Por encima de antenas, pararrayos, parabólicas. Por encima de humos y de polución. Por encima de ambiciones y de poder. Por encima …, a vista de pájaro. A ojos de gaviota. Otra forma de ver Alicante.
Iglesias y palacios. Santa María recortada sobre el mar. La cúpula de San Nicolás entre tejados. San Roque. El convento de la Sangre. Las torres del Ayuntamiento. La mole de la casa Carbonell, con sus torrecillas. Rascacielos. El Riscal. El Gran Sol. La Torre de la CAM. Calles estrechas. Avenidas.
Tejados, azoteas y terrazas. Balcones y ventanas. Placitas y Plazas. La torre de la pólvora. Mobiliario urbano. Palmeras. Algún ficus.
Una telaraña de casas, de edificios de oficinas, de museos. Una telaraña de ambiciones que atrapa a los desdichados, que engaña a los inocentes, que devora a los débiles.
Transeúntes anónimos que viven la vida que pueden vivir. Que viven la vida que les dejan vivir. Caminantes que quieren querer, que quieren ser queridos. Ciudadanos que quieren creer y quieren que les crean. Vecinos de a pie que aspiran a más, que desean un mundo mejor.
Transeúntes que añoran aquél pueblecito de pescadores que fue Alicante. Aquél puerto de mercancías que quiso ser. Aquella ciudad que crecía despacio desde la ladera del castillo. Aquél Alicante del ensanche que ambicionaba ser algo más.
Y el castillo Santa Bárbara presidiendo la ciudad. Entre sus murallas, los nidos de las gaviotas. Gaviotas que hoy nos han dejado sus ojos para vernos de otra manera, para ver Alicante de una forma diferente.
Iglesias y palacios. Santa María recortada sobre el mar. La cúpula de San Nicolás entre tejados. San Roque. El convento de la Sangre. Las torres del Ayuntamiento. La mole de la casa Carbonell, con sus torrecillas. Rascacielos. El Riscal. El Gran Sol. La Torre de la CAM. Calles estrechas. Avenidas.
Tejados, azoteas y terrazas. Balcones y ventanas. Placitas y Plazas. La torre de la pólvora. Mobiliario urbano. Palmeras. Algún ficus.
Una telaraña de casas, de edificios de oficinas, de museos. Una telaraña de ambiciones que atrapa a los desdichados, que engaña a los inocentes, que devora a los débiles.
Transeúntes anónimos que viven la vida que pueden vivir. Que viven la vida que les dejan vivir. Caminantes que quieren querer, que quieren ser queridos. Ciudadanos que quieren creer y quieren que les crean. Vecinos de a pie que aspiran a más, que desean un mundo mejor.
Transeúntes que añoran aquél pueblecito de pescadores que fue Alicante. Aquél puerto de mercancías que quiso ser. Aquella ciudad que crecía despacio desde la ladera del castillo. Aquél Alicante del ensanche que ambicionaba ser algo más.
Y el castillo Santa Bárbara presidiendo la ciudad. Entre sus murallas, los nidos de las gaviotas. Gaviotas que hoy nos han dejado sus ojos para vernos de otra manera, para ver Alicante de una forma diferente.