15 mayo 2008

LAS PESQUERAS DE LA MUERTE

Las “Pesqueras de la Muerte” están situadas en la parte más bella de la costa alicantina, en Benitachell, la que se asoma a los miradores naturales de los Cabo de la Nao, Negro, San Martín y San Antonio.

Fotografía extraíada de Las provincias

No resulta difícil quedarse extasiado con esa monumental obra de la naturaleza, con esas cuevas que horadan los altos y cortados acantilados de la costa situada entre Moraira y Denia.
Afirman los historiadores (que son los que saben del tema) que en estas tierras explotaban los romanos minas de hierro. Y es que en el célebre “Promontorio Ferrariense”, estaba la Cova de la Plata, una reliquia de la industria romana.
Incluso los visigodos tenían por aquí sus historias.
Las paredes de esa gran muralla natural son unos acantilados impresionantes, cortados en vertical, y convertidos por mor del ingenio e intrepidez de los lugareños en “las pesqueras de la muerte”.
Suena a trágico, pero es así.
Los pescadores de Benitachell, unos auténticos suicidas, se colgaban sobre el abismo para arrancar al mar su tesoro, llamando poderosamente la atención esos artilugios colgados sobre la roca viva, colocados allí por los hombres para ganarse el pan diario.
Tenemos que pensar que a mediados del siglo XIX, cuando el turismo no existía más que en la imaginación de alguna mente calenturienta y los bloques de hormigón llenos de personas no habían envenenado el paisaje, el mar era el único sustento de los pueblos del litoral.
Los habitantes de Benitachell, al carecer de refugios naturales, idearon las “pesqueras de la muerte”, las más originales y peligrosas de toda la península ibérica.

Fotografía extraída de la web del Ayuntamiento de Benitachell

El pescado lo podían vender al amanecer por las calles del pueblo sin pagar ningún tributo.
Sin embargo, el riesgo era brutal: la caída desde la ligera plataforma era siempre mortal, ya que los hombres se sujetaban sólo por la cintura con unas cuerdas, bajando por el abismo y haciendo agujeros en los acantilados con hierros calados de azufre para un mejor agarre.
Cerca de las aguas, a seis metros de altura, se establecía la “pesquera”, un cañizo trabado de travesaños , sujeto a la roca con estacas, siempre situado junto a una cavidad que servía como almacén de los utensilios. Y allí se colocaba el pescador, con las piernas colgando al abismo. Y así, a oscuras, realizaba las tareas de pesca, de noche, hasta el amanecer, en que regresaba al pueblo.
Sólo que los años pasaban, y las cuerdas, escaleras y cañizos se debilitaban cada vez más.
Las últimas de las víctimas mortales, en 1969, sentenció el final de las “pesqueras malditas”

Fuente: Diario Información

 
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