08 diciembre 2010

¡D. ANTONIO CUMPLE 100 AÑOS!

 
 
             
     
El próximo domingo día 12 de Diciembre, el alicantino D. Antonio Ballesta Martínez cumple 100 años de edad. Antonio es, en contra de todo lo conocido hasta la fecha, el último alicantino vivo superviviente del Campo de Concentración de Mauthausen-Gusen. Hasta el momento, se pensaba que D. José Jornet Navarro, fallecido en abril de 2007 a los 91 años de edad, era el único superviviente de aquel infierno en el que se cree que murieron más de 320.000 personas, muchos de ellos presos españoles a los que Francisco Franco consideró “apátridas”.
Sin embargo, numerosos avatares y, especialmente, terribles casualidades de una vida en ocasiones cruel y en ocasiones condescendiente, han querido que D. Antonio Ballesta ostente dicho honor. Y decimos “casualidades” porque oficialmente, su nombre estaba escrito en aquella lista formada alfabéticamente por todos los alicantinos asesinados en los campos de concentración del régimen de la Alemania nazi, erigidos para ejecutar un siniestro plan de exterminio a escala mundial:  “Baix Segura. Albatera. Ballesta Martínez, Antonio. Nacido el 11 de diciembre de 1910, procedente del Stalag XI-B, donde ténia el número 87328. Murió en Gussen el 3 de septiembre de 1942."
Pero D. Antonio no murió en Gussen. Por el contrario, fue otro alicantino, D. Rafael Millá, hijo del último alcalde republicano de nuestra ciudad, embarcado en el “SS Stanbrook”, quien murió fusilado por los alemanes, tras cambiar su identidad unos días antes con Antonio Ballesta.
Esta es su historia… una historia que ha marcado para siempre la vida de este hombre que está a punto de cumplir 100 años y que, como en otros aspectos de nuestra ciudad, yace completamente olvidado por todos nosotros en el Barrio de San Blas, en donde vive con sus plenas facultades físicas y mentales en compañía de su familia. Desde la Asociación Cultural Alicante Vivo soñamos hoy más que nunca en un mundo en el que nunca se repitan horrores como éstos, y en que todos aprendamos  la lección que nos da una persona que ha vivido escenas tan horrorosas como las de la Guerra Civil y el Campo de Concentración de Mauthausen, y que nos contó que “lo mejor que puedes tener en cualquier lugar es un buen amigo”, y que seguía, pese a todo, con la convicción de que en el fondo, “el hombre no es malo por naturaleza”.

Hijo de una familia humilde de trabajadores, la infancia de Antonio fue como la de cualquier otro niño de su edad a principios del siglo XX. Su padre era un ferroviario de la Compañía de Andaluces y vivía, al igual que hoy, en el alicantino Barrio de San Blas. Fue el inicio de la Guerra Civil el momento que marcó su destino y el punto donde comienza esta historia. Antonio recuerda cómo siendo miembro de la Guardia Nacional Republicana lo destinaron a Arganda, Don Benito, Valencia y Barcelona,  ciudad en la que pasó los últimos envites de la guerra y desde la que partió al exilio francés.
Allí, el Gobierno galo les dio a los soldados la oportunidad de colaborar con ellos ante la invasión alemana del país que les había dado protección. Antonio Ballesta fue uno de ellos, inicialmente colaboró en el levantamiento de barracones, la construcción de campos de refugiados y el levantamiento de trincheras, bunkers y defensas en la línea Maginot (el sistema de fortificaciones construido en la frontera entre el estado francés y el alemán).
En  Junio de 1940, cuando la derrota francesa ya fue palpable, los alemanes  tomaron a todos los soldados como prisioneros de guerra. Les ordenaron subir a un tren que primero llegó a Belfort, y de ahí partieron con destino a Suiza, buscando alguna oportunidad. En aquellos días, Hitler preguntó a Franco qué hacían con ellos, y la respuesta fue: “no son Españoles. Haced con ellos lo que queráis”. Antonio contaba  cómo en un pajar, “comenzamos a decidir nuestro futuro y nuestro destino. La desoladora incertidumbre hacía de cualquier decisión un mar de dudas acerca del riesgo de las vidas de cada uno de nosotros”.
“Allí me encontré con este chico, Rafael Millá, que era hijo de un alcalde de Alicante. Y le dije: ¿Tu querrías quedarte y yo me iría en tu lugar? Y él me dijo que bien, que de acuerdo. Nada era ni mejor ni peor que lo otro” , contaba Antonio. “Yo tenía en aquel infierno un solo  amigo de Huelva, e hice lo posible para continuar con él. Y así sucedió todo. Llamaron a Rafael. Y me presenté yo. 4270, gritaban mi número. Y yo respondía. Tuve la suerte de no equivocarme nunca. Ni yo ni mis amigos que sabían que me había cambiado el nombre. Poco tiempo después, al llegar al Campo de Concentración de Mauthausen, me dijeron:  Felete, ¿sabes que tu amigo está muerto?. Y así me enteré de la noticia del destino del verdadero Rafael Millá. Allí,  cuando te decían que un amigo  que conocías había desaparecido, pensabas: La próxima me tocará a mi”.
Antonio fue introducido en un tren con tres vagones, con destino a Mauthausen. “Recuerdo que dentro había unos cubos para nuestras necesidades. Al cabo de las horas, los cubos estaban llenos, y aquello se estaba derramando de tanto traqueteo por allí mientras que el vagón no se podía abrir para ventilar”. En el Campo de Concentración les daban latigazos con vergajos o  tubos de goma llenos de arena. La falta más pequeña suponía 25 golpes. Su comida diaria consistía en un trozo de pan de apenas 5 centímetros y un litro de sopa de remolacha. “También había que ir con ojo, porque a veces si sobraba algo de los jefes de barraca, nos llamaban y nos lo daban. La sopa, el pan, la mantequilla... aquello era oro”.

Durante su estancia en Mauthausen, Antonio recuerda los horrores por los que pasó: “Si dejábamos una arruga en la cama, nos daban  25 azotes. Pero teníamos que hacernos nosotros las planchas con un mango de madera para que se quedara sin una sola arruga. Yo tenía el número 4270 y tenía que decirlo de memoria. Si decían tu número y no lo oías, cuando te encontraban te molían a palizas”.  
Mientras tanto, a miles de kilómetros, en Alicante, su familia no sabía nada de él. Aquellos años fueron realmente duros para tantísimas personas separadas de sus seres queridos. “Pensábamos que había muerto. Estuvimos dos años sin saber nada. Un día recibimos una postal. Él se cambió el nombre con otro preso sin saberlo nosotros. Como era la letra de él, lo supimos. Ponía: Estoy bien, saludos a todos. Rafael Millá”.
Realmente, Antonio Ballesta figura hoy todavía en las listas de fallecidos en el Campo de Concentración nazi de Mauthausen, y es que realmente, en los documentos siempre figuró así.
Tras este recuerdo tan duro, Antonio contaba cómo fue el final de aquellos años recluido por los nazis. Recuerda las sensaciones ante la llegada cercana de los americanos para liberarles. “-¡Ya están ahí! ¡Ya están ahí!” era lo que gritaban.
A la entrada de las tropas americanas, los españoles les dedicaron una pancarta colgada entre las torres que flanqueaban la puerta por la que él salía al trabajo. Cuando habla de la liberación nos llegan a la retina escenas de películas como La vida es Bella o La lista de Schindler, aunque nada se pueda parecer a la realidad de una vivencia como esta... A partir de entonces, Antonio tendría que enfrentarse a una vida nueva, en un mundo diferente, y después de haber vivido escenas que nunca podría olvidar. No tenía nada, y no tenía un lugar al que regresar por la situación que se vivía en España. Sólo le quedaba volver a enfrentarse a reconstruir su vida en Francia.

Se casó, tuvo allí sus amigos, su trabajo... y el vínculo con su familia y su tierra roto por la guerra no se pudo comenzar a recuperar hasta pasados muchos años. "La primera vez que pude volver a Alicante (sobre mediados de los 50) fui con mi hermano a las oblatas a misa, en la Avenida de Jijona. Hacía tiempo cálido y todos iban con camisa de manga corta. Había hombres que iban allí asiduamente, con gusto y que aceptaban la religión. Yo vi eso cuando regresé. Pero antes yo había visto algo diferente (recordemos que Antonio vivió durante la República).
Antonio tuvo dos mujeres, que dolorosamente perdió. Con el paso del tiempo, volvió a Alicante para quedarse aquí a vivir.
Hoy cuando se le pregunta  por cómo ve todo esto con la distancia, y deseamos saber qué le dice su corazón cuando reflexiona sobre lo vivido, nos cuenta esto: "He visto la cara de la maldad. Cogían a niños de los pies para estrellarlos contra el suelo. Yo no condeno la conducta de nadie si no es con muchos motivos. Cada ser humano tenemos nuestros seres queridos y nuestras ideas. Por esas ideas hacemos a veces cosas que no debíamos hacer. Pero encontrar un ser humano que sea malo, no entran muchos en la cuenta… Estoy convencido, estoy seguro… porque yo me he instruido como pude aquí, en Francia, luego aquí… como pude, pero siempre partiendo de la base de que el hombre aquí no era malo. Pero allí en Alemania, los SS sí lo eran… “
Hoy, D. Antonio Ballesta Martínez vive en un pequeño piso del barrio de San Blas. Ya nadie sabe quién fue ni todo lo que sufrió en aquellos terribles y lejanos años de nuestra historia… ¿o no son tan lejanos? La Asociación Cultural Alicante Vivo desea felicitar a D. Antonio en su cumpleaños, al tiempo que desea que el Ayuntamiento de Alicante, un Ayuntamiento forjado en las bases democráticas y civilizadas que hoy disfrutamos gracias al sufrimiento de personas como él, le rinda algún día el homenaje que se merece. No pedimos una medalla, ni una alta distinción; ni siquiera un título que acabe de nuevo olvidado o archivado en los cajones municipales. Quizá, con un simple y sentido reconocimiento en un Pleno Municipal sería suficiente y conseguiría dignificar la vida de alguien que perdió todo lo que tuvo por la sinrazón de la guerra.
Gracias, D. Antonio. ¡Y que cumpla 100 años más!

ASOCIACIÓN CULTURAL ALICANTE VIVO

 
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