17 mayo 2008

LOS CERDETS DE RELLEU

Antes, para ir a Relleu desde Aguas de Busot, suponía una aventura, curveando por un camino estrecho, pedregoso y polvoriento, por cuyo motivo no fue pueblo frecuentado por aquellos que deseaban conocer las bellezas provinciales. Hoy el panorama ha cambiado totalmente, puesto que lo mismo por esa ruta, como enfilando hacia la montaña desde Villajoyosa, una cinta azul, aunque eso sí, asimismo serpenteante, nos adentra en un paisaje muy bello, colmado de frutales, pinares y antiguas masías diseminadas todo a lo largo de un amplísimo valle.

Relleu, como todos los pueblos de la montaña, conserva las ruinas de lo que antiguamente fue un importante castillo. El pueblo está situado en una costanera impresionante, bajando las calles, pinas, hasta el barranco que recoge las aguas de las montañas circundantes. En una placita de pequeñas dimensiones, se levanta airosa la iglesia; en torno, algunos bares sirven de esparcimiento. También, una carnicería en la que preparan unas "botifarras amb ceba" caseras, de primerísima categoría.

En todo el término municipal de Relleu, aún quedan algunas masías habitadas; otras, en cambio, ya no lo están, sirviendo tan sólo para descanso en los fines de semana o en la recolección de la cosecha. Entre masía y masía, a veces las distancias son considerables y las gentes no eran partidarias de andar por los caminos apenas anochecía, puesto que las "musserotas" y los "cerdets" suponían siempre un peligro para el viandante. Sin embargo, como algunas fincas estaban alejadas, no siempre era posible llegar a las viviendas antes de anochecer y si la luna no lucía en lo alto, los peligros se acrecentaban.

Un mal día, el tío Tono regresaba a lomos de su burro por el camino que, partiendo de Relleu, lleva a Sella, a través del cuenco que en ligera pendiente vierte sus aguas en el antiguo pantano situado a la entrada del barranco del Infierno, donde aún hoy millares de palomos silvestres y algunas águilas reales, campan a sus anchas. A fin de cuentas, aunque el buen hombre estaba ya curtido por todos los avatares de un prolongado laboreo, cuando la noche le sorprendía en el camino, todavía daba crédito al alarmismo o bulos que se propagaban por la contornada, acariciando al tiempo la faca que llevaba preparada par auna emergencia.

Aquella noche, a la vez que fustigaba la bestia, recordaba con meridiana claridad las historias que al calor del llar, en las crudas noches del invierno, contaban sus abuelos y sus padres, como la de aquel muchacho que festeaba en Sella y al regreso le ocurrió un percance que le costó la vida. En el camino, se le desprendió la faja, con su hebilla y la bolsa en la que guardaba unas pocas monedas, golpeándole en una pierna. Entonces, creyéndose que era un "cerdet" que le había hincado los dientes en el pantalón, comenzó a correr desesperado. Más la aparición iba a su aire, dándole trompicones en ambas piernas. Al llegar a la masía, penetró en ella como una tromba, asustando a la madre que acudió prontamente, temiendo lo peor.
-Vicent, xicons, ¿què passa?
-¡Que venen darrere mare!
-¡Darrere no ve ningú!

Del susto, a los pocos días, Vicente se murió, siendo transportado a lomos de una caballería hasta el camposanto de Relleu, acompañado de una turba impresionante de ploraneras, donde recibió sepultura. Sobre este aspecto diremos que asistir en Relleu al "velatori" y entierro de un muerto, es todo un espectáculo digno de estudio.
En cuanto al hecho ocurrido al muchacho, nos recuerda mucho a otro acaecido en una comarca de la península, en la noche de un gélido invierno, si bien aquella era una cuerda, colgando del haz de leña que llevaba el cuitado sobre sus espaldas, la que motivó, asimismo, que del susto saliera de la casa, al día siguiente, con los pies por delante, bien empacado en un cajón de pino, camino de la morada eterna.


Siguiendo con el relato, con aquellos pensamientos ominosos, el tío Tono no las tenía todas consigo, a pesar de que, por suerte, aquella noche la luna dejaba ver en su totalidad la silueta del Puig Campana, allá al fondo, y la masía estaba ya muy cerca.
Mas, de pronto corroborando los presagios, el buen hombre sintió un golpe seco en el lomo de la caballería, tras de sí, acompañado de un gruñido sordo "¡currú, currú...!" que le dejó sin respiración, creyendo estar soñando.

Intuitivamente, con la mano derecha palpó a sus espaldas, hallando algo así como el cuerpo de un animal peludo que seguía gruñendo "¡currú, currú...!" .
Al tantear la cabeza del "cerdet", tan temido por todos los lugareños, fue palpando hasta llegar a los dientes. Entonces, trémulo -sabía por oídas cómo debía obrar casos semejantes- alabó las cualidades de la diabólica aparición, de esta manera:
-Ah, ¡què boniquet, ja tè dentetes!
Pensando que, con la oratoria, el animal desaparecería al instante, cual no sería la sorpresa y el pánico que le entró al viejo, cuando aquél, con sonido humano, le contestó:
-¡I queixalets també!
Los colmillos de la nocturna aparición colmaron el vaso. Con el pánico, fue tal la tamborinada que pegó el hombre, que su burro, asustado, lo lanzó al suelo sin miramientos, quedando el viejo tirado y maltrecho en el camino, pero no hasta el punto en que, en su estrabismo, no viera a dos de aquellos duendes con figura de cerdos sobre la caballería menor, al tiempo que levantándose raudo, corrió sin parar a través de los bancales, llegando a su casa sudoroso y jadeante, antes que si caminara a lomos del desagradecido animal que con tanto mimo cuidaba a diario.

Ya en el interior de la masía, se sentó junto al fuego, silencioso, sin decir una palabra de lo sucedido, temeroso de que la "dona" y sus hijos, a pesar de los edemas que quedaron bien visibles en su cuerpo, lo tomaran a broma, después de haber él baladronado tantas veces que aquellas apariciones nocturnas eran "bogerías" de las gentes.

El pobre viejo no se murió del susto, pero la verdad es que nunca más volvió a caminar sol, de noche, por los caminos de Relleu, alegando que, debido a su edad, la vista le había menguado considerablemente.
El hecho se supo muchos años después, cuando ya el tío Tono no estaba para trotes mayores. Entonces, siguiendo la tradición de sus antepasados, en las largas noches del invierno montaraz, iba relatando a sus nietos las diabluras que los "cerdets" hacían a los habitantes del valle, sin omitir la que sintió en su propia carne en la fatídica noche en que aquellos dos duendes le abordaron tan groseramente.

Texto de la serie "Cosas de fantasmas, duendes y brujas" publicada en el Diario Información durante 1986, con dibujos de Remigio Soler y textos de Francisco G. Seijo Alonso.

 
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