15 junio 2009

LA FIESTA DE LA CEREZA


Los pueblos de las culturas antiguas nos han enseñado tanto que nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestras fiestas, tienen su semilla.

Con el cultivo de los campos, con la recolección, llegaba la cosecha. Para celebrar la recogida de los frutos organizaban una fiesta en la que se reunían todos los vecinos para dar gracias a los Dioses paganos, al Dios de la iglesia Católica después, también a la buena suerte. Compartían sus inquietudes, sus esfuerzos y su ilusión por finalizar el ciclo y empezar otro. Porque la cosecha no era, no es, el final. También era, es, el principio, otra semilla. Y vuelta a empezar.
                                                  

Visitamos el valle de las cerezas de la Montaña de Alicante. Vall de  Gallinera. Municipio situado en la Comarca de la Marina Alta, al noreste de la provincia de Alicante, en un valle por donde corre el río Gallinera, rodeado por la Sierra Almirante, la de Albureca y la de Foradada. Este municipio lo componen ocho poblaciones:  Benirrama, Benialí, Benissivá, Benitaia, La Carroja, Alpatró, Llombai y Benissili. Todos ellos tienen su origen en unas alquerías moriscas. Con un sólo Ayuntamiento ó Consell, en Benialí. En esta población se celebró el pasado fin de semana la IX Feria de la Cereza 2009 durante los días 13 y 14 de junio.


Con un sol de justicia y un calor sofocante, del sábado, dejamos  por la izquierda una estrecha carretera que asciende en busca de Benirrama. Llegamos a un pueblo que nos da la bienvenida con una pancarta anunciadora de la fiesta de la cereza. Recorremos las calles de Benialí, admirando y degustando los productos de la tierra que nos ofrecen desde unos puestos. Como si de un mercadillo al aire libre se tratara. Y entre ellos, no podían faltar las protagonistas: las cerezas. Puri  nos da a probar unas cerezas rojas, brillantes, como de cuento. Pero son de verdad. Dulces, sabrosas. Grandes y pequeñas. Compramos un pequeño cajón para llevarnos a casa. Pero hay más. Miel natural, embutido, empanada de bacalao, empanada de carne, pan redondo de pueblo, bebidas de herberos de la montaña, vino embotellado de la tierra, cerámica, collares, pulseras, pendientes, …, con la música de la charamita y el tambor.
                               


El frescor de una fuente con grandes caños, por donde sale el agua veloz, humedece el caluroso ambiente. Junto a la fuente, un pequeño embalse y antiguo lavadero. Unos niños tienen sus piernas a remojo jugando con el agua. Un pequeño oasis donde bebemos una cerveza fresca de importación, según presentación que nos ha hecho Juan desde uno de los puestos. Recuperamos las fuerzas. Sin darnos cuenta llegamos a la plaza de la Iglesia, que más que plaza es una calle ancha. Caminamos por calles estrechas, apiñadas las casas, unas con otras, alrededor de la iglesia. Escalones altos, cuestas empinadas y algunas pinceladas de colores en las fachadas. Geranios. Buganvillas. Claveles.
                                          


 
 

El siguiente pueblo, Benissivá, es quien nos hace de anfitrión para la comida, quien nos da cobijo frente al calor. Ta Casa es el restaurante que nos acoge. Con unas entradas, donde destacan las croquetas de bacalao, disfrutamos de las buenas maneras de la cocina de Mila (Milagros) con un memorable arroz al horno. Al terminar, no queda grano en la olla de barro. Nos hubiera gustado alargar la tertulia pero nuestros hijos están impacientes por salir a la calle, corretear, dar rienda suelta a sus ansias de libertad. Como caballos desbocados salen a la calle. No saben lo que les espera. Una bocanada de aire ardiendo entra por la puerta, antesala del calor del exterior. Callejeamos por la sombra de las callecitas del pueblo. Unas telas cuelgan de las paredes, a modo de toldos, para refrescar la calle. Arriba, en la sierra, la foradada, un espacio arqueado en la roca por donde se cuela el sol en marzo y octubre de cada año. La ya famosa Alineación solar del Vall de Gallinera, narrado en este blog.

Benissivá

 
  
 
                    
Seguimos recorriendo el valle. En el camino nos encontramos con La Carroja. Más caserío que pueblo, por lo pequeño de sus dimensiones. Junto a la carretera, un rumor de agua que corre. Junto a la carretera, un caño con agua abundante que se recoge en una balsa. Agua fresca y cristalina que inunda mis oídos, que refresca mi mirada.
                                   

La Carroja

 
 

Por la carretera sale a nuestro encuentro Alpatró, la segunda población más poblada de este valle, junto a Benialí. Otra vez las casas se apilan alrededor de la iglesia. Se abrazan entre ellas, se juntan dejando paso a pequeños callejones tranquilos, silenciosos y limpios. Otra vez, un rumor del agua de una fuente. Pero esta vez, la fuente es señorial, elegante, sin balsa ni lavadero. Una fuente distinta, con dos caños que dejan correr el agua con suavidad por unos orificios pequeños. Continuamos por el valle rodeados de árboles frondosos. Pinos. Arboles frutales. Olmos. Un manto verde que embriaga la vista y hace olvidar la dureza de la vida de esta tierra. Las casitas de Benissilí se pierden por la montaña mientras las que quedan en pie de Llombai luchan por existir, por salir de su abandono, por recuperar su protagonismo. Calles por donde se vuelvan a oír las risas de los niños cuando juegan con la pelota, las palabras largas de los ancianos del lugar contando sus experiencias y los sueños ambiciosos de los más jóvenes.

En un valle cuyas poblaciones luchan por su subsistencia, por aunar esfuerzos para atraer la atención del caminante, del escritor, del senderista, del artista, del filósofo, del turista y del emprendedor. Un valle como lugar de encuentro para vivir de otra manera, sin prisas, disfrutando de los productos de la tierra, de la hospitalidad de sus gentes. En Vall de Gallinera.

 Alpatró

 
 

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