05 septiembre 2009

SON COSAS DE LA VIDA

                  
La otra tarde estaba yo con mi amigo Pepe, tomándome una horchata en la plaza del Portal de Elche, cuando vimos acercarse hacia nosotros a un enorme policía municipal con cara de pocos amigos. Pensé que se dirigía a nuestra mesa, y empecé a sentir un impreciso temor a haber hecho algo incorrecto, pero pasó de largo, hasta la mesa de al lado, donde un muchacho subsahariano de aspecto frágil y piel oscura y brillante intentaba vender un reloj de pulsera a una pareja joven que tomaba un café. Al ver acercarse al policía, el muchacho salió corriendo, dejándo sobre uno de los sillones una bolsa de plástico llena de relojes. El policía intentó alcanzar al presunto delincuente (?), pero éste se le escapó de las manos y se alejó hasta la esquina, donde se detuvo y permaneció espectante, en espera de la actitud del agente, que se volvió hasta la mesa, cogió la bolsa de los relojes y se la llevó. Después el joven africano se acercó de nuevo a comprobar su pérdida y en su rostro se podía ver un gesto de impotencia y resignación. Ni un grito, ni una amenaza, ni un gesto de desesperación; solo tristeza. A saber a qué capo tendrá que dar cuenta de la pérdida de los relojes, y cuantos días tendrá que trabajar gratis para subsanar su descuido. En la delgada línea que separa la supervivencia del hundimiento definitivo estará oscilando la bolsa de plástico, bajo la crueldad de los que negocian con el hambre de estos emigrantes sin papeles, la indiferencia del guardia, el silencio culpable de los que disfrutábamos de la sombra y del aire fresco de la Plaza del Portal de Elche... Es la ley, estamos en un estado de derecho, pero ese joven ha llegado aquí huyendo del hambre, la miseria, la tiranía y la injusticia, para venir a un país rico - como el nuestro, a pesar de la crisis -, quizá se jugó la vida en una patera, quizá se desgarró las carnes en la alambrada de Ceuta, quizá... para encontrarse aquí con su propia miseria, su propia hambre, su propia injusticia, que para más inri está ahora rodeada de opulencia.
              
Nuestras fuerzas del orden requisan las baratijas de los top manta y los vendedores sin papeles, mientras nuestra Hacienda no puede hacer nada para evitar que los super millonarios camuflen sus enormes beneficios en sociedades de inversión que solo cotizan el 1%. El puerto deportivo está a rebosar de lujosos yates cuyo precio y mantenimiento es muy superior a lo que puede ganar un trabajador honrado. Yo me pregunto cuántos sueldos miserables, cuantos contratos temporales y precarios hay detrás de muchos de esos yates. Y me duele que un guardia, macizo como un armario, pierda el tiempo husmeando las actividades de un infeliz subsahariano que intenta vender unos relojes de la señorita Pepis.

Son cosas de la vida.
     
Esta mañana he visto a un buen amigo paseando con su esposa y un cochecito de niño. Han ido a Etiopía para adoptar un precioso bebé de unos pocos meses, rescatado de la miseria tercermundista, en la que, a pesar de todo, ya había aprendido a sonreír con su carita maravillosa de angelito negro, y una mirada tan limpia como las fuentes del Nilo Azul, que nacen en su tierra. Ojalá conozca a mi nieta Sara, y sean amigos y compartan maravillas e inquietudes, en un mundo donde ya no pasen esas cosas que hacen a uno bajar la mirada, avergonzado de su sociedad, y exclamar, impotente o cobarde: "Son cosas de la vida".

 
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