26 octubre 2008

LA CANDELARIA

Con la "Candelaria" ha desaparecido una gran festividad de invierno, central en la vida de los pueblos del Mediterráneo.
Se trata, en efecto, de uno de los ritos familiares milagrosamente conservados hasta nuestros días, cuya antigüedad se pierde en la lejanía de los tiempos. El bautismo con aguas es más reciente, y no se encuentra en todas las culturas. La ceremonia nupcial tampoco es únánime. Y el rito mortuorio, a veces, fue de enterramiento y otras de cremación.
Sin embargo, la purificación tuvo un gran arraigo y unanimidad en la formulación del ritual en todo el Mediterraneo.

Antiguamente se tenía la creencia de que el parto, al igual que la regla de la mujer o la eyaculación masculina, implicaba un pérdida de vitalidad para el individuo. Por ello, a través de ciertos ritos se debía restablecer su integridad. Como la fecundidad y la reproducción tuvo siempre un carcater religioso, se pensó que dicha "recuperación de energías" se tenía que hacer también ante Dios, en los templos.
Nadie mejor que él para restituirla.
El método empleado, fue la purificiación. Dios, mediante ella, volvía a insuflar la vitalidad perdida.
Era obvio que la clase eclesiástica aprovechaba económicamente tan dichoso como frecuente acontecimiento
.Desde antaño, quiso sacar beneficio e impuso la obligación de ofrecer al templo dos tórtolas, una para el sacrificio divino y otra para los sacerdotes oficiantes.

Costumbre fue en los pueblos alicantinos de época medieval que las mujeres que habían parido después de Navidad, realizaran la purificación.
Las familias ricas ofrecían un cordero y las pobres dos tórtolas o dos palomos. Según la Iglesia, la madre de Dios había ofrecido dos palomos, pues fue muy pobre; de ahí que existiera la costumbre familiar de comer palomos el día de la Candelaria como prueba de respeto y amor a la Virgen María.
La iglesia recibía los palomos, pero a su vez ofrecía las fieles candelas encendidas, para significar que mediante el fuego sagrado de la candela todo había sido purificado. A las autoridades les tocaban las más gruesas, de cera blanca y adornadas con cintas metálicas en espiral. Las parroquias hacían un presente de candelas a los que daban habitualmente limosnas a la iglesia. Enviaban al monaguillo con cuatro candelas: blanca (para la procesión), amarilla (para funerales) y una verde y otra roja (para tempestades y rayos).

Pronto se hizo cargo el ayuntamiento de tal dispendio.
Durante el siglo XIX se repartían tres. La chiquillería se arremolinaba junto al altar para ser los primeros, armándose mucho jaleo, algo impropio. A veces, los hombres la recibían ordenadamente, pero cuando accedían las mujeres, el desconcierto y los empujones acaban por irritar al cero que las tiraban al aire, cual confeti.
En la montaña alicantina, una candela encendida haciendo cruces detrás de la ventana, alejeaba las temidas tempestas. Y para esquivar a las brujas, la salud de un enferomo o preservar el ganado de alimañas, era infalible.
Con la modernidad y el positivismo científico, poco a poco, la festividad dejó de celebrarse.
Por eso la llama el refran: "Festa de ganyó, que els uns la fan i els altres no".

Fuente: Juan Luis Román del Cerro

 
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