La crisis de la Baja Edad
Media.
A mediados del siglo XIV la Europa cristiana y feudal
entró en crisis tras una larga época de expansión en todos los órdenes. La gran
epidemia de Peste Negra de 1348 ha simbolizado este amargo tiempo, golpeado
igualmente por guerras tan cruentas como la de los Cien Años. Los historiadores
han propuesto diferentes explicaciones: exceso de población en varias áreas
europeas, un estadio climático más adverso y frío, aumento de la pobreza (en
las ciudades en especial), dureza del régimen de explotación señorial, etc.
Los
reinos hispanocristianos no escaparon de esta tendencia de dificultades. Sin
embargo, las particularidades de la Reconquista y de la Repoblación añaden al
cuadro unos elementos que no encontraremos en el Norte de Francia. La expansión
hacia Al-Andalus ocasionó severos problemas de ocupación y explotación en la
Andalucia Bética, Murcia y Valencia que coincidieron cronológicamente con los
primeros compases de la crisis, pero al mismo tiempo brindó la oportunidad de
gestionar nuevos recursos sin el encorsetamiento de las tierras normandas o
inglesas. Resulta muy interesante saber cómo nuestros antepasados plantaron
cara a una crisis de notable intensidad y extensión, escogiendo el caso de
Cocentaina entre los siglos XIV y XV por su capacidad de superación.
Los embates de la crisis en la baronía de Cocentaina.
Desde 1291 la villa de Cocentaina era el centro de
una baronía o territorio entregado por el rey a un señor que detentaba la
justicia criminal y civil, el mero y mixto imperio, a cambio de fidelidad y
servicio. En 1378 Pedro IV el Ceremonioso la concedió a su cuarta esposa doña
Sibila de Fortià, que en 1386 fue desposeída por su hijastro Juan I en
beneficio de su consorte doña Violante (o Yolanda) de Bar, que prolongó su
dominio hasta el reinado de Alfonso el Magnánimo.
Cocentaina en el siglo XIX
Aunque
los contestanos no se alzaron contra ninguna de estas dos señoras, no siempre
llevaron a bien la subordinación directa a otro señor que no fuera el propio
rey. Durante la Guerra de la Unión (1347-48) muchos de sus vecinos se
enfrentaron con don Alfonso Roger de Lauria, que en 1336 había recibido la
tenencia de los castillos, torres y fortalezas de Cocentaina y Planes. En el
año 1331 y siguientes la convivencia entre los cristianos y los musulmanes de
la baronía tampoco pasó por momentos fáciles.
A
mediados del Trescientos el hambre se hizo sentir en tierras contestanas. Las
dificultades de avituallamiento auspiciaron en 1346 el establecimiento de la
célebre feria. En 1347 un grupo de musulmanes de la baronía se endeudó con Pere
Iranço por valor de 600 sueldos para conseguir alimento y simiente para la
cosecha siguiente. Cocentaina no se salvó de los embates de la Peste, aunque
desconocemos su impacto real sobre su población. La guerra entre la Corona de
Aragón y la de Castilla empeoró la situación. Las fuerzas castellanas
conquistaron muchos territorios valencianos y se acercaron amenazadoramente a
Cocentaina, cuyos hombres realizaron incursiones o “cavalcades” contra el
enemigo en calidad de almogávares en 1365-66.
Al
final los castellanos retrocedieron a causa de la guerra civil desatada en la
vecina Corona, pero el esfuerzo terminó pasando factura. En 1368 cristianos y
musulmanes de Cocentaina se levantaron contra los pagos ordenados por el
infante don Juan en calidad de representante del monarca en el Reino de
Valencia. Sus agentes padecieron menoscabo y maltrato a manos de los
contestanos, que se congregaron al toque de “viafós” propio de las huestes
concejiles que protegían su territorio ante un peligro exterior. Dada la penosa
situación de la monarquía aragonesa se actuó con clemente cautela contra los
rebeldes. Se amnistió a delincuentes para que sirvieran en las interminables
guerras de Pedro IV. El vecino de Valencia que moraba en Cocentaina Pere
Navarro fue perdonado en 1382 a cambio de combatir al frente de 50 ballesteros
contra el Juez de Arborea en Cerdeña.
En
1378 don Juan de Aragón vendió la villa y baronía (junto a Planes, Margarida,
el Llombó y Torremanzanas) por 76.000 florines de oro al rey, que la cedió a su
mujer doña Sibila. Se diría que la montuosa y heterogénea Cocentaina rindió más
a los monarcas entregándola a otras manos, como si sus posibilidades fueran más
bien escasas. Su más atento estudio, por el contrario, nos acerca a sus bazas
para sortear y superar a la largo la crisis bajomedieval.
La villa contestana, centro rector del territorio.
La villa de Cocentaina dispuso a inicios del siglo XV
de una indiscutible importancia en la zona llamada un poco más tarde de Las
Montañas. En cierto modo ejerció de capital regional. En 1414 el baile
general de Valencia Joan Mercader la encareció ante el rey Fernando I como
ciudad de toda aquella partida para evitar el ardid de doña Violante de
transmitir su señorío a Guerau de Cervelló, que si lograra dominarla obligaría
a desplegar las tropas del Reino.
Reposó
esta primacía en su ubicación geográfica, la fortaleza de sus instituciones y
el dinamismo de sus contactos económicos. En vivo contraste con lo que sucede
hoy en día, las principales vías de comunicación terrestre discurrieron por el
interior, siguiendo antiguos caminos, para evitar los riesgos del litoral:
insalubridad de los extensos marjales, relieves accidentados, soledades y
piratería. De Játiva, la segunda
localidad del Reino, partió la ruta que alcanzaba el paso de Albaida, la
puerta septentrional de la baronía, cuyos caminos enlazaron de Este a Oeste
Denia y Gandía con el valioso pinar de Ibi y con Biar y la entonces castellana
Villena, puntos de ingreso al rico valle del Vinalopó, de notable poblamiento
islámico. Hacia el Sur se encaminaron sus vías hacia las activas Alcoy y
Jijona, dándole la mano a la portuaria Alicante, la rica Elche y la floreciente
Orihuela, atalaya y paso del Reino a la Murcia castellana. Ciertamente este
Mediodía valenciano no estuvo tan poblado a principios del XV como el Norte
controlado por el concejo de Morella y la Orden de Montesa, enriquecido por los
tratos laneros de los comerciantes italianos, pero ya dio pruebas de su futura
vitalidad.
Pese a formar
parte de un patrimonio señorial más amplio, gestionado en los casos de doña
Sibila y doña Violante por un procurador general en el Reino, Cocentaina
dispuso con arreglo a los Fueros valencianos de sus propias instituciones
municipales, encabezadas por el Justicia. En su Corte pleitearon gentes de
localidades vecinas, como Bocairente o Alcoy, y se reconocieron cantidades de
dinero (la obligación) a satisfacer en una serie de plazos, generalmente
coincidentes con las grandes festividades cristianas de Pascua de Resurrección,
San Juan, Santa María de Agosto, San Miguel, Todos los Santos y Navidad. Los
impagos se sancionaron con la pena “del quart” o suplemento de la cuarta parte
del valor de lo adeudado y con el embargo de bienes en las situaciones más
extremas. En 1418 de quince obligaciones de adeudo diez terminaron en condena
ante el tribunal del Justicia. Las cartas notariales combatieron eficazmente el
alegato de inexistencia.
En la villa
contestana se realizaron importantes transacciones de alcance comarcal todas
las semanas. Suministró ganado y vino a Alcoy, y no escasos capitales a
Penáguila. El procurador del caballero de Gandía Joan d´Estanya, Guillem
Figuerola, tomó en censo una viña del “perayre” Joan Mahiques y prestó trigo a
personas como Domingo Martínez por valor de una fanega. Tampoco desdeñó el
préstamo de dinero, representar en la villa a otros procuradores como Nicolau
Gil (que actuó en nombre del tintorero valenciano Joan Rangre) y servir en la
gestión de la contabilidad señorial. La inversión en Cocentaina resultó
provechosa para hombres como Bernat Dezquer de Albaida, que adquirió tierras
para acensar. El honorable Berenguer Marí, “habitador” o exento de Cocentaina
trasladado a Játiva, logró agenciarse 500 florines en plazos sobre la
recaudación señorial de los “esdeveniments” o delitos punibles con multas.
El
alcance de las inversiones señoriales.
La subordinación señorial ha tenido mala prensa
tradicionalmente. En la Baja Edad Media villas como Alicante se resistieron a
mano armada a ser separadas del realengo. Elche ofreció infructuosamente
sustanciosas cantidades de dinero a Alfonso el Magnánimo para reintegrarse al
patrimonio real. Bajo un señor que no fuera el monarca se corría el riesgo de
perder libertades y pagar más. A finales del XVIII el gran Cavanilles
responsabilizó a los tributos señoriales del estado de postración de las
actividades artesanales en Cocentaina.
Antonio José Cavanilles
Siguiendo
este planteamiento, la baronía contestana quedaría inevitablemente condenada a
la miseria. En 1385 pagó a la señoría 25.737 sueldos y en 1425 unos 20.916,
desprendiéndose cada año los vecinos cristianos de la cuarta parte de sus
ingresos y los musulmanes de la tercera. Doña Violante, señora tan absentista
como doña Sibila, gastó la mayor parte de las sumas contestanas en los lujos de
la vida aristocrática y en la inversión financiera para sufragar los de otros
nobles menos adinerados. El señor del Valle de Chelva Pere Lladró le debió en
concepto de préstamo censalista 4.000 sueldos anuales.
La
ventosa señorial se topó con lindes nada menospreciables. Todo señor debió
jurar los fueros y privilegios del Reino y de la villa y baronía de Cocentaina
al tomar posesión, sin olvidarse de los de la comunidad islámica. Los
requerimientos del monarca no se pudieron obviar. En 1378 Pedro IV arrancó para
sus empresas mediterráneas 1.000 florines a cambio de autorizar su esposa
Sibila el endeudamiento de los contestanos, cuyos pagos fueron aligerados
inevitablemente.
Los
edificios y monopolios señoriales no pudieron ser abandonados alegremente, y se
tuvo que destinar una parte de los recursos señoriales, pese a no exceder del
modesto 5%, a la reparación y acondicionamiento del alcázar, la alhóndiga, los
molinos harineros, las almazaras y los canales de regadío, máxime tras el
rastro de destrucciones dejado por la guerra con Castilla. En 1380 el tintorero
Domingo Mateu compuso por 185 sueldos la viga, el rollo y el arnés de la
derribada almazara cercana a la villa. Más que para la alimentación, el aceite
se empleó en la confección de jabones y como desengrasante textil.
Las
obras públicas, junto al transporte de dinero y comunicación de noticias,
movilizaron a veces cuadrillas de artesanos y trabajadores musulmanes provistos
de herramientas y bestias de carga bajo la supervisión del alamín, el encargado
de gestionar el patrimonio de la aljama y de recaudar los tributos a sus
correligionarios. En 1427-28 se acondicionó de este modo el azud y la acequia
de los molinos harineros. Los moros trabajaron a cambio de un jornal diario,
doblado si disponían de animal, ya que el impuesto laboral en trabajo físico de
la sofra ya había sido conmutado por pagos en dinero sobre las más de 144
heredades de islamitas en la Huerta.
La
señoría también se interesó en la promoción de los cultivos con mayores salidas
comerciales. Doña Sibila de Fortià se hizo cargo en 1379 de la gestión directa
de las viñas de Terratge y de Farfaci, antes arrendada por el procurador del
conde de Ampurias a Miquel Garcia, ejecutándose tareas especializadas de
acondicionamiento, poda, cavado, injerto y expurgo. En 1382 le llegó el turno a
las viñas del alcázar señorial. Al principio los dispendios de la inversión
superaron las ganancias ingresadas, pero entre 1379 y 1386 por 135 libras
gastadas se obtuvieron 411. En 1396-97 se emplearon trabajadores especializados
forasteros en la viticultura de la baronía.
El
interés señorial por la venta de los productos contestanos se tradujo en la
consecución de franquicias comerciales del rey. En 1379 Pedro IV otorgó a
instancias de su esposa doña Sibila la exención absoluta de lezda, peaje,
pasaje, portazgo, aduana, ancoraje, etc. en sus dominios. En cierta manera los
señores feudales tuvieron en ocasiones un carácter intercesor ante la autoridad
real, que permitió a veces agilizar determinados trámites, distanciándose de la
rapacidad elemental que a veces se les ha supuesto, lo que les hubiera
conducido inevitablemente a una pavorosa ruina de su patrimonio en un momento
muy complicado.
Una villa de negocios florecientes.
Al
igual que en otras localidades coetáneas, en Cocentaina no se menospreciaron
los negocios. De tal ambiente supo obtener buen provecho la oligarquía local,
integrada por familias como las de los Pujaçons, así como algunas instituciones
eclesiásticas. En la villa no llegó a fraguar hacia 1380 una comunidad judía
organizada. El hebreo Samuel Aborrabe (o Abu Rabi) anduvo en tratos con el
notario Jaume Pujaçons, del que logró la donación de 17 libras procedentes de
la venta que el cristiano realizara de un mulo de albarda a Bertomeu Segarra y
Domingo Çatorre. Los prestamistas judíos actuaron aquí a través de los
prohombres cristianos, y tras la intensa oleada de furia contra los hebreos
hispánicos de 1391 se atrajo a un selecto grupo de conversos al cristianismo,
apadrinados por algunos prohombres locales. Joan Cepello y Tristany d´Eroqua
adoptaron los nombres familiares de sus protectores. En las pequeñas y medianas
villas encontraron una tranquilidad que se les negó en las grandes ciudades.
En
Cocentaina se forjaron sociedades económicas de duración variable, como la
formada por Bertomeu Ferrer, Andreu de Perelada, Andreu de la Tonda y Guillem
Mas. El comercio y el arrendamiento de los impuestos e infraestructuras
señoriales (como los molinos, el horno, etc.) alentaron este movimiento de
asociación.
El
patrimonio inmobiliario interesó tanto como los susodichos arrendamientos. En
1418 el notario Guillem Venrell compró por 80 sueldos un albergue o casa en la
aledaña Fraga, núcleo de mayoría mudéjar en manos del monasterio cisterciense
de Sant Bernat en la huerta valenciana. El musulmán del arrabal contestano
Cilim Halata le avanzó el dinero, buscándose anudar lazos con los presbíteros
que gestionaban Fraga.
El
auge textil.
Alrededor de 1380 los artesanos tuvieron un papel
discreto en la vida contestana, apareciendo de manera puntual en los registros
de la justicia local, prodigándose más como compradores, vendedores, acreedores
y deudores entre 1409 y 1416, auténtico momento de despegue del textil de
Cocentaina, cuyos artesanos descollaron en su ambiente de negocios por encima
de los carpinteros, yeseros, herreros, etc. Sus telas y ropas de calidad modesta
se vendieron con razonable éxito no sólo en la propia Cocentaina, sino también
en localidades como Gorga, al adaptarse a las necesidades y al nivel de rentas
de sus potenciales consumidores, fortaleciéndose su elaboración como sucedió en
otras comarcas de la Europa que alumbró la industrialización con el correr de
los siglos.
Los cada vez
más especializados “perayres” (artesanos medulares del cardado de la lana) y
los tejedores no se encastillaron en un orden gremial. El obrador familiar
constituyó la célula de la producción textil. Los artesanos tampoco se
desvincularon de las actividades rurales. El tejedor Antoni Domingo vendió una
mula, y el campesino Bertomeu Maçana vendió paños en Gorga para complementar
sus ingresos y poder pagar sus deudas.
Los negocios
textiles enriquecieron a ciertos labradores, que supieron aprovechar su tiempo
y sus recursos agropecuarios. Bertomeu Manyer combinó los negocios de diferente
naturaleza. Acensó anualmente 31 sueldos a un terrateniente de Albaida por el
cultivo de una zona abarrancada consagrada a la viticultura, y a la par el
recién llegado Pedro d´Ortega le debió dinero. Las modestas sumas, en
comparación con las de la economía de los grandes magnates, que se prestaron y
se adeudaron ante la Corte del Justicia demostraron ser de enorme utilidad. En
cierto modo cumplieron la misma función que los actuales “microcréditos” en las
economías de los países asiáticos en vías de desarrollo, alentando la
iniciativa económica individual entre los grupos más modestos.
Estos artesanos
sobresalieron en la vida social contestana a partir de 1416. Hombres como el
converso Jaume Pascual se convirtieron en sus deudores por piezas de paños. En
ocasiones prestaron trigo a personas acuciadas como Antoni Pujaçons de Agres.
Considerados a menudo “senyors del drap”, no pocos tejedores terminaron por
depender de una manera o de otra de ellos.
Sin
embargo, su posición social se vio amenazada por varias dificultades. Muchos
también fueron agricultores, y la carga de los censos anuales, los tributos
señoriales y reales, y las deudas mermaron su fortuna, aunque a veces semejante
reto se pudo transformar en un estímulo. La viticultura los atrajo sobremanera.
A veces no tuvieron más remedio que comprar los tejidos a otros artesanos, con
los que se contrajeron penosas obligaciones. El acabado de ciertas piezas
también los subordinó a los más acaudalados tintoreros, descollando los
procedentes de la ciudad de Valencia. La tintorería del paño de lino fue un
monopolio señorial arrendado por artesanos del tinte como Joan Serra, lo que no
ayudó precisamente al despegue global de esta rama de la producción textil,
tributando anualmente unos 90 sueldos a fines del XIV e inicios del XV No
añadió tampoco facilidades la fragilidad económica de una clientela de
extracción popular mayoritariamente, y la competencia de algunos mudéjares que
no se limitaron a suministrar lino y de otros comerciantes-artesanos más ricos.
También participaron los tintoreros de semejantes
dificultades al compartir muchos de los rasgos de los “perayres” a otra escala.
El minifundismo del textil contestano mermó las posibilidades de contratación.
Los modestos “perayres” perdieron finalmente el control de muchos de sus
negocios, lo que dificultó con el paso del tiempo el buen desarrollo de la
industrialización futura.
Continuará
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo