28 septiembre 2007

LA EXPEDICION DE LA VIRUELA

Articulo Anterior: Francisco Xavier Balmis; Un ilustre entre los ilustres.

Ante el azote de una plaga de viruela, el 30 de noviembre de 1803 partía desde el puerto coruñés la corbeta María Pita.
Aquella expedición, dirigida por Francisco Javier Balmis, tenía como propósito extender la vacunación por las colonias españolas y mitigar así los estragos que la viruela estaba provocando por aquellas tierras.
La Real Expedición de la Vacuna, sufragada por Carlos IV, recorrió Hispanomérica, Filipinas, Cantón y Macao, con 22 niños del Colegio de los Expósitos de A Coruña y su nodriza Isabel López Sedalla. Ellos eran los portadores vivos de la vacuna. Cada semana, Balmis les iba inyectando a dos de ellos en los brazos, sustancias extraídas de las pústulas de los inoculados la semana anterior.
La expedición duró 3 largos años.
Tras cumplir con éxito su cometido, regresó a España en septiembre de 1806.
Pero... ¿cómo llegó la enfermedad al Nuevo Continente?
La viruela entró en Sudamérica poco después de la llegada de los conquistadores a la isla La Española, en 1518. Un brote terrible, de aquella enfermedad desconocía allí antes de la llegada de los europeos, diezmó la población. De allí se extendió hacia el resto de América exterminando a la mayoría de aztecas e indios, cuyo sistema inmunológico se hallaba indefenso ante tal epidemia.
Fue Eduard Jenner, un médico rural inglés, quien inventó la vacuna de la viruela. Este médico descubrió por casualidad que los aldeanos que estaban en contacto con las vacas, NO contraían la enfermedad, debido a unas pústulas existentes en las ubres del vacuno. Jenner comenzó a extraer el líquido de aquellas heridas y a inyectarlo en humanos, dando sus investigaciones un resultado positivo.
La difusión de ideas de aquella época ilustrada hicieron que muy pronto, el doctor alicantino Francisco Balmis, tuviera constancia de los trabajos de su colega inglés y los pusiera en práctica en tierras españolas.
Mientras tanto, las epidemias de viruela seguían afectando a las colonias españolas.
En 1802, se produjo un nuevo brote en Santa Fé. El ayuntamiento de Bogotá, desesperado, acudió al rey de España, Carlos IV, quien el 25 de diciembre de 1802 consultó la opinión del Consejo de Indias sobre la posibilidad de enviar una expedición para difundir la vacuna por América.
Fue el doctor Joseph Flores, médico de Cámara del Rey, el encargado de responder a la consulta del monarca, y en una carta, fechada el 28 de febrero de 1803, describió los estragos que había la viruela en América y recomendó la inoculación de la viruela, "que no se ha puesto ya en ejecución en Guatemala, por no haberse encontrado viruelas en las vacas y haber llegado sin virtud el pus o vacuna conducido entre dos cristales de la Habana y Veracruz de donde se había solicitado con insistencia".
Dada la necesidad de enviar una expedición vacunal al nuevo mundo, se puso al frente de la expedición a Francisco Javier Balmis, pues presentaba el perfil idóneo para cumplir esta misión.
Finalmente, el 29 de julio de 1803, el Ministro de Estado, recibió la Real Orden en que participaba que "el Rey, celoso de la felicidad de sus vasallos, se ha servido resolver, oído el dictamen del Consejo y de algunos sabios, que se propague a ambas Américas y si fuese dable a las Islas Philipinas, a costa del Real Erario, la inoculación de la vacuna, acreditada en España y en casi toda Europa como un preservativo de las viruelas naturales."
Para estos fines mandó S.M. formar una expedición marítima compuesta de profesores hábiles y dirigidos por su Médico honorario de Cámara, D. Francisco Xavier Balmis, “que deberá hacerse a la vela cuanto antes del puerto de la Coruña, llevando número competente de niños, que no hayan pasado viruelas, para que inoculados sucesivamente en el curso de la navegación pueda hacerse el arribo a Indias de la primera operación de brazo a brazo, que es el más seguro medio de conservar y comunicar el verdadero fluido vacuno con toda su actividad".
Un mes más tarde, el 1 de septiembre de 1803, el rey Carlos IV, emitió un edicto dirigido a todos los funcionarios de la corona y autoridades religiosas de sus dominios de Asia y América en la cual anunciaba la llegada de una expedición de vacunación y ordenaba que le apoyaran para: vacunar gratis a las masas, enseñar a preparar la vacuna antivariólica en los dominios ultramarinos, organizar juntas municipales de vacunación para llevar un registro de las vacunaciones realizadas y mantener suero con virus vivo para vacunaciones futuras.
Según lo dispuesto por el reglamento de Carlos IV, se escogieron a 22 niños, de la casa de los expósitos de la Coruña, pues los de esta localidad costera estaban acostumbrados a la presencia del mar. Eran los más sanos, de más de ocho años y de menos de diez, que no hubieran padecido viruelas ni hubiesen sido vacunados ni inoculados. Se pidió a la rectora del hospicio de A Coruña, Isabel López Sandalla, que les acompañase en tan largo viaje.
Cinco niños madrileños ya habían sido vacunados sucesivamente, en el trayecto de Madrid a la Coruña, y habían sido devueltos del puerto, a su lugar de origen.
Se escogió como barco una corbeta de doscientas toneladas, la María Pita, que sería gobernada por Don Pedro del Barco, teniente de Fragata de la Real Armada. El equipaje estaba formado por 500 ejemplares del "Tratado histórico y práctico de la vacuna" de Moreau de Sarthe, que deberían ser repartidos en las principales ciudades, varios termómetros, y barómetros para observaciones meteorológicas.
Diez días después llegaron al primer puerto y dos niños pasaron la vacuna a cientos de personas en Canarias. Comenzaba así a cumplirse el fin para el que la expedición había sido encomendada.
Pese al empeño puesto tanto por las autoridades de Nueva España como por Carlos IV, la introducción de la vacuna contó inicialmente con el rechazo de la población indígena, pues la mayor parte de población veía absurdo "no tener viruela teniéndola". Además, “algunos indios dicen que Dios les envía la enfermedad, pero que no permitirán que los españoles se la pasen a ellos y a sus hijos".
Las autoridades, conscientes de la situación, publicaron documentos en un lenguaje muy sencillo, favoreciendo y explicando la inoculación, pero fue sobre todo la Iglesia quien desempeñó un papel primordial para tratar de convencer a la población indígena.
El 9 de febrero de 1804 la expedición llegó a Puerto Rico. Al llegar allí, el recibimiento no fue tan malo como esperaban, puesto que ya habían conseguido la vacuna de la colonia danesa de Santo Tomás.
El 12 de marzo hicieron escala en Venezuela, dónde fue recibida con manifestaciones públicas de júbilo que reconfortaron a los viajeros. Ese mismo día vacunaron a 28 niños.
El 24 de abril ya habían sido vacunadas 2.064 personas en Caracas y había quedado instalada la Junta Vacunal. Balmis fue nombrado Regidor Honorario, título que más tarde confirmaría el Rey. Las autoridades de Caracas se encargaron de difundir la vacuna por Maracaibo, Isla Margarita y Provincia de Cumana.
El 26 de mayo llegó la expedición al puerto de la Habana, estableciendo allí la Junta Vacunal y sus estatutos. Allí propagaron la vacuna por Ciudad Real de Chiapa hasta los confines de la América Central y provincia de Oaxaca en Méjico, mientras que Balmis se encaminaba hacia Veracruz, para extender la vacuna por los territorios de Nueva España.
Y después de haber dejado en todas partes Reglamentos e instrucciones para conservar la vacuna, regresó a la capital mejicana en 1805 y desde allí retomó la última parte de la expedición, esta vez rumbo a Filipinas.
En 1805, la expedición partía del puerto de Acapulco hacia Filipinas, esta vez con veinticinco niños de Guadalajara, Querétaro, Fresnillo, Sombrerete y Zacatecas, que deberían regresar de Manila con doña Isabel de Cendala, una vez cumplida su misión. El viaje fue una penosa travesía de 67 días. Los niños tuvieron que dormir en el suelo por falta de catres y el rozamiento continuo entre ellos había provocado vacunaciones simultáneas con riesgos de malograr la Expedición. Finalmente, el 15 de abril de 1805 desembarcó la Expedición en Manila.
Pese a estar los reyes de Filipinas en guerra con España, la expedición encontró colaboración en el dean de la Catedral de Manila, Don Francisco Díaz Duana, en el capitán don Pedro Márquez Castrejo y en el Sargento Mayor de Milicias Don Francisco Oynelo.
Aún no repuesto de una "endémica y peligrosa enfermedad de diarrea", Balmis decidió embarcarse para Macao en la nave "Diligente".
Después de una penosa travesía en la que una tempestad ocasionó la muerte de 20 tripulantes, "la Diligencia" llegó a Macao el 16 de septiembre. Allí el gobernador portugués don Miguel de Arriaga, y el Arzobispo de Goa, se hicieron vacunar para dar ejemplo al pueblo, y facilitaron a Balmis y a sus acompañantes la adquisición de pasajes gratuitos hasta Lisboa.
De Macao pasaron a Cantón, donde pese a la oposición que encontró la introducción de la vacuna por parte de los factores de la Compañía de Filipinas, la expedición logró cumplir su propósito, pues los ingleses adaptaron una casa como oficina de vacunación a la comenzaron a acudir numerosos chinos, alarmados por la gran epidemia de viruelas que comenzaba a extenderse.
De regreso a Europa, Balmis hizo escala en Santa Elena, el 12 de junio de 1806, donde a fuerza de constancia logró que los ingleses adoptasen la vacuna que habían estando despreciando durante más de ocho años a un compatriota suyo.
Finalmente, la tarde del 14 de agosto de 1806, llegaba Balmis a Lisboa después de haber dado la vuelta al mundo y un mes después, el 7 de septiembre, daba cuenta a S. M del filantrópico viaje.
Habían transcurrido tres años desde que partió de tierras españoles y había logrado, pese a los limitados medios de la época, distribuir la vacuna de la viruela, fomentar el conocimiento para erradicarla a través de la distribución de cuatro mil libros sobre la viruela, muchos de ellos sufragados con el dinero del propio Balmis y del establecimiento de Juntas de vacunación.
Y lo que es más importante, su obra constituía y sigue representado en pleno siglo XXI, los valores más universales: globalidad, filantropía, caridad y solidaridad.
No es de extrañar que el propio Jenner, en una carta a su amigo, el Reverendo Dibbin, escribiera refiriéndose a la expedición de la vacuna de Carlos IV "no me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste".

info: FUNDACIÓN BALMIS

 
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