25 junio 2007

HISTORIAS DE LA PLAÇETA DE SANT CRISTOFOL: LES FABES DE BARRACHINA

Barrachina era un personaje.
Hombre pequeño, moreno, de rostro agradable y limpio, poseía una gran inteligencia natural y se hizo famoso por toda la ciudad por su ingenio, originalidad y simpatía.
En aquellos tiempos, las gentes tenían pocas necesidades y muy escasos entretenimientos. Por eso los vendedores ambulantes aparecían en las plazas y calles causando el mismo impacto que hoy los spot de televisión. La venta era simultánea al anuncio. Barrachina vendía fabetes calentotes en invierno y aigua sivá en verano.
Barrachina utilizaba la dulzaina y entona el conocido:
--Aaaaigua si-vá…
Y, añadía:
--Con bam-ba…
Y es que el avispado vendedor, había ideado el llevar también una cesta con ensaimadas (bambas en Alicante) así como rollos morenos, pues ambas cosas ligaban muy bien son el sabroso helado.
La competencia era dura. Había una vendedora guapa, con voz de soprano y cachondos andares, que solía cantar poniéndole picardía al asunto:
-Fabeeeeeetes ... calenteeeeeetes...
acabaeeeeeetes... de bullir …..
Y, otras veces:
-Sangueeeeeeta …calenteeeeeeta... acabaeeeeeta
de bullir …
Y con donaire, llevaba colgada del brazo una cesta con la sangre hervida, olorosa de de hierbabuena y orégano, y envuelta en paños blanquísimos.
Otro vendedor, forastero este, tocado con un fez rojo, había tenido cierto éxito con un procaz pregóm:
-Porte la faba caleeeeeeenta ….
Y ante esto, de nuevo surgió el ingenio de Barrachina, que ante el gran caldero de habas humeantes, tocaba la dulzaina con aire pastoril y con el señuelo de una música conocida, anunciaba así su mercancía:
--La xica rotja que bona está, tindrá una figa com un cabás…
Y detras de tan atractiva obertura, recitaba con voz potente y declamatoria:
--Les fabes de Barrachina son un especialitat, sense prende la aspirina lleven el mal de cap. El caldo el done de baes, lo mateix done el paper. No mes me pageu que els fabes. ¡Mes barat ya no pot ser ¡
Efectivamente así era: en unos pocillos de zinc daba gratis a todo comprador de haba hervidas un poco de caldo de las mismas que, por haber cocido con hueso de jamón, laurel y orégano, amen de pimientas y azafranes, no era ninguna tontería.
Un servidor que tiene años ( pero no tantos como para haber conocido al popular Barrachina), si que añora el cantar de las bamberas con su cesta en brazo, bien tapada con un impoluto y bordado paño blanco y el olor de esas bambas que con una buena onza de chocolate de la Virgen de las Nieves nos servia de merienda, mientras íbamos detrás de un balón por una calle toda para nosotros.

 
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