18 diciembre 2012

EL AMANECER DE LA EDAD MODERNA EN ALICANTE (PARTE 2)


Las claves del éxito alicantino. 

A fines del XV la presencia de mercaderes forasteros y la circulación de monedas aragonesas y castellanas representaron los nuevos bríos alicantinos. Aunque las circunstancias reales pudieron reducir el alcance de sus teóricos beneficios, ciertos privilegios reales simbolizaron muy bien el éxito local.

La enunciación de motivos dada por el Rey Católico en la concesión del título de ciudad (1490) presenta un gran interés para el historiador. La conjugación de una buena ensenada y de un muelle insigne, la congregación de mercaderes, agricultores, artífices y mecánicos, y la presencia de hombres de armas que custodiaran la cosa pública aportaron unos méritos dignos de reconocimiento por la realeza. Se dibujó una comunidad no exenta de idealismo. Gracias a ello sabemos cómo se valoraba el éxito en aquel tiempo. Otra cosa es explicar cómo se llegó a este punto. 

 Título de Ciudad para Alicante (AMA)

Desde el siglo XII la conexión entre producción agrícola y comercio resultó indiscutible. Así lo expuso Al-Idrisi con gran claridad. Los conquistadores cristianos intentaron mantenerla con fuerza, pero el debilitamiento de la población musulmana reducida a un mudejarismo cada vez más marginal, la profunda crisis bajomedieval y los durísimos enfrentamientos entre castellanos y aragoneses a lo largo de más de cien años de conflictos (1254-1375) la perjudicaron gravemente. En la segunda mitad del XIV Alicante vivió horas bajas. La exportación de alguno de los más característicos frutos de nuestra tierra resultó de gran ayuda. En 1374 el infante don Juan de Aragón permitió la venta a precio libre en los dominios reales de la buena cosecha de higos para conseguir grano y otras utilidades. El crecimiento y la ampliación de la red de intercambios locales del Reino de Valencia favoreció esta orientación alicantina. Desde las Montañas y desde el Valle del Vinalopó llegaron mercaderes y productos capaces de revalorizar la condición portuaria de Alicante en las rutas internacionales. El comercio de esclavos fortaleció esta posición. A mediados del siglo XV los litigios con la Bailía General del Reino nos informan del protagonismo alcanzado tras años de duro caminar.

Alicante, una nueva ciudad.

Las contribuciones prestadas por los alicantinos durante la campaña de la toma de Málaga en 1488 inclinaron a la realeza a aprobar nuevas gracias, dentro del esquema de contraprestaciones clásico de las sociedades estamentales.

El 26 de julio de 1490 Fernando el Católico concedió en Córdoba, en la fase final de la conquista de Granada, el título de ciudad a Alicante. Era una aspiración de la oligarquía local, deseosa de gozar del mismo título urbano que Orihuela. El caballero Jaume Pasqual y Joan Torró condujeron las negociaciones, felizmente culminadas. A diferencia de la villa, la ciudad era una comunidad urbana facultada para aplicar la alta justicia criminal en nombre del monarca.

La conmemoración de su quinto centenario, durante una época muy dada a este tipo de fastos, motivó la celebración de diversos actos y la publicación de diferentes obras. En ellos primó el tono de reconocimiento. Muy pocos adoptaron una actitud crítica, como Emili Rodriguez Bernabeu, que la consideró un acto de españolismo provinciano de imitación, dentro de la idiosincrasia de la “coentor” de la aristocracia del “bacallar”. La gigantesca figura histórica del Rey Católico servía a pedir de boca para la ocasión. No en vano una de nuestras más céntricas avenidas había sido bautizada con el nombre de Alfonso el Sabio.

Fernando el Católico fue una personalidad histórica de enorme relieve sin ningún género de dudas, pero no fue el artífice del nuevo Alicante. Su flamante título ciudadano no le granjeó una mayor superioridad real a comienzos del siglo XVI. A nuestro juicio su importancia reside más en el terreno de lo simbólico, como ya dijimos Mientras los privilegios de Alfonso X apuntaron una posibilidad de engrandecimiento, de difícil cumplimiento a lo largo de la Baja Edad Media, el título fernandino se fundamentó en un hecho cierto, el de la victoria de Alicante contra la adversidad que la podía haber reducido a la nada. El honor ciudadano lo expresó a la perfección. Los elogios del viajero germano Münzer en 1494, a despecho de su elevada atribución demográfica, no fueron gratuitos ni injustificados. 

La vertebración y variedad del territorio de Alicante.

Hacia 1247 los castellanos conquistaron a los musulmanes Laqant, un espacio ciudadano jerarquizado dotado de una serie de alquerías. Siguiendo usos de ordenación del territorio que se remontaban a los siglos X y XI, Alfonso X intentó crear aquí una Comunidad de Villa y Tierra. En tales comunidades el núcleo de cabecera controlaba de forma señorial al resto de puntos del término general o alfoz, susceptibles de distribuirse geográficamente por sexmos y de desarrollar instituciones particulares en los ejemplos más acabados. Ciertos autores han catalogado tal sistema de señorío terminiego. El rey sabio incorporó a este Alicante núcleos como Novelda y Aspe el Nuevo y el Viejo. Tales anexiones no arraigaron y Alicante no se transformó en la gran Comunidad de Villa y Tierra proyectada. La conquista aragonesa y la posterior incorporación al Reino de Valencia mantuvieron con otros matices la jerarquización del territorio urbano. La entonces villa de Alicante rigió en nombre del monarca una parte del Patrimonio Real, imponiendo su disciplina a sus núcleos subordinados o aldeas. La subordinación fue mal llevada por Nompot en la Baja Edad Media, que intentó deslindarse de Alicante bajo el nombre de Montfort.

Alicante, por ende, dispuso de un territorio diverso, abarcando las áreas más montuosas de Busot, Aguas y Barañes, las zonas de secano del Noroeste, el enclave montfortino del Vinalopó Medio, las fuentes periurbanas al poniente de la ciudad, y su emblemática Huerta. Desde mediados del siglo XV se constata un impulso remarcable.

En la Montfort de 1458 se intentó promocionar la comunidad islámica dentro de la tradicional política mudéjar valenciana. Se atrajo a musulmanes del Valle del Vinalopó (Sax, Crevillente, Aspe, Elda y Novelda), rentando beneficios al Real Patrimonio según su representante Taher Alazarach. El valor medio de sus tierras pasó de 20 a 50 florines, creció la recaudación de las sisas, la construcción se animó, y se mejoró su castillo. Los mudéjares reclamaron la protección real a través del baile de la gobernación y la creación de una aljama dotada de cadí, dos jurados, zahatmedina y alamín-almotacén.

Los prohombres de Alicante y Orihuela acogieron mal el proyecto, opinando que sólo fortalecería a los forajidos mudéjares. El síndico alicantino Joan d´Artés propuso la instalación de sus mudéjares en otros lugares de la contribución, sin organizarse en aljama y pagando el tradicional besante de tres sueldos y cuatro dineros. Los musulmanes montfortinos habían denunciado que no se les permitiera cultivar sus heredades en el señorío de Novelda contrariando la práctica antigua del Reino. El rey Juan II no hizo mucho caso de las reticencias de Alicante y Orihuela. De 1458 a 1461 los fuegos de la morería subieron de 18 a 39. Entre 1475 y 1489 su número se estabilizó en 25, y en 1490 ascendió a 30. En este último año el lugar rindió 100 sueldos en concepto del besante de los moros, 82 de la aduana, 10 del molino harinero y 6 del horno de cocer pan. Aquí concurrieron los ganaderos de Albarracín y de las Montañas alicantinas, y comerciantes musulmanes de variadas procedencias (como la murciana Ricote), judíos y burgaleses, mercando con trigo, cebada, pasas, higos, cominos, canela, “batalafua”, ovejas y cabras. En 1493 obtuvo de Fernando el Católico el privilegio de insaculación como Alicante para evitar exclusiones y conflictos, y en 1510 alcanzó las 34 casas de moros y las 64 de cristianos.

El 21 de junio de 1482 el señor de Agost Joan Puig de Vallebrera estableció carta de poblamiento. Los cuatro cristianos y siete musulmanes mencionados en el documento se comprometieron a residir un mínimo de cinco años, disfrutando de heredades con balsa de agua (con posibilidad de deslindar posteriormente el agua de la posesión del terrazgo) y de la franquicia de los materiales de construcción de sus viviendas. Todos pagarían el diezmo eclesiástico pues se distribuyeron bienes de anteriores tenentes cristianos. Sus condiciones se encontraron entre la insistencia en las rentas más jurisdiccionales y las más territoriales, fruto de la heterogénea composición de sus gentes y de la potestad superior de Alicante. El señor dispuso del derecho de almazara y del simbólico de las dos gallinas y una carga de leña por hogar. En los gravámenes agrarios se distinguió entre el quinto tributado por los granos del secano y el cuarto de los productos del regadío. Olivos y algarrobos siempre pagarían la tercera parte de su fruto, y la higuera 6 dineros desde el tercer año (excepto las de la variedad de Burjassot). La tahúlla plantada de alfalfa o dedicada a la viña satisfaría 4 sueldos y 6 dineros. Sin duda el señor intentó promover la agricultura más comercial. En 1510 se alcanzaron 9 casas de cristianos y 15 de moros.

Menos fortuna tuvo por el momento Alfons Martínez de Vera en Busot. En 1484 intentó atraer a población mudéjar con vistas a crear una réplica de los pequeños dominios señoriales propios del Condado de Cocentaina. En las vertientes del Cabeçó d´Or, Busot compartió con Aguas y Barañes poblamiento discreto, potencialidades mineras y explotación arborícola. Sin embargo, se impusieron las desconfianzas hacia este tipo de enclave. Contó en 1510 con 26 casas cristianas y 4 moras.

En las áreas ponentinas de las partidas de la Creu d´Elx, la Saborida, el Clot y la Vall-Llonga se recolectaron cultivos adaptados a la aridez ambiental del valor del esparto, con el que se confeccionaron desde tiempos remotos toda clase de productos y objetos. Su venta en calidad de materia primera o de manufactura ayudó a muchas familias modestas a sobrevivir hasta el siglo XX. La ganadería adquirió vuelo con la ayuda de las “casetes sotils” destinadas a los rebaños de ovicápridos. La hora de San Vicente del Raspeig todavía estaba por llegar.

Las zonas periurbanas irrigadas de la huerta de la Sueca, área donde crecería el arrabal de San Francisco, se abastecieron de las aguas de la Font Santa, cercana a la ermita de los Ángeles. Algunas heredades de terratenientes locales como doña Violant de Rebolledo concentraron hasta 24 aljibes en explotaciones de 60 tahúllas o unas 7 hectáreas, alcanzando el acrecido valor de 4.000 sueldos. El empleo intensivo del agua alentó la viticultura y la horticultura.

La gran Huerta alicantina, ya vaciada de mudéjares, no ofreció en aquel tiempo un perfil señorial equiparable al de Agost o Busot. Las anteriores alquerías ya habían cedido su testigo al eje de poblamiento de San Juan-Benimagrell y Muchamiel. Ninguno de estos núcleos se gestó al calor de una carta puebla señorial. A lo largo de los siglos XIV y XV San Juan se erigió en la cabecera de una zona de anteriores alquerías islámicas. La antigua Lloxa o Lloixa, que bautizó un célebre barranco, declinó en su beneficio y Benimagrell terminó subordinándosele. Ostentó San Juan la primacía parroquial en la Huerta. No en vano sus sacerdotes entre 1489 y 1490, Pedro de Mena y Francesc Bendicho, estuvieron ligados al milagro del Lienzo de la Santa Verónica.

 Caserío de Lloixa en la actualidad

De la primera demarcación parroquial de San Juan se segregó la de Muchamiel entre 1511 y 1513, primer impulso de autonomía local. Erigida en el área de la acequia de Alconxell, en 1480 un cultivador como Jaume Planelles pagó en concepto de censal 17 sueldos a la mencionada Violant de Rebolledo. Veinte años después ya tuvo la fuerza necesaria para reclamar su propia parroquia. Negociaron la cuestión el barbero Martí Pastor y el labrador Bertomeu Lledó.

Entre 1481 y 1510, en suma, asistimos a la revalorizarización de nuestro espacio agrario si nos dejamos guiar por los fuegos consignados. Mientras la Huerta pasó de representar el 14´6% de la población de todo el término al 25´4%, y Montfort del 12´9% al 24´5%, Alicante descendió del 72´5% al 50%. Tales cambios se reflejaron en el dominio de las mentalidades. 

 Los compases de la cristianización.

Estos elementos contribuyeron a la sacralización del espacio, confiriéndole un sentido trascendente al incierto destino de Alicante. El sentido de comunidad cristiana se tradujo en la sacralización de la “res publica” con su cohorte de repercusiones políticas de uniformidad religiosa, identidad, participación de sus integrantes y gestión.

Lejos de relegarse a espacios individuales, la religión tuvo una importancia medular para la cohesión y la identidad de toda comunidad del siglo XV. En los reinos hispanocristianos se permitió la presencia de judíos y musulmanes por razones eminentemente prácticas, legitimadas a veces con la pretensión de escenificar la superioridad del cristianismo sobre otras creencias.

Emplazada en una de las fronteras de la Cristiandad, Alicante fue considerado por Alfonso el Sabio punto de apoyo para sus futuras conquistas en el Norte de África. En la fallida empresa de Almería sirvió a Jaime II. Durante la Baja Edad Media vivió bajo la amenaza granadina y de otros poderes islámicos. En 1423 un fanático conocido como “lo sant moro” saqueó nuestra Huerta, en un tiempo en el que la declinación de la población mudéjar ya era más que notorio. A fines del siglo XV Alicante colaboró activamente en el control de los musulmanes del Reino. En 1491 el habitador Francesc Sepulcre obtuvo 54 sueldos por la guardia y custodia en la mazmorra del castillo de un moro inculpado por el baile general. Los mudéjares de Elda se mostraron díscolos aquel mismo año con su señor el conde de Cocentaina, insultando a su alguacil. Nuestro vecino Fernando Villaldo lo auxilió junto a los guardias de la bailía en el cobro del servicio, montazgo y almojarifazgo. 

El cristianismo local no acusaba a fines del Cuatrocientos signos de fisura e inquietud que anunciaran nada similar a la Reforma. La heterodoxia de los beguinos, presente en el Alcoy bajomedieval, no alcanzó Alicante. La actuación del Santo Oficio se adscribió en nuestro caso al tribunal del obispado de Cartagena, del que dependía todavía nuestra gobernación con disgusto. El 19 de enero de 1492, antes de la expulsión de los judíos, Fernando de Aragón dictó unas normas para devolver la propiedad a los conversos reconciliados de la gobernación. Los judeoconversos no suscitaron grandes problemas como en Sevilla o Toledo, y linajes como los Santángel hicieron buenos negocios en nuestras tierras.

Tras la etapa fundacional de las primeras redes eclesiásticas, los alicantinos vivieron desde finales del XIV a bien entrado el XVI un dilatado período de vigorización del sentimiento de comunidad cristiana (coincidente con graves rupturas de la Cristiandad), preludio del mayor control sacerdotal de la Contrarreforma. Bien puede decirse que Alicante aún respiraba la atmósfera de las creencias del gótico. Se concebía a Dios Padre como un temible justiciero capaz de sancionar a los infractores con grandes castigos. La tahurería o casa de juego podía atraer su ira. En 1489 Jaumot Ferri fue sancionado con 11 reales castellanos por jugar en su casa. Los fieles procuraron la intercesión de los abogados celestiales, como Santa María, San Pedro, San Nicolás, San Miguel y santos de devoción más particular como San Juan Bautista, San Antonio de Vianes, Santa Catalina, San Blas o San Andrés si seguimos nuestra toponimia y las mandas testamentarias de Santa María. 

La celebración del Corpus adquirió notoriedad, y el milagro de la salvación de las sagradas formas del incendio de Santa María del 31 de agosto de 1484, reafirmado a fines del XVI, destacó este aspecto del culto. La predicación de los sermones de Cuaresma orientaba a los fieles hacia un comportamiento más cristiano. Predicaciones como la de San Vicente Ferrer adquirieron una notoria fama en unas sociedades marcadas por el gestualismo y el analfabetismo, donde la palabra adquirió un protagonismo extraordinario. El santo predicador supo emocionar como pocos a sus oyentes. Bien provisto de la dialéctica escolástica, fue un convencido de la misión de las órdenes de predicadores de redimir a los cristianos de sus faltas antes del Juicio Final. Anunció con fervor la venida del Anticristo, señal ineludible del final de los días ante la que cabía purificarse abandonando disputas fraternales, adulterios, juegos y blasfemias. La monarquía autoritaria tomó muchos de estos planteamientos. Su prédica en Alicante dispone de una doble tradición. La línea erudita representada por Bendicho se preocupó por acreditar su estancia aquí en 1411, y la popular de les “rondalles” (posterior a su canonización en 1455) nos transmite sus milagros. 

Las cofradías pretendieron mantener vigentes estas conquistas espirituales. Ya el 10 de abril de 1402 Martín el Humano había aprobado las normas de la de San Nicolás, en teoría arruinada tras la Guerra de los dos Pedros. Los cofrades se reunían en un capítulo las jornadas de Santa María de marzo, del Corpus y ocho días antes de San Nicolás, y la gestión se confiaba a dos mayordomos. El justicia supervisaba su funcionamiento. Se propuso la exaltación litúrgica y de la piedad, en especial hacia los pobres, los enfermos y los viajeros. 

Las parroquias de Santa María y de San Nicolás, no exentas de rivalidad, dieron cabida a las necesidades de los fieles locales, siempre bajo la atenta mirada del poder municipal. La citada afirmación del sentimiento de comunidad cristiana alentó el asentamiento franciscano en nuestras tierras, paralelo al desarrollo de nuestro espacio productivo. No dejó de ser un movimiento de prestigio ya un tanto anticuado, que arrancó en otros puntos de la Corona de Aragón en el siglo XIII y que ya experimentó fuertes dificultades en el XIV. La coyuntura de la periférica Alicante mantuvo un ritmo particular, muy distinto del de las grandes capitales hispánicas. En 1440 el municipio instó a los franciscanos a establecerse en el pinar de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. En 1514 abandonaron este primigenio emplazamiento por el de un lugar cercano a la Muntanyeta, el de Nuestra Señora de Gracia, cuya advocación franciscana se transmitiría al arrabal en ciernes. En 1489 se propuso fundar un monasterio jerónimo (muy apto para la colonización agraria), mas en 1518 su posición fue ocupada por las hermanas clarisas, la rama femenina de la orden franciscana, regentando el “sancta sanctorum” de las devociones de la Terreta, el monasterio de la Santa Faz.

La onomástica nos ayuda a comprender mejor la interiorización de las creencias religiosas. En las mandas testamentarias conservadas del primer tercio del XIV se mencionan diez veces el nombre de Bernat, ocho el de Ramon, seis el de Pere, cinco el de Joan y Guillem, cuatro el de Berenguer, tres el de Jaume y Francesc, dos el de Tomàs y Baldoví, y una el de Simó, Ferran, Garcia, Gil, Alamany, Eixemen, Nicolau, Domingo, Arnau, Llorenç y Guerau. Se muestra a las claras entre los varones la preferencia cisterciense de Bernat, en contraste con otros puntos del Reino de Valencia (más decantadas hacia Pere). Esta situación se alteró un tanto a principios del XVI. En el Muchamiel de 1511 Joan gozó de cinco menciones, Bernat de cuatro, Francesc de tres, Jaume y Miquel de dos, y Pere, Guillem, Bertomeu, Martí, Salvador, Cristòfol, Pasqual y Ferran de una, y entre los miembros del “consell” municipal de Alicante en 1518 también Joan ocupó el primer lugar con tres menciones, seguida de las dos de Pere y Jaume, y de una de Francesc, Benet, Miquel, Salvador, Lluis, Carles y Andreu. La primigenia herencia catalana de la repoblación, aún visible en los enclaves de la Huerta, fue difuminándose en el comienzo de los tiempos modernos, marcados por las disputas políticas. 

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VÍCTOR MANUEL 
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

 
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