14 mayo 2008

EL ESCOPETAZO DE FRASQUITO

Frasquito, joven y talludo, vivía en el campo, en las afueras de Gata de Gorgos, comarca de la amplia y riente Marina, festejando con una muchacha del citado pueblo. Una noche, al regresar de ver a su novia, le ocurrió un extraño suceso, a resultas del cual su corazón se mantendría acongojado durante largos años, cargada su conciencia con la pesadumbre de haber dado muerte a la "buberota" de turno, fantasma corpóreo que entonces rondaban por aquellos predios, protagonizando toda clase de tropelías.

De pronto, en una revuelta del camino, cerca ya del hogar, apareció ante él una figura fantasmagórica, alta, tenebrosa, como una lumbrera, iluminada por siniestra luz que reflejaban sus ojos, acercándosele amenazadoramente dando fuertes bufidos.
El muchacho, ágil, dio un paso atrás y un salto hacia el costado del camino, yendo a caer de espaldas a un bancal situado en un pequeño desnivel. Aún así, preso del pánico, se levantó con presteza y corrió todo lo que pudo campo a través, caminando con dificultad al enterrársele las botas en la tierra húmeda por la lluvia caída al atardecer.

Con el corazón dando brincos y asimismo con unos enormes deseos de vengarse de la inoportuna aparición, penetró como una tromba en la casa, alarmando a sus padres que charlaban en la sobremesa tranquilamente, junto al fuego de la cocina un tanto afrancesada del viejo "riu-rau".

Una vez serenado, refirió a los ancianos lo sucedido. Mientras la madre se santiguaba, el viejo comentó que, por experiencia, aquellos torvos espantapájaros nocturnos llevaban siempre la desgracia y el deshonor allí donde rondaban, preguntándose qué haría la "buberota" en torno a su hacienda, temiendo lo peor, que el granero fuera desvalijado.
Tras cavilar en lo acontecido, el muchacho dijo a sus padres que iba a preparar los avíos para la jornada siguiente, encaminándose a la cambra. Al rato, salió provisto de la vieja escopeta que usaba cuando iba a Les Planes, en Jávea, a cazar pájaros en el espolón del cabo de San Antonio. Saliendo de la casa a hurtadillas, hizo el camino de vuelta hacia el lugar donde fue espantado tan groseramente, con el deseo de dar un escarmiento a la aparición nocturna.

Por suerte, en el mismo meandro donde anteriormente había sido abordado, halló a la "buberota", estacionada en el lugar en que, en ambas direcciones, se abarcaba una gran amplitud de la vereda. Frasquito sacó entonces la conclusión que la misión de aquella parecía la de vigilar el paso de alguna persona, con fines malévolos, aunque también podría tratarse de un asunto de contrabando, estando la costa cercana, pues de todos era sabido que el tráfico ilegal de mercancías llegadas desde las costas africanas era frecuente.
Acercándose cuidadosamente, para no ser descubierto, apuntó al intruso, disparando un escopetazo sin piedad. Oyó un gemido y vio como el bulto se abombaba. Luego, el más absoluto silencio.


El mozo, sin prisas, regresó al hogar, poniendo al corriente a sus padres de lo acaecido, quedando todos de acuerdo en que el hecho serviría como escarmiento a todos aquellos que tan frecuentemente usaban de tales artimañas para asustar a las gentes, cometiendo toda clase de tropelías.
Por la mañana, los dos hombres acordaron aparejar la caballería, dirigiéndose al campo, de tal forma que al pasar por el lugar de autos y hallarse con el macabro hallazgo, se verían obligados a denunciar el caso ante las autoridades locales. La sorpresa fue morrocotuda cuando, al llegar al recodo de los hechos, no hallaron ni rastro del fantasma, ni de la calabaza o el cirio que había empleado. En cambio, detrás de unos matorrales, sí que encontraron la cruz y una sábana empapada de sangre, demostrativo de que el fantasma o había resultado gravemente herido, o alguien, de haber sido muerto, hubiera retirado ya su cuerpo.

Aquel desagradable caso hubiera finiquitado ahí, si algunos días después en la cambra de la casa, no se hubieran escuchado unos extraños ruidos, que se sucedieron en las siguientes noches, sin poder averiguarse las causas, a pesar de la extrema vigilancia que los asustados moradores de la vivienda ejercieron. Entonces, aquellos infelices, vinieron a caer en la cuenta de que era el espíritu de la "buberota", atormentándoles desde el más allá. A punto de derrumbarse la entereza de la familia, al viejo se le ocurrió abrir el corazón a un vecino que tenía fama de tener "gracia", confesándole todo lo que había ocurrido aquella fatídica noche en el camino de su hacienda, sin omitir detalle.

El tío Antonio, curandero, a pesar de curar muchos males con oraciones, no creía en espíritus nocturnos y en presencia de los dueños de la casa, que veían ya fantasmas en la misma sopa del cocido de "fasegures dolçs" (suculento manjar dominguero de la zona), revisó con detenimiento la cambra. En efecto, todo había sido una falsa alarma, limitándose a unas simples ratas que se introducían en unas calabazas, meneándolas de un lado para otro, ruído que tenía en vilo a la familia de labradores.

Vuelta la tranquilidad al hogar rural, pasaron algunos años. Frasquito enterró a sus padres y se casó con la muchacha de Gata, teniendo varios hijos que conforme fueron creciendo iban ayudando en las faenas de la tierra. A pesar de todo, el hombre siempre mantuvo el secreto de aquel zambombazo en la noche que tumbó al fantasma, pero, a veces, su congoja se acrecentaba, pensando en que, injustamente, sin un motivo justificado, había sesgado la vida a un semejante.

Hasta que, un buen día, de la manera más sorprendente, halló la paz para su espíritu. Ocurrió una mañana de primavera, en Jávea, a donde había ido a adquirir semillas y la dulce mistela de la Marina, rosada, producto de la uva moscatel, que allí tan bien elaboraban. Hallándose en la taberna, en compañía de unos amigos, se le acercó un hombre de edad un poco mayor que él, diciéndole apenas estuvo a su vera:
- ¡De vosté sempre me´n recorde jo!

El tío Frasquito vio al hombre con curiosidad, sin acertar a comprender, pues no le conocía. Aquél, al ver la sorpresa reflejada en su rostro, prosiguió:
Faça memoria, que una nit quasi em mata d´una escopetada prop de sa casa!
Vosté!-
balbuceó el labrador.

Los dos hombres se fundieron en un fraternal abrazo, humedeciéndosele a ambos sus curtidas mejillas.
Nuestro protagonista murió algunos años después de este encuentro. Más, antes, regocijado de la buena nueva, relató a su mujer y a sus hijos, con todo el detalle, el lance que había protagonizado aquella lejana y nunca olvidada jornada, al regreso de Gata de Gorgos, tras festear con la que después sería su compañera hasta el resto de sus días.

Pero lo que nunca sabría el tío Frasquito, fue el motivo por el cual el fantasma se había aposentado cerca de su casa aquella noche, vigilando los ires y venires del mozo. De haberlo sabido, ni le hubiera abrazado ni se habría casado con la "fadrina" de Gata.

Texto de la serie "Cosas de fantasmas, duendes y brujas" publicada en el Diario Información durante 1986, con dibujos de Remigio Soler y textos de Francisco G. Seijo Alonso.

 
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