Desde ningún lugar se domina nuestra comarca del Alacantí como desde el emplazamiento del viejo pozo de nieve conocido como “Pou del Surdo”.
Se encuentra en la parte más alta de la Carrasqueta, a la derecha del puerto de ese nombre, subiendo por un camino que ahora está asfaltado y que en mis viejos tiempos de montañero no era más que una senda entre carrascas y argilagas. Allá arriba, uno podía estremecerse contemplando el gigantesco, oscuro y confuso pozo con su cubierta destrozada por los elementos y el abandono, y la casa de los nevaters, convertida en una ruina. Ahora, afortunadamente, es diferente. El pozo está restaurado, con su cubierta de teja moruna en perfecto estado, y podemos asomarnos a la puerta enrejada y escrutar con la mirada la profundidad cilíndrica, destinada en otros tiempos a almacenar la nieve de la sierra. Y junto al pozo, la vieja casa de los nevaters es ahora un precioso hotelito con siete lindas habitaciones y unas impresionantes vistas de pájaro sobre la comarca, desde un agradable restaurante donde se puede degustar el giraboix, la olleta de blat, la pericana, carnes de caza y demás delicias de nuestra cocina montañesa.
Abajo, más allá de los frondosos bosques de pinos de las faldas de la Carrasqueta, un inmenso escenario nos relaja el ánimo, delimitado por los tremendos farallones de Aitana y el Cabeço d’Or, por la izquierda, y la Penya Mitjorn y el Maigmó por la derecha. Frente a nosotros, a partir del pueblo de Xixona, se extienden los campos del Alacantí, con sus desiertos pedregosos y sus fértiles vegas, sus pueblos industriosos y agrícolas: la Torre de les Maçanes, Mutxamel, Sant Joan, Sant Vicent del Raspeig, y al fondo, junto al telón del mar y el cielo, Alacant, con su castillo de Santa Bárbara y sus rascacielos, recortándose contra el azul cruzado por un horizonte que se cierra en los cabos de Las Huertas y Santa Pola, y la manchita violácea de la Isla de Tabarca. Un paisaje que se baña en sorprendentes luces, o que se esconde a veces cuando las nubes discurren por la atmósfera a un nivel más bajo que nuestro observatorio; que se enrojece en los crepúsculos, que se vuelve grisáceo bajo la lluvia o luminoso bajo el sol. Nunca se cansaría uno de contemplarlo.
En un lugar así, con un buen vino de la tierra y un buen plato de cocina sabia y tradicional, solo hace falta una buena compañía para sentirse uno cerca del cielo, y dejar pasar las horas en el pausado torrente de las palabras rotundas y los silencios elocuentes. Y es que hay sitios donde se siente la gracia del tiempo y de la vida como en ningún otro lugar.
El año pasado, subí con mi familia a comer giraboix al Pou de la Neu. Allí, Antonio, el gerente, nos enseñó el pozo y nos habló del duro trabajo de los nevaters de antaño. Alli me enteré de que existía un concurso literario-gastronómico patrocinado por este establecimiento, un concurso de cuentos que debía incluir en el relato una receta de cocina tradicional. Me entusiasmó la idea, me documenté, y me puse a escribir la imaginaria historia de una familia de nevaters que vivía los últimos días del negocio de la nieve; cuando la electricidad llegó a los pueblos y empezaron a instalarse fábricas de hielo: La áspera vida en la montaña, la carrera contra reloj entre el reparto del hielo por las localidades vecinas y su inevitable licuefacción durante el transporte a lomos de mulas o en tartanas; y, al final, el abandono, la ruina y el olvido de aquellos ya inútiles y enormes agujeros.
Cuando me dijeron que había ganado el premio, sentí como si los personajes del cuento, el tío Pere, la señora Concha y sus hijos Peret, Pauet y Marieta me dieran las gracias por haberme acordado de ellos. Me vi justificado, que es uno de los sentimientos más agradables que puede producirnos el oficio de escritor. Que para eso estamos, para homenajear a quien se lo merece y para denunciar a quien se lo tiene merecido.
El lunes que viene, 16 de junio, a las ocho y cuarto de la tarde, en la Sede Universitaria de la calle Ramón y Cajal, presentaremos públicamente la edición de este cuento, que he llamado “La última neu”. Si vienen ustedes a hacernos compañía, les regalaremos un ejemplar dedicado. Allí les espero.
Se encuentra en la parte más alta de la Carrasqueta, a la derecha del puerto de ese nombre, subiendo por un camino que ahora está asfaltado y que en mis viejos tiempos de montañero no era más que una senda entre carrascas y argilagas. Allá arriba, uno podía estremecerse contemplando el gigantesco, oscuro y confuso pozo con su cubierta destrozada por los elementos y el abandono, y la casa de los nevaters, convertida en una ruina. Ahora, afortunadamente, es diferente. El pozo está restaurado, con su cubierta de teja moruna en perfecto estado, y podemos asomarnos a la puerta enrejada y escrutar con la mirada la profundidad cilíndrica, destinada en otros tiempos a almacenar la nieve de la sierra. Y junto al pozo, la vieja casa de los nevaters es ahora un precioso hotelito con siete lindas habitaciones y unas impresionantes vistas de pájaro sobre la comarca, desde un agradable restaurante donde se puede degustar el giraboix, la olleta de blat, la pericana, carnes de caza y demás delicias de nuestra cocina montañesa.
Abajo, más allá de los frondosos bosques de pinos de las faldas de la Carrasqueta, un inmenso escenario nos relaja el ánimo, delimitado por los tremendos farallones de Aitana y el Cabeço d’Or, por la izquierda, y la Penya Mitjorn y el Maigmó por la derecha. Frente a nosotros, a partir del pueblo de Xixona, se extienden los campos del Alacantí, con sus desiertos pedregosos y sus fértiles vegas, sus pueblos industriosos y agrícolas: la Torre de les Maçanes, Mutxamel, Sant Joan, Sant Vicent del Raspeig, y al fondo, junto al telón del mar y el cielo, Alacant, con su castillo de Santa Bárbara y sus rascacielos, recortándose contra el azul cruzado por un horizonte que se cierra en los cabos de Las Huertas y Santa Pola, y la manchita violácea de la Isla de Tabarca. Un paisaje que se baña en sorprendentes luces, o que se esconde a veces cuando las nubes discurren por la atmósfera a un nivel más bajo que nuestro observatorio; que se enrojece en los crepúsculos, que se vuelve grisáceo bajo la lluvia o luminoso bajo el sol. Nunca se cansaría uno de contemplarlo.
En un lugar así, con un buen vino de la tierra y un buen plato de cocina sabia y tradicional, solo hace falta una buena compañía para sentirse uno cerca del cielo, y dejar pasar las horas en el pausado torrente de las palabras rotundas y los silencios elocuentes. Y es que hay sitios donde se siente la gracia del tiempo y de la vida como en ningún otro lugar.
El año pasado, subí con mi familia a comer giraboix al Pou de la Neu. Allí, Antonio, el gerente, nos enseñó el pozo y nos habló del duro trabajo de los nevaters de antaño. Alli me enteré de que existía un concurso literario-gastronómico patrocinado por este establecimiento, un concurso de cuentos que debía incluir en el relato una receta de cocina tradicional. Me entusiasmó la idea, me documenté, y me puse a escribir la imaginaria historia de una familia de nevaters que vivía los últimos días del negocio de la nieve; cuando la electricidad llegó a los pueblos y empezaron a instalarse fábricas de hielo: La áspera vida en la montaña, la carrera contra reloj entre el reparto del hielo por las localidades vecinas y su inevitable licuefacción durante el transporte a lomos de mulas o en tartanas; y, al final, el abandono, la ruina y el olvido de aquellos ya inútiles y enormes agujeros.
Cuando me dijeron que había ganado el premio, sentí como si los personajes del cuento, el tío Pere, la señora Concha y sus hijos Peret, Pauet y Marieta me dieran las gracias por haberme acordado de ellos. Me vi justificado, que es uno de los sentimientos más agradables que puede producirnos el oficio de escritor. Que para eso estamos, para homenajear a quien se lo merece y para denunciar a quien se lo tiene merecido.
El lunes que viene, 16 de junio, a las ocho y cuarto de la tarde, en la Sede Universitaria de la calle Ramón y Cajal, presentaremos públicamente la edición de este cuento, que he llamado “La última neu”. Si vienen ustedes a hacernos compañía, les regalaremos un ejemplar dedicado. Allí les espero.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 10-6-2008)
(Leído en Radio Alicante el 10-6-2008)