21 noviembre 2007

NUEVA TABARCA

Un grupo de música alicantino de la década de los 80, “Mediterráneo”, titulaba su segundo álbum, el que le llevó a la fama, “Tabarca”. La canción del mismo título que cerraba la cara B del vinilo terminaba así:

“...no cambies nunca, por favor,
no admitas violación.
Que no comercien con tu paz.
Tabarca, eres una luz
en medio de la oscuridad”.

Una definición perfecta del deseo de todo alicantino para un remanso de paz, a orillas del Mediterráneo, frente al Cabo de Santa Pola, que no por pequeño en extensión es pobre en historia.
Ese tipo de historia que roza la anécdota o la leyenda.



La pequeña y plana extensión de tierra situada a 1,5 millas marinas del Cabo de Santa Pola o del Aljub, con 1.800 metros de larga y 450 metros en la zona más ancha, ha tenido diversas denominaciones a través de los tiempos: Plumbaria, la Planesia romana, Isla de San Pedro, Plaza Fuerte de San Pablo, Isla de Santa Pola, su correcto nombre geográfico de Isla Plana, o el más popular aunque no correcto Isla de Tabarca, aunque más que de una isla se trata de un pequeño archipiélago, compuesto, aparte de Tabarca, por los islotes La Cantera, La Galera y La Nao.
La leyenda es rica en visitantes ilustres, desde el cartaginés Amílcar Barca hasta San Pablo, pero lo cierto es que no hay rastros de que haya existido más que un pequeño asentamiento romano hasta bien entrado el siglo XVIII. Templo de Apolo para los griegos focenses, fue también pisada por romanos y árabes, aun sin crear población estable alguna.
Hoy, en su parte más occidental y cercana a Santa Pola, está situada la fortificada Aldea o Partida Rural de Nueva Tabarca, desde su fundación adscrita al Ayuntamiento de Alicante. Dicha fundación fue consecuencia directa de la llegada a Alicante, el día de 19 de marzo de 1769, de 300 presos por los que el Rey Carlos III había pagado rescate en las cárceles de Túnez y Argel, cautivos que permanecían en ellas desde que los tunecinos devastaran el islote fortificado, de no más de 16 hectáreas, a 300 metros de la costa de la población de Tabarka o Tabarqah, conquistado a Túnez por el Emperador Carlos V -de Alemania, Carlos I de España- en 1540. Su actividad fundamental era la pesca, la industria y el comercio del preciado coral rojo que en el siglo XVI atrajo un importante número de comerciantes y trabajadores de la entonces República de Génova, por lo que dicho monarca alcanzaría un acuerdo con una de esas familias genovesas, los Lomellini, por el cual, a cambio de un permiso de pesca del coral, dicha familia se encargaría de mantener una cárcel que había ordenado construir allí, así como de que ondeara en la isla la bandera española.

Durante décadas la isla prosperó, hasta que a comienzos del siglo XVIII se unió a la superpoblación de la misma una crisis en la obtención del coral, lo que provocó una emigración de genoveses a las cercanas costas del sur de Cerdeña, fundando las ciudades amuralladas de San Pietro, otra isla, y Carloforte, cuyos habitantes aún hoy se hacen llamar tabarquini. Pero este descenso de población animó a los tunecinos a tomar la isla por las armas en agosto de 1741, haciendo presos a sus habitantes, que fueron destinados a las galeras musulmanas o tomados como esclavos, algunos de los cuales, en 1756, pasaron a continuar su cautividad en las cárceles de Túnez y Argel. De ellos, 566 eran de origen genovés y 309 naturales de la propia Tabarka. En su condición de cristianos, los presos genoveses reclamaron la asistencia del antiguo cura de Tabarka, Fray Juan Bautista Riverola, de la Orden de los Agustinos, que tras conseguir visitarles y comprobar las nefastas condiciones de vida de los cautivos, dirigió una misiva al Rey Carlos III, firmada por varios religiosos de la Orden, para que mediara ante el Bey de Túnez para liberarlos, carta que coincidiría en el tiempo con la remitida por Campomanes al monarca, en la que recomendaba una guarnición en la alicantina Isla Plana, para acabar con las incursiones de los corsarios argelinos, que se dedicaban a asaltar tanto a los barcos que navegaban por estas aguas como a las poblaciones costeras del litoral levantino, tomando frecuentemente como base de operaciones la citada isla.


Puesto en contacto Carlos III con el Conde de Aranda, especialista en la construcción de ciudades fortificadas, le encargó la urbanización y protección con murallas de una parte de la isla, siendo bajo su supervisión el ingeniero Fernando Méndez de Ras el que finalmente proyectara la isla como plaza militar -aunque jamás se llegara a concluir como tal-, lo que dio origen al actual trazado urbano, su amurallamiento, y la Torre de San José situada fuera del recinto, que ejercía una importante función defensiva y de vigilancia extramuros. Se utilizó para la obra piedra de la propia isla, concretamente del denominado por ello Islote de La Cantera, situado en la zona más cercana al Cabo de Santa Pola.
Así, siguiendo los planteamientos urbanísticos del siglo XVIII, se edificó una ciudad como una maqueta perfecta, rodeada de impresionantes murallas, muy bien conservadas en su mayoría, y con acceso a través de tres grandes puertas: las de San Rafael y de San Gabriel, ambas de estilo dórico, y la más orientada a Santa Pola, que disponía de un puente levadizo, y en la que todavía puede leerse una inscripción latina que recuerda la edificación hecha por Carlos III, Puerta de Tierra, de Alacant o de San Miguel. Dentro de la fortificación es de destacar la antigua Casa del Gobernador de la isla, de dos plantas, la primera de las cuales se utilizaba como caballerizas, y que hoy está convertida en un pequeño hotel.
Se considera que, de conservarse en buen estado, la zona amurallada sería, por su envergadura, la primera de las fortalezas valencianas. Goza de magníficas vistas a la ciudad de Alicante desde un acantilado bajo de roca redondeada llamado por los lugareños “El Puerto Viejo”, y a Santa Pola desde los parajes de La Cantera y la Cueva del Lobo Marino, una gruta de más de 100 metros de longitud, con estalactitas, en la que penetra el mar, y que tiene su propia leyenda de un tesoro perdido. Pero lo que más llama la atención al visitante, por su monumentalidad, es la iglesia de estilo barroco, dedicada a San Pedro y San Pablo, que resalta sobre el perfil de la isla.
A la vez que se iniciaban las obras, Carlos III encargaba a la Orden de la Merced que gestionara el pago de 240 duros en concepto de rescate por 300 cautivos, circunstancia que se produciría el 8 de diciembre de 1768, llegando éstos al puerto de Cartagena, y de allí, provisionalmente al Colegio de los Jesuitas de Alicante capital -hoy Convento de las Monjas de la Sangre-, hasta la culminación de las obras, pues estos recién llegados serían destinados por Carlos III a poblar la isla, fundándose así Nueva Tabarca en la parte más occidental de la Isla Plana, dándosele condición de ciudad y eximiendo a sus pobladores de los tributos reales.
La denominación del asentamiento queda así sobradamente justificada, así como la gran abundancia de apellidos italianos en la isla, de los que en la actualidad aún perviven, entre otros, los Ruso (derivación de Russo), Manzanaro, Parodi, Pitaluga (probablemente de Pittalucca), Luchoro (antiguamente Luccioro), Chacopino (de Jacopino) o Pianelo.
Actualmente, Nueva Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana. Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico el 27 de agosto de 1964, el 4 de abril de 1986 Reserva Marina Natural, y más recientemente Zona de Especial Protección para las Aves por la U.E. Es el centro de la buena gastronomía marinera -el tradicional caldero a la antigua usanza de los pescadores-, rodeada de cristalinas aguas llenas de riquezas naturales que bañan una de la playas galardonadas con la bandera azul de la U.E. Los descendientes de los antiguos colonos, pescadores y calafates, la han abandonado en busca de trabajos menos rudos. Hoy apenas si tiene algo más de un centenar de habitantes que podamos considerar estables -125 según el censo de 2005-, pero en verano la visitan miles de turistas, y se cuentan por docenas las casas alquiladas para hacer más soportables los duros días estivales del litoral levantino y huir de la rutina del trabajo diario.
Isla de un Mediterráneo de lengua franca, de pilotos, de aventureros, de mercaderes, de marinos pescadores y almadrabas del atún, de mitos y prodigios, de mestizaje, Nueva Tabarca ejerce una poderosa fascinación en todo aquel que la visita. Visita, por otra parte, casi obligada para todo aquel que visita la Costa Blanca, y que la puede realizar en cómodo paseo marítimo desde Alicante capital, Santa Pola, Guardamar y Torrevieja, así como desde el Mar Menor en La Manga, Murcia.
Armando Parodi Arróniz

 
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