28 noviembre 2007

Cuentos de mi tierra (1) - Rafael Altamira Crevea

Marina

Desde la carretera que pasa á la izquierda del pueblo , nadie sospecharía que el mar está allí mismo, tocando con la mano. Limitan el horizonte, por aquella parte , las casas , de un solo piso, blancas y grises, sobre cuyos tejados se levanta el mezquino campanario de la iglesia, que destaca bajo sus tres arcos la negra mancha de tres miserables esquilas. Algunas palmeras ostentan, aquí y allá, su copo de verdes ramas y los mazos anaranjados que sostienen el fruto ; á veces , entre casa y casa , se descubren los campos dorados ó verdes , según la estación, y sobre la mies el ramaje de olivos , de algarrobos y almendros . Pero nada más. El mar, aquel mar azul que parece un lago visto desde lo alto de la cercana cuesta, según el camino va ascendiendo á la montaña , ha desaparecido, y como el día esté en calma , lo cual es muy frecuente, ni el más leve ruido denuncia al Mediterráneo, que baña en ondas suaves la arena y las piedrecillas de colores de la playa á cosa de un kilómetro de caserío.

Pero cuando la diligencia sube al trote rápido de sus seis mulas, mojadas en sudor, la pendiente abierta sobre las primeras colinas de la serranía, levantando una polvareda asfixiante de aquella caliza que se desmenuza al menor choque y cuyo tacto abrasador hace pensar en las tierras africanas, entonces descórrese de pronto el horizonte de la derecha , y allá bajo chispea á los rayos del sol la superficie curva del mar, casi siempre sereno, como una aguada de azul y blanco. La línea de la costa tiene una regularidad que le comunica , en medio de su sencillez,, cierta grandeza . Extiéndese en curva, apenas rota por tal ó cual seno poco profundo , desde la lengua de tierra que al Occidente señala la desembocadura del río , hasta el cabo que á la otra parte echa la sierra en el agua. La serenidad de la atmósfera permite que se dibujen con pureza pasmosa -la pureza casi del cielo alabadísimo de Madrid -todas las líneas; y hasta el del horizonte rara vez es brumosa, sino clara, perfecta, como alumbrada por una luz más viva que destiñe el añil del cielo hasta darle el tono de los azules desmayados, y proyecta una faja brillante sobre el lomo del mar.
Casi en el centro de la bahía que la playa forma, se abre un recodo (...)

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