Para cualquier alicantino de a pie, como yo, el Plan General de Ordenación Urbana es un rollo difícil de entender, algo demasiado técnico, demasiado complicado. Pero se trata de un documento que va a determinar el futuro urbanístico de Alicante durante los próximos 25 años, nada menos. Y usted y usted y también yo nos podemos ver afectados en nuestros intereses particulares si nos plantan delante de casa un rascacielos que nos oculte el sol, en lugar de un parque verde y frondoso donde canten los pajaritos, ¿verdad?
Bueno, pues resulta que el anterior Plan, ya completamente obsoleto, fue aprobado por nuestro Ayuntamiento en 1987, hace ya 19 años, y como se supone que un plan de estos debe tener una duración máxima de 10, ya llevamos al menos 9 sin que el urbanismo alicantino tenga una ordenación adecuada. El Alcalde Alperi se pasó todo su reinado dando largas al asunto, defenestró al redactor, señor Cantallops, y se quedo tan pancho, haciendo en la ciudad lo que le daba la gana, sin una normativa que lo coartase. Y ahora, después de tantos años de espera, la nueva alcaldesa nos presenta un plan elaborado precipitadamente, que huele a chapuza para salir del paso.
A mi no me gusta este plan, no señor. Y no me gusta por muchas razones:
No me gusta porque nos lo presentan como un documento exclusivamente profesional y despolitizado - como si fuera posible despolitizar algo de interés público -. Y como tal se ha elaborado casi sin participación de los colectivos ciudadanos y profesionales, a los que nada se les ha preguntado y ahora se les muestra a toro pasado, tan solo para que presenten alegaciones si no están conformes.
No me gusta porque la documentación expuesta está formada por textos sin conexión lógica entre sí. Y su lectura es farragosa y poco clara para los que, como yo, no tenemos conocimientos de urbanismo y arquitectura. Por eso, se echa de menos un buen Resumen que nos lo explique en lenguaje sencillo y de forma global.
No me gusta porque me mosquea mucho que, una vez presentado el proyecto, no se hayan suspendido las licencias de actuaciones que pudieran verse afectadas por el mismo. Es como si se avisase a los que quieren demoler edificios de cierto valor histórico o artístico, que se apresuren a cargárselos antes de que la nueva normativa se lo vaya a impedir.
No me gusta porque nos muestra Alicante como si estuviera aislada de su entorno, como si fuera un planeta perdido en el espacio. Ni siquiera se analiza la relación entre el puerto y la ciudad.
No me gusta porque no habla de la sostenibilidad económica. Es decir, que no se dice de dónde va a salir el dinero para pagar lo que hay que hacer. Parece que se pretende que las actuaciones urbanísticas se autofinancien con la venta de viviendas y locales de los tremendos rascacielos que habría que construir en las zonas afectadas… en plena crisis de la construcción. No analiza el impacto paisajístico que producirán todos estos rascacielos, y presenta los parques naturales como un logro del plan, cuando son una obligación que exige la ley a todo terreno recalificado.
No me gusta porque se ve claro que este plan prima los grandes negocios y el enriquecimiento de particulares sobre los intereses públicos. Se liberaliza la instalación de grandes superficies - ¡Todavía más de las que hay! - en detrimento del comercio tradicional; y considera la construcción como fuente principal de riqueza, siguiendo un modelo que ya ha fracasado y que ha sido la causa principal de la actual crisis económica. Así vemos que se clasifica al monstruoso Plan Rabasa como proyecto en ejecución, cuando todavía no está aprobado. Y la antigua huerta tradicional, con su patrimonio histórico y etnológico, será enterrada bajo el cemento de los constructores, sin ninguna consideración a las señas de identidad alicantinas.
Y, para colmo, no me gusta porque se presenta como una ordenación para los próximos 25 años, ¡nada menos!; en este mundo cambiante y sumido en una crisis de resultados imprevisibles. 25 años, en este tema, equivalen a una duración indefinida, a toda una eternidad.
Que no, que no me gusta el plan, ni por su precipitación y evidentes defectos, ni por la filosofía política que destila.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 23-12-2008)