Desde hace algunos años, vengo observando la desaparición de los arboles de la antigua Huerta de Alicante. Al principio se llevaban los olivos dejando un inmenso agujero; más tarde, desaparecían otras especies bajo el hacha de los amigos de las barbacoas al aire libre. Ahora, veo asombrado lo más triste y lamentable que puede ocurrir con nuestro precario bien paisajístico: las excavadoras arrasando todo rastro de vida vegetal en esa zona. ¿Dejarán alguno de ellos, aunque sólo sean los de gran porte?
Aunque la antigua Huerta de Alicante está aquí al lado, se diría que hay una distancia eterna entre ese mundo del siglo XVI y las insulsas construcciones de cemento que hoy cubren su rostro como un extraño sarpullido. Las autopistas y las viejas fincas donde se elaboraba el fondillón de Alicante, ese vino mágico que fue ensalzado por Alejandro Dumas en “El Conde de Montecristo”, conviven a duras penas sin solución de continuidad. Uno puede ir andando por un camino polvoriento, rodeado de algarrobos, pasar junto a una torre de defensa contra los corsarios sarracenos y, de pronto, hallarse ante una gasolinera pluscuamperfecta al borde de una vertiginosa carretera donde los automóviles van a 120 kilómetros por hora hacia ninguna parte (PÉREZ OCA, M. A.)
Os invito a que déis una vuelta por Vistahermosa y lo observéis con vuestros propios ojos. No hay pérdida: junto al Barranco de Orgegia, en la misma carretera que se dirige al Hogar Provincial.
ALEXIS SEGURA