03 junio 2013

TABARCA, «LA ISLA LUMINARIA»


En esta ocasión nos vamos a asomar a las páginas de una revista cuya existencia fue tan fugaz como intensa, y que también se acercó a nuestra isla, retratando de primera mano cómo era la vida en Nueva Tabarca a finales de la década de los años veinte.

Se trata de la Revista Estampa, con un artículo titulado «La Isla Luminaria», que fue publicado en el ejemplar del 29 de enero de 1929 (Año 2 N.º 56), p.p. 17-18, redactado por Rodolfo Llopis Ferrándiz, con fotos de Zapata. El ejemplar consultado se encuentra en la colección contenida en los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Revista Estampa, Año 2, N.º 56, 29 de enero de 1929
(Biblioteca Nacional de España)

Revista Estampa

La revista Estampa fue una publicación semanal ilustrada de reportajes sobre crónicas de actualidad nacional e internacional, un proyecto editorial del ingeniero madrileño Luis Montiel de Balanzat, entusiasta de la técnica, las máquinas y el progreso que, iniciado en el mundo de las artes gráficas, adquirió los talleres de Sucesores de Rivadeneyra, instalaciones que le permitieron imprimir incluso publicaciones oficiales.

El primer número salió a la luz el 3 de enero de 1928, y desde un principio cumplió con las pretensiones que respondían a su subtítulo Revista Gráfica y Literaria de la Actualidad Española y Mundial, con reproducciones gráficas de calidad excelente. Montiel colaboró mediante concierto con Antonio García de Linares, el cual dirigió la revista solamente un par de meses, pero consiguiendo en este breve espacio de tiempo una tirada de cien mil ejemplares. A partir del número 10, el mismo Montiel se hizo cargo de la dirección de la revista, dejando la función de jefe de redacción al periodista Vicente Sánchez Ocaña. Transcurrido un año, se llegaron a los doscientos mil ejemplares, lo que igualaba a fuertes competidoras de la época como eran las revistas Blanco y Negro y Nuevo Mundo.

El criterio editorial que guió Estampa fue el de llegar al gran público, con la intención declarada de ser la revista de todos y para todos, centrada en las informaciones gráficas sobre acontecimientos curiosos, pintorescos o exóticos, en noticias sobre gente famosa y en abundantes reportajes sobre la cotidianidad, con la cual se identificaron los lectores. Hubo gran cantidad de colaboradores gráficos, generalmente fotógrafos que tenían galería abierta en alguna ciudad mínimamente importante, y que enviaban imágenes sueltas que daban cuenta de los acontecimientos provincianos de cierta relevancia social, y que se presentaban como notas gráficas en una especie de álbum visual. Pero fue la fotografía de reportaje la que tuvo mayor presencia en la revista y mayor peso en el tratamiento editorial.

Revista Estampa, Año 1, N.º 1, 3 de enero de 1928
(Biblioteca Nacional de España)

Coincidiendo con el inicio de la Guerra Civil española, la revista Estampa fue confiscada por las Juventudes Socialistas. La guerra monopolizó la información escrita y la información gráfica, dejando lugar a reportajes propagandísticos de la Unión Soviética. El último número salió en la luz en el año 1938, y finalizado el conflicto bélico no obtuvo el permiso necesario para volver a editarse.

Si hay que resaltar una característica diferencidora de Estampa, fue el que acogiera la obra de fotógrafos profesionales que entendían la fotografía como comunicación y como información, como el medio para transmitir el mundo en que vivían, mostrándolo desde nuevos ángulos y puntos de vista. La obra de los Zapata, Badosa, Benítez Casaux, Contreras y Vilaseca, Erik, Gonshani, Marina, Oplés, Almazán, etc., son una parte importante de nuestro patrimonio fotográfico, y representan uno de los periodos más prolíficos de la fotografía española. Su trabajo, unido al de autores ya conocidos y reconocidos en su época, como Alfonso, Centelles, Campúa, Llopis o Díez Casariego, conformaron la iconografía de esos años de nuestra historia.


Rodolfo Llopis Ferrándiz (Callosa de Ensarriá, 1895 - Albi, 1983)

Graduado en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, fue profesor y pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios que presidía Santiago Ramón y Cajal, para estudiar las reformas pedagógicas que se produjeron en Europa después de la Primera Guerra Mundial. Hizo una gira por Sudamérica, invitado por la Internacional del Magisterio Latinoamericano, pronunciando conferencias pedagógicas. Activo militante del Partido Socialista Obrero Español, fue Director General de Primera Enseñanza y Diputado a Cortes por la provincia de Alicante, durante la II República. Refugiado en Francia tras la Guerra Civil, fue Secretario General del PSOE treinta años, hasta ser sucedido por Felipe González Márquez, y Presidente de la UGT.

Rodolfo Llopis Ferrándiz

Alternó su actividad política con el desarrollo de una gran actividad pedagógica, siendo fundador de la Liga Internacional de la Enseñanza, y su primer presidente. Autor de varios libros pedagógicos y políticos y de artículos periodísticos, colaborando en numerosos diarios y revistas, como es el caso de Estampa, muy especialmente en la revista mensual de Escuelas Normales, que dirigió, y en la Revista de Pedagogía.


Zapata, fotógrafo

Poco se puede decir de la biografía de este fotógrafo, que firmó siempre como «Zapata», a secas. Como fotógrafo por excelencia de Estampa, es figura relevante en la historia de la fotografía española. Fue un todo terreno, que cubrió los acontecimientos más diversos, retratos de personajes, corridas de toros, partidos de fútbol, reproducciones de obras de arte, etc. Empleaba muy pocas veces el flash de magnesio, pues le gustaba trabajar con luz ambiente. Gustaba de hacer mirar directamente a la cámara, dejando bien patente que se estaba posando para una fotografía, de forma que sus imágenes tienen un carácter franco y auténtico, situando a sus modelos dentro de su propia cotidianidad, de manera que parece como si el fotógrafo, en vez de situarlos a partir de la posición de la cámara, lo hiciera en función de la escena.

El clásico «llaut», con su esbelta vela latina a medio hinchar,
se abre paso entre las murallas y los peñascos

Es famoso su reportaje sobre la vida nocturna de Madrid, en agosto de 1928, así como la primera imagen de una sesión del Congreso de los Diputados realizada con luz ambiente, siendo los temas de corte popular aquellos en los que más desenvoltura presenta, como en sus obras: Los domingos en La Moncloa, Los músicos ciegos y Las mudanzas tragicómicas de los aprendices de torero. Pero lo que más sorprende de Zapata no es esta habilidad técnica, sino la coherencia de estilo y la solidez de la obra que publicó en Estampa.


Veamos ahora el artículo íntegro sobre Tabarca, titulado La Isla Luminaria, cuyas fotografías están extraídas tal como fueron publicadas en el original:

Embarcamos en Santa Pola. Mañana espléndida. Cielo azul. Mar azul. Mediterráneo...

—¡Nos mojaremos! —ha dicho el patrón—. Este Levante hará que nos acaricien las olas.

Así es. Apenas salimos del puerto, las olas juguetean con nosotros. Comienza a cumplirse la profecía del patrón...

La atmósfera límpida, transparente, nos deja percibir con toda claridad el panorama costero. Nuestra mirada, ambiciosa, pretende abarcarlo todo de una vez. ¡De una vez...! Allá, lejos, sepultado en el límite del horizonte, está Calpe. El peñón de Ifach —pequeño Gibraltar— se yergue arrogante.

Se aproxima el término de nuestro viaje. Estamos frente a Nueva Tabarca. La isla, pequeñita, estrecha, alargada, plana, cuya monotonía rompe tan sólo la silueta de la iglesia, parece un submarino, un cetáceo descansando.

Huyendo del Levante, buscamos el refugio de unas rocas hospitalarias donde poder atracar. En aquel instante, el clásico «llaut», con su esbelta vela latina a medio hinchar, se abre paso entre las murallas y los peñascos, por uno de aquellos canales en los que el mar brilla hasta cegar. Atracamos. Saltamos a tierra.

Nueva Tabarca luce todavía los restos de sus viejas murallas. Carlos III las construyó en 1770. ¡Malos tiempos aquellos para los pueblos mediterráneos! La pequeña isla de Tabarca que Génova poseía en las costas de África, fué tomada por el rey de Túnez en 1741; sus habitantes, reducidos a cautiverio. Carlos III se compadece. El 8 de diciembre de 1768, los redime y se los trae a Alicante. Frente a sus costas, abandonada, solitaria y triste, estaba la isla de Santa Pola, que sólo visitaban los piratas. Carlos III, por indicación del Conde de Aranda, puebla la isla con los tabarquinos redimidos. Desde ese momento, la isla cambia de nombre. De ahora en adelante, se llamará Nueva Tabarca...
Por una de las tres puertas que cierran las fortificaciones,
penetramos en lo que fué castillo de San Pablo

Por una de las tres puertas que cierran las fortificaciones, por la de la «Trancada», penetramos en lo que fué castillo de San Pablo. Todavía pueden verse los subterráneos, las cisternas, las torres... Durante la guerra civil que estalló al advenimiento de Isabel II, la torre de San José, uno de los fuertes de la isla, quedó convertida en prisión de Estado. En ella estuvieron detenidos varios sacerdotes y unos sargentos carlistas. Cabrera fusiló a 96 sargentos liberales. La «Junta de represalias» de Alicante mandó fusilar a los 19 sargentos carlistas de Nueva Tabarca. Los fusilaron el 11 de noviembre de 1838...

Recorremos la isla. Nueva Tabarca tiene tan sólo 1.800 metros. En la isla hay unas cuantas cosas. Las calles están llenas de redes. En los portales, las mujeres, con grandes manojos de esparto, hacen «filet» para cuerdas y esteras.

Nos aproximarnos a las calas. Aquí mismo, a nuestros pies, hay una cueva: la célebre del «llop marí». Es una gruta profunda, en la que penetra el mar. Los pescadores hablan de la cueva con cierto misterio. «Es el albergue de un monstruo marino», dicen. Y no falta quien asegura haberlo visto: es de cuerpo liso y viscoso; de boca bien armada con dientes de varios tamaños y figuras...
Nos acercamos a una de las lanchas... Un pobre viejo, sarmentoso,
en cuyo rostro se refleja toda una vida de privaciones, remienda el copo

Nueva Tabarca tiene su puertecito. Un puertecito al que llegan todos los días, si el temporal lo permite, la lancha que trae el correo desde Alicante, y la lancha que, desde Alicante también, trae el agua que han de beber los tabarquinos.

Las calas, bien abrigadas, están llenas de embarcaciones pesqueras. Nos acercamos a una de las lanchas. Aunque está casi varada, permanece en ella la tripulación. Un pobre viejo, sarmentoso, remienda el copo. Van a hacerse nuevamente a la mar. Van de «palangre». Lo que ahora pescan no tiene importancia. Cuando se ausentan de la isla es más adelante, en el mes de marzo, cuando marchan a Larache. A Larache y a Río de Oro, a donde encuentran el dichoso bonito y la dichosa caballa.

Al llegar esa época, apenas si quedan hombres en Nueva Tabarca. Quedan los viejos. Quedan los niños. Todos los demás, a la mar. Son seis meses —desde abril hasta septiembre— de vivir entre cielo y agua. ¡Seis meses...! Seis meses de buscar, perseguir, correr todos los días tras los peces. Y a medida que se pescan, destriparlos, salarlos, almacenarlos en las lanchas de repuesto. Y cuando hay una lancha llena, a venderlo a la Marina de Alicante y a reponer vituallas para terminar la campaña... ¡Con tal que no falle la pesca...! Y así un año, y otro, y otro. ¡Toda una vida!
Todavía pueden verse los subterráneos, las cisternas, las torres...
Aquí fusilaron a 19 sargentos carlistas

—Ya pronto dejará usted de embarcarse, abuelo —nos atrevemos a preguntar al más viejo de los pescadores.

—¡Qué sé yo...! —nos contesta, levantando los hombros y sin dejar de coser—. Después de todo —añade—, nuestra barca es nuestra casa. Más que nuestra casa. Ha sido nuestra cuna. Tendrá que ser nuestra sepultura...

Abandonamos Nueva Tabarca. Ya es de noche. Las casas han ido cerrándose. Poco a poco, se van apagando las luces. La isla toda se dispone a dormir. Sólo el faro velará su sueño.

Nuestra gasolinera se pone en marcha. Nos alejamos. Sigue soplando Levante. La noche, terriblemente oscura. Las olas se estrellan contra las rocas de Nueva Tabarca. Y con las olas, se agitan y golpean los grandes criaderos de algas que allí existen. Y las fosforescencias de las algas envuelven todo el contorno de la isla. Nueva Tabarca, hoy, en esta noche oscura, azotada por fuerte Levante, tiene fantástico aspecto. Su luz brillante no hiere, acaricia. Es un halo luminoso lleno de encantadora poesía. Para nosotros, de ahora en adelante, Nueva Tabarca no será ya la isla de los piratas. Ni siquiera la isla de los poetas. Será, como nos dijo aquel viejo pescador, la isla luminaria...

(Artículo publicado en el blog La Foguera de Tabarca)

 
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