26 enero 2008

¡COLLONS.... SE NOS QUEMA LA IGLESIA!

Cuentan las crónicas que la noche del 31 de agosto de 1484 (ha llovido mucho desde entonces), se difundió una profunda alarma entre los alicantinos.
Tuvo que ser un lance casual..., pero podría haber producido terribles consecuencias.
Os lo explicamos:
Tras concluir una de tantas procesiones de la época por el alma de un enfermo, se cerró la Iglesia de Santa María y se retiraron a sus viviendas todos los parientes. Eran ya altas horas de la noche y los vigias del Castillo de Santa Bárbara vieron alzarse unas llamas voraces sobre los tejados de la villa.
La novedad de este hecho causó tal sorpresa entre los soldados, que creyeron que ardía toda la población en masa. Así pues, dieron la voz de alarma, cundiendo por todas partes el tañido de las campanas.
Pronto se averiguó la causa: la multitud corrió presurosa a la Iglesia de Santa María, que ardía por todas partes y no ofrecía punto alguno accesibe.
-¡Que se nos quema la Iglesia! -decía la multitud.
Era imposible pensar en arrojarse al fuego..., ya que las llamas habían devorado los ornamentos, altares y capillas, el órgano, el coro y demás objetos combustibles.
Sin embargo, era tal el fanatismo de aquellos años, que costó mucho trabajo a las autoridades contener a los imprudentes que se obstinaban en precipitarse al interior.
-¡Hay que salvar los objetos de culto! -decían.
Pero allí ya no había nada que salvar.
En ese instante, se hundió la capilla de comunión y el doble techo se desplomó con un estrépito que hizo temblar las murallas de la villa.
Todo estaba perdido.
Viendo inutil cualquier tipo de socorro, los alicantinos esperaron a que llegara el amanecer.
A la salida del sol, la multitud se precipitó sobre los escombros calcinados y humeantes, buscando cualquier objeto casualmente preservado del fuego.
Dicen las crónicas que en medio de aquel cúmulo de escombros y cenizas, se halló el cofre con el Sagrario, ahumado pero intacto.

La cuestión es que el templo se tuvo que reedificar de nuevo bajo Real Decreto del monarca reinante.
¿Las causas?
Nunca se supo.
Imagino que, como ocurre en estos casos, la culpa recayó sobre los sirvientes del templo, que habían sido poco cuidadosos con los cirios del alumbrado.
¡Valgame Dios!

 
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