27 mayo 2007

ADIOS A LA POLIO

Pulmones de acero.
Aparatos ortopédicos.
Pabellones de aislamiento.
Para cualquiera que tenga más de 50 años, estas palabras pueden evocar recuerdos terribles.
Las generaciones más jóvenes (los que tenemos más de 12 vacunaciones en nuestro organismo) no podemos ni siquiera recordar los días en que la epidemia de poliomielitis era un aterrador suceso anual.
Los padres ya no tenemos que temerle a una infección que podía empezar como un resfriado de verano pero terminar con el niño paralítico de por vida o muerto.
No es de extrañar, pues, que los adultos mayores se estremezcan con estos recuerdos.
Aunque todavía no existe una cura para la polio (sus efectos son irreversibles y dramáticos), ya es posible prevenirla.
Hace poco se conmemoraron los 50 años de la vacuna que hizo posible dominar la polio en todos los países del mundo.
Hoy en día, los niños y los padres del mundo podemos vivir más tranquilos gracias a los logros de dos científicos que merecen estar en los puestos de honor de la Historia: Albert Bruce Sabin y Jonas Edward Salk.
La polio (también denominada poliomielitis) es históricamente devastadora y ha afectado al ser humano desde el amanecer de los tiempos. Sin embargo, en la década de los años 50 fue especialmente terrible, registrandose casi 60.000 casos con más de 3.000 muertes solo en los Estados Unidos.
La polio es una enfermedad que también se llama parálisis infantil y afecta al sistema nervioso. La producen tres virus, denominados genericamente poliovirus. Se llama infantil porque los enfermos que contraen la enfermedad son especialmente los niños entre cinco y diez años. En su forma aguda, el virus pasa a la sangre y causa inflamación en las neuronas motoras de la columna vertebral y del cerebro y lleva a la parálisis, atrofia muscular y muy a menudo deformidad. En el peor de los casos puede causar parálisis permanente o la muerte al paralizarse el diafragma (aparato por el cual se respira).
Pero como decía, para los niños Papa Noel sí existe: aunque sea en forma de científicos. Entre los dos lograron salvar la vida a millones de personas en todo el mundo.
Jonas Salk, nace en Nueva York, en el seno de una familia de inmigrantes polacos. Obtuvo el apoyo financiero del Ejército de los Estados Unidos, que lo había contratado para desarrollar una vacuna contra la gripe destinada a los soldados de la Segunda Guerra Mundial. Tras estos éxitos iniciales, la Infantile Paralysis Foundation le ofreció una generosa ayuda para sus investigaciones destinadas a hallar una vacuna eficaz contra la poliomielitis, cosa que hizo en 1954. . La Vacuna Salk se basaba en el principio del virus muerto. Eso significa que Salk inyectaba una forma muerta del virus de la polio al paciente, lo que posibilitaba que el cuerpo humano desarrollara inmunidad contra éste, sin caer gravemente enfermo. Una vez inmunizado hacia esa forma del virus, el cuerpo quedaba también inmunizado contra la forma más virulenta del propio virus.
Tras probarla en más de un millón de niños, la vacuna fue declarada eficaz en 1955.
Al final de su carrera, dedicó sus esfuerzos a la búsqueda de una vacuna contra el SIDA, pero murió en 1995.
Albert Bruce Sabin, por su parte, era un virólogo de origen judío que tuvo que huir en 1921 a EEUU del antisemitismo. Allí vio los terribles casos de niños atacados por la poliomielitis y la estudió, descubriendo que su forma de contagio era por vía oral. La vacuna anterior de Salk tenía el inconveniente de que era intravenosa. Sabin desarrolló una vacuna vía oral que se suministraba a los niños en un terrón de azúcar. Se la llamó trivalente porque atacaba a los tres tipos de virus de la polio: : Brunhilde, Lansing, y Leon.
Comenzó a utilizarse en 1957, pero Sabin declinó beneficiarse económicamente de su descubrimiento. Parece insignificante, pero el que la administración sea oral en vez de con una inyección hace muchísimo más fácil su aplicación masiva y, gracias a ello, esta terrible enfermedad tiene los días contados.
Gracias a ellos, se piensa que en el año 2010 la polio será erradicada de la faz de la Tierra. Si es así, será una de las pocas pandemias que el ser humano habrá conseguido eliminar para siempre

 
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