Con la llegada de la nieve, la calma y el sosiego de los pueblos de la montaña de Alicante se ve interrumpida por cientos de visitantes.
Empieza a nevar en la cumbre de la Aitana, pero poco a poco la cota de nieve desciende hasta alcanzar los 562 m. de Alcoy. Los tejados morunos de los pueblos quedan teñidos del deslumbrante manto blanco, por las calles solo pululan los gatos callejeros y entre el silencio sepulcral se escucha algún que otro pino que se viene abajo por el peso de la nieve. Es justo en este instante, cuando las chimeneas funcionan a pleno rendimiento, dejando confundir su humo con la niebla que envuelve los pueblos.
Llega el domingo, bajo el gélido día, son muchos “forasters” los que se aventuran a visitar la montaña en busca del esparcimiento que la ciudad no ofrece. Son las dos de la tarde, el bar se encuentra abarrotado, los camareros no dan abasto, frente a los visitantes que desean degustar las comidas tradicionales. Con la caída de la tarde, las carreteras de la montaña se convierten en un desfiladero de coches, que como hormigas van en búsqueda de su hogar.
Una vez más, la montaña se vuelve a quedar solitaria, esperando las próximas nieves que ocasionarán el “efecto reclamo” del futuro visitante.
ENRIQUE BROTONS ALONSO