14 enero 2013

OBRAS SON AMORES (4): LA SOTANA Y LA PIQUETA


La palabra “arqueología” evoca hoy, cosas del cine y la narrativa, la idea de ciudades milenarias y ruinas olvidadas en lugares remotos, oscuros y atestados de telarañas y tibias enjironadas. El arqueólogo, por su parte, sería el intrépido aventurero de sombrero alado y barba descuidada, de tez morena y aviesa cicatriz en el rostro que, en ningún caso, osaría afear su porte esbelta, grecorromana; y allí él, portador de mochila y brújula, no dudaría en cruzar mares y ríos, montes y cuevas, con tal de descubrir un brillante tesoro oculto bajo la X de un ajado mapa que siempre, siempre, marca el lugar. 

Sueños juveniles aparte, la arqueología es mucho menos bucólica en el día a día de las ciudades; el héroe del celuloide ha dado paso a un sencillo aunque ilustrado ciudadano que excava y escarba los restos de un pasado que en Alicante, concretamente, dormita bajo nuestros pies. Aún así, si les sorprende la idea de un Indiana Jones levantino saltando las murallas del Castillo de Santa Bárbara, mientras el Guardia Civil de turno lo persigue revolver en mano… ¿no sería igual de sorprendente descubrir a un sacerdote, de los de amplia sotana y crucifijo en ristre, ejercitando tales menesteres? Pues en Alicante lo hubo…, y no hace de aquello tanto tiempo. Era cura, sí, y portaba sotana, claro. Y era muy, muy real. Se llamaba D. José Belda Domínguez. Simple y llanamente, el “Padre Belda”.

Así nos lo relataba nuestro ilustre y mentado D. Emilio Soler Pascual: "El día de la Primera Comunión es una fecha que difícilmente se olvida (...) Mi memoria, que se pierde indefectiblemente con el tiempo, queda fija en la foto en blanco y negro, pegada sobre un cartón decorado con purpurina para darle más valor, en la que se contempla un niño más o menos rubio, de unos 8 años de edad, arrodillado frente al sacerdote que le está dando la comunión. Yo, en aquellos momentos, no podía imaginar que algunos años después, bastantes, iba a tratar personalmente al sacerdote al que le había tocado estar presente en la fotografía: el Padre Belda". 


Curioso en ocasiones; extravagante, en otras; excesivo, quizá, siempre. De D. José se decía, en los ambientes cercanos al Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), que era un asiduo cliente del Bar Iglesias. “Miguel Iglesias, su propietario, le servía a su llegada un café con leche y unas gambitas”, cuentan los vecinos más ancianos de la zona. “El Padre Belda, sin dudar, las pelaba, las mojaba en tan suculento caldo, y se las comía complaciente”. Como vemos, lo de “personaje atípico” le venía, seguramente, como anillo al dedo, pues su sotana, siempre desgastada y mugrienta, delataba su labor en yermos parajes y angostos pedregales. “Durante la Guerra Civil fue un cura itinerante, sin parroquia propia”, afirman, “pues no era infrecuente verle un día oficiar misa en tal lugar, al siguiente bautizar neonatos en tal otro, y concluir con una extremaunción acullá”. Siempre, eso sí, con su aspecto enjuto y desaliñado.

Otro ilustre, en este caso el insigne Cronista Oficial de Xixona, D. Bernardo Garrigós Sirvent, nos acercó amablemente su biografía, no exenta de grandísimos hallazgos capaces de encumbrarle, sea cual fuere su idiosincrasia, en un pedestal de honor dentro de la arqueología de la provincia. D. José Belda había nacido en Bocairent –Valencia- el 11 de agosto de 1890. Fue en esta ciudad donde aprendió las primeras letras y despertó su vocación sacerdotal, que hizo efectiva en Abril de 1914. En 1922 fue trasladado a la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción, de Penáguila. Allí comenzaría a recoger fósiles por el campo, llegando a conseguir una importante colección de carácter comarcal.

 “Poco a poco comenzó a realizar diferentes prospecciones arqueológicas por los alrededores de la villa: en 1926 descubrió su primer yacimiento, El Penyò del Comanador (…); en 1927 realizó excavaciones en La Foya de Cortés (…) y en 1928 prospectó el yacimiento ibérico de La Solaneta, en Xixona”. No pocas voces criticaron sus métodos poco ortodoxos –dinamita-, ni la desaparición de numerosas piezas; recordemos, sin embargo, que la arqueología de antaño distaba mucho de la actual.

 Adscrito en Alicante a la Iglesia de Santa María, fue D. Francisco Figueras Pacheco quien lo propuso como Director del recién inaugurado Museo Arqueológico de Alicante. Accedería a ese cargo en Septiembre de 1940, tras la enfermedad del anterior Director. “En su labor incrementó los fondos y encaminó todo su esfuerzo en crear un nuevo montaje expositivo”. El Padre Belda sentía verdadera pasión por excavar; en cambio, rehuía de las labores de despacho. “Se planteó entonces la excavación del Castillo de la Torre Grossa, de Xixona”, mientras la Corporación Provincial le abría un expediente por dejación de sus funciones. “A pesar de los múltiples intentos que se realizaron para que dimitiera, éste no lo hizo, interponiendo múltiples recursos ante el Ministerio por su disconformidad a que lo nombraran Director Honorario y le concedieran una pensión anual. Finalmente, la plaza fue otorgada por oposición a D. Enrique Llobregat.”

 D. José Belda moriría en 1969, en un hospital para sacerdotes de Quart de Poblet. Hoy, afortunada o desgraciadamente –decidan ustedes-, ya no quedan “Padres Beldas”. La arqueología ha pasado de ser una actividad amateur y elitista para convertirse en una ciencia sólo apta para grandes eruditos y aviesos profesionales: D. Lorenzo Abad, D. José Lafuente Vidal, D. Enrique Llobregat, D. Pablo Rosser…. Eminentes –y también- intrépidos arqueólogos que, piqueta y brocha en mano, han demostrado que ya no hacen falta cartuchos de dinamita para dar luz a un oscuro pasado alicantino, casi negro. 

Y si bien nunca desaparecerá el suelo bajo sus pies ni trampa maya los sepultará en un abismo sin fin cual película americana, lo cierto es que el terreno sigue siendo hoy inhóspito, aunque ahora sea a consecuencia de intereses urbanísticos, empresariales o políticos.


JUAN JOSÉ AMORES

 
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