27 junio 2007

HISTORIAS DE LA PLAÇETA DE SANT CRISTOFOL: LOS UNGUENTOS- POMADAS

En la rebotica y en uno de sus lados estaban, en anaqueles, los botes de porcelana que contenían las diversas pomadas que se servían a granel envasadas en cajitas de madera, llamadas tirolesas, de varios tamaños siendo las más populares las de , cinco o diez céntimos.
La pomada mercurial, junto con la de belladona, era indispensable para las “paperas”. No había niño, quien doliéndole la garganta no se aplicara una buena untura en el cuello, al que se liaba una pieza de algodón sujeto por un pañuelo, para mantener en calor el ungüento.
Las pomadas de precipitado blanco, amarillo, rojo, de oxido de zinc, sublimado, calomelanos, minio y otras más formaban todo el arsenal terapéutico en dermatología, especialidad que además utilizaba las de brea, azufre, diaquilón, alquitrán y vaselinas, boricada, mentolada o perfumada, muy útiles para el despiojen con el peine espeso.
Cuando se tenía una infección cutánea, se iban poniendo las pomadas, los médicos llevaban el control preguntado al enfermo cuál era el color de la última pomada y así no repetían y cuan una de ellas curaba, se apuntaban y así con la experiencia los herpes y eczemas que al principio se trataban con las de zinc, se curaban con las de brea o minio. Hoy pasa los mismo, sólo que con antibióticos.
El ungüento de Basilicón, llamado amarillo o pálido conocido antiguamente como “Ungüento tetrapharmacum” por estar compuesto a partes iguales por cuatro sustancias primordiales: La cera amarilla o virgen, el sebo de carnero, la resina de pino y la colofonia. Todo ello, con aceite de oliva. Su acción era “excitante y supurativa”
La pomada de Estoraque era muy pringosa y áspera pero reventaba los granos y panadizos, uñeros y chapotes.
La de Populeón, hecha con manteca de cerdo; hojas de adormidera, belladona y yemas de álamo negro – riquísimas en tanino y en misteriosas cualidades – resolvía favorablemente las almorranas.
Las de ácido tánico curaban las grietas de los pezones.
La mixta de mercurio y calomelanos – llamada ungüento del soldado por el mucho consumo que la tropa hacía- mataba muy bien las ladillas, y la maravillosa pomada de Helmerich, compuesta por azufre y carbonato de potasa, muy eficaz contra la sarna y que arreglaba en un par de día lo que la falta de agua y jabón había desarreglado durante meses.Todo un mundo de anaqueles y tarros de cerámica preciosamente decorados, llenos de sustancias algunas veces curativas, pero siempre mágicas como salidas de una retorta de un alquimista medieval.

 
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