22 julio 2008

EL YATE PAPAL Y LA PATERA

Llámenme demagogo si quieren, pero viendo la entrada de su santidad Benedicto XVI en el puerto de Sydney a bordo de un lujosísimo yate, no pude evitar recordar la estampa de las últimas pateras llenas de niños muertos.
Me pregunto cuánto habrá costado el viaje del Papa a Australia, incluidos los desplazamientos de tantos jóvenes de todo el mundo - los pague quien los pague - hasta nuestros antípodas para celebrar esa reunión universal de la juventud católica. Y me pregunto también cuántos niños seguirían viviendo si todo ese dinero, en lugar de gastarse en un inmenso jolgorio religioso se hubiera enviado al Tercer Mundo para ayudar a las familias sumidas en la pobreza.
Ya, ya sé que duele, que ofende, que no es políticamente correcto decir estas cosas, y que cada uno hace lo que quiere con su dinero. El gobierno australiano, cuyo presidente ha pronunciado hace poco un discurso ferozmente xenófobo contra los musulmanes residentes en su país, invitándoles a marcharse, es muy dueño de gastarse unos cuantos cientos de millones de euros en este viaje propagandístico de otra religión que tampoco es la anglicana. Los padres de los jóvenes españoles, la mayoría pertenecientes a la ultra conservadora organización de los “kilos”, protegida del cardenal Rouco, también son dueños de pagar el viaje de sus hijos; si es que lo han pagado ellos.
Me parece muy bien.
Pero me choca que una organización como la Iglesia Católica, que se opone al aborto y a la muerte indolora en defensa de su particular concepto de la vida, no se preocupe más de las vidas de unos niños que ya están en este mundo porque sus madres no abortaron y que viajan con ellas en busca de un paraíso donde se derrocha el dinero. Si los padres de esos niños recibieran de nuestro mundo una mínima ayuda para vivir decentemente, no se subirían a la patera a jugarse la vida.
Ya sé que soy un demagogo y que me escandalizo por el chocolate del loro. Porque no sólo la Iglesia tira el dinero en fiestas, también podríamos hablar de los derroches de nuestros jolgorios paganos, de nuestros gastos particulares en tonterías innecesarias y demás; en un sistema diabólico en el que si no consumimos hasta reventar viene la crisis económica y los jóvenes, siempre los pobres jóvenes, los jóvenes pobres, se quedan sin trabajo.
Pues nada, a Dios rogando y con el mazo dando. A Australia a pasarlo pipa rezando con el Papa, y a los pobres niños de la patera pues… pobrecitos, se reza también por ellos y ya está.
No se crean que a mi no me remuerde la conciencia. Yo me gasto un dinerito en la comida de mis gatos, de vez en cuando me voy con la familia a darme una comilona que aumenta mis niveles de colesterol, y viajo por ahí, y me compro ropa y libros, y tengo un buen coche y una buena casa. Yo también soy culpable, y ustedes y los que no se enteran. Todos somos culpables; pero al menos no hacemos ostentación de Fe, Esperanza y Caridad, sobre todo eso: Caridad. Lo cual no nos hace mejores, pero si más lúcidos y sinceros. Y, sobre todo, no intentamos imponer nuestra moral y nuestra fe a los demás.
Porque, ¿cómo es posible que la Iglesia Católica pretenda ser la guía espiritual de Europa y del Mundo, con el pasado que tiene? Pío XII bendiciendo los cañones italianos que iban a Abisinia, los obispos españoles saludando a Franco brazo en alto, los cardenales alemanes mirando para otro lado sin decir ni pío del holocausto… Afortunadamente, hay ejemplos de lo contrario, y así tenemos al padre Las Casas denunciando los abusos en las Indias, a los buenos misioneros jesuitas de Paraguay, a monseñor Romero asesinado por los paramilitares en Centro America por defender a los pobres. Pero esos santos ingénuos nunca representaron a la jerarquía católica, sino más bien fueron personajes molestos, ignorados o ninguneados por ella y despreciados por los poderes públicos.
Los jefes de la Iglesia Católica deberían recapacitar sobre los efectos negativos de una propaganda demasiado ostentosa. Porque el despilfarro nunca ha sido un buen ejemplo.

Miguel Ángel Pérez Oca

 
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