y en el punto que sirve de atracadero a las embarcaciones pesqueras, frente a la Cala, y en un estado lastimoso se encuentra el corralón destinado a guardar los cadáveres allí sepultados; corralón más propio para retener un ganado lanar o cabrío, que apropósito para cubrir las cenizas de cuerpos humanos.
Cuando ocurría una defunción se hacía imposible abrir nueva zanja, sin que se tropezara con otras cajas allí depositadas no mucho tiempo ha.
La tierra allí contenida, ha sufrido una total transformación; aquello no es arena, no es detritus de cuerpos pétreos, no es ese polvo desprendido de piedras calizas, yesosas, silíceas o areniscas, aquello está hoy convertido en grasa pringosa, trozos de madera podrida, cráneos, fémures, alguno que otro destruido esqueleto mal envuelto en retorcidos y grasos trapos que sirvieron de sudario a algún recién muerto; cadáveres que aun conservan restos filamentosos en estado pútrido, todo revuelto, todo con mezcla heterogénea, todo confundido, tristemente amalgamado.
Ante el cúmulo de cadáveres allí depositados, ha ocurrido con mucha frecuencia, que al asentar el pie sobre su suelo haya sido hundido éste hasta la rodilla, metiéndolo dentro de una caja.
En un entierro, al penetrar en el sagrado recinto donde tantas cenizas revueltas hay por el transcurso del tiempo, había que hollar con su planta y de un modo ineludible, multitud de fosas mal cubiertas.
Por tanto, se hacia necesaria, imprescindible, la edificación de otro cementerio de más capacidad y situado en punto más lejano.
La higiene, la piedad y el buen sentido lógico así lo aconsejaban y, al efecto, se pensó y se acordó la construcción de otro cementerio emplazado al final del campo.
Llevado por sus nobles deseos, el pedáneo de esta isla D. Pascual Chacopino quien durante su mando ha introducido algunas mejoras en el pueblo, lo solicitó por conducto de D. Alfonso Rojas Pobil de Bonanza, del Ayuntamiento de Alicante, siendo entonces su alcalde presidente D. Federico Soto.
Algunos señores concejales de la minoría republicana colaboraron en apoyo de esa buena idea.
Se llamó al que hoy hace de maestro albañil Tomás Giménez Antón para que se pusiese de acuerdo con el señor arquitecto municipal y llegaron al acuerdo de que se haría dicho Cementerio de las dimensiones siguientes: 40'40 metros de longitud por 20'60 de fachada más un depósito con cubierta de teja y aditado al cuerpo del Cementerio y presupuestado por la cantidad de 2.547'37 pesetas, de las cuales mil doscientas cincuenta pesetas las pagaría el pedáneo de la recaudación del producto de la venta de los algibes del pueblo, y, el resto, o sea l.207'87 pesetas los abonaría el Ayuntamiento de la caja municipal.
Procedióse a la construcción del referido Cementerio y en el 15 de Enero de 1912 quedó terminado.
Posteriormente vino el señor arquitecto para girar la correspondiente visita de inspección, dándolo por útil y hecho en forma pactada.
La pedanía de Tabarca satisfizo religiosamente la cantidad por la cual se obligaba en él contrato.
Quedaba pues, por satisfacer el Ayuntamiento de Alicante la cantidad de mil doscientas noventa y siete pesetas treinta y siete céntimos, cantidad que aún no ha sido satisfecha a pesar de haber hecho más de veinte viajes a Alicante el contratista de dicha obra. En todas sus visitas a la alcaldía ha obtenido la misma contestación, siempre la misma discordante nota; siempre el no hay dinero por ahora; ya lo tendremos en cuenta, y, ...en cuenta lo tienen aún, pero en cuenta pendiente.
Para un pobre bracero que pone su trabajo material, sus escasos recursos, su crédito, todo en fin, cuanto puedo y más, por cumplir; que cumple al cabo, y espera se le entregue lo suyo para pagar a los operarios, pagar materiales, cubrir sus créditos empeñados por esa causa, y se pasen los días, las semanas, los meses y aún los años obteniendo sólo la promesa de que ya «lo tendrán en cuenta», es más que triste desesperante.
Fuera cualquier ciudadano, cualquier pobre el que adeudare en, o aún menos, cuenta al Ayuntamiento o a otra entidad cualquiera y apremiado por las circunstancias no pudiera pagarla, no se hubiese esperado tanto tiempo y habríase visto el caso muy probable de despojarle hasta de la camisa puesta en su cuerpo.
Al decir del contratista de la obra, D. Alfonso no ha cumplido como bueno en estn asunto, antes al contrario ha perjudicado grandemente la situación financiera del Tomás Giménez, causa por la cual ha tenido que pasar muchos apuros por la falta del pago por parte del Ayuntamiento, y como no se le pagaba al contratista como era de ley y de razón, éste se negaba ha entregar la llave del cementerio interín no se le pagara; resultando de esto que salían perjudicados hasta los mismos muertos que no tenían unos palmos de terreno en donde pudieran descansar sus restos pagando así tributo a la tierra.
Entre tanto, los que iban pasando a mejor vida habían de ser sepultados revueltamente con los restos de otros no mucho tiempo ha sepultados. No podía ser de otro modo.
Y, así venía ocurriendo hasta hoy que es totalmente imposible continuar de esa suerte, pues el último cadáver inhumado en el cementerio viejo fue preciso hacerlo en un nicho de propiedad ajena y, en donde fue necesaria la rotara da la fachadita para colocar su féretro; y aún así a costa de muchos esfuerzos y grandes trabajos.
Vista la suprema necesidad y considerando que al actual alcalde de Alicante D. Edmundo Ramos sabrá complir su formal promesa dada personalmente al contratista y una comisión compuesta de dos vecinos y el pedáneo de ésta, se ha resuelto inaugurar el nuevo cementerio habiendo sido el último cadáver enterrado en el viejo, de la vecina de esta Cayetana Ruso Martínez, fallecida a los 86 años de su edad, el cinco de Enero actual y el primer cadáver que entra hoy por las puertas del nuevo el de Francisco Ruso Martínez de 89 años y hermano de la anterior, de modo que una hermana cierra el viejo para siempre, y un hermano inaugura otro. Es que no han querido habitar juntos en el campo de la muerte.


En la documentación conservada en el Archivo Municipal de Alicante, encontramos el principio de la resolución de esta historia, en forma de la siguiente comunicación a Alcaldía firmada por seis concejales del Ayuntamiento de Alicante, de fecha 1 de abril:

Excmo. Señor.
En Enero de 1911, los vecinos de la Isla de San Pedro o Nueva Tabarca, dirigieron a V.E. una razonada exposición, manifestando que el pequeño Cementerio donde recibían cristiana sepultura los restos mortales de los pobladores de la Isla, se encontraba completamente agotado y en condiciones de no poder seguirse practicando en él inhumaciones; añadiéndose a esto que el Campo-Santo se encontraba casi a las paredes del pueblo, constituyendo por consiguiente un verdadero peligro para la salud del vecindario.
Por todas estas razones, terminaban los vecinos su escrito, solicitando que el Ayuntamiento proveyera, cuanto antes, a la necesidad de construir un nuevo Cementerio, en condiciones de distancia y en terrenos que nada costarían, por pertenecer a la zona marítima, y a cuya construcción contribuiría el vecindario con la mitad del importe.
A dicha instancia, acordó V.E. que una Comisión de Concejales se trasladase a la Isla y practicase una investigación sobre el importe del consumo de agua de aquellos algibes, forma de recaudarlo, objeto a que se destinaba y demás circunstancias que la Comisión estimase debía conocer el Ayuntamiento, antes de adoptar acuerdo en la instancia de referencia.
Por razones que desconocen los firmantes, es lo cierto que nada consta hiciese en concreto el Ayuntamiento, para resolver el conflicto de los enterramientos en la Isla de Tabarca, poniendo a los vecinos en el trance de resolverlo por sí mismos, construyendo uno nuevo, cuyo coste ha ascendido a 1.200 pesetas.
Ahora bien, los Concejales que suscriben, después de bien pensado el asunto, entienden que el Ayuntamiento está en el deber de contribuir con la mitad del importe del Cementerio, una vez convencido, por informe técnico, de que reúne las condiciones necesarias para ser utilizado sin peligro para la salud pública. Dicha suma con cargo a Imprevistos.
Con lo cual cumplirá una de las misiones que le impone la Ley Municipal.


En ácida clave de humor, La Unión Democrática del día 6 de abril, en su página 1 publicaba: «Se acordó que una comisión de concejales que no se mareen, giren una visita a la isla de Tabarca, para inspeccionar el cementerio construido a expensas de los vecinos». Claro y conciso.


Más dura todavía fue la crítica «Inhumanos» de la sección política del Diario El Graduador del 8 de abril, en su página 2, en las que tachaba de «juerga y bullanga» las expediciones municipales que se realizaban a la isla, añadiendo de esta última: «¿Tendremos otra paella?». Y también la página 2, en este caso de El Periódico para Todos del 12 de abril, concluía, aunque con inexactitudes evidentes: «Han quedado terminadas las obras de reparación en las paredes del Cementerio viejo de Tabarca las cuales se venían a tierra de por sí mismas, y desgastadas por la destructora mano del tiempo y abandono del mismo», queriendo atestiguar así la escasa calidad de las obras realizadas, obviamente, por falta de fondos para ello. Pudieron comprobar si era así o no, in situ, los miembros de la «comisión presidida por don Edmundo Ramos y de la que formaban parte los concejales señores Guardiola y Cid» (La Unión Democrática, 25 de abril, página 3).


«La comisión especial que estuvo en Tabarca a informar sobre el nuevo cementerio allí construido, presentó dictamen favorable y se acordó abonar la mitad de su importe; la otra mitad la abonarán los vecinos de aquella isla» (Diario El Popular, 21 de junio de 1913, página 1).


Y, como no hay cementerio sin sepulturero: «Se resuelve el concurso celebrado para proveer una plaza de sepulturero municipal con destino en la isla de Tabarca, adjudicándola a Antonio Vicedo Pascual. Este nombramiento se ha hecho atendiendo a que los dos concursantes: el designado y Antonio Chacopino, han cumplido los requisitos señalados pero mientras el primero ha sido excedente de cupo el segundo ha prestado el servicio militar. Pero para nada se ha tenido en cuenta los servicios continuados y normales, prestados en ese cargo hasta la fecha por el señor Chacopino» (Diario El Luchador, 13 de diciembre de 1934). Como era habitual, no sin cierta polémica.


Pero esto ya es historia y, para terminar esta, qué mejor que la reseña de Emilio Soler Pascual, en su sección «Pretérito imperfecto» del Diario Información de 10 de febrero de 2002 titulada Manuel Vicent en el cementerio de Tabarca. En ella, hacía referencia al libro de viajes de dicho autor «Del Café Gijón a Ítaca», del que rescata algunos fragmentos de su capítulo Descubrimiento del Mediterráneo como un mar interior, «al que debemos su viaje meditado a la única isla habitada del País Valenciano, Tabarca», en el que, tras una breve introducción a la isla y sus avatares históricos, describe la llegada del viajero y sus impresiones sobre el perfil de la misma, para centrarse luego fundamentalmente en su recorrido hasta el cementerio, acompañado por una joven desconocida, que culminaba así:

«Ahora se añadió un punto blanco, lleno de fulgor, que era la tapia del cementerio, en el extremo oriental de la isla».
(...)
Pero de toda la isla, lo que más llama la atención del viajero es su camposanto, blanqueado y tranquilo. Así lo recuerda él: «El cementerio de Tabarca es el cementerio marino más profundo de cuantos he conocido. Los muertos llevaban allí su propio timón».
(...)
El viajero llega hasta la menuda tapia del reposo eterno: «La cancela estaba cerrada y había una cuba de agua que sin duda servía para regar los geranios de los muertos».
La única manera de entrar allí es saltando por lo que, ayudándose de un bidón oxidado, no se lo piensa dos veces y brinca por «un tejadillo reblandecido por el calor que sin duda cubría a algunos cadáveres: por un momento temí que si aquel tinglado se hundía, alguien desde el más allá me tiraría de las patas, pero los muertos aquí son de confianza...». Rodeado de tumbas y con el ruido machacón que producen dos chicharras veraniegas, el intrépido paseante, y la bella desconocida, se mueven entre las lápidas con apellido sonoros por italianos. «Parodi, Chacopino, Luchoro, Ruso, Salieto. Nombres que serían descendientes de aquellos coraleros de Génova que habitaban otra isla de Tabarca en aguas de Tunicia».
El viajero, observando que había hileras de nichos abiertos y vacíos, sin estrenar dice él, tiene la atrecvida ocurrencia de introducirse en uno de ellos: «Estuve un rato tendido allí dentro, y no puedo negar que se estaba muy fresco, aunque desde allí no se divisaba el mar...». Al contrario de lo que pudiera parecer, la salida resulta mucho más sencilla que la entrada al recinto: trepa por otro nicho vacío hasta alcanzar el borde de la tapia. Cuando está a punto de saltar hacia el exterior, oye una voz que le demanda que lleve cuidado, que no se caiga, no vaya a ser que se dé un golpe de muerte... Y el escritor, con la sonrisa en la boca, responde fácilmente: «Sería como caer de espaldas en la cuna».


(Artículo publicado en el blog «La Foguera de Tabarca»)

 
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