18 septiembre 2010

JUSTO, JUSTO…

La familia de José hablando con D. Juan Ortiz, otro de los niños heridos en el bombardeo.
        
Eran tiempos de guerra, de violencia y sangre, la zona de Peñarroya y Pozoblanco se veía azotada por el vendaval del frente y muchas familias abandonaron sus hogares para refugiarse en retaguardia. Así es como llegaron a Alicante Feliciano Santos y Eoristela Pérez, con sus hijos Ángel, Justo, José, Camelia y Victoria. Los niños Justo y José iban a una escuela de la calla de Velázquez, donde también asistía mi amigo Juan Ortiz. 
      
El 25 de mayo de 1938 las bombas italianas cayeron sobre el Mercado Central y sus aledaños. José Santos Pérez - el niño José de entonces - recuerda que la maestra lo escondió debajo de un puesto de verdura para protegerlo. Después perdió el conocimiento, al recibir un impacto en la cabeza. Despertó en el Hospital, pero nadie le supo decir qué había sido de su hermano. Feliciano y Eoristela tampoco pudieron averiguar el paradero del niño Justo, en medio del caos y la confusión desatados en Alicante, con unos servicios públicos completamente desbordados por 300 fallecimientos y multitud de heridos que abarrotaban hospitales y depósitos de cadáveres. 
   
Al término de la guerra, la familia, con un miembro menos, volvió a Peñarroya con la angustia de no haber podido siquiera identificar el cadáver de Justo y visitar su tumba. Se dice que Eoristela jamás hablaba de la guerra y de Alicante, y que Feliciano siempre guardó en lo más profundo de su dolorido pecho la descabellada esperanza de que su hijo hubiera podido sobrevivir y quizá alguien lo hubiera amparado y mandado al extranjero con tantos otros niños refugiados… Justo, Justo. 
           
  
67 años después, yo me encontraba bastante cabreado, como acostumbro a estar cuando me tropiezo con cosas mal hechas o injustas que me indignan -la indignación es mi más potente motor literario-. Mi madre me había dicho que le parecía increíble que ningún escritor alicantino se hubiera molestado en escribir un libro sobre el bombardeo que ella también sufrió y que todavía hoy le provoca pesadillas. Era verdad, en Alicante había escritores que por su fama e incluso cargos, deberían haberse sentido obligados a publicar un libro con los testimonios de los sobrevivientes, de los que cada vez quedaban menos, arrebatados ya irremediablemente por la senilidad y la muerte. Así que me puse manos a la obra. 
   
Mi amigo Vicente Hipólito me hizo una sugerencia feliz: “Oye, Miguel, ¿por qué no consultas los registros del Cementerio de Alicante?” Y así lo hice, y elaboré una larga y espeluznante lista de enterrados en nuestro cementerio el día 26 y siguientes: 273, de los cuales más de 100 figuraban sin identificar. Era una cantidad enorme para una ciudad de 90.000 habitantes, aún sin contar los que morirían después a causa de las heridas y los que fueron enterrados en Mutxamel, Campello, San Juan y San Vicente. En esa lista aparecía un nombre: “Justo Santos Pérez. 12 años”, el hijo de Feliciano y Eoristela, enterrado en la fosa común del cuadro 12 del Cementerio Municipal de Alicante.
   
Recientemente, recibí, por medio del blog Alicante Vivo, un mensaje de Mari Carmen Santos, hija de José, el hermano sobreviviente de Justo. Se había enterado por una prima suya, hija Ángel, el hermano mayor ya fallecido, que en un libro sobre el bombardeo, titulado “25 de Mayo. La tragedia olvidada”, aparecía el nombre del niño perdido. Deseaba acompañar a su padre a visitar la tumba de su hermano y me pedía ayuda.
     
Ayer fue un día de gran emoción para mi. Mari Carmen Santos, con su esposo, y José Santos Pérez con su esposa y sus primos de Alicante, se presentaron ante el Mercado Central para que los acompañase a los lugares de la tragedia olvidada. Vimos el lugar donde cayeron las bombas, que hoy se llama “Plaza del 25 de Mayo” gracias a la insistencia y los desvelos de los que peleamos por Alicante desde “Alicante Vivo”; vimos el lugar donde debería estar ya el monumento que no se pone por un quítame allá una palabra, como si las personas no fueran más importantes que las voces. 
 
     
Lo ha dicho otro superviviente del bombardeo, Juan Ortiz: “Lo importante es honrar a las víctimas. Que se ponga o no la palabra fascista no me importa”. Fuimos al Archivo Municipal donde José, lleno de emoción, pudo ver el nombre de su hermano en el viejo y ajado libro de registros. Y acabamos en el cementerio, depositando un ramo de flores en una de las tres lápidas que conmemoran a las 300 víctimas de aquel bombardeo infame, realizado intencionadamente sobre la población civil por aviadores fascistas italianos a las órdenes de Franco. Que quede todo esto bien claro, en provecho de la Historia.
     
Debo agradecer el comportamiento de los empleados del Archivo Municipal y del periodista y el fotógrafo del Diario La Verdad de Alicante, que realizaron el excelente reportaje que hoy ha salido en sus páginas. Se mostraron dignos de la memoria del maestro Pepe Pico, al que todos lloramos. Y debo también agradecer a la familia Santos Pérez por su comprensión y sus palabras a agradecimiento no merecidas. El patriarca, José Santos Pérez, se lamentaba de que sus padres Feliciano y Eoristela hayan muerto sin llegar a tener noticias de su hijo en un libro que debió escribirse hace muchos años y que yo tuve que publicar ante la desidia de quienes debieran haberlo hecho. Ahora es muy fácil dar encendidas arengas y mostrar una santa intransigencia, pero trabajar por la Memoria Histórica es pensar en los deudos y los testigos, en las personas que guardan la memoria, sin la que la Historia no tendría objeto. Aplíquese cada cual la moraleja que quiera.
       
José y su hija se lamentan también de que ni en el cementerio ni en la plaza del 25 de Mayo figura una lista de las víctimas, debidamente sancionada por alguno de esos eminentes doctores en Historia que tiene nuestra Universidad. Ellos también tenían la obligación moral de investigar y averiguar lo que este modesto escritor, aficionado a la Historia, hizo con solo ir al Cementerio y preguntar por el libro de registros.
      
En fin, allá cada cual con sus responsabilidades derivadas de los cargos que ostentan y los sueldos que cobran. Yo, por las noches, duermo muy tranquilo, con la inefable sensación del deber cumplido, y ahora más, porque haber ayudado a encontrar a Justo es el mejor pago que he podido recibir nunca por mi trabajo de escritor. Ahora, que los demás cumplan también con sus obligaciones, si quieren. No los mencionaré expresamente porque ellos saben muy bien a quiénes me refiero.
    
Lo importante, aquí, ahora y siempre, es Justo, Justo…

Miguel Ángel Pérez Oca. 
Miembro de Alicante Vivo

 
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