18 junio 2009

LA TERRETA EN FESTES

 
Foguera de Benalúa, en 1928
                
Las utilidades de la fiesta.
Los días en rojo alborozan el calendario de los vecinos, y animan los estudios de antropología cultural. La fiesta conmemora una figura o un símbolo de un sistema de valores, del que participa más o menos toda una comunidad. Se persuade a los díscolos a ingresar en el círculo mágico. Tal didáctica se vigoriza promocionando actividades económicas, que espolean la afluencia de personas y el comercio. El buen negocio redunda en la fastuosidad de la celebración y en la buena imagen de la ciudad, ganando prestigio ante otras localidades rivales. En sus mejores horas la Fiesta se erige en la personificación de su genio.
Muchos creen que se ahonda en el alma alicantina gracias a sus emblemáticas Fogueres. Nuestra celebración del solsticio de verano dice bastante de nosotros, pero su moderna configuración arranca de 1928. ¿Qué fiestas expresaban antes el sentir alicantino?
                                            
Santo Tomás
                                  
Las primeras menciones.
Tras ser ganada al Islam, Alicante adoptó el ciclo santoral y soteriológico de la Pascua del cristianismo. Las ordenanzas municipales consignaron en 1459 las fiestas de Santo Tomás (21 de diciembre), Vigilia de la Pascua de Pentecostés y San Miguel (29 de septiembre). En tales jornadas se escogían los principales oficiales del municipio. Evocando su famosa duda y sus prevenciones, bajo los auspicios de Santo Tomás se elegía el Justicia, el principal oficial. Sus auxiliares más destacados, los jurados, lo eran por Pentecostés, primaveral jornada consagrada por la caballería europea para sus justas. En San Miguel, en tiempo de vendimia, se escogía el almotacén o el supervisor del buen funcionamiento del mercado.
En 1600 hubo modificaciones. La habilitación de candidatos a los oficios se dispuso en la Pascua de Resurrección, rememorando el inicio del año por el cómputo de la Encarnación (25 de marzo), vigente en la Corona de Aragón hasta 1350. A la elección del Justicia se añadieron por Santo Tomás la del clavario, el obrero, el muñidor y los consejeros. El 24 de agosto, festividad de San Bartolomé, se avanzaba la del almotacén. En San Andrés (30 de noviembre) se estableció el alarde o muestra de los caballos de los munícipes, obligados a mantener montura por el ejercicio de sus cargos. Este día sobresalía en el calendario de importantes localidades de la Corona de Aragón, instituyendo Jaime I en 1274 la elección del Consell de Cent barcelonés.
La asociación entre elecciones y festividades se explicaba por la pretensión de regocijo popular ante la proclamación de la autoridad. Tras enarbolar el pendón municipal, se proclamaba al nuevo electo solemnemente a caballo a través de un itinerario urbano. Se convocaba a las cofradías de oficios y a las gentes del común a las demostraciones de alegría, que se traducían en el adorno e iluminación de calles y edificios.
                        
Santa Faz
                                                       
Un cristianismo municipalista.
El municipio alicantino impulsó con decisión los usos cristianos desde antes del inicio del Cisma de Occidente a la Contrarreforma. Contribuyó a la construcción de templos, enriqueció el culto, adquirió reliquias, impulsó la predicación, dotó comunidades religiosas, reclamó instituciones eclesiásticas locales, y celebró con pompa las grandes fechas del calendario cristiano. Las personas de una sociedad con graves deficiencias de alfabetización y muy atentas al gesto interiorizarían mejor el mensaje religioso gracias a la didáctica festiva. En todo momento adaptó un pensamiento ecuménico a nuestras condiciones locales, cooperando con gran acierto las órdenes de predicadores, inspirando rondalles en las que Jesucristo y San Pedro predicaban por los lugares de nuestra Huerta. La millor terreta del món se sacralizaba. 
No se dudó en acuñar nuevas fiestas locales. En 1489 la del Milagro de la Santa Faz (17 de marzo) ante el despegue de nuestra Huerta. En 1530 se buscó la protección contra la peste de San Roque (16 de agosto). En 1602 se consagró la del Milagro de Santa María acaecido el 31 de agosto de 1484. En 1617 se aprobó la de San Blas (3 de febrero) ante la intensa epidemia de garrotillo que asolaba Alicante desde el año anterior. Tal santo salvaguardaba de las dolencias de garganta y cuello como patrono de los mozos de cuerda, embastadores, pregoneros y músicos, bendiciéndose al efecto alimentos como sardinas e higos secos. Los campesinos vendían huevos y otros productos de volatería para mejorar se economía doméstica durante el invierno. Este sería el origen de los porrats o pequeñas ferias en honor de un santo, como la de San Antón (17 de enero). Se votó en 1632 la de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), erigiéndose Alicante en la segunda ciudad española tras Sevilla que la proclamaba. Ante los renovados embates de la peste negra, en 1648 fue consagrada la Virgen del Remedio patrona de Alicante, celebrándose el tercer domingo de agosto.
En las ordenanzas de 1669 se mencionaron trenzadas tres clases de festividades: las santorales, las marianas y las soteriológicas. San Sebastián (20 de enero) principiaba las primeras, erigiéndose en protector contra la peste desde el siglo XV en diversas localidades europeas. San Vicente Ferrer, conmemorado el primer lunes después de Pascua de Resurrección, ya gozaba de predicamento en nuestro término, como acreditaba la ermita de la partida del Raspeig. El culto a sus milagros, presente en algunas rondalles alicantinas, data de 1461 en la ciudad de Valencia. El 10 de mayo se celebraba la festividad de San Pons, un mártir paleocristiano del siglo III que protegía de los estragos de la langosta, especialmente destructiva para los cultivos de nuestros parajes por aquellos días, una situación que guarda puntos de contacto con lo que actualmente acontece en el África Saheliana. El 10 de julio se consagraba a otra beata paleocristiana, Santa Felicitas, una viuda romana que cobijaba bajo su manto a siete criaturas. Su urna se veneraba en la Colegial de San Nicolás. San Abdón y San Senén (el 30 de julio) protegían las labores del agro, siendo muy apreciados por las gentes de la Huerta. El 3 de septiembre San Gregorio Ostiense era celebrado como patrono contra los males intestinales. El 4 de octubre se rendía culto a San Francisco de Asís, el gran patrón de los caminantes que tantas leyendas inspiró a las gentes de mar de las Españas. Curiosamente no encontramos referencias a San Juan, San Pedro o San Nicolás, el patrón de Alicante y de una antigua cofradía de la ciudad, cuyos estatutos fueron confirmados por Martín el Humano en 1402. Pese a ello, el santoral apuntado evidencia un acusado influjo del cabildo de San Nicolás en los santos paleocristianos, de las órdenes de dominicos y franciscanos en el culto a San Vicente Ferrer y San Francisco, y de las fuerzas rectoras alicantinas de la agricultura y del comercio, inquietas por el flagelo de las epidemias.
En honor a la Virgen María se celebraban, además de las citadas, las festividades de la Asunción (15 de agosto) y del Patrocinio, protectora de los escolanets, el segundo domingo de noviembre. La devoción gótica por la Mare de Déu en nuestras tierras se intensificó con la Contrarreforma ante las censuras protestantes a su autoridad celestial. La Navidad, la Cuaresma, la Semana Santa, la Pascua de Resurrección, la de Pentecostés, el Corpus y su Octava jalonaban el ciclo soteriológico. De gran fastuosidad resultó la conmemoración del Centenario del título de Colegial de San Nicolás (1700), tipo de celebración que el deán Bendicho hubiera considerado propia de antiguos romanos (muy amantes de festejar la fundación de su ciudad), y que en cierta medida seguía la estela del valenciano 9 d´octubre, cuyo cuarto centenario se celebró con gran pompa en 1638, tal y como consignó dos años después Marc Antoni Ortí.
                                   
Moros y Cristianos en 1923
                         

Los elementos de la fiesta.
Su programa de actos se estructuraba concienzudamente. A veces se imprimía para noticiar su esplendor. Su inspiración religiosa se sustanciaba en la celebración de misas, gran dispendio de libras de cera, sermones y procesiones, transitando por un itinerario ciudadano muy bien delimitado. Tras el descenso ceremonial del Pendón municipal, los concurrentes salían de las Casas Consistoriales en dirección a San Nicolás por la Calle Mayor durante el Corpus. La Plaza del Mar congregaba a las cofradías de oficios, y servía para celebrar las populares corridas de toros ocasionalmente y los entrañables combates de Moros y Cristianos en el siglo XVIII. En las fiestas de la proclamación de Luis I (1724) el itinerario discurrió desde el ayuntamiento hacia la Calle del Muelle, la Plaza de Ramiro, la Plaza del Mar, el Pórtico de Ansaldo, la Calle Mayor, y la residencia del gobernador, retornando al consistorio. En la Plaza de las Barcas se reunieron esta vez las cofradías. Con toda razón las calles y los edificios se enlucían para la ocasión, ornándose e iluminándose. Las muestras de arquitectura efímera como un entarimado, muy del gusto del Barroco, servían para resaltar un rincón deseado. Los fuegos artificiales daban vistosidad a la noche. En el Centenario de la Colegial (1700) se dispuso una máquina de fuegos en la cúpula de San Nicolás y otra en la mar frente a la Plaza de Elche.
    La concurrencia de las cofradías de oficios era fundamental para la celebración. De carácter asistencial y profesional, bajo la intercesión de un santo patrono, estaban regidas por mayorales, clavarios y consejeros de elección anual. Contaban con pendones propios de seda, de gran vistosidad en los desfiles festivos. En 1724 se registraron las cofradías de escribanos y procuradores, corregeros, blanqueros, curtidores, paleros, canteros, albañiles, herreros, cordoneros, zapateros, carpinteros, sarrieros, cordeleros de cáñamo, alpargateros, toneleros, pescadores y sastres, aportando cada una un carro alegórico sobre las cualidades de la monarquía en las salidas festivas de la proclamación de Luis I. Estos carros se asemejaban a las rocas o carruajes alegórico-religiosos del Corpus. Disponían de artefactos mecánicos, esculturas figuradas de animales, aves, personas actuando y sencillas poesías que explicaban su significado. Casi un precedente de ciertas escenas de nuestros monumentos foguerils.
De esta importante fecha de nuestro calendario festivo eran indisociables las figuras els gegants, els nans, el drac y la tarasca, guardadas por un custodio que recibía anualmente 40 libras en 1669. Flores i Abat apunta la procedencia castellana de nans i gegants, resultando al parecer Alicante la primera localidad valenciana que los adoptó para las danzas del Corpus, pues en 1439 nuestro municipio los cedió ocasionalmente a Orihuela, apareciendo en la ciudad de Valencia en 1589. Su indumentaria se fue adaptando a los gustos y a las modas de la época, en particular durante el siglo XVIII. El drac y su esposa la tarasca acompañaban a la Moma en una popular danza que representaba el eterno combate entre el bien y el mal. La tarasca, también conocida como la cucafera en nuestras tierras, era una serpiente monstruosa de madera que se desplazaba sobre ruedas, alojándose en su interior varios hombres que alargaban su cuello y articulaban su cabeza, disparando por la boca cohetes que espantaban a la chiquillería. El gusto por la pólvora, con las salvas de arcabucería de sus gentes y de la artillería del castillo y de los baluartes, alegraba la fiesta de la Terreta, en una época en la que Alicante era una importante plaza militar.
Ya en aquel tiempo la música, la danza y la confitura endulzaban nuestros días de celebración. Además de los serios músicos de cámara de la Colegial, los populares dolçainers ponían sus notas en la concurrida calle. El favor de la dulzaina se extendió más allá de tierras valencianas, ganando las tierras castellanas. En el Corpus se bailaban las danzas de los momos y del paloteado a cargo de ocho bailarines cada una. La primera databa del siglo XIV, representando sus diabólicas figuras los siete pecados capitales y la virtud en el XVII. El paloteado o danza de los bastones suponía la integración de elementos rurales valencianos en el Corpus, difundiéndose hasta Andalucía. Con motivo del Corpus y de la Asunción las autoridades locales se autogratificaban con dos libras de confitura por cabeza. En Navidad nuestros turrones servían de embajadores de la gastronomía y de las causas alicantinas ante la corte virreinal de Valencia y la real de Madrid a fines del XVII.
                                      
Felipe V
                     
La intervención real en nuestras fiestas.
A raíz de la abolición de los Fueros valencianos en 1707, la monarquía intensificó su papel dirigente en los municipios de todo nuestro reino. En 1709 se designó el primer consistorio por nombramiento regio, prescindiendo de los anteriores procedimientos electorales. Los cambios afectaron la política de fiestas inevitablemente.
Muy llamativas resultaron las fiestas regias, ya celebradas en nuestra ciudad en época foral. En el Barroco Tardío adquirieron un mayor lucimiento y boato la celebración de los nacimientos de príncipes, coronaciones, casamientos de reyes, victorias de la Casa Real y paces. En 1701 se festejó en Alicante la arribada a España y la boda de María Luisa Gabriela de Saboya con Felipe V, y en 1724 la proclamación del efímero Luis I.
    El peso de la tradición y de la Iglesia cortapisaban las hipotéticas alteraciones en el programa de actos y contenidos de fiestas tan consagradas como el Corpus. Sin embargo, sus gastos se intentaron limitar en 1747 para evitar la dilapidación de la hacienda municipal, que se asociaba con interés a los tiempos forales. Ciertamente a veces el gasto podía ser excesivo: en las fiestas del Centenario el cabildo de San Nicolás, el municipio, los caballeros y el resto de los vecinos se desprendieron de cerca de 2.000 pesos o 4.000 libras. Así pues, el Corpus recibió una asignación máxima de 398 libras, la celebración de la Santa Faz de 40, la Inmaculada de 35, la de San Vicente Ferrer de 34, la de San Roque 31, y la de San Gregorio 5. El protagonismo de la fiesta del Santísimo Sacramento o del Corpus era incuestionable.
El absolutismo borbónico en la Corona de Aragón se ejerció a través de la fuerte implantación del ejército regular, participando de las conmemoraciones públicas. En 1724 el gobernador militar de Alicante ofreció comedias en su residencia para un círculo elitista, las tropas del regimiento de Zamora figuraron en la proclamación de Luis I, y sus oficiales participaron junto a los caballeros locales en el juego de correr la sortija. En 1834, en los comienzos de una nueva era política, los pescadores del Raval Roig reclamaron portar el Santísimo Cristo en la procesión de la Santa Faz ante la usurpación desde 1774 de dominicos y, más tarde, militares.
               
San Vicente Ferrer
                
Las fiestas en la era del liberalismo.
Pese a las expresas adhesiones a la fe católica de los primeros liberales, las desamortizaciones o ventas de las propiedades eclesiásticas por imperativo gubernamental ocasionaron notables tensiones y variaciones. Las primeras fueron emprendidas en 1795 bajo el absolutismo decadente de Carlos IV, afectando los bienes de las obras pías y de las cofradías, careciendo éstas de bienes en 1830. Sus imágenes pasaron al tesoro religioso. Ante tal cúmulo de sinsabores negaron su asistencia a las procesiones y otros actos festivos. La fiesta de la sociedad estamental del Antiguo Régimen se hería mortalmente. Sólo la intercesión del Consulado de comercio ante la Audiencia y el Capitán General de Valencia frustró la penalización municipal contra los cofrades. Así  pues, Pascual Madoz ya no destacó hacia 1850 el Corpus como principal festividad alicantina, sino la de San Vicente Ferrer y San Nicolás. Sin embargo, diez años después la conmemoración del patrón yacía sin pulso. La Junta de Arquitectura, Industria y Comercio emplazó al ayuntamiento a dignificarla, consultando a un desinformado cabildo de la Colegial. Tras el máximo anticlericalismo del Sexenio Revolucionario, la corporación municipal restableció la asistencia obligatoria a los oficios religiosos. Bajo la Restauración la celebración de San Nicolás ganó solidez. En 1890 la prensa local se hacía eco de la costumbre de las alicantinas solteras de colocar un garbanzo en la imagen del santo para decidir favorablemente su casorio.
Michel Vovelle ha subrayado como las nuevas fiestas promovidas por la Revolución francesa adoptaron un aire religioso. El culto a los mártires de la libertad lo ejemplifica a la perfección. La fracasada insurreción en Alicante del coronel Pantaleón Boné en 1844 contra el moderantismo, que recortaba seriamente la autonomía municipal, originó la celebración de los Mártires. Transcurrido un año de los sucesos, el 8 de marzo de 1845 se depositaron las primeras coronas de laurel en el lugar de su fusilamiento, el malecón del puerto. En 1846 se erigieron pedestales con los nombres de los veintiocho caídos. Tras el derrocamiento de Isabel II, la conmemoración de 1869 congregó unas 15.000 personas, saliendo la procesión cívica de las Casas Consistoriales, y discurriendo por la Plaza del Mar y el Paseo de los Mártires o del Malecón, celebrándose misa en San Nicolás. En 1935 la festividad dejó de celebrarse. Fue la gran fiesta política del liberalismo avanzado alicantino, superando las celebraciones por las proclamaciones constitucionales o por otros triunfos públicos. Convertía la derrota en la victoria que auguraba un porvenir de libertades más optimista, presentando muchos puntos en común con la Diada catalana de l´Onze de Setembre, cuya celebración pública arranca de 1901. Nuestro Ocho de Marzo se avanzó considerablemente.
La nueva sociabilidad burguesa llenó la calle de gente. Nuevos paseos, como el de San Vicente, se diseñaron aprovechando el derribo de las murallas y la expansión de la ciudad. El Carnaval ejemplifica a la perfección este nuevo espíritu. Los conservadores lo censuraron con acritud. En 1887 los acordes de la banda del regimiento de infantería de Tetuán no evitaron las pequeñas transgresiones de los “mamarrachos” en la Explanada y en la Rambla.
Las fiestas de barrio también gozaron de un tiempo de alegría. A inicios de septiembre de 1848, cuando una dura sequía forzaba a muchos alicantinos a emigrar a la Argelia francesa, se celebraron por vez primera las del Raval Roig, atesorando elementos tradicionalistas como la procesión de la Mare de Déu dels Socors, introducida por parejas de danzarines animados por Quico, “la millor charamita del reine” al decir del diario La Nube. Al espectáculo fueron convidados los ricos de la ciudad, sin atisbos de resentimiento social cuando el socialismo se difundía por la revolucionaria Europa. La rogativa pareció ofrecer buenos resultados, ya que días después descargaron unas lluvias torrenciales como no se conocían desde 1812. La prensa coetánea nos transmite una animada descripción de los porrats. El de San Antón era frecuentado por sufridos padres de familia martirizados por los caprichos de su progenie. El 4 de diciembre la feria de Santa Bárbara permitía el acceso de los simples ciudadanos al recinto militar del castillo una vez al año hacia 1850. Asimismo la afición a los toros se potenció sobremanera con la edificación del coso municipal entre 1847 y 1848 en la nueva zona de ocio burgués del Paseo de San Vicente, Plaza de Santa Teresa y Panteón de Quijano, alejándose de los entarimados ocasionales de la Plaza del Mar y de otros puntos menos importantes. El 30 y el 31 de julio de 1881, y el día de San Pedro de 1889 se hicieron sonadas corridas.
La conversión de Alicante en una estación termal a lo largo del XIX alentó la popularidad del veraneo. En el estío de 1873, bajo la amenaza cantonalista, las fondas y casas de huéspedes de la ciudad se encontraban atestadas de visitantes. Por desgracia las fiestas del Carmen (16 de julio) declinaban y las de la Virgen del Remedio no conseguían el oportuno vuelo pese a su carácter patronal. El afamado cronista Rafael Viravens trató de vigorizar las fiestas de agosto alquilando los gegants al municipio valenciano. La futura hegemonía de San Juan parecía tener el camino abierto ante los deseos municipalistas de ganar visitantes con la ayuda de unas conocidas y concurridas fiestas estivales (como la feria de julio valenciana).
                              
                   
Vísperas de Sant Joan.          
En 1881 la verbena de San Juan ya gozaba de gran favor entre los alicantinos, que disparaban al cielo innumerables cohetes y apilaban trastos viejos para quemar en la mágica noche más corta del año, provocando a veces el disgusto de los munícipes, que dictaban sin mucho éxito bandos de prohibición contra los “excesos” de las fiestas de San Juan y San Pedro. En 1912 don José María Py barajó la posibilidad de oficializar en Alicante San José al estilo de Valencia, aprovechando los elementos de nuestro San Juan. Una idea de la que lo disuadió su amigo Evaristo Albert.
Las modernas Fogueres recibieron un rico legado de nuestras antiguas fiestas. La adaptación de una idea universal a una realidad local, la gestión municipal, la viva participación popular, el colorismo y sonido de la celebración, y la fuerte seducción de forasteros que terminan identificándose con lo alicantino no datan de 1928. El éxito de les Festes de Sant Joan fue un acierto, pero no una casualidad. En la edad dorada del municipalismo español entre 1898 y 1936 la fiesta constituyó junto al fútbol un mecanismo de integración social de primer orden. Todo alicantino en el fondo sabe que la fiesta es además de unos días de alegría una forma de representación colectiva y una carta de presentación de su amada Terreta. 
¡Bones festes!
                
Fuentes y bibliografía.
-ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE. Hemeroteca. Diario La Nube correspondiente a 1848.
-ARIÑO, A., El calendari festiu a la València contemporània (1750-1936), Valencia, 1993.
-ARIÑO, A. (director), El teatre en la festa valenciana, Valencia, 1999.
-BENDICHO, V., Chrónica de la muy ilustre, noble y leal ciudad de Alicante, 4 vols. Edición de Mª. L. Cabanes e introducción de C. Mas, Alicante, 1991.
-CUTILLAS, E., La Santa Faz (1800-1900). Del sentir popular a la posesión de las élites, Alicante, 2001.
-JOVER, N. C., Reseña histórica de la ciudad de Alicante. Edición de A. Soler, Alicante, 1972.
-MALTÉS, J. B.-LÓPEZ, L., Illice ilustrada. Historia de la muy noble, leal y fidelísima ciudad de Alicante. Edición de Mª. L. Cabanes y S. Llorens, Alicante, 1991.
-MADOZ, P., Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Alicante, Castellón y Valencia, 2 vols. Edición facsímil de R. Aracil y M. García Bonafé, Valencia, 1987 (2ª ed.).
-QUILIS, R., La anécdota en la prensa alicantina del siglo XIX, Alicante, 1986.
-TONDA, E. Mª, La ciudad de la transición. Población, economía y propiedad en Alicante durante el siglo XIX, Alicante, 1995.
-VOVELLE, M., La mentalidad revolucionaria, Barcelona, 1989. 



Víctor Manuel GALÁN TENDERO

 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.