Trescientos muertos son muchos muertos.
Entre ellos los había de ambos sexos, de todas las edades y, seguramente, de todos los colores políticos.
Todos los alicantinos, absolutamente todos (incluidos los que quieren que olvidemos), se podrían identificar con alguno de ellos.
Así pues, nos representan a todos, son los muertos de todos, nuestros muertos.
Y no comprendo por qué desidia, por qué lamentable menfotismo, o por qué indignante mala fe, después de treinta años de Democracia, esa plaza todavía no se llama Plaza del 25 de Mayo, ni tiene en su centro un monumento digno y solemne en su memoria.
Me entristece mucho pensar en todos esos supervivientes del bombardeo y deudos de las víctimas que se han ido muriendo de viejos sin tener la satisfacción de ver honrados a sus muertos.
Siento mucho que este año, setenta aniversario de la tragedia, todavía no se haya corregido esta vergonzosa falta, y que Alicante todavía no pueda al fin recuperar su dignidad.
Para ello, además de erigir este ansiado monumento, nuestra ciudad debería también honrar al capitán Dickson, del Stambrook, y a los últimos republicanos del puerto y el Campo de los Almendros, y a tantos encarcelados, fusilados y humillados a los que todavía no se les ha resarcido.
Y tendrá que reponerse el monumento a los Mártires de la Libertad.
Sólo entonces ser alicantino nos podrá llenar de sereno orgullo.
Pero hay gente en esta ciudad, gente que ostenta puestos de alta responsabilidad política, que cree, o quiere hacernos creer, que “Per a ser bon alacantí, deus de ser herculá, foguerer y en Santa Faz, peregrí”, como dijo no sé quien…
Y asistir a regatas y demás jolgorios, y pasear por un Alicante donde la mayoría de los monumentos no conmemoran nada, ni significan nada, como no sean homenajes al mal gusto, mientras cerramos los ojos a los desaguisados urbanísticos y a la destrucción de nuestras ya escasas señas de identidad.
¿Por qué no quieren recuperar la memoria histórica?
¿Qué clase de mala conciencia se lo impide?
Nosotros lo sabemos y ellos también.
Miguel Ángel Pérez Oca