Hace un par de semanas abrió al público la Exposición del Ninot 2008, una especie de anticipo del arte foguerer que en breves días disfrutaremos en nuestras calles y plazas, y que viene a ser como la chispa que enciende la mecha de Les Fogueres, que entran en sus días grandes.
Pues bien, al admirar un año más esta muestra de nuestras Fiestas Oficiales, no puedo evitar que me venga a la cabeza esa frase que invariablemente suena en toda fiesta de fuego, se llamen Fogueres o Falles, en labios de sus visitantes: «¿Y todo esto lo queman ustedes? ¡Qué lástima!» ...y ante tal expresión nosotros, los foguerers, sonreímos y nos llevamos los pulgares a la sisa del chaleco de nuestra flamante indumentaria festera, orgullosos de ese sublime gesto de quemar al cabo de breves días lo que tanto tiempo, trabajo y euros ha costado realizar.
Sin embargo, he aquí que, a fuerza de oír a los de fuera ponderar la belleza y dolor del sacrificio, llegamos a pensar también nosotros que acaso entre todo aquello hubiera algo digno de salvarse del fuego devastador... y surge la idea del indulto: aquel ninot que, por su gracia y figura, su calidad artística, su relativa perfección en definitiva, consiguiera destacar de sus congéneres, sería indultado de las llamas... Y está muy bien, pues en toda modalidad artística hay un minoría selecta de obras que sobresalen de lo común, de lo habitual, de lo tópico, y se rescatan y exponen en lugares apropiados donde sean debidamente conservadas y protegidas, y en los que todos puedan admirarlas. Y nuestra Fiesta, que aunque efímero por su naturaleza, es arte, no podía ser una excepción... y así surge la figura del “Ninot Indultat”, y su lugar lógico para ser cuidado, resguardado y expuesto: el Museu de Fogueres.
Todo el procedimiento del indulto de un ninot es sabido que se lleva a cabo con cierta ceremonia. El proceso de selección de un “Ninot Indultat” debe conllevar formalidades que no se puedan eludir y sean garantía de que ese ninot sobreviva a salvo de cualquier arbitrariedad... y surge la manera natural y lógica de ser elegido: la votación popular. Ahora quédense bien con la esencia de su denominación, no sólo con su nombre: “Ninot Indultat per Votació Popular”. Peeeeero... dice el conocido refrán: «A buen entendedor, pocas palabras bastan»... ¡pues parece que no!, ya verán, ya...
Hasta aquí, en principio, no hay nada que objetar. ¿Acaso en la inmensa mayoría de los países no se concede, si bien con carácter excepcional, la gracia del indulto? ...y de ordinario nadie encuentra en ello materia censurable, siempre que ese carácter excepcional a que me refiero esté debidamente justificado o argumentado. En cambio, en cualquiera de esos países donde a un grupo de ciudadanos se les ocurra abrir subrepticiamente la celda de los condenados, para liberarlos sin más fundamento que un capricho, la opinión pública se echaría encima de las autoridades pertinentes y pronto se tomarían las medidas adecuadas para devolver las cosas a su justo medio.
Pues algo de este estilo viene ocurriendo, sobre todo de un tiempo a esta parte, en nuestras queridas Fogueres de Sant Joan. Son muchos los monumentos foguerers en los que, poco antes de la cremà, “se libera a los condenados”. Que si éste arranca una cabeza, aquél una figurita, el otro un ninot de cuerpo entero... ¡es que es para la Bellea!, ¡es para adornar el racó! ...y esto no es justo, sino excesivo y además, inútil. Ese indulto, en realidad, ¿de qué sirve? Vean ustedes: primero, se mutila una obra de arte que está concebida para ser quemada, ¡y ser quemada entera!, tal cual se diseña y construye; segundo, se rompe la estética y el concepto artístico del conjunto donde se ha arrancado ese ninot, ...y lo de “arrancado” la mayoría de las veces es literal y conlleva cierto destrozo; tercero, ¿un recuerdo?,... ¿pero qué recuerdo ni qué recuerdo?... ¡si al final acaba en un rincón porque uno ya no se sabe dónde meterlo!, criando polvo y telarañas, y en cuanto te descuides, ¡zas!, se va a la basura... ¡vaya final tan noble!
Yo no sé si ustedes han tenido ocasión de ver algunos de esos ninots salvados de la quema al cabo de dos o tres años del “indulto”, probablemente sí. Son, ni más ni menos, ¡unas tristes piltrafas! Sus colores adquieren el triste, opaco y desvaído color de los trastos viejos, los brillos languidecen, su pintura se cuartea y se desprende. Aparecen grietas, cuando no desperfectos más serios por el roce y los cambios de ubicación porque no se sabe dónde colocarlo. Crían polvo, suciedad y telarañas,... cuando no algún “inquilino”...
Los pobres ninots acaban arrinconados, y sus muecas extemporáneas llegan incluso a producir, en ocasiones, una sensación irritante. A su vista no podemos menos de preguntarnos si es justo salvarles de una hermosa muerte para devolverlos a una vida lamentable. No es justo, no lo es. Dejemos que los ninots se consuman en el fuego, que sus voraces fauces se sacien de su gracia picante y que se disuelvan en humo las burlas y las sátiras... ¡y aún más!, tal vez cabría proponer una “eutanasia masiva” que alivie de un golpe los sufrimientos de tantos ignorados ninots, injustamente indultados, haciendo con ellos una nueva foguera, para enseñanza de indultadores oficiosos y purga de su gesto inútil y excesivo.
Demos “al César, lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios” ...y al Fuego, lo que es del Fuego.
Sin embargo, he aquí que, a fuerza de oír a los de fuera ponderar la belleza y dolor del sacrificio, llegamos a pensar también nosotros que acaso entre todo aquello hubiera algo digno de salvarse del fuego devastador... y surge la idea del indulto: aquel ninot que, por su gracia y figura, su calidad artística, su relativa perfección en definitiva, consiguiera destacar de sus congéneres, sería indultado de las llamas... Y está muy bien, pues en toda modalidad artística hay un minoría selecta de obras que sobresalen de lo común, de lo habitual, de lo tópico, y se rescatan y exponen en lugares apropiados donde sean debidamente conservadas y protegidas, y en los que todos puedan admirarlas. Y nuestra Fiesta, que aunque efímero por su naturaleza, es arte, no podía ser una excepción... y así surge la figura del “Ninot Indultat”, y su lugar lógico para ser cuidado, resguardado y expuesto: el Museu de Fogueres.
Todo el procedimiento del indulto de un ninot es sabido que se lleva a cabo con cierta ceremonia. El proceso de selección de un “Ninot Indultat” debe conllevar formalidades que no se puedan eludir y sean garantía de que ese ninot sobreviva a salvo de cualquier arbitrariedad... y surge la manera natural y lógica de ser elegido: la votación popular. Ahora quédense bien con la esencia de su denominación, no sólo con su nombre: “Ninot Indultat per Votació Popular”. Peeeeero... dice el conocido refrán: «A buen entendedor, pocas palabras bastan»... ¡pues parece que no!, ya verán, ya...
Hasta aquí, en principio, no hay nada que objetar. ¿Acaso en la inmensa mayoría de los países no se concede, si bien con carácter excepcional, la gracia del indulto? ...y de ordinario nadie encuentra en ello materia censurable, siempre que ese carácter excepcional a que me refiero esté debidamente justificado o argumentado. En cambio, en cualquiera de esos países donde a un grupo de ciudadanos se les ocurra abrir subrepticiamente la celda de los condenados, para liberarlos sin más fundamento que un capricho, la opinión pública se echaría encima de las autoridades pertinentes y pronto se tomarían las medidas adecuadas para devolver las cosas a su justo medio.
Pues algo de este estilo viene ocurriendo, sobre todo de un tiempo a esta parte, en nuestras queridas Fogueres de Sant Joan. Son muchos los monumentos foguerers en los que, poco antes de la cremà, “se libera a los condenados”. Que si éste arranca una cabeza, aquél una figurita, el otro un ninot de cuerpo entero... ¡es que es para la Bellea!, ¡es para adornar el racó! ...y esto no es justo, sino excesivo y además, inútil. Ese indulto, en realidad, ¿de qué sirve? Vean ustedes: primero, se mutila una obra de arte que está concebida para ser quemada, ¡y ser quemada entera!, tal cual se diseña y construye; segundo, se rompe la estética y el concepto artístico del conjunto donde se ha arrancado ese ninot, ...y lo de “arrancado” la mayoría de las veces es literal y conlleva cierto destrozo; tercero, ¿un recuerdo?,... ¿pero qué recuerdo ni qué recuerdo?... ¡si al final acaba en un rincón porque uno ya no se sabe dónde meterlo!, criando polvo y telarañas, y en cuanto te descuides, ¡zas!, se va a la basura... ¡vaya final tan noble!
Yo no sé si ustedes han tenido ocasión de ver algunos de esos ninots salvados de la quema al cabo de dos o tres años del “indulto”, probablemente sí. Son, ni más ni menos, ¡unas tristes piltrafas! Sus colores adquieren el triste, opaco y desvaído color de los trastos viejos, los brillos languidecen, su pintura se cuartea y se desprende. Aparecen grietas, cuando no desperfectos más serios por el roce y los cambios de ubicación porque no se sabe dónde colocarlo. Crían polvo, suciedad y telarañas,... cuando no algún “inquilino”...
Los pobres ninots acaban arrinconados, y sus muecas extemporáneas llegan incluso a producir, en ocasiones, una sensación irritante. A su vista no podemos menos de preguntarnos si es justo salvarles de una hermosa muerte para devolverlos a una vida lamentable. No es justo, no lo es. Dejemos que los ninots se consuman en el fuego, que sus voraces fauces se sacien de su gracia picante y que se disuelvan en humo las burlas y las sátiras... ¡y aún más!, tal vez cabría proponer una “eutanasia masiva” que alivie de un golpe los sufrimientos de tantos ignorados ninots, injustamente indultados, haciendo con ellos una nueva foguera, para enseñanza de indultadores oficiosos y purga de su gesto inútil y excesivo.
Demos “al César, lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios” ...y al Fuego, lo que es del Fuego.
ARMANDO PARODI ARRÓNIZ