09 abril 2011

UN ALICANTINO EN LOS ESTADOS UNIDOS, JUAN BAUTISTA BERNABEU (I)


Los alicantinos en las Américas de la Ilustración.


En las historias generales del Nuevo Mundo se trata con detalle la emigración de los castellanos en los siglos XVI y XVII, de los vascongados en el XVIII, y de los catalanes en el XIX. De la gesta americana parecen estar ausentes las gentes del antiguo Reino de Valencia en general, y en particular de la actual provincia de Alicante. Las luminosas investigaciones de Vicente Ribes han aclarado este punto. Nuestros antepasados no acudieron en tropel en los inicios de la colonización indiana, predominantemente castellana, máxime tras la expulsión de los moriscos valencianos en 1609. En el siglo XVIII la corriente se intensificó con la arribada a las Américas de religiosos, misioneros, militares, hombres de ciencia, comerciantes y diplomáticos procedentes de nuestras tierras. No en vano en 1735 a don Antonio de Ulloa y a los académicos franceses acompañaría nuestro Jorge Juan en la célebre expedición científica de la medición de los grados terrestres por debajo del Ecuador para deducir la verdadera figura de la Tierra. Entre 1800 y 1802 nuestro coterráneo Félix Berenguer de Marquina fue virrey de la extensísima Nueva España. La causa de la independencia de los Estados Unidos fue servida con diligencia por el militar alicantino Francisco Bouligny y el comerciante Juan de Miralles, nacido en Petrer. En esta hornada de servidores de España en la América Septentrional se encontró también nuestro paisano Juan Bautista Bernabeu.


Baltimore en el Siglo XIX

Entre 1794 y 1821 estuvo al tanto de los asuntos de nuestro consulado en Baltimore, y lidió esforzadamente con los problemas de una situación internacional endiablada para los intereses de España: la agitación de la Revolución Francesa en el Nuevo Mundo, el agresivo expansionismo territorial y comercial de los Estados Unidos, la hostilidad británica, la progresión rusa en Norteamérica, la invasión napoleónica de la Península Ibérica, la Emancipación iberoamericana y las implicaciones internacionales de las pugnas entre absolutistas y liberales españoles. Desde su atalaya de Baltimore, el cónsul Bernabeu oteó el declinar americano del viejo coloso español y el paralelo despertar del Hércules estadounidense, de nuestras Indias a su Hemisferio Occidental. En 1898 se certificaría este trascendental cambio histórico. Tras la pérdida en el Mar de las Antillas de Cuba y Puerto Rico los alicantinos continuarían afluyendo a tierras americanas en busca de una vida mejor por diversas razones, como nuestro Rafael Altamira. En las oportunas conmemoraciones de nuestros paisanos ilustres, en ocasiones olvidados de forma injusta, es bueno recordar desde Alicante Vivo la poco conocida figura de Juan Bautista Bernabeu, que una vez más nos recuerda que la aseveración “En Alicante no hay nada” no deja de ser una estupidez en boca de personas sin cultura.

Los orígenes familiares de Juan Bautista.

La familia de los Bernabeu no figuraba en el círculo de los linajes de la oligarquía del Alicante de fines del Seiscientos, todavía una verdadera república foral. En la Guerra de Sucesión a la Corona española al menos cuatro individuos con este apellido tomaron partido por Carlos III de Austria, el rey intruso tras la victoria borbónica, padeciendo confiscación de sus bienes. El origen de los mayores de Juan Bautista se encontraba en la Huerta alicantina, más específicamente en el área de San Juan. Su promoción social se realizaría a lo largo del Siglo de las Luces.

Sant Joan en 1791 (AMA)

En la primera mitad del XVIII los Bernabeu se enriquecerían al compás de los avances de la agricultura alicantina, fuertemente orientada al beneficio mercantil. Su abuelo Diego entroncó con los Carratalà y fundó sobre las tierras de la heredad de Llobera un mayorazgo, fideicomiso que imposibilitaba la libre disposición de unos bienes vinculados al apellido familiar. Toda transacción sobre esta clase de propiedad requería el beneplácito del rey y respetar los deberes de dotación de la herencia familiar.

El padre de Juan Bautista, José, fue corredor comercial. En 1767-67 ejerció de comisario elector de la parroquia de Santa María en las elecciones para diputados del común y síndicos personeros de la ciudad, figuras en las que la administración de Carlos III depositó su confianza en la depuración de las corruptelas municipales (aspiración finalmente no cumplida). Don José consolidó su posición de senyoret invirtiendo la mejora del tercio de la herencia paterna (compuesta de tierras en Llobera y más de 2.216 libras valencianas) en la compra de varias casas de habitación en su parroquia: una en la Plaza de Ramiro lindante con la del comerciante José Peylerón, otra en el callizo de pescadores con acceso a la muralla del Postiguet, y dos más en la Calle del Portal Nuevo del Barrio de la Villavieja, cercanas a las de los Bosch. La concertación de relaciones familiares de amistad con los grandes terratenientes y comerciantes reforzaba el atractivo de estos bienes urbanos.

Juan Bautista vio la luz en Alicante en la década de 1760. En 1784 figuraba en los Manifiestos de embarcación de vino como el tercer exportador de nuestros caldos, con más de 2.000 cántaros, a distancia del irlandés Kearny y los neerlandeses Walter y Porte. Entroncó con la familia Torres, y en su círculo familiar extenso y de amistades figurarían algunos de los pioneros del Alicante liberal. El clérigo de Santa María Antonio Bernabeu abogó por la desamortización de los bienes eclesiásticos en 1813, y fue diputado en Cortes en 1814 y en 1820-21. El propietario Rafael Bernabeu participó en la fundación de la Sociedad patriótica de amantes de la Constitución de Alicante en 1820, defendiendo el liberalismo a brazo armado. Asimismo, su apoderado en la Terreta en 1821, el hacendado Ramón Montengón, tuvo en su familia al célebre jesuita Pedro Montengón, que en su obra Eusebio (1786-88) manifestó vivas simpatías por los cuáqueros de Pennsilvania, conciliadores de ilustración y fe. Nuestro hombre no provenía de un ambiente de obsolescencia.

El Eusebio, de Montengón

La presencia angloamericana en Alicante.

Entre otros motivos por la archiconocida condición de activo enclave mercantil de Alicante. Los fundadores de Estados Unidos creyeron con firmeza que el comercio vigorizaría su joven República y pacificaría la turbulenta escena internacional, entregándole el cetro sobre las demás naciones. Con un vasto imperio del Mediterráneo Occidental a las Filipinas, España (contribuidora reticente a su independencia) no les pasaba precisamente desapercibida.

Bajo Carlos III alcanzó su cénit la España del XVIII. El monopolio gaditano (antes sevillano) del comercio indiano cedió poco a poco terreno a la posibilidad del tráfico desde más puertos peninsulares para acrecer los negocios particulares y paralelamente los caudales del Estado. El 12 de octubre de 1778 se habilitó nuestro puerto para comerciar directamente con las Indias. En 1779 Alicante consiguió un buque de registro con destino a Veracruz, el gran puerto del Virreinato de la Nueva España. La concesión del Consulado en 1785 confirmó nuestra posición en el tráfico con las Américas, disgustando a los mercaderes de Valencia. Enrique Giménez ha relativizado con toda razón el alcance real de tales concesiones, al no satisfacerse las aspiraciones deseadas por la apuntada animadversión valenciana, la carencia de medios financieros locales, la fuerza del comercio indirecto indiano con escala en los puertos andaluces, y el estado de guerra con Gran Bretaña durante demasiados años. De todos modos la medida vino a reconocer el auge alicantino. En 1799 nuestra ciudad se erigió en una de las plazas mercantiles dotadas de Caja de consolidación de los vales reales o títulos de deuda pública con circulación fiduciaria. En 1819, con un imperio ultramarino a punto de derrumbarse, todavía la Casa de Comercio Raggio hermanos pidió cargar mercancías en un buque extranjero con destino a las Américas. Es más que una simple anécdota histórica que en julio de 1809 se presentase ante nuestro Ayuntamiento Juan Mayor, que servía en América, para combatir a los invasores napoleónicos.

A los lazos alicantinos con el Nuevo Mundo no resultaron ajenos los navegantes y comerciantes estadounidenses o angloamericanos, según denominación de la época. En 1788, el siguiente año de la proclamación de su Constitución, tres bergantines de la naciente República fondearon en Alicante. A partir de esta fecha la progresión se consolidó, y los trece buques de 1796 se convirtieron en cuarenta y cuatro en 1803. Gran Bretaña era la gran rival en los océanos de España, que no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes la alianza con la Francia revolucionaria y napoleónica (de nefastas consecuencias) y su comercio en buques con pabellón neutral en 1797, altamente provechoso para unos Estados Unidos ansiosos de acceder a la América hispánica y al Mediterráneo. Leandro Prado de la Escosura ha cuantificado que entre 1792 y 1827 sus exportaciones a la España peninsular pasaron de 1´7 a 7´5 millones de reales, mientras sus importaciones netas descendieron sintomáticamente de 18´8 a 4 millones. En comparación con las cifras británicas y francesas estos números resultan modestos, pero acreditan el empuje de una nación que atacó en 1804 por vez primera Trípoli, se aprestó en 1808 a un hipotético conflicto con Napoleón y libró una cruenta guerra contra el Reino Unido entre 1812 y 1815 por imperativos mercantiles.

Boston en el siglo XIX

Desde los puertos de Boston, Newport y Rhode Island navegaban las naves cargadas con el pan del mar de muchos alicantinos, el bacalao del banco de Terranova, cuya explotación pesquera suscitaba agrios litigios entre la diplomacia española y angloamericana, comparables a los ocasionados acerca de la navegación comercial por el Misisipi. En nuestra ciudad también era muy popular la harina de Filadelfia vendida en el comercial Arrabal de San Francisco.

El origen de los angloamericanos radicados en Alicante procedió de los antiguos súbditos de S. M. Británica que acataron a la flamante República. No olvidemos que su guerra de independencia tuvo mucho de civil, al igual que en otros conflictos de emancipación de un país de su respectiva metrópoli. Encarnaron a la perfección este paradigma los hermanos Robert y John Montgomery, de orígenes irlandeses, acogidos en su juventud en Boston y establecidos finalmente en la Terreta, haciendo fortuna en la década de 1780 con la exportación de barrilla y sosa. Entre 1793 y 1825 Robert fue el cónsul de Estados Unidos en Alicante, lo que no resultó óbice para sufrir el impago de una letra girada a nombre de los comerciantes domiciliados en Irlanda John y Robert Ogle. Reclamó trabajosamente la cantidad adeudada ante nuestro Consulado y el Supremo Consejo de Guerra a lo largo de 1794. En 1797 disfrutaba junto a Juan Bautista Vassallo de las mayores reservas de grano de Alicante en sus almacenes, forzando el alza del precio del cahíz de trigo ante las restricciones de exportación. Su sobrino fue el hispanista George Washington Montgomery (de sonoro y significativo nombre), gran admirador del autor romántico Washington Irving. Ya se ve que la presencia estadounidense en Alicante es de las más madrugadoras de España y la Europa continental, muy anterior a los grandes desplazamientos de tropas de las guerras mundiales del siglo XX.

El consulado español en Baltimore.

Con todos estos mimbres no se nos antoja extraño que un hombre de negocios alicantino fuera propuesto para ejercer el consulado en Baltimore, uno de los principales puertos de la joven República, máxime cuando la cantera de la representación consular era la carrera comercial, según se reconocía en la Secretaría de Estado de la España de Carlos IV.

A los méritos de Juan Bautista Bernabeu en la comprensión de los entresijos de la vida mercantil y en el manejo del inglés (en un tiempo en el que Jefferson instaba a sus conciudadanos a mejorar su conocimiento del castellano), se añadieron sus contactos sociales, en especial con el valenciano José Jaúdenes y Nebot, que organizó la red consular española en los Estados Unidos. Conviene no olvidar que el natural de Petrer Juan de Miralles entabló una firme amistad con el primer presidente de la República George Washington. Al frente de todos ellos estuvo finalmente en calidad de representante del rey de España y su embajador en la República el banquero vizcaíno Diego de Gardoqui, que supo canalizar la ayuda financiera a los independentistas angloamericanos, si bien no consiguió suscribir entre 1785-86 un acuerdo comercial con los Estados Unidos por las discrepancias sobre la navegación del Misisipi. La primera legación española en los Estados Unidos se encontró en Filadelfia.

Río Misisipi en el siglo XIX

Las funciones del consulado eran tan complejas como variopintas. A la protección oficial de los intereses del comercio español de acuerdo con la legalidad estadounidense e internacional vigente se sumó la oficiosa de proteger la integridad de nuestro imperio en el Nuevo Mundo. El cónsul Bernabeu ejerció una vigilancia atenta sobre los movimientos contrarios a nuestro poder desde los Estados Unidos. Sus comunicaciones con sus colegas consulares de Boston, Nueva York, Filadelfia, Charleston y (tras la pérdida de Luisiana) Nueva Orleans fueron constantes, no desdeñando la cooperación ocasional de informadores, notarios y hombres de leyes locales a fin de ejercitar mejor sus acciones de salvaguarda anticipada. Durante el agitadísimo tiempo de su consulado también batalló con la amenaza rusa, los riesgos de la invasión napoleónica de la Península y la Emancipación iberoamericana. En tales circunstancias su larga permanencia en el destino de Baltimore acredita con creces su valía personal y capacidad profesional.

Resultaba vital su correspondencia con el Capitán General de Cuba y el Gobernador de Puerto Rico, puntales de la defensa española en las Américas. Con toda razón se quejó en el invierno de 1816 de la falta de llegadas mensuales de navíos con el correo y las noticias de España, punto especialmente grave tras el desastre de Trafalgar (1805). Los vaivenes en la reorganización de la Secretaría de Estado, de la que dependía el Servicio de Correos y Postas, no contribuyeron a clarificar la preocupante situación, perturbando la serenidad de los defensores de España y alentando la osadía de sus enemigos.

La presión de los Estados Unidos sobre nuestro imperio.

Y es que para el cónsul Bernabeu ni la República angloamericana en general ni en particular Baltimore ofrecieron motivos para la placidez, pese al establecimiento en esta plaza del College of Saint Sulpice abierto a pupilos cubanos.

“Para los Estados Unidos la paz del Continente ha sido una declaración de guerra”, sentenció con rotundidad el ministro plenipotenciario en EE. UU. Luis de Onís al secretario de Estado José Pizarro en 1818. Se iban cumpliendo con celeridad los lúgubres vaticinios de 1783, atribuidos al perspicaz conde de Aranda, acerca de la progresión demográfica y la expansión territorial de la recién nacida República a costa de los dominios españoles en el Golfo de México. Las acentuadas discrepancias sociales y territoriales entre los angloamericanos no les impidieron asumir la herencia del poder británico en la América Septentrional, en pugna con la católica y detestada España. La aversión del general Andrew Jackson, futuro presidente, por los caballeros españoles se hizo proverbial.

Andrew Jackson

Diego de Gardoquí recibió muchas quejas de particulares a los que se les adeudaban enormes cantidades, cuyo montante total superaba los ocho millones de reales, en concepto de préstamos a la causa independentista norteamericana. El experimentado diplomático creyó que se podría considerar su condonación a cambio de concesiones de la República, pero en 1786 los Estados del Sur echaron por tierra en el Congreso el tratado que negoció con el prócer neoyorquino John Jay por el que España autorizaba el comercio de Estados Unidos en sus dominios tras su renuncia por varias décadas a navegar por el Misisipi (arteria vital para el desarrollo de la colonización del territorio continental). Entre la finalización de la Guerra de los Siete Años (1763) y la de la Independencia de Estados Unidos (1783) España acrecentó sus dominios y derechos de posesión sobre vastos territorios americanos, todavía ocupados por pueblos amerindios de enorme variedad. Francia, vencida en la primera guerra, cedió a su aliada España la extensa Luisiana Occidental, que casi ocupaba el centro de los actuales EE. UU., en compensación por la pérdida de las Floridas a manos británicas. En el curso inferior del Misisipi los españoles promovieron el auge de Nueva Orleans. Tras la derrota británica ante los norteamericanos España conquistó la Florida Occidental y recuperó la Oriental (al igual que Menorca, pero no Gibraltar). Sobre el papel sus dominios sobrepasaban con diferencia los de cualquier autoridad en la América Septentrional. Sin embargo, los especuladores de tierras y aventureros de Estados como Georgia pronto pusieron al descubierto sus carencias en materia de poblamiento y defensa. En 1808 el Comandante General de las Provincias Internas (el área del Suroeste norteamericano) se dolía ante la Suprema Junta de Sevilla de la desprotección de lugares fieles al rey de España.

La intensa crisis de la España del Antiguo Régimen, inmersa en el torbellino de las guerras de la Revolución y del Imperio, contribuyó al agravamiento del problema. Por el Tratado de San Ildefonso (1800) la Francia de Napoleón, con la vista puesta en la recuperación de Haití, obligó a España a cederle la Luisiana. En sus Memorias Godoy trató de justificarlo afirmando que la ubicación de un valladar francés en el interior continental era la estrategia defensiva más correcta contra las ambiciones de EE. UU. y Gran Bretaña. Los esfuerzos de restaurar el imperio francés en las Américas resultaron estériles, y en 1803 Napoleón cedió la Luisiana a los Estados Unidos a un precio irrisorio para su extensión, desconsiderando los derechos de retrocesión a España en caso de venta. La duplicación del territorio de la República no frenó en lo más mínimo sus apetitos. En 1813, en el curso de la guerra contra los británicos y los amerindios creeck de Alabama, el enérgico Jackson ocupó nuestras posiciones de Mobile y Pensacola en la Florida Occidental, alegando la falta de control español. Enlazó Georgia con la costa del Golfo e impuso militarmente al Reino Unido los resultados de la cesión de la Luisiana. Volvió a emplear argumentos y tácticas militares similares en la conquista de la Florida Oriental, sintiéndose con ímpetu para asaltar la isla de Cuba (cuya posesión a su debido tiempo ya acariciaban personas como Jefferson). Ante tal alud la España de Fernando VII aceptó los hechos consumados a cambio de una compensación económica, muy beneficiosa para algunos cortesanos agraciados con tierras de la Florida. Su toma de posesión por los angloamericanos se demoró no sin tensiones hasta 1821.

Continuará...

VÍCTOR MANUEL GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

 
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