Dos entradas anteriores me animan a escribir este artículo: la nota de Elías Gomis sobre el proyecto fotográfico de los "Paisajes del mar" y el recorrido de Paskki por el impresionante Parque Natural de Las Salinas de Santa Pola.
Eso... y el amor infinito a un lugar donde he encontrado a mi nueva familia y que representa un pequeño gran secreto: un tesoro escondido junto al mar que nos permite regresar a los sabores y sensaciones de lo que un día fue Alicante.
Eso... y el amor infinito a un lugar donde he encontrado a mi nueva familia y que representa un pequeño gran secreto: un tesoro escondido junto al mar que nos permite regresar a los sabores y sensaciones de lo que un día fue Alicante.
El Pinet es un pequeño tramo costero de la ilicitana pedanía de La Marina, núcleo urbano situado entre Santa Pola y Guardamar. Llegar desde Alicante es sencillo, sólo hay que seguir la N-332, esa carretera que aparece mágicamente elevada sobre el espejo de las salinas. Después de entrar en el pueblo hay que bajar hasta la playa siguiendo la corta carretera que lleva a El Pinet y que, hasta el año pasado, también conducía a un camping de titularidad municipal que debido a la Ley de Costas hubo que ser desmantelado y devuelto a su estado primigenio. Por cierto, labor que el Ajuntament de Elx ha realizado con encomiable profesionalidad.
Pero en pie, desafiantes a una legalidad en ocasiones demasiado rigurosa, sigue una hilera de pequeñas casas aporchadas, modestas residencias familiares que se erigieron por impulso público entre 1947 y 1955. Hasta ese momento y desde principios de siglo la costumbre imponía un calendario por el que entre el día de San Juan -24 de junio- y San Pedro -29 de junio- se realizaba la "plantá" de temporales barracas. En esas fechas el camino a El Pinet se llenaba de "carros cargados con todos los bultos necesarios para montar la barraca: esteras, puntales, catres, colchones... Viaje éste que se hacía durante la noche para llegar a la playa al amanecer con el fin de que las bestias no sufrieran el calor del sol del mediodia. Este acontecimiento ocurría a la inversa el día de San Jaime -25 de julio-, fecha en que se desmontaba todo. La única diferencia estaba en los rostros de la gente: alegres e ilusionados en el camino de ida, tristes y melancólicos en el de vuelta".
No ha cambiado tanto desde aquel momento: las viviendas siguen siendo ocupadas cada verano por familias venidas normalmente de Crevillente, Elche y, como no, Madrid, puesto que las pequeñas residencias no pueden ser vendidas ni reformadas: sólo es posible su herencia directa. Con el tiempo sólo ha habido una modificación importante: el antiguo cuartel de Carabineros, habitado por la Guardia Civil después de la Guerra, dejó de tener uso y fue derribado. Con todo ello se ha contribuido a un encanto difícil de encontrar en otros lugares: una pequeña línea de casitas totalmente pegadas al mar, con una playa de aguas serenas que se divisa simplemente levantando la vista del periódico o del refresco que los habituales degustan en los porches.
Evidentemente este paraíso tiene los días contados y un año de estos la piqueta acabará con tanta tradición y sabor familiar, eso sí, esperando que después no suceda ninguna barbaridad. A mi entender, el encanto de la zona, enclavada entre las salinas y pinares del Parque Natural y la limpia arena de la playa, debe mucho al cariño y familiaridad de sus habitantes. Ojalá en el futuro continúe así.
Pero no vale la pena la melancolía cuando todavía sigue habiendo tanto de lo que disfrutar. El Pinet no es una zona muy conocida, pero su delgada franja de playa es un reclamo para amantes de la naturaleza, la ornitología, el turismo de escala amable y, por qué no decirlo, de todos aquellos que encontramos en el arroz a banda, el pescado recién traído de la lonja de Santa Pola o un fila de sonrientes gambas a la plancha, algunos de los placeres de la vida y qué solo pueden mejorarse de dos maneras: contar con un buen lugar y buena compañía. Yo, en ninguno de los dos casos, puedo quejarme.
Mi santa esposa forma parte de la tercera generación que se encarga de un negocio familiar, el Hostal Galicia, que ocupa un lugar privilegiado dentro de este entorno mágico. La gran terraza volcada al mar que atiende el restaurante de la casa, así como las habitaciones del establecimiento, han sido testigos privilegiados de todos estos años y reclamo constante para multitud de personas que cada año, cada mes e incluso cada domingo, vuelven a tomarse un aperitivo, comer o cenar "a la bora" del mar. Es más, la vida social del verano se completa de vez en cuando con una expresamente montada para tener de fondo la visión de la isla de Tabarca o la festiva celebración de la noche de San Juan con numerosas hogueras en la arena.
Poco a poco voy conociendo gente acérrima del lugar, un establecimiento de los que, al parecer, van quedando pocos: hostales-restaurantes familiares en los que se disfruta de los placeres del Mediterráneo pero sin los excesos de la Costa Blanca. Vamos, como volver a lo que eran nuestras playas no hace demasiado tiempo. No es extraño que distintos "famosos" se encuentren entre la clientela habitual. De hecho, para otro día queda la anécdota de cómo terminé una noche tomándome un benjamin con Sara Montiel. Eso daría para otro artículo, mientras tanto, ¡ya sabéis dónde podemos encontrarnos!.
Enlaces:
-El Pinet visto por un inglés (y en inglés)
-Hostal Galicia
JUAN ÁNGEL CONCA