8 de septiembre de 1968.
Hace tres días que he cumplido los ocho años. Mi hermano pequeño, que está a mi lado, hace diez días que ha cumplido los dos.
Estamos apurando los últimos días de las vacaciones que se acaban en menos de una semana. Mi padre nos fotografía en la terraza del apartamento que tenemos en la primera fase de Benacantil. Al fondo se puede ver lo que era hace cuarenta años la playa de San Juan. La Chicharra, el complejo Vistahermosa y poco más. Campos y más campos con la Serra Grossa al fondo.
El inmenso patio de mis juegos de niñez en donde las bicicletas sí eran para el verano y en chanclas y un pantalón corto volábamos en todas direcciones como palomas sin rumbo. Cabañas, olivos y algarrobos a los que trepar, una piscina, un puñado de buenos e inseparables amigos y todo un verano por delante para apurarlo hasta las heces.
Quien no haya acabado un verano negro como un tizón, sucio como un salvaje y con raspones y mataduras hasta detrás de las orejas no sabe lo que es un “estiu alacantí”.
Quien no haya acabado un verano negro como un tizón, sucio como un salvaje y con raspones y mataduras hasta detrás de las orejas no sabe lo que es un “estiu alacantí”.
ÁLVARO GARCÍA SIRVENT