17 diciembre 2009

MILICIANOS. CAPITULO 1

UN RELATO DE DON MIGUEL PASCUAL MIRA
Periódico Ciudad de Alcoy. Domingo, 6 de diciembre de 2009


Don Miguel Pascual Mira publicó el libro “Horas robadas” en el año 1993 y fue el haber escrito aquel relato basado en la Guerra Civil Española lo que le hizo intuir el interés de explicar la realidad social que se estaba dando en estas comarcas en el momento de estallar el conflicto, los motivos de que una juventud sin cultura más que aceptable orientara sus energías a la lucha revolucionaria incluso violenta. Y, sobre todo, de donde salieron muchos milicianos que formaron parte de las distintas columnas y batallones organizados desde Alcoy.



Capítulo I
Benilloba 1912.

- ¡Tío Tomás! Ya está bien por hoy, hace mucho frío.
- ¡Hola Batallo! Termino esto y me voy.

Vicente, que se ha pasado la tarde en el Tossal recogiendo leña, ahora regresa hacia su casa. Levanta la cabeza escudriñando el cielo, mientras lía un cigarro de picadura de tabaco. La Sierra Aitana está cubierta por la leña, el cielo se ha encapotado acortando la luz de la tarde… las tardes son cortas ya de por sí en el periodo invernal y ese miércoles 3 de enero de 1912, con el cielo cubierto de nubes, está oscureciendo rápido. El frío es intenso y pronto hacen su aparición los primeros copos de nieve. Encendido su cigarro, fuerza el paso no sin antes azuzar al asno. El viejo animal, cargado en demasía, a duras penas puede obedecer la incitación de Vicente. El pueblo está ya a no más de cinco minutos.

Llegados al pueblo, el empedrado de las calles y la nieve que comienza a cuajar dificultan aún más la marcha del asno; Vicente lo sabe y acorta el paso, aunque el asno es viejo, es cuanto tiene para sus trabajos agrícolas y, cuando escasea el trabajo, lo utiliza telas desde las masías de los alrededores hasta el pueblo, desde donde son llevadas a Alcoy en carros. La comida de su familia depende más del asno que de sí mismo.

- Batallo ¿y la Taña? ¿Cómo está?
- ¿Cómo va estar? Usted ya sabe que mi mujer no trae a los niños a este mundo, le vienen

Contesta Vicente riéndose a Candideta, una vecina del pueblo.

En realidad Candideta sabe demasiado bien cómo está María, pero por la puerta de su casa no pasa nadie que no sea increpado por ella. Entrometida y criticona, de fuertes convicciones religiosas donde las haya, es la anciana que más sabe de todos los vecinos del pueblo.

- Anda, vete para casa, que la tía Josefa ya lleva rato con la Taña (Josefa es la comadrona del pueblo). A pellejo vas a matar con tanto hijo. Veremos cómo los vas a alimentar; pobres criaturas. ¡Venga! A casa, y no se te ocurra detenerte en la taberna, que allí está tu suegro - Repuntilla Candideta.
- Ya voy, ya voy ¿No ves que vengo de recoger leña? – Replica Vicente que no ha dejado de reír.
Cerca de casa encuentra a su hija María que a duras penas consigue transportar un cántaro lleno de agua.
- ¿Por qué lo llenas tanto? Anda hija dame que padre lo llevará.

Una vez en casa, tras descargar de su pesada carga a Jacinto, como llama al asno, y dejarle algo de paja para que coma, Vicente entra en la vivienda. Allí su esposa María, Josefa, la comadrona, y Carmen una amiga de la familia, están rezando con un rosario sobre la mesa.

-Menos rezad y avivad el fuego ¿No veis que se va a apagar? Los niños van a coger frío – Dice Vicente visiblemente contrariado - ¿Y el niño? ¿Dónde está Vicente?- Vicente es hijo de su primer matrimonio y tiene 11 años.
- Está en casa de la Carmen, con sus hijos. Déjalo, ya es mayor y estas cosas… -Contesta María.
- ¡Corre! Ve al establo y trae leña – Le dice Vicente a su hija María. Tiene ya 8 años, pero al ser niña, las mujeres creen que es mejor que esté en casa en esas situaciones.
- Yo voy con la tata – Dice Francisco, el tercer y último de sus hijos hasta el momento, de 5 años.

Las llamas de la chimenea pronto iluminan la sala. Ya es de noche, Vicente coge unas cuantas cebolletas, una cabeza de ajos y un par de patatas, todo lo enrolla con un trapo, que previamente ha humedecido, y lo coloca lo suficientemente cerca del fuego para su cocción. Después se dirige a la despensa en busca de algo de pan y aceite, pero la botella está vacía. Tras cerciorarse de que no queda nada, se la da a su hija.

- Toma. Ve a casa don Luís y dile de mi parte que te adelante medio litro de aceite.
- Vicente, deja a la niña, ya es tarde, es de noche y hay nieve. Mañana iré yo.
La niña titubea al oír las palabras de su madre.
- ¡Te he dicho que vayas! – dice airado su padre.
- Dame la botella María, ahora traeré yo, en mi casa queda algo – Dice Carmen y abandona la casa.

Vicente, sin decir nada, se sienta frente a la chimenea y, tras liar un cigarrillo, lo enciende con una brasa que sujeta con un alambre preparado para utilizarlo como tenaza.

- Ahí lo tienes – Dice Carmen, que ha regresado con el aceite.
- Carmen yo… - Vicente sabe que no ha actuado bien e intenta disculparse.
- Venga hombre, ya hace tiempo que te conozco.
- Gracias – Balbucea Vicente.

Vicente es un buen hombre, trabajador y buen padre, pero su genio sube de tono con facilidad, por muy irrelevante que sea la cuestión.

Pasadas las ocho de la tarde, María rompe aguas y entra en el parto, el alumbramiento está cerca. Vicente y los guiños se quedan sentados ante la chimenea.

-Venga padre… cuéntame el cuento del manco Calderón – dice Francisco, quien intuye lo que le pasa a su madre. En el fondo el niño ya siente celos.
- Bien escuchad… En la Sierra Aitana, muy crezca de aquí, tenía su escondrijo el manco Calderón. El bandido se dedicaba a atacar a los carruajes, robando a los viajeros, e incluso matando a algunos. Todos le tenían miedo, pero sobre todo los ricos, a los que gustaba de insultar después de robarles, haciéndoles ir a gatas por la sierra.
Como daban dinero a quien lo capturara, todos los pueblos, en verano, organizaban partidas de hombres a caballo, pero él se escondía muy bien en lo más alto de la Aitana.
Mi padre, vuestro abuelo, y yo lo vimos una vez.
- ¿Y qué hicisteis? ¿Te asustaste? – interrumpe María expectante.
- Pues claro, aunque vuestro abuelo se asustó más. Yo tendría sólo diez años. Iban tres a caballo, dos quedaron detrás, se acercó él, y le preguntó al abuelo si teníamos comida. El abuelo le dio medio saco de almendras que estábamos recogiendo y el saco de nuestra comida. Se marchó pero luego volvió, se me quedó mirando y me preguntó: ¿Cómo te llamas? Yo le contesté, Vicente. Entonces me dijo: - “Toma, no olvides nunca que el manco Calderón no roba comida a un niño” dejando caer la bolsa de la comida a mis pies. Después, agachándose desde el caballo, me mandó acercarme, me dio un terrón de azúcar y se fue. Cuando ya se había ido, el abuelo lo maldecía porque se había quedado con la bota de vino. – Vicente no puede recordar una carcajada al recordar a su padre irritado por la bota de vino.
- ¿Iremos un día a ver si lo vemos? – De nuevo irrumpe María.
- Eso ya no es posible. El año pasado lo cogió la Guardia Civil, lo juzgaron y lo mataron en la plaza de Cocentaina.
- ¿Y es verdad qué le faltaba un dedo en la mano? – Preguntó Francisco.
- Sí, yo le vi la mano, dicen que eso se lo hizo…

El llanto del bebé interrumpe el relato. A las nueve en punto, como si quisiera ser puntual en su cita con la vida, ve la luz un niño que se convierte en el quinto miembro de la familia de Vicente Borrel Batallón y María la Taña. El niño recibirá el nombre de Federico.

- ¡Aquí tienes a otro Batallón! – Le dice Carmen entregándole el niño envuelto en una sábana.
- Batallón no. Éste será una Taña – Contesta María desde la cama.
- Francisco, ve con tu hermana a casa de Carmen, se lo dices a tu hermano y después vas a la taberna y se lo dices al abuelo.

El matrimonio está feliz con la llegada del nuevo miembro. La alegría en el hogar es palpable, esa alegría espartana con que las familias pobres reciben al quinto hijo. Vicente, con el niño en brazos, se acerca a la cama y, tras besar a su esposa en la frente, le dice:

- Bueno María, ya tenemos otro. Yo otra boca que alimentar y tú otro niño que cuidar. En fin no se cómo nos las vamos a arreglar.
- Todo se va arreglará. Dame al niño, no se vaya a enfriar.

El abuelo, que espera impaciente en la taberna, es avisado por su nieta y se dirige presuroso a casa de su hija. Miguel, en realidad, tan sólo ha estado impaciente por saber si era varón. Él sabe que su hija es una buena hembra, limpia, trabajadora y que da a luz con facilidad.

- ¡Ah! Si mi Ramona viviera para ver esto. – Exclama el anciano cogiendo en brazos al pequeño.

Pero la abuela materna, Ramona, no puede compartir la alegría pues ya lleva algunos años fallecida, al igual que los abuelos paternos, Juan y Camila.

Al día siguiente la casa se llena de vecinos que visitan al recién nacido y la madre. Como es habitual todos colaboran en alimentar a la partera. Así el pequeño se beneficiará de una abundante leche materna. Aluna gallina, palomas, leche, y sobre todo salazones, que provocan sed y con ello abundancia de leche.

Aunque la norma de la época es que los varones sean inscritos al día siguiente de su nacimiento, el pequeño es inscrito el viernes 5 de enero, con el nombre de Federico Borrel García.

El mismo día es bautizado en la iglesia de la localidad, a pesar de que el padre no es creyente. El bautizo por el rito católico es algo obligado en la España caciquil de 1912. Tras salir de la iglesia, el matrimonio invita a los pocos asistentes, familiares y alguna amistad de la familia, a compartir habas y patatas hervidas, cebollas, ajos asados, y abundante vino. Como es habitual en esas reuniones, los varones se pasan el vino y la fiesta termina en medio de grandes gritos, insultos, y acaloradas discusiones. Por suerte, al día siguiente ya nadie recuerda nada.

Muy pronto se ve que Federico arrastra las características genéticas de la familia de su padre. Una dilatación de pómulos a la altura de los maxilares marca la fisonomía de todos los varones Borrel, y tienen unos ojos grandes y despiertos cuya parece tener prisa por verlo todo. Nadie puede imaginar, en esos momentos, que el destino le tiene deparado poco tiempo para ver la vida, pocos años para vivir. Y, paradójicamente, muchos más años apara morir, al meno legalmente. Por no tener no tendrá ni sepultura conocida.

Federico es un niño sano y se cría con normalidad, con toda la normalidad que permite la vida de un hijo de trabajadores, en un pueblo como Benilloba, sin duda el de más pobre agricultura de toda la provincia, en la España del segundo decenio del siglo XX, cuando los pistoleros de Martínez Anido (…militar español, ministro de la Gobernación con la Dictadura de Primo de Rivera… La Coruña 1862 – Valladolid, 24 de diciembre de 1938… conocido como el sanguinario gobernador de Melilla… y en la guerra civil al servicio del generalísimo Paca La Culona) daba buena cuenta de los dirigentes sindicales de la CNT (…Confederación Nacional del Trabajo), y el país se convulsiona por los desastres de la aventura africana, en tanto Europa se desangra en la I Guerra Mundial.

Las dificultades económicas de la familia son enormes. Un padre jornalero agrícola, al que pronto ayudan sus dos hijos mayores, pero carente de toda propiedad de tierras, con lo que tan sólo consiguen trabajos ocasionales.

Benilloba es un pueblo situado en la falda de la Sierra de Aitana, donde la nieve jamás falta a su cita, y cuyo macizo impide la llegada de los vientos del Sur Sureste, mientras el pueblo queda abierto al Norte Noroeste, lo que ocasiona un clima extremadamente desapacible y frío, al que el calor llega con tardanza.

Todo ello condiciona el tipo de cultivo: olivos, almendros, viñas… algo de trigo y, en los último años, los vecinos se empeñan en desarrollar el cultivo de huerta, pero las cosechas son escasas cuando no nulas, a causa de las heladas y la recolección tardía. Por ello no sobrepasan el cultivo de subsistencia.

Estas dificultades están empujando a sus habitantes a emigrar hacia el núcleo industrial y bastantes vecinos emigran incluso a América. Otros, más pudientes y con más imaginación, aprovechan la nueva situación que brinda la luz eléctrica, ya que existe en el pueblo desde 1896. Benilloba no tiene ríos que aprovechar como fuerza motriz, algo vital en los albores del siglo XIX y germen de la industrialización. Los importantes, tras la construcción eléctrica en el SALT, crean una incipiente industria textil que, dependiendo de Alcoy, se ve constreñida por el insalvable problema de la época, el transporte. Varias familias se dedican a vender mantas en los mercados de los pueblos, mediante un novedoso sistema de subastar el artículo. Pero los más no vacilan en invertir directamente sus riquezas en la floreciente industria textil y papelera de Alcoy.

Ya en 1917 (…el año de la Revolución Rusa de Vladimir Ilich Ulianov Lenin) la tragedia acecha a la familia Borrel. Tras recibir la buena nueva de que María está embarazada del que va a ser su quinto hijo, el más afín con Federico, su hermano Evaristo, el padre enferma gravemente y fallece a la edad de 48 años.

María desesperada, no ve otra solución que marchar a Alcoy. Allí podrá encontrar trabajo para sacar adelante a su numerosa familia. Buscará trabajo en la fábrica de cerillas, la manipulación del papel de fuma “Bambú” o en cualquiera de las múltiples fábricas textiles. Allí, también sus hijos podrán labrarse un mejor porvenir. Las noticias que llegan desde la ciudad de Alcoy les deslumbran, y allí María tiene familiares de su padre, que están dispuestos a darle cobijo temporal.

La fortuna les favorece, una familia rica de Alcoy busca una sirvienta y ofrecen vivienda en la Masía el Marcoval. María no duda. Nacido y bautizado Evaristo se trasladan.

De esta manera queda afincada la familia Borrell en la industriosa y convulsiva ciudad de Alcoy.

Allí ira creciendo Federico, compatibilizando sus exiguos estudios, en la escuela de Mosén Vicent Albors, con los juegos callejeros en el paraje del Molinar y la zona alta de la ciudad, hasta que, a muy temprana edad, inicia su actividad laboral como recadero de un almacén de aceites. Federico conocerá el duro trabajo de la industria papelera, a la que años después se agrega su hermano Evaristo, para definitivamente quedar como trabajador textil, con el oficio de tejedor.

--------- Continuará… ---------


Periódico Ciudad de Alcoy. Domingo, 6 de diciembre de 2009
(Gracias a José Soler)

 
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