27 enero 2010

"SER ALICANTINO DUELE... ¡¡EN EL MÁS ALLÁ!!": D. AGATÁNGELO SOLER LLORCA




"Esta campaña está dedicada a todos los alicantinos que han pasado a mejor vida. Y a los que aún están por ahí abajo y que con el paso del tiempo, obviamente y sin exclusión, irán a hacerles una alegre visita"
 
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Para informarte y participar en la Campaña de Concienciación Ciudadana "SER ALICANTINO DUELE... ¡¡EN EL MÁS ALLÁ!!", visita ESTE enlace de la Asociación Cultural Alicante Vivo
 

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"Mi bisabuelo estaba en la farmacia atendiendo a numerosa clientela al tiempo que alternaba con sus contertulios entre los que estaba, aquel día, un médico murciano. Llegado el momento de las despedidas, y en la misma puerta de la farmacia, estaban el médico y el farmaceútico dándose la mano cuando apareció un embozado. Era un hombre corpulento, tocado con un sombrero de anchas alas que le ensombrecía el rostro por completo. Abrió de repente su capa y asomó entre sus manos un trabuco de los cortos, apuntó cuidadosamente hacia la pareja y gritó: "¡Muerte al boticario!". Y, por error, dejó seco al médico (...) Su puntería fue lo suficientemente mala para fallar en su intención y permitir, por lo tanto, que yo pueda contar hoy esta historia sin cuyo imprevisto resultado mi bisabuelo hubiera sido el último Soler de mi genealogía"
(D. Agatángelo Soler Llorca; farmaceútico y Alcalde de Alicante)
           
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LA CURIOSIDAD

        
Me gustaría incidir en una entrevista que le hizo a mi padre, Agatángelo, el periodista Miguel Ors Montenegro,  del periódico Información de Alicante:

"¡Quién le hubiera dicho a la gente que iba a morir por salvar a la Monarquía! Los falangistas hubieran abandonado los frentes.Y si no la Iglesia, muy perseguida... mataron a 8.000 curas y a no sé cuantos obispos... pero, cuidado con la Iglesia, que nos metió en el fregado a todos".

"Agatángelo Soler fue uno de los falangistas más prominentes de Alicante. Tuvimos ocasión de entrevistarle el 19 de abril de 1990, cinco años antes de su muerte. Tenía 72 años, y nos encontramos a un hombre afable, sensato, sincero, que asume por completo su biografía personal y política. Fue una persona perseguida, encarcelada durante buena parte de la guerra, y a punto estuvo de ser asesinado por el bombardeo que sufrió Alicante en la madrugada del 29 de noviembre de 1936, cuando 49 presos, compañeros suyos de cárcel, fueron asesinados en las tapias del cementerio municipal como represalia por dicho bombardeo, respuesta a su vez del bando rebelde a la ejecución de José Antonio.



Después de la guerra acabó su carrera de Farmacia, se enroló durante 18 meses en la División Azul y, sirvió al régimen de Franco, sin caer en ningún tipo de comportamiento indecente. En todo caso, y como le ocurrió a Dionisio Ridruejo, fue testigo a su alrededor de actitudes bastante menos edificantes. Que, al igual que Ridruejo, callara entonces y se limitara a hacer su trabajo de la mejor manera posible nos parece, como mínimo, humanamente entendible. Fue un buen alcalde (que sí, franquista) para su ciudad entre 1954 y 1963, procurador en Cortes y, como consejero nacional del Movimiento; pero, sobre todo como falangista, voto NO a la designación de Juan Carlos como sucesor de Franco.



Su biografía representa el idealismo que acompañó a muchos leales -unos más críticos que otros- servidores del régimen nacido del golpe el 18 de julio. Hijo de farmacéutico, nació en Alicante en 1918 en el seno de una familia acomodada. Tuvo, sin duda, una infancia cómoda, y estudió en los Maristas. Con 15 años cumplidos, tomó partido con una postura de la que no se apartaría en toda su vida. Militó, en primer lugar, en la Federación de Estudiantes Católicos y, como estudiante de Farmacia en el Madrid de los años previos a la contienda, escogió lo más próximo a su entorno familiar. Como nos explicó otro falangista alicantino, el mero hecho de estudiar el bachillerato en un instituto en los años de la Segunda República convertía al estudiante en un privilegiado y, en la mayoría de los casos, en un más que probable militante de la derecha.



Agatángelo Soler se afilió a la Falange y fue uno de los primeros alicantinos en militar, en torno al año 1933, en una formación política que atrajo a jóvenes que ni se sentían cómodos en la derecha tradicional... ni tenían cabida, salvo contadas excepciones, en opciones de izquierda”.
          



Unos instantes de la misa corpore insepulto a D. Agatángelo


Contado con palabras del propio Agatángelo Soler: "Antes de la guerra, la verdad es que, en Alicante, éramos unos 90 falangistas. Falange se fundó, en Alicante, en 1933, con un triunvirato formado por Francisco Vidal Quereda, Francisco Maestre Benabeu y José María Maciá, el hermano de Antonio "el Pollo". El que organizó Falange fue el padre de don Luís Romero, el que fue secretario del Gobierno Civil. Se llamaba Pascual Romero Ors, y fue el quien reunió a la gente en un piso de la calle Italia. Yo estaba con los estudiantes católicos cuando ingresé en Falange. Creo que llevaba todavía pantalón corto, porque tenía 15 años. Antes de lo de Falange nos habíamos afiliado a las JONS. Cuando nos presentaron la ficha, se nos preguntaba cosas como si sabíamos subir en moto y si nos gustaría, si sabíamos y queríamos conducir, si nos gustaban las armas. Esto era atractivo para los jóvenes. Pasó el tiempo y no hubo nada entre los falangistas y los supuestos comunistas. La actividad que hacíamos era vender el periódico. Tanto a los estudiantes católicos como al Círculo Tradicionalista les llegaba la prensa falangista. Había ya una cierta unificación. Lo que pasaba es que falange se distinguía de la derecha hasta el punto de que nos convertimos en malditos. Éramos una pandilla de locos que ni éramos de izquierdas ni de derechas. Lo que nos llamó la atención de José Antonio Primo de Rivera es que tenía algo que te dejaba atolondrado. ¡Qué me convenciera a mi que venía de una familia de derechas! (sin contar a mi padrino Julio María López Orozco, que era de izquierdas, como ocurre en todas las familias. Tuve un abuelo carlista, otro liberal... es decir, el follón nacional). Pero José Antonio se llevaba a la gente, incluso a la juventud de izquierdas, y prácticamente falange se formó en la FUE."

"También está claro que la "idea joseantoniana" vino de Ortega y Gasset. Esto la gente no se lo cree. Ortega había dicho una vez que ser de derechas o de izquierdas era ser hemipléjico moral y esta frase impactó mucho en José Antonio y en Ruiz de Alda. Nosotros despreciábamos a la CEDA y a la JAP. A mi me detuvieron en Madrid siendo Gil Robles ministro de la guerra. Chorradas de estas de ir en una manifestación. Salté una verja y caí en medio de los Guardias de Asalto".

"En el momento en que empezó el follón, seríamos 90 falangistas, pero es que comunistas de hoz y martillo serían unos 65, y anarquistas de bandera roja y negra -que era muy parecido a lo nuestro, lo único es que ellos querían matar a los curas y nosotros no- menos aún... José Antonio incluso llegó a prologar el libro de Ángel Pestaña. Nosotros éramos negro y rojo, y ellos rojo y negro. Nuestra idea era el imperio espiritual de España, y la de ellos la Federación Anarquista Ibérica (¡querían tomar Portugal!). Y compartíamos el anti-marxismo. Ellos querían el comunismo libertario, pero también la reforma agraria y en esto coincidíamos. Los anarquistas tenían gente magnífica y gente muy bestia. ¿Cómo es posible que en Alicante fuéramos 90 falangistas y 65 comunistas, y luego se nos achacaran todas las atrocidades de la guerra?. No hay más que lo de siempre: la avalancha a favor de la camisa azul y la avalancha a favor de la hoz y el martillo, por lo que se desvirtuó todo. Tuve amigos anarquistas que murieron en la Batalla del Ebro como bravos, pero también vi uno con el uniforme de regulares que me había llevado ante el Tribunal Popular con mono y pistola. En fin, para volverse loco. Lo que ocurre es que hay una cosa que son los socialistas,. pero se olvidan de las checas que montaron ellos, que ya tenían la hoz y el martillo, pero en las que todos habían sido socialistas. Por que comunistas aquí no habían. A nosotros se nos acusaba de ser los fascistas de Hitler y Mussolini”.

“No fui  ver a José Antonio, tenía 17 o 18 años. Pero el 18 de julio, la gente como yo, que no éramos de derechas, que nos caía gorda la derecha, que nos caía gordo todo, incluyendo al ejército, que teníamos un pensamiento revolucionario y que estábamos dispuestos a coger las armas... si en aquel momento alguien nos hubiera dicho, a unos y a otros, que íbamos a meternos en un fregado como en el que nos metimos para, al final, restaurar a los Borbones, seguro que nadie habría ido a la guerra. Esto no me lo puede negar nadie. Luego habría una guerra con actos heroicos por las dos partes y actos deleznables también por ambas. ¡Quién le hubiera dicho a la gente que iba a morir por salvar a la Monarquía!... Los falangistas hubieran abandonado los frentes... Y, si no la iglesia, que nos metió en el fregado a todos...".

(JOSÉ IGNACIO AGATÁNGELO SOLER DÍAZ, hijo de D. Agatángelo)
    
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EL PERSONAJE

      
En 1918, terminada la primera guerra europea, en la pequeña y comercial ciudad de Alicante y en el seno de una familia conservadora, nace Agatángelo Soler. Su abuelo, que había fallecido 10 años antes, había sido en dos ocasiones alcalde de la ciudad de Alicante. Don José Soler y Sánchez, catedrático de física y química en la Universidad Central de Madrid y luego, ya en 1876 en el Instituto alicantino, fue fundador del barrio de Benalúa, presidiendo la sociedad “Los diez amigos”, dando un impulso de modernidad a la pequeña Alicante. Hoy en día, don José es conocido en Alicante como Catedrático Soler, y fue el que introdujo en la ciudad el tranvía urbano, entre otras muchas más cosas.

Uno de sus dos hijos, Agatángelo Soler López, farmacéutico con botica en la recoleta plaza de San Cristóbal y  “santo y justo”, palabras con las que le recuerdan aún hoy los viejos vecinos del barrio de Santa Cruz, fue el padre de Agatángelo Soler Llorca y de sus 5 hermanos.
              

José Carlos de Aguilera (Marqués de Benalúa), José Soler y Sánchez, Clemente Miralles de Imperial,José Carratala Cernuda, Armando Alberola Martínez, Francisco Pérez Medina, Pedro García Andreu, Juan Foglietti y Piquer, Arcadio Just Ferrando, Pascual Pardo Gimeno y José Guardiola Picó. (Fotografía de Barrio de Benalúa)
                  
Todos los hermanos nacieron en el casco antiguo de la ciudad, en el barrio de Santa Cruz, hoy conocido como el “Barrio” a secas. Pero no vino a hacerlo en el corazón del mismo, en el entramado de callecitas pinas que asciende por las faldas del monte Benacantil y que conforman casitas, algunas de las cuales se están cayendo actualmente de puro viejas, sino en el confín occidental del sector; en la linde con la céntrica Rambla. Vivían en el segundo piso de la finca número 3 de la calle Argensola, con balcones recayentes a la pequeña, pero entrañable, plaza de San Cristóbal que, además de tener una pequeña fuente en el centro que surgía de su suelo adoquinado, contaba con una serie de humildes establecimientos que ya sólo se encuentra en las aldeas. Léase, la tahona, la albacería, la frutería, la platería y relojería, el ropavejero, las bodeguitas y, como elemento más destacado de decoración, la farmacia de don Agatángelo Soler López, el padre de familia. El farmacéutico estaba casado con doña María Trinidad Llorca. Era una familia conservadora, con profundas creencias religiosas y observadora de la moral cristiana, incluida la devoción a la Virgen y a los Santos. Allende la Rambla, se levantaban edificios altos y modernos, de bellas fachadas, con pisos más confortables que el de Argensola y a los que se accedía en bastantes casos en ascensor. Estaban habitados por gente que tenía a gala el bien vestir y alguna de la cual llegaba, incluso, a tener automóvil.
                 

 
Fuente de la Placeta de San Cristobal.
      
Así pues, en el seno de esta familia va creciendo Agatángelo, aprendiendo a leer en el Quijote y en la Crónica de Viravens, y conociendo en las tertulias de la rebotica de su padre, muchas historias sobre los personajes cultos, interesantes y diversos, que pasados los años retrataría en sus libros costumbristas. Pronto aquella infancia feliz iba a verse maltratada por los acontecimientos políticos que iban a partir en dos aquella España, que se sumiría en el caos, donde la mitad de la población vivía en condiciones intolerables de pobreza e incultura.

Proclamada la República el 14 de abril de 1931 (“la alegría del 14 de abril”), el 11 de mayo, tan sólo unos días después, arden en toda España iglesias y conventos. Agatángelo ve esa misma mañana como las turbas arrastran por la calle al director de su colegio, los Maristas, mientras arden algunas iglesias en la ciudad de Alicante. Era el comienzo de una serie de jornadas violentas que desembocarían en una guerra que habría de marcar para siempre la vida de mi padre Agatángelo, y la de tantos españoles.

Y como la guerra civil española es un hecho histórico en constante revisión, y yo soy parcial en lo que a ella respecta, me limitaré a transcribir, del libro, de José Bauzá Llorca, “Presencia de Xavier Soler”, editado por la Exma. Diputación de Alicante en 1995, los hechos que, por aquella época, acontecieron en la familia de mi padre:
          

        
“Para las estivales fechas de 1936 en que las guarniciones militares de Marruecos se alzaron en armas contra el gobierno republicano, Javier ya había obtenido de su padre el grado de confianza suficiente como para que éste le pagara clases de dibujo y de pintura con el conocido catedrático y artista Abelardo Parrilla, muy respetado en la localidad. Discípulo ilusionado, en el curso de una serie de lecciones iniciadas en 1935 y que se extendió por un año, Javier sacó buenos frutos de las enseñanzas de su profesor. Amplió su conocimiento del dibujo y aprendió a hacer un más sabio empleo del sombreado, de los contornos vagos, difuminados. Se familiarizó con la teoría de los colores e incorporó a su léxico un crecido número de términos de arte, no sólo pictóricos sino, también, plásticos. No encontró mayor placer que el que le proporcionaba el aprendizaje y la práctica de las diferentes técnicas de Pintura. Uno y otra, gracias a Parrilla, vinieron a aumentar sobremodo la vocación artística del joven alumno. Entre el aeiou artístico aprendido de Parrilla por Javier, se encuentra la práctica de disolver el óleo en trementina para que el secado de la pintura sea más rápido.



Más no por su entrega y dedicación a las clases impartidas por Parrilla dejó el futuro Xavier de complacer a su padre. Para satisfacción de éste, no incurrió en el error de descuidar sus restantes estudios. Fue como una agradecida manera de corresponder a las evidentes atenciones de que estaba siendo objeto por parte de su progenitor. Seguía sin ser lo que se dice un brillante estudiante, menos aún un ejemplar de “empollón”, pero, estimulado por el ejemplo de sus hermanos (Agatángelo y Pepe, que fueron con el tiempo, farmacéutico y médico jesuita, respectivamente), había adquirido un cierto hábito de trabajo y tenía el suficiente talento para caer simpático a sus profesores. Comenzaba a obtener menos aspereza en las asignaturas que continuaban sin ser de su agrado y solía sortear con habilidad –a veces, copiando del compañero de pupitre- los escollos que suponían los exámenes. No obtenía malas notas.



En el otoño de 1935, coronados sus estudios de Primera Enseñanza, se incorporó al Instituto de Segunda Enseñanza, a la sazón, sito en la calle hoy denominada Reyes Católicos. Y, en él, curso el primer año de Bachillerato, que aprobó en junio de 1936.



Ya en tiempo de guerra, y mientras duró la misma, hizo el segundo y tercer curso de Bachillerato en las Escuelas Nacionales de la calle Séneca, en cuya nómina de profesorado figuraba don Julio Ruiz.



Como el de muchos niños de aquella época, el comportamiento escolar de Javier en aquel tiempo es doblemente meritorio si se tiene en cuenta el carácter tan adverso de las circunstancias bajo las cuales se llevó a cabo. En simultaneidad con sus estudios, soportó cada uno de los 71 bombardeos aéreos y un cañoneo marítimo que la ciudad de Alicante sufrió en el curso de la conflagración y que causaron la muerte de medio millar de habitantes. Supo del escalofrío que se siente cuando se deja escuchar la sirena alertando a los ciudadanos de la inminente presencia de los aviones y del pánico terror con que se corre en busca del refugio antiaéreo más cercano. Compartió la enrarecida atmósfera que se respira en el interior de semejantes cuevas artificiales, en donde los gritos y lamentos del miedo vienen a sumarse al hedor y, en su caso, a la oración interior".


Agatángelo, paseando por una Explanada que siempre le pertenecerá
                
Apenas iniciadas las hostilidades, a Agatángelo, que entonces tenía 17 años, lo detuvieron. Había venido significándose políticamente y abrazado el ideario de José Antonio Primo de Rivera. Había colaborado en la apertura de la sede que Falange Española tenía establecida en la alicantina calle Castaños. Si, en ocasiones, sus aprehensores permitieron a la familia que le llevara provisiones a la cárcel, no fue así en otras. Abundaron los periodos en los que el preso permaneció incomunicado y en que sus familiares carecieron de noticias de él. Como abundaban los fusilamientos de encarcelados, para salir de tan dolorosas incertidumbres no quedaba más remedio que realizar visitas al cementerio para comprobar si el cuerpo de Agatángelo se encontraba o no entre los cadáveres de los ejecutados. Como miembro masculino más joven de la familia y, por tanto, menos sospechoso a los ojos de los observadores, fue, precisamente, Javier –y no su padre o su hermano Pepe- quien más veces tuvo a su cargo tan penosa misión. Es de suponer la tensión a que lo sometían sus idas al camposanto, el fervor de sus oraciones implorando ayuda celestial y la alborozada emoción con que, de vuelta a casa, era recibido por los suyos cuando les decía que se tranquilizaran porque Agatángelo no había muerto.
       
No así para todos los españoles, pero, al menos para la familia de los Soler, el final de la guerra vino a ser algo así como la recuperación de un paraíso perdido. Después de tanto tiempo sin poder asistir a una misa, parecía tenerla olvidada. La iglesia de San Nicolás, que había servido de almacén de sacos durante la contienda, fue pronto rehabilitada para el culto y Javier pudo sentarse en la sillería de su hermoso coro central y admirar la elegante bóveda herreriana. Entre vítores y jolgorios por la llegada de la paz, la ciudad fue recobrando su actividad de antaño. Sólo quedaron como muestra de la pasada tragedia los edificios destruidos por las bombas y ciertos buques semihundidos en el puerto. El más llamativo de ellos, el “Barnham” de matrícula inglesa, escorado delante del muelle 10, fue blanco de las miradas de los asombrados niños (fue curioso, porque puesto a flote, y abanderado español con el nombre de “Castillo de Montiel”, este barco hizo numerosas escalas en el puerto de Alicante sin que, como es natural, nadie lo relacionara con el sufrido vapor inglés).

En aquellos tiempos de la recién iniciada posguerra, desde el punto de vista religioso, obtuvieron gran preeminencia entre los jóvenes alicantinos de familias acomodadas los Jesuitas. En la calle San Telmo, abrieron una Congregación Mariana, dirigida por el sacerdote mallorquín, padre Massanet, que no tardó en convertirse en un polo de atracción para los adolescentes. Hasta tal punto lo fue que pertenecer a la Congregación era tenido a gala, venía a ser como un marchamo de buen tono, de distinción. Puesta la congregación bajo la advocación de la Virgen, era adecuado que su rito tuviera por marco el templo de Santa María y que, en la intimidad de su entrañable capilla de la Comunión, llegado el momento de casarse, viniera a hacerlo más de un congregante, como, por ejemplo, el pintor Enrique Lledó. Como importante recipiendario de las confesiones de la joven feligresía, figuraba el padre Vendrell, un sacerdote cuasi santo. Y como predicador invitado en los Ejercicios Espirituales, el padre Pedrosa, un tanto duro en sus sermones, nunca remiso en sus alusiones a las penas eternas del infierno. Es posible que semejantes pláticas más movieran a la atrición que a la contrición, pero es de tener en cuenta que iban dirigidas a un tipo de jóvenes y niños endurecido por la guerra, testigo directo o indirecto de tropelías, desmanes y vilezas sin cuento.
          

D. Agatángelo, y su eterna pajarita
      
Del éxito de la labor desarrollada por el padre Massanet en favor del proselitismo, del fruto religioso recogido por la Congregación –a la que desde sus inicios los tres hermanos Soler se adhirieron- da cuenta el hecho de que no tardase en despertar entre sus simpatizantes una buena docena de de vocaciones sacerdotales. Entre ellas, la del propio Pepe Soler; si bien éste no ingresó en la Orden Jesuita hasta varios años después, una vez concluidos sus estudios de Medicina.

Si la simiente religiosa sembrada por la Congregación no llegó a germinar en el corazón de su otro hermano, Agatángelo, fue porque la vocación política de éste era muy fuerte y ya se encontraba definida. Consecuente con su ideario no iba a tardar en alistarse en la División Azul para marchar a Rusia. Tanto o más que sus hermanos, Agatángelo siempre tuvo bien presentes las recomendaciones paternas de jamás hacer daño a nadie. Nunca se dejó vencer por el rencor. Cuando en los primeros días del mes de abril de 1939, recién terminada la guerra, se topó en un café de la Explanada con quién había sido uno de sus más sañudos captores, se limitó a decirle:
          
- “Vete, no quiero verte”.

Agatángelo termina sus estudios de Farmacia en Madrid, estableciéndose como farmacéutico en la farmacia de su padre en la plaza de San Cristóbal, disponiendo, más tarde, de su propia farmacia o botica en la calle Mayor de Alicante, ya que sería su hermano Xavier el que se hiciera cargo de la farmacia de la plaza de San Cristóbal.
                  

En su chañet de la Albufereta

Interesa destacar de él que durante la represión política que siguió a la guerra civil española, avaló con su nombre a infinidad de republicanos y pudo salvar a muchos represaliados injustamente, entre ellos al abogado, político republicano y escritor mayormente gastronómico don José Guardiola y Ortiz, amigo de su padre y autor de libros de curiosas historias y estupendas recetas culinarias alicantinas, entre ellos el libro “Conduchos de Navidad. Gastronomía Alicantina” que Agatángelo editó en dos ocasiones en los años 1959 y 1972. Fue don José Guardiola y Ortiz el que defendió Agatángelo en el consejo de guerra formulado contra él por los republicanos en Alicante, en el que resultaría condenado a muerte a los 18 años de edad. Justo era pues, que acabada la guerra civil, evitara que su abogado y bienhechor acabara siendo fusilado por las tropas nacionales.

En el prólogo del libro de José Guardiola y Ortiz “Conduchos de Navidad. Gastronomía Alicantina”, de la edición de 1972, Agatángelo escribe:
                 

       
"En Abril de 1959 se editó, por el Excelentísimo Ayuntamiento de Alicante, del cual yo era entonces Alcalde Presidente, el libro titulado "GASTRONOMÍA ALICANTINA" escrito por el ilustre abogado, gran alicantino y alicantinista, Don José Guardiola y Ortiz. La última edición estaba totalmente agotada.
             
Don José Guardiola escribió, casi en broma, "CONDUCHOS DE NAVIDAD", recopilando una serie de trabajos suyos publicados en un semanario dedicado a propagar "Le fogueres de Sant Joan”. En dichos escritos se habían dado a conocer una serie de recetas de guisos alicantinos, de sabrosa importancia, recogidos ya en el librito que, aparte de la exactitud de sus comprobadas recetas culinarias, constituye una muestra, increíble en un libro de cocina, de la maestría en el manejo del lenguaje y del buen humor de su autor. Aprovechando el pretexto de la llegada a Alicante de una embajada japonesa, en tiempos de Felipe II, y de los agasajos y homenajes que en nuestra ciudad recibieron tan exóticos visitantes, convierte en autor del libro al cocinero mayor de tan austero rey, llamado Francisco Martínez Montiño. Con tal argucia, Guardiola, en un castellano rancio e insuperable, compone la obra, y la dota de cuantas aprobaciones y licencias fueron necesarias, dedicando a obtenerlas el tiempo que transcurre desde el quince de julio de 1585 al tres de septiembre del mismo año... Que ya en aquella época empezaban las dificultades. 
                   
Añade, a continuación de este primer librito, y sin duda para que nadie creyera que en Alicante sólo se come en Navidad, una segunda parte que titula "GASTRONOMÍA ALICANTINA", que resulta mucho más amplia y descriptiva que la primera... Cuida personalmente la edición, y con todo lujo de detalles tipográficos, para darle el carácter clásico que pretende, realiza el prodigio de éste libro con un esmero impresionante. Llega, incluso, a imprimir algunos tomos en papel especial, los encuaderna en pergamino y los "envejece" en la propia bañera de su casa, usando procedimientos mágico-químicos a los que no fue totalmente ajeno mi propio padre, don Agatángelo Soler y López, farmacéutico de verdad y gran amigo de don José, asiduo visitador y contertuliano de la rebotica de la vieja farmacia de la "Plaseta de Sant Cristófol".
                    



Dibujo de Xavier Soler, en el que retrata a una serie de contertulios en la farmacia de la plaza de San Cristóbal, entre ellos a su padre el farmacéutico Agatángelo Soler López.

Allí conocí yo, de pequeño, a Guardiola... Siempre me impresionó por su aspecto patricio y señorial, y por el respeto que imponía su barbado rostro finisecular. Posteriormente, y en momentos políticos muy duros para mí, en 1938, actuó, como letrado, en mi defensa. Tuve el honor de corresponder, haciendo yo de valedor suyo, escasamente un año después. Con una diferencia de edad tan grande habíamos sellado ambos una extraña y perdurable amistad.


La edición del Ayuntamiento, que iba prologada por mí, quedó también agotada. En la actualidad la familia de Don José me pide que gestione una nueva edición con algún organismo o editorial. Pero las gestiones siempre son difíciles, y a mi hace tiempo que no me gustan las dificultades que pueda encontrar y, al parecer, me encantan las que yo mismo me busco. Llegando a ésta conclusión, decidí editar yo mismo. Y con el beneplácito y autorización de la familia Guardiola, en su nombre y en la memoria de Don José, heme aquí convertido en editor.

La obra, así, vuelve a estar en manos de los lectores con la misma frescura y autenticidad que cuando salió a la calle por primera vez. Únicamente se añaden estas líneas, como "pórtico de presentación", y las que, con el mismo motivo, escribí para la edición municipal de 1959, por considerar que no han perdido actualidad. No he querido hacer una edición excesivamente económica, tacañeando, porque creo que las cosas, si se hacen, deben hacerse bien. Un libro como éste, de mucho usar y regalar, debe estar impreso sobre un buen papel. Se imprimen, además, quinientos ejemplares en edición de lujo y numerados, por ser de interés para coleccionistas y bibliófilos que así lo vienen solicitando.


Y nada más. Que Don José Guardiola y Ortiz y Don Agatángelo Soler y López, hoy, sin duda, juntos y tan amigos y unidos como siempre, nos estarán viendo y observando desde el Más Allá, satisfechos y divertidos de que sus hijos hayan llegado aun acuerdo, tan trascendente, para honrar la memoria del uno, aún a costa de dar dolores de cabeza al hijo del otro... Todos, ellos y nosotros, hemos querido servir, servimos y serviremos a Alicante y a los alicantinos...". 
Alicante, Navidad de 1972.

Agatángelo, siempre se lamentó de no haber podido salvar al profesor y diputado republicano don Eliseo Gómez Serrano, fusilado por los militares nacionales en el año 1939, a sus cincuenta años de edad.

Todos aquellos acontecimientos dejarían en los ojos de mi padre una mirada de infinita tristeza que la acompañaría hasta el día de su muerte. Mientras que tuvo la farmacia en la calle Mayor acudían allí periódicamente algunos republicanos a los que ayudaba siempre económicamente.

Pero quizás su época más fecunda se desarrollaría en la alcaldía. En octubre de 1954 es nombrado Alcalde de Alicante.

Sobre la Explanada de España.
Poco tiempo después, Agatángelo, asiste en Lisboa a un congreso de alcaldes “hispano-luso-filipinos” según reza la inscripción de la medalla conmemorativa de aquel evento que aún conservo. En aquel viaje a Lisboa, pasea por sus empinadas calles, conoce sus tranvías, el barrio de Alfama, con el castillo de San Jorge, la Casa dos Bicos, y el mirador de Santa Lucía; y, también, la plaza del Rossio, donde queda impactado gratamente por el pavimento que la adorna puesto allí a mediados del siglo XIX, que al igual que el de la Torre de Belem, semejaban las olas del océano que separan a los dos continentes,  plasmadas en un enorme mosaico, inspirado en el Tratado de Tordesillas del 4 de junio de 1494, que está colocado en la base de la estatua de Enrique de Avis y Lancaster, llamado “El navegante”.
                 

Monumento a los descubrimientos.

Inmediatamente le viene a la mente pavimentar su querida Explana de Alicante con ese mosaico que está viendo. De regreso a Alicante habla con su amigo Paco Muñoz, arquitecto de profesión, y no tardarán en irse los dos otra vez a Portugal a ver de nuevo el pavimento de la Plaza del Rossio y el de la Torre de Belem.

De repente, e ilusionados, deciden que éste granito de Lisboa sería sustituido en el pavimento de la Explanada de Alicante por el mármol de Monóvar, añadiendo, en sus mentes, a los colores blanco y negro que están observando, el color rojo alicantino.

Porque el pavimento y la reforma de la Explana de España en la ciudad de Alicante fue una decisión personal del Alcalde Agatángelo que tendría que vencer muchas resistencias y presiones.

Veamos que contaba el periodista Fernando Gil Sánchez en su libro “Crónicas Alicantinas”, en sus páginas 22 a 27, que editó en Alicante la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, en el año 1977:
              

Don Fernando Gil en el año 1985.
              
“Según Castelar, “el Malecón de Alicante es uno de los altares más altos, más cruentos y más sagrados que se alzan para testificar los grandes sacrificios, los grandes holocaustos ofrecidos por nuestros padres en aras de la libertad”. Esto, dicho por Emilio Castelar en el curso de un mitin en el Teatro Principal, refrendaba viejas ilusiones locales.


En el año 1854, el Ayuntamiento acuerda levantar un monumento a la memoria de los liberales, y se rinde homenaje a aquellos mártires de la libertad con una misa en San Nicolás, a la que asisten los miembros del cabildo Municipal en Pleno. Después se celebró una procesión solemne hasta el Malecón, donde, en el lugar exacto de la ejecución, se hicieron las rituales descargas de fusilería. Allí habían colocado un estandarte en el que aparecería este texto: “Patria y libertad a los mártires de 1884. El Ayuntamiento Constitucional”. Fue erigido un monumento por una matrona simbolizando la Libertad y llevando una corona de laurel.


En 1868 y en la oportunidad de conmemorarse el aniversario de los fusilamientos de 1844, un vecino de Alicante, don Salvador Barberá, arrojó desde su balcón y sobre una de las glorietas del paseo, la situada frente a la calle Bilbao, unos ramos de flores con los que iba atada una tablilla que llevaba este texto: “Paseo de los Mártires de la Libertad”.


La voz popular había dado un nuevo nombre al Malecón.


Otro testimonio histórico, que, como todos los consultados, nos merece un gran respeto, plantea la decisiva influencia de Olalde como brazo inspirador de un nuevo paseo. Don Perfecto Manuel de Olalde es gobernador civil de Alicante entre los años 1867 y 1868. De sus diarias entrevistas con el alcalde de la ciudad, don Juan Bonanza y Roca de Togores, toma base la idea de aquel: convertir en paseo el lugar conocido por El Malecón, donde las ruinas y los escombros dominan su superficie. Como consecuencia, el alcalde ordenó al arquitecto municipal, Guardiola Picó, que trazara los planos pertinentes para realizar las necesarias mejoras, y Olalde, antes de abandonar nuestra provincia y su Gobierno Civil, aún pudo asistir a la inauguración del “nuevo” paseo de la Explanada. La ciudad correspondió a aquellos esfuerzos y dio el nombre de Olalde al paseo.


Como versión periodística de aquellos hechos, he aquí lo que publicaba el periódico El Comercio, de 4 de agosto de 1868: “No exageramos al decir que en toda España y aún fuera de ella no existe un punto de reunión tan pintoresco como ese magnífico paseo, que, por ensalmo, ha brotado a la orilla del Mediterráneo en menos de ocho meses. El Malecón, que, poco hace, era una explanada árida y arenosa, es hoy un vergel deliciosísimo que tiene por estanque un mar tranquilo. En torno de recuadros de verdura, en que crecen hermosos mirabeles, matizadas acacias, fragantes lirios y aromáticos jazmines, elevan sus gallardos roncos, coronados de lánguidos penachos, las africanas palmeras, desconocidas en casi toda Europa, y que aquí forman una larga y cuádruple alameda; en varias glorietas, rodeadas de cómodos asientos, se aglomeran nuestras bellas paisanas. El inspirador de esta importante mejora, que ha convertido un árido terreno en uno de los paseos más bellos y originales de España, debe estar altamente satisfecho de su pensamiento, así como Alicante debe agradecerle la haya dotado de un vergel que, de seguro, causará la admiración de cuantos viajeros arriben a nuestro tranquilo puerto”.


Esto es, la palmera lo es todo en la Explanada. No es bosque, es un recinto trazado geométricamente, a escala, con minucioso empeño paralelo al agua. Las primeras palmeras en la Explanada aparecieron hace algo más de un siglo, según este texto de año 1866: “Deseando el Ayuntamiento embellecer la población y dar al propio tiempo trabajo a innumerables jornaleros parados por falta de ocupación, emprendió la meritoria tarea de convertir en un paseo delicioso el Malecón, que, hasta hace muy poco tiempo, había sido un lugar abandonado y hasta repugnante, y cuando ya llevaba plantadas, con aplauso de todo el mundo, más de cuatrocientas palmeras, cuando ya brotaban en hermosos arriates naranjos y flores, cuando el público había tomado ya posesión de tan magnífico paseo, la administración militar pide la suspensión de una obra de tal naturaleza, alegando que se halla dentro de la zona militar”.


Ya hemos indicado anteriormente que, con relación a la Explanada, no había punto de coincidencia. Por tanto hay queda el dato sobre la primera plantación palmeral en la Explanada. Después, hubo otras. Por ejemplo, y donadas por don Antonio Salvetti, se plantan más palmeras en el paseo en el año 1881; reproduce una nueva repoblación al año siguiente y antes de que finalizara el siglo XIX, concretamente en 1894, se registra una modificación de la jardinería: desaparecen los jardincillos y se crea un salón central de 280 metros de longitud por diez de ancho, prácticamente, tal y como está todavía. La reforma produjo muchas protestas, pero, no obstante, se  llevó a cabo alegándose que había crecido mucho la población y era preciso crear nuevos espacios para los paseantes.


La última y de alguna forma espectacular reforma hecha en la Explanada corresponde a nuestro tiempo, mas concretamente hacia la mitad de este siglo XX. Como nos correspondió ser testigos del comienzo de las obras, e incluso reflejar el momento en las columnas del diario Información, he aquí lo que escribíamos en nuestra sección “Los temas del día”, de fecha 20 de febrero de 1958:


“Alrededor de cien personas –cien alicantinos mitad inquietos, mitad curiosos- se agruparon ayer tarde en la Explanada para asistir a la solemnísima ceremonia de vestir con traje de mármol multicolor el paseo más vistoso, espectacular, cosmopolita y famoso del Mediterráneo (y nos quedamos cortos). La pavimentación comenzó utilizando mármol negro –todo el que será empleado procede de Monóvar- debidamente troceado en fragmentos, de cuatro por cuatro centímetros. La “hora mármol” sonó exactamente a las cinco y treinta y ocho minutos de la tarde, en cuyo momento a un servidor de ustedes le cupo el honor de colocar uno de los primeros fragmentos de mármol. Por cierto que la tarea será desarrollada por media docena de técnicos especializados en estos menesteres de la pavimentación tipo lujo. En los diez mil metros cuadrados sujetos a esta acción renovadora de nuestro primer paseo local, serán empleados más de seis millones de estos citados trozos de mármol, que miden, repetimos, cuatro centímetros de ancho por otros tantos de largo”.


 Era el alcalde de la ciudad don Agatángelo Soler”.
              

Don Agatángelo Soler, y el gobernador civil don Miguel Moscardó, observando la colocación de las teselas en la Explanada.

Costó la pavimentación un millón de pesetas de entonces. La anécdota, al respecto, fue que durante el tiempo que duró la pavimentación muchos paseantes se llevaban las teselas de mármol que estaban reunidas en varios montones para su paulatina colocación. Esto lo descubrió mi padre cuando a mis hermanos y a mí nos encontró una serie de fragmentos de éste mármol en nuestra habitación en la casa en la que vivíamos alquilados en la Rambla.

Hace un año se conmemoró el 50 aniversario de la colocación del pavimento de la Explanada de España, atribuyendo dicha obra al arquitecto don Miguel López González, excelente arquitecto y mejor persona, amigo de mi padre con el que yo mismo pude hablar en muchas ocasiones. Como arquitecto municipal que fue, hubo de firmar el proyecto de obras de la Explanada. Entre las obras de Miguel López se contabilizan un colegio de Benalua ya derribado, y el colegio Padre Majón en el barrio de Carolinas, realizados en tiempos de la República como equipamiento educativo fundamental para una sociedad con un alto grado de analfabetismo; el edificio para el Instituto Provincial de Higiene, proyectado antes de la guerra civil pero construido con posterioridad (1934-1945); el proyecto para la plaza del Ayuntamiento de Alicante (1944-1960), el monumento de la “Cruz de los caídos” (1939), el sanatorio del Perpetuo Socorro (1942), la fachada posterior del Colegio para los Padres Jesuitas (1955), y el templete de música de la Explanada, siendo Agatángelo alcalde, que asemejándose a una concha marina fue un manifiesto de modernidad y libertad. Tan original y bella obra ésta última estuvo a punto de ser demolida hace pocos años, gobernando el Partido Popular en el Ayuntamiento de Alicante, indicando esto que en temas de conservación de patrimonio histórico queda todavía mucho camino, demasiado, por recorrer.


1 de Agosto de 1995. Entierro de D. Agatángelo, en misa oficiada por 12 sacerdotes (Arjones; Diario Información)
      
 La idea del pavimento de la Explanada fue de Agatángelo que fue quien la impulsó por decisión personal, siendo su amigo el arquitecto don Francisco Muñoz Llorens el “cómplice necesario”.

Lean, al respecto, lo que dice el periodista don Alfredo Aracil, el martes 1 de agosto de 1995, en el diario Información de Alicante, un día después del entierro de Agatángelo:

    “Último adiós a un Alcalde emblemático… El afecto que los alicantinos partidarios de las más diversas ideas políticas y ejerciendo las más variadas profesiones, profesaban a Agatángelo Soler, quien entre los años 1954 y 1963 ostentara el título de Alcalde de Alicante, quedó demostrado en la mañana de ayer, al asistir al sepelio y misa de corpore insepulto, celebrado en la catedral de San Nicolás. Entre la concurrencia se apreciaba un considerable número de viejos amigos y compañeros que no podían ocultar el afecto, admiración y respeto hacia él.


    Los numerosos amigos de Agatángelo Soler evocaron su dedicación a Alicante… La condición humana de Agatángelo Soler, su formación profesional, su trayectoria política y su “gancho” como alcalde, hizo posible que los cientos de alicantinos que, en la mañana de ayer se congregaron en el Tanatorio “La santa Faz”, primero, y en la concatedral de San Nicolás, después, lo hicieran por propia convicción. Unos tributaban el último adiós a su amigo; otros querían manifestar su adhesión al compañero y otros deseaban tributar un silencioso homenaje de gratitud y afecto a quien, como alicantino, por espacio de nueve años, cuando menos, había dedicado su trabajo, su esfuerzo y su ilusión, de manera altruista por un Alicante mejor.


    Pascual Coloma, empresario alicantino, fue alcalde accidental de Alicante por poco tiempo, pero no era esto lo importante para él, ni lo que le movió a despedir a Agatángelo Soler en su último viaje. Lo hizo, según él como alicantino y como tal manifestó: “Alicante ha sufrido una gran pérdida. Cuando pasen algunos años nos daremos cuenta”.


    José Antonio Vidal Gadea, abogado, amigo y compañero del finado desde la infancia, se presentó en la capital con la misma ropa que llevaba en su casa de campo en Benejama, al tener noticias del luctuoso suceso: “Esta mañana a primera hora se han bajado a Alicante tres de mis hijos, lo que quiere decir que, de haberlo sabido, habría venido con ellos. Pero me he enterado por INFORMACIÓN y no le he dudado un momento. El hubiera hecho lo mismo por mí. Yo no puedo hablar de Agatángelo Soler porque siempre me quedaría corto”.


    El que también fuera compañero inseparable de Agatángelo Soler desde la niñez y coincidiera con él, además, en el Ayuntamiento como concejal y luego teniendo al fallecido como alcalde, el arquitecto alicantino Francisco Muñoz Llorens, no se resistía a recordar el viaje que juntos, y teniendo además con ellos al arquitecto municipal, Miguel López González, realizaron a Lisboa, “para comprobar sobre el terreno el material de que se componían las piezas con que se había de cubrir la Explanada. Aquella experiencia estuvo llena de anécdotas y chascarrillos, pero con unos resultados positivos que ahí están”.


    Pedro Zaragoza Orts, el ex alcalde de Benidorm, destacaba que Agatángelo, como el mismo, “nunca cambió de chaqueta”. De su amigo destacó que fue un hombre lleno de ilusión, generosidad, energía y honradez, con el que compartió muchas horas de conversación, protagonizada por la gran ilusión que ambos tenían en engrandecer los municipios de Alicante y Benidorm.


    Ambrosio Luciañez Piney, que también compartió con su antecesor en la alcaldía largas conversaciones a la orilla de la Playa de San Juan, recordó que siendo Agatángelo presidente de la Caja de Ahorros Provincial quiso comprar un “Picasso” para cedérselo posteriormente al Museo de la Asegurada”.

Así pues, cuando hoy en día podemos leer, muy a menudo, en el periódico Información de Alicante, a periodistas que afirman que el pavimento de la Explanada fue una obra del arquitecto Miguel López, y que además se inspiró en el Paseo de Copacabana, yo les recomendarían que echaran mano de su hemeroteca antes de publicar cosas que no son ciertas. Porque: ¿qué hacía don Miguel López en Lisboa en unos de los tres viajes que realizó Agatángelo a esa ciudad? ¿Quizá acercarse un poco más a Copacabana, con océano de por medio, y así inspirarse en el pavimento de su paseo, para posteriormente plasmarlo en nuestra Explanada?
            

 
1.- Explanada de España en Alicante; 2.- Plaza del Rossio en Lisboa.

Pero con el pavimento de la Explanada no se acabaron las obras y las ideas de Agatángelo como alcalde. Una original idea fue la de colocar ascensores de acceso al castillo de Santa Bárbara aprovechando los huecos de la mina con que las fuerzas españolas volaron a los ingleses, que como  también ocurriera con Gibraltar, habían usurpado la fortaleza en la Guerra de Sucesión. El resultado fue la instalación de dos ascensores, de acceso al Castillo, que se elevaban en un trayecto de 150 metros a través de la montaña.

Otra de sus obras como alcalde fue el aeropuerto. Una vez descartado el que se pudiera construir en los terrenos de Rabasa, donde ya funcionaban unas pequeñas pistas de aterrizaje, hubo que trasladar el proyecto al Altet. Había que comprar los terrenos y ofrecérselos a la “Subsecretaría de Aviación Civil”, y como el Ayuntamiento no tenía presupuesto para tan tamaño empeño, Agatángelo tuvo que avalar personalmente ante los Bancos la compra de los terrenos. Y, por cierto, hay, también, que decir que los Ayuntamientos de Elche y Benidorm nada quisieron tener que ver con el asunto, y que la condecoración del “Mérito Aeronáutico” se la otorgaron al alcalde siguiente don Fernando Flores Arroyo.
                   

El Magirus1 llega a Alicante


En aquella época, siendo yo un niño, mi padre me llevó con él a Barcelona, ciudad de la que él era un gran admirador. Iba a comprar un camión de bomberos de la marca Magirus, con el que se dotó al cuerpo de bomberos de la ciudad de Alicante que inauguraba parque al costado de la estación de autobuses.
             

 
1.- Fuente mágica de Montjuic, en Barcelona; 2.- Fuente de la Plaza del Mar en Alicante.

También, en Barcelona, se entrevistó con el arquitecto Carles Buīgas, aquel que construyera a finales de la década de los años 20 del siglo XX las “fuentes mágicas de Montjuic”, en catalán “Fonts de Montjuïc”, para la Exposición Internacional de la Barcelona de 1929, con sus fantásticos juegos de luces y surtidores de agua. Le costó mucho convencer al arquitecto ingeniero ya retirado de su profesión. Pero, una vez comprado el motor de la misma en Barcelona, Alicante tuvo su fuente luminosa en la Plaza del Mar, frente al hotel Palas, hoy en día sede de la Cámara de Comercio.
                  

Explanada de Alicante, con la fuente luminosa de la Plaza del Mar al fondo. En esta foto aparece Agatángelo Soler de espaldas, escuchando lo que dicen unas señoras, siendo doña Carmen Polo de Franco la que va vestida de negro y con la mano extendida señalando al pavimento. Detrás de ella, a la izquierda y vestida de negro, la mujer de Agatángelo: Edna Rosa Díaz Ulmo. A la derecha de Agatángelo y con un traje de color más claro, el gobernador civil don Miguel Moscardó.

 Dos obras de Agatángelo, la fuente de la Plaza del Mar y el pavimento de la Explanada de España. En la primera luce una placa con el nombre del alcalde Luís Díaz Alperi, primo mío; y en la Explanada otra placa, que conmemora la reforma del pavimento de 1993, con el nombre del alcalde Ángel Luna… Izquierdas y derechas se van disputando las obras de Agatángelo.

En aquella época los arquitectos municipales hacen los proyectos de los polígonos de San Blas y Babel. Se van mejorando las playas, en donde aparecen los primeros bikinis, a los que Agatángelo da el visto bueno, mientras que determinados “carcas” locales se preocupan más por el cumplimiento del sexto mandamiento que por otra serie de problemas más reales.

Y llega el turismo a la provincia de Alicante, y don Pedro Zaragoza Orts, alcalde de Benidorm por aquella época, junto con Agatángelo Soler, inventan un “eslogan gancho” creando el término “Costa Blanca”. Acuden a nuestras costas madrileños en masa, y entre los extranjeros, muchos franceses a la búsqueda del erizo de mar entre las rocas y arenas de nuestras playas; y también ingleses y suecos. Muchas “suecas”, aunque éstas se las llevaba todas Benidorm, lo que a mi padre le pareció siempre una gran injusticia. Pedro Zaragoza, franquista convencido y con profundas convicciones religiosas, se enfrento a la Santa Madre Iglesia, al autorizar el uso del pecaminoso bikini en todo el término y playas de Benidorm. Incluso el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, intentó excomulgarlo, algo que no consiguió porque Pedro Zaragoza cogió su Vespa y se fue de noche hasta las puertas de El Pardo, consiguiendo que Franco lo recibiese y le concediera mucha manga ancha en cuestiones de vestimenta y de buenas costumbres, pues entendió de boca de aquel atrevido alcalde que el Turismo, como industria, podía salvar la economía española. También vendría de la mano de don Pedro el famoso Festival de la Canción de Benidorm.

Al igual que don Pedro Zaragoza, tuvo Agatángelo más de un problema, derivados todos ellos de su independencia de criterio  y su amor e inclinación por lo que podía ser lo justo. Una mañana, aparecieron en la playa de San Juan, una serie de casetas plantadas en la misma arena, que estaban rodeadas de alambre de espino… Y es que algunos militares habían decidido acotar un trocito de playa para su uso personal. Este asunto se saldó con la detención de los militares en cuestión por los agentes de la policía municipal, junto con el traslado forzoso hacia otros lares del Gobernador Militar de la Plaza.

Otra anécdota es aquella en la que un almirante norteamericano quiso irrumpir vestido con su uniforme en el despacho del alcalde para intentar liberar a unos marines yanquis que habían sido detenidos por la policía municipal porque estando borrachos habían causado una serie de destrozos en una cafetería del centro de la ciudad de Alicante. Agatángelo, entonces, dio orden a la policía municipal de no dejar salir del recinto portuario al almirante si iba vestido de uniforme. Así pues el almirante, en su segunda vista al Ayuntamiento, ya iba vestido de paisano. Los marineros tardaron aún unos días en salir del calabozo, y la “flota americana del Mediterráneo” fue declarada en el Ayuntamiento como “non grata”. Y lo cierto es que los barcos de guerra americanos dejaron de venir al puerto de Alicante, durante bastante tiempo, en plena “guerra fría”.
             

      
Caso aparte merece el asunto de la llegada de los “pieds noirs” a Alicante. Con el término de “pieds noirs” o “botas negras” se denominaba a los ciudadanos franceses de origen europeo o judío que residían en Argelia y a su calzado militar, que se vieron obligados a salir de ese país tras la independencia en 1962. En aquella época la ciudad de Alicante estaba hermanada con la de Orán desde los tiempos del alcalde republicano don Lorenzo Carbonell Santacruz, y la corporación municipal que presidía Agatángelo realizó una vista a Orán, que más tarde devolvería a Alicante la corporación de dicha ciudad. En 1962, Argelia consigue ser independiente, con el final de su guerra. Fue el general Charles de Gaulle el que decidió y firmó la independencia de éste país, mientras cientos de franceses de Argel, muchos de ellos descendientes de alicantinos, se vieron atrapados en el puerto de Orán. Y fue Agatángelo el que consiguió que el gobierno español enviara una serie de barcos a recogerlos. Estos “pieds noirs” arribaron a nuestro puerto con lo puesto, pero con la ayuda del Ayuntamiento y de una serie de pequeños créditos de la Caja de Ahorros Provincial, se fueron estableciendo en la ciudad de Alicante, y en las playas de la Albufereta y de San Juan. Montaron una serie de negocios nuevos, dotando a nuestra ciudad de un aire de modernidad con aquellas máquinas automáticas de discos que empezaron a sonar en las cafeterías, o con aquellas de dispensación de tabaco… O ¿quién no se acuerda del restaurante “Auberge de France”, cerca de la playa de la Albufereta, y de sus mejillones al horno con ajito y perejil?

Y ya que ha salido el alcalde don Lorenzo Carbonell Santacruz a colación, les puedo contar que cuando volvió a Alicante, en 1960, desde su exilio en Orán, fue don Agatángelo a recogerlo, en coche oficial, a la escalerilla de la avioneta que lo trajo llevándolo al Real Club de Regatas de Alicante, donde le esperaba una serie de amigos para comer con él, para rendirle un pequeño homenaje.
                

           
Agatángelo Soler dimitió como alcalde en el año 1963 disconforme con una nueva ley que recortaba la autonomía de los municipios. No sin antes haber fomentado la construcción del barrio Virgen del Remedio para dar casas a muy bajo precio a las gentes que vivían en las tierras del interior de España, sobre todo aquellas que vinieron de La Mancha atraídos por la pujanza que adquiría nuestra ciudad.

También participó en la fundación de la Caja de Ahorros Provincial, cuyo edificio en la Rambla fue proyectado por el arquitecto Paco Muñoz. Fue vicepresidente de ésta entidad, y más tarde presidente. Solía él repetir:
           
- “La Cajas de Ahorro son la Nacionalización de la Banca”.

Fue elegido por sus compañeros de profesión Presidente del Colegio de Farmacéuticos de la provincia de Alicante, construyendo una nueva sede colegial que se encuentra actualmente muy cerca de la plaza del Ayuntamiento.
           
Veamos qué dice una carta que escribió el farmacéutico Pedro Malo, en la revista del Colegio de farmacéuticos, de Enero 96 - nº 8, después del fallecimiento de Agatángelo:

    “Un genio llamado Agatángelo… No le conocí personalmente hasta muy avanzado el año 1973, cuando hacía varios me había hecho cargo de la dirección de El Monitor. Me sorprendió, en un principio, que un hombre poco impresionante por su aspecto físico pudiese tener tan enorme influencia y peso específico en la Farmacia Española, dirigida entonces por las personalidades constituyentes de aquella generación, que alguna vez he llamado los GRANDES PRESIDENTES. Pero esta sensación de sorpresa quedó pulverizada nada más empezar a escucharle; en un momento comprendí que me hallaba ante un hombre excepcional, una cabeza privilegiada sostenida por una voluntad de hierro y un valor moral que no se arredraba ante obstáculo alguno si le asistía la razón y consideraba obrar en justicia.


    Recuerdo que algún tiempo después escribí una serie de epigramas describiendo a los personajes más destacados de la profesión. No publiqué los versos porque decía muchas verdades y no siempre el sujeto definido acepta los juicios ajenos si contienen una pizca de crítica. El dedicado a Agatángelo Soler decía así: “Es político importante // simpático, inteligente, // de humor agudo y brillante, // el menudo Presidente // del Colegio de Alicante, // que ante un problema presente // se transforma en un gigante. // Como amigo es excelente, // si enemigo, preocupante. // Con los tontos, impaciente, // con los sabios, dialogante // y en toda España, influyente, // aunque resida en Levante”.

Nunca llegó a leer estos ripios, si bien debió tener noticia de ellos, porque en un par de ocasiones me preguntó cuándo iba a sacarlos a la luz. El caso es que los dedicados a él no eran en absoluto negativos, como puede verse, pero había otros que me hubiesen granjeado el odio eterno del retratado sin beneficio para nadie.


Agatángelo poseía una pluma envidiable, diáfana y elegante, con un toque de humor en las más ácidas diatribas que hacía circular sus escritos por las mesas ministeriales, regocijando al lector. Mucho más si la víctima de sus ironías era un rival.


Pero donde a mi juicio volcó raudales de gracia y de ternura fue en las “Historias de la Placeta de Sant Cristofol” de la que tengo dos volúmenes y que me han servido muchas veces para extraer anécdotas y tipologías con que adornar mis charlas. Las costumbres y actitudes ante la muerte, recogidas en el libro “Un entierro a la Federica”, que suelo releer, me despiertan los recuerdos de mi infancia, allá en Quesada, donde sucedía prácticamente lo mismo.


 Si alguien me preguntara por las virtudes que más admiraba en Agatángelo, destacaría tres: la lealtad a la Patria, la Farmacia y las personas; la firmeza en sus convicciones; la honradez en su proceder. No menciono la clarividencia, el talento y la capacidad imaginativa, porque son elementos que no dependen de nuestra voluntad y Dios las concede a quien elige. Y aún hay algo más que me admira de Agatángelo: su MAGISTERIO, esa difícil y rara condición que permite a unos pocos hombres crear escuela. Y él lo hizo.


Creo que la escuela de Agatángelo, mezcla de sus virtudes y capacidades, con sentido de la oportunidad, cordura y diplomacia, no sólo ha influido en la formación del equipo que le sustituyó en el Colegio, sino que ayudó a entender la profesión a muchos que no estaban en su órbita, como quien esto firma.


    Dios tenga en su gloria a este querido, genial e inolvidable gran hombre”.




En la farmacia de la calle Mayor se desarrollaba una actividad febril. En ella se hacían todo tipo de cremas y formulaciones magistrales. También había un pequeño laboratorio de análisis clínico, con un microscopio de óptica alemana, muy avanzado para la época, por la que pasaron los glóbulos rojos y blancos, y las orinas de muchos alicantinos. Clientes suyos eran la cantante Conchita Bautista, y el actor Alberto Closas.
             
Un escaparate lleno de minerales daba a la calle, en  el que resaltaban las geodas amatista. Los primeros yogures “Danone” envasados en frascos de cristal cerrados con papel de aluminio y una goma elástica rodeándolo en su cuello. En el almacén de la farmacia se fabricaba, en un principio, aquel dentífrico líquido al que llamó “Cilidén” y cuyo eslogan de venta era “Cilidén, una gota vale cien”, también aquella rosa y suave “espuma de baño Agatángelo”, la aspirina “Akra Leuda”, el protector solar “Agasol”; también una crema compuesta por estreptomicina y un antifúngico, al que llamó “Curalotodo”, y tantas y tantas preparaciones magistrales de farmacia; también se vendían en la farmacia los primeros fármacos homeopáticos totalmente innovadores en la provincia de Alicante. Agatángelo también trabajaba haciendo análisis clínicos en el ambulatorio de la calle Gerona y en la Delegación de Sanidad que estaba cercana a la Plaza de Toros. Fue uno de los accionistas del sanatorio del Perpetuo Socorro, y de muchas cosas más que en estos momentos no recuerdo.

Como Consejero Nacional y  Procurador en Cortes Generales de Madrid, que fue, le tocó participar en la votación de la propuesta que hizo Franco para que el príncipe Juan Carlos fuera el futuro Rey de España en aquella Ley de Sucesión, hoy en día plasmada en el “Título III: De la Corona”, de la Constitución Española. Aquella votación la presidía el propio general Franco, siendo nominal y de “viva voz”. Y fueron 19 procuradores los que votaron que NO a la Monarquía, siendo fieles a su republicanismo falangista, y entre ellos estaban Agatángelo Soler. Agatángelo siempre dijo que:
             
- “Nadie es más que otro por el hecho de nacer”, y repetía:
               
- “al menos en los derechos y deberes políticos”.

Con ésta actitud se ganó la antipatía de los jerarcas del régimen franquista de aquellos tiempos: los “fantasmones encaramados en el poder”.
           

 
     
En su faceta de escritor legó a Alicante los libros que narraban las historias y anécdotas del Alicante de su infancia. “Historias de la Placeta de Sant Cristofol” y “Un entierro a la Federica”, fueron sus obras literarias más famosas. Editó en 1959, siendo alcalde de Alicante, y más tarde, constituido como editor, en 1972 la “Gastronomía Alicantina. Conduchos de Navidad” del republicano don José Guardiola y Ortiz, la “Crónica de Viravens”; también, la de Nicasio Camilo Jover. Costándole en más de una ocasión, dichas ediciones, pérdidas económicas en su bolsillo, pero no le dolían pensando y llevando a cabo el servicio de que la historia de Alicante no se perdiera y se olvidara.

La personalidad de don Agatángelo, antes, durante y después de ser alcalde de Alicante, fue siempre muy cordial con todos los que se le acercaban a hablar con él. Recuerdo que el trayecto a pie que realizaba todos los días desde su farmacia de la calle Mayor, al ambulatorio de la calle Gerona, donde trabajaba como analista clínico, podía durar más de una hora, por la cantidad de gentes que se paraban a charlar con él. También llevaba pequeñas cantidades de dinero disponible para repartirlas entre la gente más necesitada, además de pagar más de una carrera universitaria a determinados jóvenes, al margen de las de sus hijos. Todavía aún hoy cuando yo paseo por la calle Mayor, viejos alicantinos me paran y me recuerdan a mi padre. Incluso hay gente que dice que le acaba de ver paseando, y es que en Alicante tiene que haber gente de todo tipo, que sino esto sería muy aburrido.
         

 
 
 

Una vez siendo alcalde, se propuso visitar en Hogueras, todas las “Barracas y Fogueres” que se habían plantado ese año. En todas ellas le ofrecían la típica “coca en toñina” y “les bacores”. Ya en la última barraca que visitaba, el Presidente de la Hoguera lo recibió con una enorme “coca en toñina”, declinando el comerla porque no le cabía nada más en el estómago: El “foguerer”, casi ofendido, le espetó:
         
- “Señor Alcalde, que la fet ma mare”, y se la tuvo que comer enterita.

Por las fechas de Navidad, siempre había un guardia municipal, rondando en la puerta de la casa en la que vivía, con su familia, como inquilino en la Rambla, que vigilaba para que nadie le llevara regalos. Comparen esto a lo que pasa hoy en día con todo lo que se publica sobre regalos y demás “mandangas” en la Comunidad Valenciana. Agatángelo Soler no cobraba sueldo como alcalde, ya que este cargo, por aquellas épocas, era “obligatorio y gratuito”

Su vida iba transcurriendo dedicándola a sus labores en el Colegio de Farmacéuticos, y más tarde en su despacho de la calle Mayor, en donde escribía en su ordenador personal con un innovador, y ahora viejo, lenguaje MS-DOS, las semanales columnas costumbristas de opinión que se publicaban en el periódico ABC y en el periódico Información de Alicante.

Amaba el mar, y por tanto junto con su mujer y su hijo Jose, se presentaron los tres al examen de Patrón de Embarcación Deportiva de Primera Clase, que aprobaron. A partir de ahí se compró una pequeña lancha llamada “Tintorera” con la que salía a pescar desde el Club de Regatas de Alicante. Más tarde él consiguió sacarse el título de Patrón de Yate, y su mujer el de Capitán. Con el tiempo fueron cambiando de embarcaciones, y todas se llamaron “Edna”: el nombre de la guapa cubana que le acompaño durante la mayor parte de su vida, mi madre. Se solía mosquear cuando alguno de sus hijos pescaba “a la floja o al curricán” más peces que él, en aquella época dorada del mar Mediterráneo, en la que aún se podían pescar y comer salmonetes, vidriadas, pajeles, serranos y bonitos recién sacados del mar. Más tarde vivirían mi madre y él, durante largas temporadas, en el barco que tenían atracado en el Club de Regatas de Moraira, donde fueron bastante felices. Incluso se atrevieron ellos dos solos, y siendo ya mayores en el año 1979, a hacer una travesía hasta la isla de Formentera donde trabajaba mi hermano José como médico.
               

Edna y Agatángelo en Moraira.
  
Agatángelo Soler murió el 31 de julio de 1995 en su chalet de la Albufereta, después de una larga y penosa enfermedad que le dejaba fuera de juego en vida. Su funeral constituyó una gran manifestación de duelo, oficiado por 2 obispos y 13 sacerdotes, y presidido por el Pleno de la Corporación Municipal en curso. A él asistieron los ex alcaldes Lassaleta y Ángel Luna. También Luís Díaz Alperi alcalde de la ciudad en esos momentos, y sobrino suyo. Y muchos, muchísmos amigos suyos que le echarían de menos. La prensa recogió más de 100 artículos sobre la vida y obras de Agatángelo Soler, que la Asociación Cultural Alicante Vivo tiene a su disposición.

Una plaza en la Gran Vía alicantina lleva su nombre, junto a una gran avenida que lleva el de su hermano Xavier Soler. Quizá algún día se las quiten a ambos, otros que vengan que nieguen sus méritos y obras.

Por cierto, que acabando el esbozo de ésta biografía que les he expuesto, el diario Información de Alicante publica de nuevo un artículo sobre el cambio de las teselas del pavimento de la Explanada en el que no se nombra para nada a don Agatángelo Soler Llorca: ¡Curiosa manera de escribir la Historia!

Y es que: “Una mentira repetida mil veces llega a convertirse en una verdad”, siendo ésta una máxima Leninista que algunos aplican a rajatabla emulando a la escuela soviética de Stalin. Pero frente a esa frase hay otra mucho más bonita, que no es de Vladimir Ilich Ulianov Lenin, sino de Jesús de Nazaret: “La verdad os hará libres”.

(En Alicante, a 24 de enero de 2010.  Luís Javier Soler Díaz.)

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SU PANTEÓN

Mapa de localización de la tumba de la familia Soler, según plano ofrecido por el personal del Cementerio Municipal (Pinchad en la imagen para ampliar)


-El Panteón tiene el número 976 y está en la Calle San Ignacio. Manzana H

-Junto a D. Agatángelo (que no figura en la lápida), descansan los restos de José Soler Sanchez y su mujer, Matilde López; Agatangelo Soler López y su mujer, Trinidad Llorca; Javier Soler Diaz; Xavier Soler Llorca; Trinidad Soler Llorca; Matilde Soler Llorca y su marido, Juan Rovira (padres de José Carlos Rovira, catedrático de literatura hispano americana de la Universidad de Aicante; Jose Saavedra Soler y su padre, José Saavedra.

-Una vez enterranda a mi tía Trinita, mi padre se empeño en que bajáramos al panteón para ver como estaba el pisito lleno ataudes y a ver cuantos más cabían. Mi tío Xavier Soler lloraba  como un desconsolado. Bajamos al panteón mi padre y yo, alumbrando con un mechero. Mi padre inspeccionó y dio el visto bueno. Subimos por la escalera. Y nada más salir, mi padre le dijo a su hermano Xavier Soler:  "Aún queda sitio pa tí"... Y si Xavier antes lloraba, comenzó a  llorar muchísimo más (José Agatángelo Soler Díaz)

-Dentro del panteón hay un osario. Mi abuelo, Agatángelo Soler López, alma caritativa y santo varón, enterraba ahí a más de una prostituta y algún que otro mendigo. Al parecer, cuando alguna prostituta del Barrio moría, y su cuerpo en la tierra aún "no tenía donde  caerse muerto",  mi abuelo se apiadaba con el 
asunto y mandaba enterrarla en el panteón. Eso sí... a escondidas para que nadie se enterara. (Luis Sóler Díaz)
    

 
 

 
 
 
 

Desde la Asociación Cultural Alicante Vivo queremos mostrar nuestro MÁS SINCERO agradecimiento a D. Luis Javier Soler Díaz y a D. José Agatángelo Soler Díaz, hijos de D. Agatángelo y grandes amigos de nuestro colectivo, por su atención, amabilidad y trabajo prestado para elaborar íntegramente este artículo. Conocemos desde hace mucho tiempo la lucha invertida por ambos, tanto en escritos como en medios de comunicación, encaminada hacia la perpetuación de la memoria e historia perdida y robada a nuestro ilustre Alcalde. Si alguna vez Alicante es capaz de recuperar como es debido los grandes acontecimientos en torno a D. Agatángelo, será sin duda gracias a ellos dos.

Todas las fotografías y documentos (excepto las imágenes del Panteón, que han sido tomadas por Alicante Vivo bajo el consentimiento familiar), así como los extractos y citas de otras fuentes, han sido cedidas por la familia Soler. ¡¡Muchas gracias!!

 
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