Blanco y Negro fue una revista ilustrada española fundada en 1891 por Torcuato Luca de Tena y Álvarez Ossorio, y fue base de la editorial Prensa Española, años más tarde editora del diario ABC. El primer número vio la luz el 10 de mayo de 1891. Sus inicios fueron en forma de semanario independiente de pequeño formato, que enseguida abrió la puerta a la difusión de la fotografía. Los contenidos de Blanco y Negro, como mezcla de revista literaria y de información general, incluían secciones como: relatos literarios, arte, cultura, toros, deportes y crónicas semanales nacionales e internacionales.
Primer número de Blanco y Negro, 10 de mayo de 1891 |
Se editó durante muchos años como publicación independiente.
Entre 1891 y 1939 se editó de forma continuada, volvió a reaparecer en 1957,
igualmente como independiente, y el 6 de marzo de 1988 se convirtió en el
suplemento dominical del diario ABC.
La portada del número 2663, fechado 18 de mayo de 1963,
tenía como protagonista a nuestra isla de Nueva Tabarca, con una foto
en color de la Puerta de San Gabriel, tomada desde dentro de la
población, mirando hacia La Cantera, y un extenso y ameno reportaje en
el interior, firmado por José Luis Castillo-Puche, premiado
escritor yeclano de novelas, cuentos y ensayos. Las fotografías, tanto
en blanco y negro como en color, son obra del madrileño Fernando Nuño, cotizado fotógrafo de prensa de la época, que colaboró en importantes publicaciones tanto nacionales como extranjeras.
La combinación de la narrativa de
Castillo-Puche y las imágenes de Nuño, nos deja sensaciones de una isla
pacífica y silenciosa, con sabor a leyenda, la dura realidad de sus
habitantes, y la vista puesta en un futuro turístico cercano, con
propuestas, a veces, un tanto utópicas, otras ciertamente descabelladas.
Número 2663 de Blanco y Negro, 18 de mayo de 1963 |
Vamos a disfrutar del reportaje íntegro, fotografías incluidas, introduciendo esporádicamente [entre corchetes] algún comentario que venga a colación realizar, bien como corrección o bien como aclaración. Se ha respetado la estructura del artículo, excepto los diálogos puestos en cursiva para facilitar la lectura, y los pies de foto, insertando estas en el mismo orden y situación aproximada que en la edición impresa. El título y subtítulo en portada del artículo son sobradamente significativos de su contenido: TABARCA, LA CENICIENTA DEL MEDITERRÁNEO. Una isla casi deshabitada a once millas de Alicante: paraíso de sol, quietud, silencio y pesca submarina. Por J. L. Castillo-Puche. Fotografías de Fernando Nuño.
NUEVA TABARCA
"LA CENICIENTA DEL MEDITERRÁNEO"
Por J. L. CASTILLO-PUCHE
ESTAMOS en Alicante esperando la motora que nos llevará a la Isla de Tabarca, que es una suave y solitaria giba de tierra colocada en el luminoso Mediterráneo, a once millas de Alicante.
Una isla casi deshabitada, a once millas de Alicante |
ESTAMOS en Alicante esperando la motora que nos llevará a la Isla de Tabarca, que es una suave y solitaria giba de tierra colocada en el luminoso Mediterráneo, a once millas de Alicante.
Bueno, he dicho que vamos a Tabarca, pero he debido decir a
la Nueva Tabarca, isla gemela da aquella otra que frente a Túnez fue desde
siempre playa de asalto y bosque tentador, la Tabarca [Tabarka] legendaria y misteriosa
de donde proceden los tabarquinos alicantinos, gente empadronada -cuando se
empadrona- en Alicante. La Vieja Tabarca, a sólo 300 metros de la tierra firme
de África, no se parece en nada a la nuestra. Se parecen tan sólo en el nombre,
en que son dos islas mediterráneas [Tabarka realmente no es una isla, sino una pequeña península, aunque sí lo fuera en su día] y en que los habitantes de la nuestra son
descendientes de unos genoveses desdichados a los que el rey de Túnez un día
puso grilletes y precio.
Ya estamos en la motora. Alicante se va quedando atrás. ¡Qué
bella ciudad es Alicante! Incluso el rascacielos que acaban de plantar casi en
plena Explanada tiene su gracia [haciendo referencia al Gran Sol]. Por encima de los mástiles de los barcos, mástiles
primitivos y modernos en perfecta mescolanza, se destacan los blancos y airosos
edificios, y, de vez en cuando, las manchas verdes -otros mástiles- de las
palmeras. Luego, como encerrándolo todo en un caldero de pescador, los
blanquinosos cerros. Alicante no es una capital de costra terrosa y calles
absurdas, sino que todo en ella tiene cierto orden rimero de balconada alegre
sobre el mar. Y luego, la luz, el prodigio de la luz...
-¿Cuánto tardaremos?
-Hoy siete cuartos de hora- responde el que hace de capitán,
que es tabarquino.
-¿Y la gente de la isla cómo va y viene?
-En el correo.
-¿Es diario?
-Qué va. Ahora funciona los lunes y los sábados, pero en
verano también los jueves.
-¿Es siempre tan fácil como ahora el viaje?
-Regular, regular. Cuando sopla el Levante o el Nordeste no
es tan bueno.
Ya hemos salido del puerto. Mar adentro un barquito está
vigilando el atún. Sobre el palo va izado un hombre que mira a ver lo que se
puede pescar, si es que se puede pescar algo.
-¿Qué tal se pinta por aquí la cosa?
-Ayer ése se recogió con 140 elementos. Calcule, a 62
pesetas el kilo en lonja.
-¿Hoy está bueno el mar para pescar?
-Pues no; sólo cuando la mar está blanca, el pescado sube
arriba.
Doscientos ochenta habitantes
Vamos viendo la costa a veces casi perdida tras la
caliginosa neblina. Entre la arena y unas manchitas de verde se destaca un
soberbio hotel, que según me dicen está a punto de inaugurarse. Es la playa
llamada Arenales del Sol, nunca mejor dicho.
Nos vamos colocando frente a Santa Pola. Enfrente tenemos el
bonito chalet de don Santiago Bernabéu.
Luego el faro de Santa Pola, más allá la torre vigía,
después las refulgentes salinas. La montaña es lisa como un frontón. Abajo
casitas, algún intento de palmera. ¿Son higueras, almendros? Ni se sabe.
Ya nos vamos acercando.
-¿Cuántos habitantes tiene la isla?
-Doscientos ochenta. Desde la guerra para acá emigró mucha
gente. Antes del 39 llegó a tener hasta más de mil.
-¿Y durante la guerra, qué?
-Durante la guerra, nada. Si no llegan a venir los de fuera,
ni siquiera queman los santos. No se mató a nadie. Hubo alguno en la cárcel de Alicante,
pero nada. Después de la guerra, allí hubo mucha más gente. Allí enviaban a los
estraperlistas...
Estamos llegando. La pequeña isla va creciendo. Ya se
distingue el cementerio, el faro, un torreón, que es el cuartel de la Guardia
Civil, y por último, arracimado al lado de la iglesia, el pueblo. Todo en línea
recta, a ras de la muralla, sobre la escollera. Pero no todo es tierra; hay dos
grandes islotes escoltando a Tabarca: a la izquierda La Nao, con su sarpullido
de arrecifes alrededor, y a la derecha otro más grande, La Cantera, de donde se
sacó la piedra para la muralla...
En vez de ir derechos al puerto, damos la vuelta completa a
la isla, comenzando por la punta de dónde se soltó La Nao, donde está el
cementerio, que los nativos llaman El Campo. Alguna vez aquí se plantó cebada,
habas, cualquier cosa que la tierra quisiera dar. Pero se desistió. Ahora todo
es vegetación corta y rala, totalmente silvestre. Entre los matojos y las
hierbas sobresale un ejército de chumberas, unas chumberas gordas, hermosas,
que dan higos pequeños de un rosa subido. En la isla llueve poco, y hay años,
como el actual, en que no ha llovido nada. Sin embargo, parece ser que la isla
tiene un interés extraordinario desde el punto de vista de su flora, por la
gran cantidad de especies raras que aquí se encuentran.
Al fin, luz eléctrica y televisión
La motora tiene que llevar un gran cuidado, porque en la
transparencia verdiazul de las aguas se recortan las rocas como sierras. Vamos
pasando por entre una empalizada de escollos.
-La isla será muy pacífica- digo al guía.
-Lo es, lo es. Apenas si hay hombres. Los hombres están casi
todos allá por las Canarias, en el calamar... o en lo que salga. Casi todos
embarcados.
-¿Ha habido épocas de contrabando en la isla?
-De vez en cuando. Mire usted, ahí mismo en La Nao, yo
recuerdo haber visto muchos años una cruz. Le llamaban la cruz del Capitán. Se
decía que allí estaba enterrado un capitán de barco muerto en un naufragio.
Todo iba bien hasta que un día los carabineros inspeccionaron la sepultura. No
había tal. La tumba era un depósito que tenían muy bien camuflado los
contrabandistas...
Entre la isla y el islote de La Galera hay un yate hundido.
Fuera del agua asoma un pedazo de quilla. El fondo del mar tiene una transparencia
maravillosa. Es como si toda la isla estuviera rodeada por grutas y galerías
fantásticas, de extraordinaria belleza natural.
Desde la isla nos miran con curiosidad algunas mujeres.
Algún que otro pescador permanece indiferente, ajeno a todo.
El guía, sin que nadie le pregunte, nos adivina el
pensamiento y dice:
-Aquí, sobre todo en verano, vienen muchos extranjeros. Se
pasan tres o cuatro días durmiendo en la playa, algunos hasta medio desnudos,
solos, comiendo de lata o algo que compran a los pescadores. Luego se van.
¡Están más locos!...
Desde las rocas, unos niños nos gritan. El guía aclara:
-En la isla están todos medio «chalaos» estos días. Desde
hace ocho días tienen luz eléctrica. Calcule.
-Ya, ya.
-Luego el alcalde de Alicante, su alcalde, vamos, les acaba
de regalar un aparato de televisión. Calcule.
-Calculo.
Paraíso para el pescador submarino
Estamos en la parte del Sudeste de la isla, justamente en el
sitio donde alguna vez se refugian hasta los barcos grandes cuando les pilla el
temporal del Levante. En las bonitas playas solitarias hay unas barcas
tumbadas. Arriba, sobre las imponentes murallas, algunas palmeras. Y casas.
Casas en ruinas principalmente. Ahora es cuando se ve que la muralla está hecha
a conciencia.
-¿Y de pesca submarina, qué tal anda esto?
-Huy, de pesca submarina muy bien. Aquí en un rato ya es
fácil dar con algún buen mero de cinco kilos, con uno o con varios, según la
maña y la paciencia.
Navegando
caprichosamente entre rocas. Entre el «Descul
Roch [Escull Roig]», «La Roca del Emperador», «El Zapato [Sabata]», «La
Roca del Mero», «Cala Rata»,
«Escollo Negro [Escull Negre]», «La Cueva del Lobo Marino [Cova del Llop
Marí]», «La Roca Pobre [Roca Pobra]», «Cabeza de Moro [Cap de Moro]»,
una serie de rocas, rincones, caletas, pasadizos, cuevas, que son un
primor.
Nada aquí está tocado aún por el turismo. Lo más escandaloso que hay es
la
casita naviera de un francés que llegó a la muralla, eligió sitio y, por las
buenas, se hizo su refugio [la Casa del Francés].
-¿Y aquí nunca pasa nada?
-Alguna vez pasa algo. En el siglo pasado, dicen que una vez
pasó un barco de guerra, izó la bandera y no le respondieron. Entonces los del barco
creyeron que estaban sublevados y dispararon. Luego bajaron y celebraron un
consejo de guerra. Total, nada: veintitantos fiambres que hay fusilados junto
al aljibe [se refiere, entre otros, a diecinueve sargentos carlistas fusilados], como luego verá... Por cierto que hay otro aljibe fenomenal, hecho
en los ratos libres por el cura y los monaguillos... Ya lo verá.
-¿No ha habido así más sucesos trágicos en la isla?
-También cuando el cura Rico, que estuvo cuarenta años, se
dice muy pronto, en la isla. Entró y no salió. Era capellán de Castalla... El
cura lo hacía todo. Calcule que la isla no era ni civil ni militar, sobre todo
cuando dejó de ser plaza fuerte... Por lo mismo, los muchachos que nacían no se
inscribían en ningún registro. Fue el cura Rico el que comenzó a mandar las
partidas de nacimiento al juzgado de Alicante; pero cuando se hizo viejo ya no
las mandaba, y aquí ni éramos ciudadanos españoles siquiera. Mientras esto fue militar,
pues servíamos en la isla y en paz... Como le digo, esto era el lío padre, unos
servían y otros no. Hasta que los propios padres se empezaron a encargar del
asunto.
-Pero, ¿qué pasó con el cura Rico?
-Pues que cuando se murió se rebeló todo el pueblo y hubo un
motín tremendo. Querían enterrarlo a la fuerza en la iglesia, en la misma que
había servido tantos años. Pero el nuevo párroco no quiso...
-¿Y ganó el pueblo, como si lo estuviera viendo?
-No señor, el cura Rico fue al cementerio como todos... Sin
embargo, hace años, al abrir no sé qué debajo del altar mayor, apareció un
general con sable y todo.
Una isla pobre y alegre
Estamos ya junto al islote La Cantera. Todo es pintoresco,
casi inverosímil. Piedras de formas extrañas rodeando a Tabarca, y Tabarca que
se levanta plana, luminosa, solitaria, muy extraña por cierto...
Vamos a desembarcar. El puerto es diminuto y hay que
entenderlo. Este puerto lo construyó González Vicent hace unos años, cuando era
gobernador civil. Un guardia civil nos espera a la salida de la motora. Al
parecer somos gente tranquila y nos deja pasar. Unos pescadores cuidan de los
aparejos y otros comen en las barcas. Apenas nos hacen caso.
Ya estamos en Tabarca -50 hectáreas de tierra sin provecho
alguno, según mi guía-, sitio donde no hay ninguna enfermedad como no la
traigan de fuera, según me dice una vieja nada más enfilar hacia el poblado.
Gente muy alegre, si no fuera por el hambre, como nos recalca un pescador que
cose redes en una esquina, mientras maldice una y otra vez contra los delfines,
que no sólo se comen los pescados, sino la red. «¡Si por lo menos nos dejaran
la red!», dice en un arrebato de indignación...
La isla -l'illa, como dicen los nativos- nos conmueve desde
el primer momento. Es una isla vacía, pobre, y, sin embargo, cantarina. Desde
que hemos entrado en una calle -son cuatro calles, y las cuatro muy rectas-, en
todas las casas hemos escuchado cantar a las muchachas. Las muchachas cantan
como jilgueros. Y en donde no cantan las muchachas canta el transistor, que en
ninguna casa falta.
Todos son de origen italiano
No hay que esmerarse mucho en clasificar los apellidos. Está
clarísimo su origen italiano. Abundan los Russo [Ruso], Chacopino, Parodi, Pomatta [Pomata],
Pianello, Luchoro, Marxenaro [Marcenaro], Manxanaro [Manzanaro]. Todos estos apellidos al pasar de un
libro de bautismo a otro, perdieron alguna consonante o la desviaron, ya que el
nuevo párroco escribía lo que oía. El origen de estos pescadores es
principalmente genovés, aunque después, por los sucesivos matrimonios entre parientes,
la raza haya degenerado.
Si quisiéramos insistir algo más sobre el origen de estos
«cautivos» liberados por el gran rey Carlos III en 1786, nos encontraríamos
que, aun copiados con inevitables corrupciones, predominan los apellidos:
Belonda, Capriata, Noli, Ferrara, Ferrara, Fabiani, Graso, Crestadoro,
Carrosino, Milelire, Montecatini, Sevasco, Sarti, Buzo, Pitaluga, Colomba,
Perfumo, Casteli, Carrucho, Columba, Tubino... Y luego los nombres:
Alexandrina, Benedecta, Constantino, Cayetano, Magdalena, Anastasia, Pelegrina.
Todavía queda algún tipo mediterráneo puro y con visible ascendencia italiana.
Claro que yo pienso que no todos eran genoveses, sino que la razzia del Rey de
Túnez fue más amplia, y Carlos III, como Rey magnánimo, cargó con todo lo que
le dieron, ya que los genoveses le pertenecían de hecho y de derecho.
Seguimos avanzando por este tablón raso de la isla, que mide
1.900 metros de longitud de Este a Oeste, y unos 500 metros por la parte más
ancha, o sea de Norte a Sur. Muchas casas están destruidas, y entre las ruinas
se mueven los niños jugando a la guerra. Estos niños han nacido y crecido entre
murallas, baterías, castillos, y toda clase de baluartes y mazmorras
subterráneas que servían para caballerizas, pertrechos de guerra y defensa en
caso de un ataque por sorpresa.
-¿Aquí hay médico?- pregunto.
-No.
-¿Y cura?
-Sí. ¿Qué sería del pueblo sin el cura? Es muy bueno, y
además, él es quien nos lleva las quinielas a Santa Pola o a Alicante.
-Pero, ¿aquí se juega a las quinielas?
-Aquí se juega una barbaridad a las quinielas.
La iglesia es feota pero firme. La casa del gobernador debió
de estar bien, pero está en ruinas. La Guardia Civil vive en plena rampa de
lanzamiento [la Torre de San José]. Ahora parece ser que los cambian cada semana o cada quince días.
En verano les dan un poco más de margen y se vienen aquí con las familias.
-¿Hay teléfono?
-Para cosas urgentes funciona un aparatejo que tiene la
Guardia Civil.
La isla sigue siendo parca, abandonada, estéril, pero
confiada, como agradecida, uno no sabe a qué.
Hay rincones y ensenadas preciosos, al borde mismo de la
muralla, esa muralla fenomenal que tiene tres puertas, como las potencias del
alma, y que se llaman: San Miguel o Tierra de Alicante [de Tierra o de Alicante], a elegir -la del Norte-;
la de San Rafael, a secas [también se le denomina de Levante], que es la que está situada al Este, y la de San
Gabriel o la Tranca [de la Trancada o de Poniente], por algo será, que es la que cae al Oeste. Puertas
soberbias, con bóvedas de cantería; portadas solemnes, con dinteles, escudos y
literatura, mucho de ello barrido por el viento que aquí tunde y pulveriza todo
lo pulverizable. Y arriba la inscripción: CAROLUS III HISPANIARUM REX FECIT, ÆDIFICAVIT..., etc. (el
etc. quiere decir que el resto está borroso).
Investigar sobre la isla a fondo sería una bella ocupación,
porque esta isla se llamó de San Pablo, y antes de Santa Pola, o al revés, y
también se llama de San Pedro, para que todo quede bien repartido. Pero todo
esto es moderno. Si uno quiere meterse en más líos no tiene más que irse a
tomar unos langostinos con el secretario del Ayuntamiento de Elche, Sr. Gómez
Brufal, que le sigue le pista al tema. Primero fue Planesia [término griego que etimológicamente
significa "traicionero" o "peligroso"] (¿Estrabón?),
después fue Planasia, más adelante Planaria [se refiere a la planicie de su pequeño territorio emergido], aunque en realidad Planaria ha
sido siempre, por lo menos después del cataclismo que separó este tajo de carne
del organismo vivo de los continentes.
Lo de Santa Pola es lo más confuso y entretenido, porque da
origen a presunciones muy sutiles y entronca a la isla, según algún
investigador, con las predicaciones paulinas. La iglesia de Tabarca, por lo
menos, está dedicada a San Pablo, aunque el vecindario dedica la piedad más
sentida a la Purísima Concepción, porque justamente el día de la Purísima de
1786 fueron redimidos del moro por Carlos III.
Dicen que algunos, al llegar a la isla, murieron de
nostalgia, y que otros quisieron regresar a la Vieja Tabarca. Lo que sí es
cierto es que muchos perecieron al salir del destierro. Pudo ser de la emoción,
cosa que suele ocurrir. Otra versión dice que Santa Pola, ilustre dama romana
penitente, conocida por los pescadores mediterráneos allá por el Mar Rojo, les
infundió tal veneración, que, a su regreso, pusieron a la isla el nombre de la
santa.
En cualquier caso todo lo de Nueva Tabarca es un poco fabuloso.
No será difícil descubrir, más adelante, antecedentes más verídicos y
contundentes.
El «Gran Hotel» de Nueva Tabarca quizá pueda volver a
conocer tiempos mejores. Mientras tanto, la isla duerme a espaldas del mundo, tan pacífica y silenciosa como su humilde cementerio |
Veintidós millas a nado
Es lamentable que de los liberados por Carlos III -que
parece ser que fueron unos 309 en Alicante y unos 100 en Cartagena-, la
población haya ido en tal descenso. El conde de Aranda hizo lo que tenía que
hacer, que era traerlos. Después si ellos, por nostalgia, soledad, pasividad de
dentro y de fuera, se fueron consumiendo, es otro cantar. Tabarca, al mismo
tiempo que un asilo para pescadores redimidos, se convirtió muy pronto en
cuartel, y más de una vez en cuartel de castigo. Allí, en el fortín, han
dormido noches de exilio muchos de los militares y eclesiásticos que no
quisieron reconocer la legitimidad de Isabel II.
Hay en toda esta historia una biografía por hacer y es la
del cura Riverola, que fue y vino con los prisioneros canjeados. Está enterrado
bajo el altar mayor de la iglesia, y es figura sugestiva y admirable.
Lo fantástico entre estas ruinas es el tipo del pescador,
hombre duro. Todavía me recuerdan a dos hermanos que se iban por la tarde
nadando hasta Santa Pola -4.500 metros- y volvían como si tal cosa.
-Terminarían de campeones de natación- digo.
-No señor, terminaron ahogándose- me responden.
Hace cinco años, un tabarquino, Asensi, fue y vino desde
Alicante -que son 22 millas- a Tabarca. Y se quedó tan pancho.
Los pescadores de Tabarca prefieren irse fuera, pero son
hábiles como pocos. El faro de la isla es su único guía, un faro a cerca de
treinta metros sobre el nivel de tierra y agua.
La
almadraba que estos pescadores hacían funcionar maravillosamente
entre la isla y La Galera ha dejado de prestar sus servicios [nunca se
caló ahí, por no tener profundidad suficiente para que pasaran los
atunes; en realidad se montaba a un kilómetro mar adentro desde La
Galera]. Parece ser que la
han comprado pescadores de las Canarias o del Sur de España. La isla
tiene al
Sur una gruta que se cuela por debajo de la población. En esta cueva
entran las
aguas del mar e incluso las embarcaciones de poco calado. Esta caverna
se llama
del «Llop Marí», porque en ella se refugia ese pez grande, liso y
viscoso, con
boca nutrida de dientes de varios tamaños y formas, que es el espanto y
el
regocijo de los pescadores [esto es una quimera, que forma parte de la
famosa leyenda; realmente vivían en esta cueva focas monje, también
conocidas como "lobos marinos" por el sonido que emiten]. De noche los
pescadores entran en esta cueva y, con
resistencia y valor, logran hacerse con el lobo marino, presa codiciada
entre
todos los que pescan [lo que realmente hicieron fue matar a todas las
focas monje, porque espantaban la pesca y destrozaban las redes]. Pero
esta cueva, además, es un portento de fantasmagoría
y belleza. Entre las estalactitas vuelan las más potentes y extrañas
aves
marinas.
-Y aquí la gente de querer, ¿qué es lo que querría?- pregunto.
-Pues por lo menos, según dicen, que se respetaran los
fueros de Carlos III. Aquí estábamos exentos del servicio de armas y, por
descontado, de toda clase de contribución, de esas que llaman directas y de las
indirectas...
Paramos en casa del cura. Efectivamente, las quinielas de la
semana están encima de la mesa. Paramos también en casa del alcalde, el pedáneo
que Alicante mantiene aquí.
-Ya la luz está en las calles. Ahora lo que hace falta es
que llegue a las casas. También hacen falta lavaderos, porque no sé si ha visto
cómo las mujeres lavan metidas entre las rocas, en el mar. Aquí tiene que
llegar el agua que beben los demás mortales, como sea. Hay años en que los
aljibes no se llenan. No podemos estar siempre pendientes de la Comandancia de
Marina, aunque se porten bien.
La isla es un paseo. Salvador Rueda, que vivió aquí algunos
años, dicen que se la recorría varias veces al día, cuando no cogía un botecito
y se iba con algún pescador a dar vueltas entre los peñascos: el Ecull [Escull] Roig, La
Sapata [Sabata], Escull Negre y La Galera. Por la tarde hacía un poco de visiteo a las
familias y por la noche se acostaba muy temprano. De madrugada se levantaba y
se ponía a escribir. ¡Sabia y prudente vida de escritor!
Vamos por entre piedras, matujos, pedazos de muralla, murallones,
calas. Luego un desierto de chumberas, el fortín, el faro, el cementerio. Ya
está vista toda la isla; hemos llegado al cabo de Falcó. Ningún cementerio tan
patético como este de Tabarca. Aquello sí que es el anonimato fundamental. Y la
pobreza suma.
Hasta ahora no ha salido a relucir la palabra turismo.
Es la palabra deseada y temida.
Una sociedad de capital español es hoy prácticamente la
dueña de la isla. Se trata de hacer aquí un albergue internacional. Han acudido
a los arquitectos de España y piensan acudir a los de todo el mundo. De momento
están a punto de comenzarse una serie de apartamentos, lo cual daría trabajo a
los tabarquinos. Pero no se trata tan sólo de darles trabajo, sino de ir
creando una comunidad de propietarios, interesados de una manera original y
práctica en el futuro de la isla.
Agua, transportes, energía eléctrica, comunicaciones, todo
está previsto y programado. El capital hasta ahora es netamente español; pero
está prevista una ampliación a base de capital extranjero.
-¿Y del turismo, qué?
-Que siempre que sea para mejorar, todo el mundo dice que
bien venido.
Uno, al recorrer esta desolada isla, la Cenicienta del
Mediterráneo, piensa, y con fundamento, que muy bien puede convertirse en un
parador internacional de primera categoría en muy pocos años. Existe la
plataforma. Sólo es cuestión de planes y proyectos bien sostenidos y de
millones bien usados. La isla, aun misérrima y yerma, es como un hermoso
trasatlántico flotante y lo va a ser mucho más, indudablemente. Allí no
solamente podrá darse diversión y lujo, sino algo que no se compra con nada del
mundo: soledad y descanso. Se trata precisamente de crear un Centro Turístico
Internacional Deportivo de gran clase.
Proyectos para un inmediato porvenir
Una paz imperturbable reina en las calles de Nueva Tabarca, donde el tiempo parece haberse detenido |
Hoy la isla ha despertado el interés de los promotores
turísticos, que proyectan realizar obras de modernización |
Lo formidable de este asunto es que ahora, al tratar de
planificar la isla sobre supuestos turísticos, no ha habido más remedio que
seguir las directrices del coronel Fernández Méndez [coronel de ingenieros Fernando Méndez de Ras], que fue quien, por orden
de Carlos III, levantó los planos de la ciudadela. Núcleos comerciales, núcleos
urbanos, núcleos residenciales, fondeaderos, campo de helicópteros, carreteras
de circunvalación, jardines, todo parece ya, más que un sueño, parte de una
realidad posible e inminente. ¿Cuándo se estrenará el campo de golf, el tennis,
las piscinas, montadas sobre la misma roca, el casino...? Acaso antes de lo que
pueda pensarse.
Mientras tanto, los pescadores van y vienen expectantes,
nada soliviantados, pacientes, sencillos, humildes.
-Lo que quieran hacer con nosotros, pues que lo hagan- dicen.
Día grande de alegría en Tabarca es cuando se dan bien los
langostinos. Que también se da bien, cuando se da, la alacha, la sardina, los
salmonetes, el bonito, la boga, la lampuga, las ostras y, sobre todo, el atún.
El atún de por acá es emocionante.
A los habitantes de Tabarca todas estas idas y venidas de
millonarios, funcionarios oficiales, periodistas, extranjeros, les tiene sin
cuidado. Ellos quieren redimirse por segunda vez, pero esta vez, al menos,
están dispuestos a incorporarse activamente al engrandecimiento y al progreso
de la tierra que los recibió.
Desde el aire Tabarca dicen que se parece a una guitarra. También
puede parecerse a un nicho de solitarios, solitarios aburridos de todo, hasta
de millones. No olvidemos que Fernández Flórez a esto le llamó con suma
intuición y perspicacia: «Escuela de Robinsones». Que es lo que está haciendo
falta en el mundo, y más todavía en el mundo del turismo.
(Artículo del blog "La Foguera de Tabarca")