21 mayo 2014

CÓMO SE ENFRENTÓ COCENTAINA A LA CRISIS BAJOMEDIEVAL (PARTE 1)



La crisis de la Baja Edad Media.

A mediados del siglo XIV la Europa cristiana y feudal entró en crisis tras una larga época de expansión en todos los órdenes. La gran epidemia de Peste Negra de 1348 ha simbolizado este amargo tiempo, golpeado igualmente por guerras tan cruentas como la de los Cien Años. Los historiadores han propuesto diferentes explicaciones: exceso de población en varias áreas europeas, un estadio climático más adverso y frío, aumento de la pobreza (en las ciudades en especial), dureza del régimen de explotación señorial, etc.

 Los reinos hispanocristianos no escaparon de esta tendencia de dificultades. Sin embargo, las particularidades de la Reconquista y de la Repoblación añaden al cuadro unos elementos que no encontraremos en el Norte de Francia. La expansión hacia Al-Andalus ocasionó severos problemas de ocupación y explotación en la Andalucia Bética, Murcia y Valencia que coincidieron cronológicamente con los primeros compases de la crisis, pero al mismo tiempo brindó la oportunidad de gestionar nuevos recursos sin el encorsetamiento de las tierras normandas o inglesas. Resulta muy interesante saber cómo nuestros antepasados plantaron cara a una crisis de notable intensidad y extensión, escogiendo el caso de Cocentaina entre los siglos XIV y XV por su capacidad de superación.

Los embates de la crisis en la baronía de Cocentaina.

Desde 1291 la villa de Cocentaina era el centro de una baronía o territorio entregado por el rey a un señor que detentaba la justicia criminal y civil, el mero y mixto imperio, a cambio de fidelidad y servicio. En 1378 Pedro IV el Ceremonioso la concedió a su cuarta esposa doña Sibila de Fortià, que en 1386 fue desposeída por su hijastro Juan I en beneficio de su consorte doña Violante (o Yolanda) de Bar, que prolongó su dominio hasta el reinado de Alfonso el Magnánimo.

 Cocentaina en el siglo XIX

 Aunque los contestanos no se alzaron contra ninguna de estas dos señoras, no siempre llevaron a bien la subordinación directa a otro señor que no fuera el propio rey. Durante la Guerra de la Unión (1347-48) muchos de sus vecinos se enfrentaron con don Alfonso Roger de Lauria, que en 1336 había recibido la tenencia de los castillos, torres y fortalezas de Cocentaina y Planes. En el año 1331 y siguientes la convivencia entre los cristianos y los musulmanes de la baronía tampoco pasó por momentos fáciles.

A mediados del Trescientos el hambre se hizo sentir en tierras contestanas. Las dificultades de avituallamiento auspiciaron en 1346 el establecimiento de la célebre feria. En 1347 un grupo de musulmanes de la baronía se endeudó con Pere Iranço por valor de 600 sueldos para conseguir alimento y simiente para la cosecha siguiente. Cocentaina no se salvó de los embates de la Peste, aunque desconocemos su impacto real sobre su población. La guerra entre la Corona de Aragón y la de Castilla empeoró la situación. Las fuerzas castellanas conquistaron muchos territorios valencianos y se acercaron amenazadoramente a Cocentaina, cuyos hombres realizaron incursiones o “cavalcades” contra el enemigo en calidad de almogávares en 1365-66.

            Al final los castellanos retrocedieron a causa de la guerra civil desatada en la vecina Corona, pero el esfuerzo terminó pasando factura. En 1368 cristianos y musulmanes de Cocentaina se levantaron contra los pagos ordenados por el infante don Juan en calidad de representante del monarca en el Reino de Valencia. Sus agentes padecieron menoscabo y maltrato a manos de los contestanos, que se congregaron al toque de “viafós” propio de las huestes concejiles que protegían su territorio ante un peligro exterior. Dada la penosa situación de la monarquía aragonesa se actuó con clemente cautela contra los rebeldes. Se amnistió a delincuentes para que sirvieran en las interminables guerras de Pedro IV. El vecino de Valencia que moraba en Cocentaina Pere Navarro fue perdonado en 1382 a cambio de combatir al frente de 50 ballesteros contra el Juez de Arborea en Cerdeña.

 En 1378 don Juan de Aragón vendió la villa y baronía (junto a Planes, Margarida, el Llombó y Torremanzanas) por 76.000 florines de oro al rey, que la cedió a su mujer doña Sibila. Se diría que la montuosa y heterogénea Cocentaina rindió más a los monarcas entregándola a otras manos, como si sus posibilidades fueran más bien escasas. Su más atento estudio, por el contrario, nos acerca a sus bazas para sortear y superar a la largo la crisis bajomedieval.    

 La villa contestana, centro rector del territorio.

La villa de Cocentaina dispuso a inicios del siglo XV de una indiscutible importancia en la zona llamada un poco más tarde de Las Montañas. En cierto modo ejerció de capital regional. En 1414 el baile general de Valencia Joan Mercader la encareció ante el rey Fernando I como ciudad de toda aquella partida para evitar el ardid de doña Violante de transmitir su señorío a Guerau de Cervelló, que si lograra dominarla obligaría a desplegar las tropas del Reino.
 
Reposó esta primacía en su ubicación geográfica, la fortaleza de sus instituciones y el dinamismo de sus contactos económicos. En vivo contraste con lo que sucede hoy en día, las principales vías de comunicación terrestre discurrieron por el interior, siguiendo antiguos caminos, para evitar los riesgos del litoral: insalubridad de los extensos marjales, relieves accidentados, soledades y piratería. De Játiva, la segunda  localidad del Reino, partió la ruta que alcanzaba el paso de Albaida, la puerta septentrional de la baronía, cuyos caminos enlazaron de Este a Oeste Denia y Gandía con el valioso pinar de Ibi y con Biar y la entonces castellana Villena, puntos de ingreso al rico valle del Vinalopó, de notable poblamiento islámico. Hacia el Sur se encaminaron sus vías hacia las activas Alcoy y Jijona, dándole la mano a la portuaria Alicante, la rica Elche y la floreciente Orihuela, atalaya y paso del Reino a la Murcia castellana. Ciertamente este Mediodía valenciano no estuvo tan poblado a principios del XV como el Norte controlado por el concejo de Morella y la Orden de Montesa, enriquecido por los tratos laneros de los comerciantes italianos, pero ya dio pruebas de su futura vitalidad.     

Pese a formar parte de un patrimonio señorial más amplio, gestionado en los casos de doña Sibila y doña Violante por un procurador general en el Reino, Cocentaina dispuso con arreglo a los Fueros valencianos de sus propias instituciones municipales, encabezadas por el Justicia. En su Corte pleitearon gentes de localidades vecinas, como Bocairente o Alcoy, y se reconocieron cantidades de dinero (la obligación) a satisfacer en una serie de plazos, generalmente coincidentes con las grandes festividades cristianas de Pascua de Resurrección, San Juan, Santa María de Agosto, San Miguel, Todos los Santos y Navidad. Los impagos se sancionaron con la pena “del quart” o suplemento de la cuarta parte del valor de lo adeudado y con el embargo de bienes en las situaciones más extremas. En 1418 de quince obligaciones de adeudo diez terminaron en condena ante el tribunal del Justicia. Las cartas notariales combatieron eficazmente el alegato de inexistencia.

En la villa contestana se realizaron importantes transacciones de alcance comarcal todas las semanas. Suministró ganado y vino a Alcoy, y no escasos capitales a Penáguila. El procurador del caballero de Gandía Joan d´Estanya, Guillem Figuerola, tomó en censo una viña del “perayre” Joan Mahiques y prestó trigo a personas como Domingo Martínez por valor de una fanega. Tampoco desdeñó el préstamo de dinero, representar en la villa a otros procuradores como Nicolau Gil (que actuó en nombre del tintorero valenciano Joan Rangre) y servir en la gestión de la contabilidad señorial. La inversión en Cocentaina resultó provechosa para hombres como Bernat Dezquer de Albaida, que adquirió tierras para acensar. El honorable Berenguer Marí, “habitador” o exento de Cocentaina trasladado a Játiva, logró agenciarse 500 florines en plazos sobre la recaudación señorial de los “esdeveniments” o delitos punibles con multas.

 El alcance de las inversiones señoriales.

La subordinación señorial ha tenido mala prensa tradicionalmente. En la Baja Edad Media villas como Alicante se resistieron a mano armada a ser separadas del realengo. Elche ofreció infructuosamente sustanciosas cantidades de dinero a Alfonso el Magnánimo para reintegrarse al patrimonio real. Bajo un señor que no fuera el monarca se corría el riesgo de perder libertades y pagar más. A finales del XVIII el gran Cavanilles responsabilizó a los tributos señoriales del estado de postración de las actividades artesanales en Cocentaina.
 Antonio José Cavanilles

Siguiendo este planteamiento, la baronía contestana quedaría inevitablemente condenada a la miseria. En 1385 pagó a la señoría 25.737 sueldos y en 1425 unos 20.916, desprendiéndose cada año los vecinos cristianos de la cuarta parte de sus ingresos y los musulmanes de la tercera. Doña Violante, señora tan absentista como doña Sibila, gastó la mayor parte de las sumas contestanas en los lujos de la vida aristocrática y en la inversión financiera para sufragar los de otros nobles menos adinerados. El señor del Valle de Chelva Pere Lladró le debió en concepto de préstamo censalista 4.000 sueldos anuales.

La ventosa señorial se topó con lindes nada menospreciables. Todo señor debió jurar los fueros y privilegios del Reino y de la villa y baronía de Cocentaina al tomar posesión, sin olvidarse de los de la comunidad islámica. Los requerimientos del monarca no se pudieron obviar. En 1378 Pedro IV arrancó para sus empresas mediterráneas 1.000 florines a cambio de autorizar su esposa Sibila el endeudamiento de los contestanos, cuyos pagos fueron aligerados inevitablemente.

Los edificios y monopolios señoriales no pudieron ser abandonados alegremente, y se tuvo que destinar una parte de los recursos señoriales, pese a no exceder del modesto 5%, a la reparación y acondicionamiento del alcázar, la alhóndiga, los molinos harineros, las almazaras y los canales de regadío, máxime tras el rastro de destrucciones dejado por la guerra con Castilla. En 1380 el tintorero Domingo Mateu compuso por 185 sueldos la viga, el rollo y el arnés de la derribada almazara cercana a la villa. Más que para la alimentación, el aceite se empleó en la confección de jabones y como desengrasante textil.

 Las obras públicas, junto al transporte de dinero y comunicación de noticias, movilizaron a veces cuadrillas de artesanos y trabajadores musulmanes provistos de herramientas y bestias de carga bajo la supervisión del alamín, el encargado de gestionar el patrimonio de la aljama y de recaudar los tributos a sus correligionarios. En 1427-28 se acondicionó de este modo el azud y la acequia de los molinos harineros. Los moros trabajaron a cambio de un jornal diario, doblado si disponían de animal, ya que el impuesto laboral en trabajo físico de la sofra ya había sido conmutado por pagos en dinero sobre las más de 144 heredades de islamitas en la Huerta.

 La señoría también se interesó en la promoción de los cultivos con mayores salidas comerciales. Doña Sibila de Fortià se hizo cargo en 1379 de la gestión directa de las viñas de Terratge y de Farfaci, antes arrendada por el procurador del conde de Ampurias a Miquel Garcia, ejecutándose tareas especializadas de acondicionamiento, poda, cavado, injerto y expurgo. En 1382 le llegó el turno a las viñas del alcázar señorial. Al principio los dispendios de la inversión superaron las ganancias ingresadas, pero entre 1379 y 1386 por 135 libras gastadas se obtuvieron 411. En 1396-97 se emplearon trabajadores especializados forasteros en la viticultura de la baronía.

El interés señorial por la venta de los productos contestanos se tradujo en la consecución de franquicias comerciales del rey. En 1379 Pedro IV otorgó a instancias de su esposa doña Sibila la exención absoluta de lezda, peaje, pasaje, portazgo, aduana, ancoraje, etc. en sus dominios. En cierta manera los señores feudales tuvieron en ocasiones un carácter intercesor ante la autoridad real, que permitió a veces agilizar determinados trámites, distanciándose de la rapacidad elemental que a veces se les ha supuesto, lo que les hubiera conducido inevitablemente a una pavorosa ruina de su patrimonio en un momento muy complicado. 
 
Una villa de negocios florecientes.

 Al igual que en otras localidades coetáneas, en Cocentaina no se menospreciaron los negocios. De tal ambiente supo obtener buen provecho la oligarquía local, integrada por familias como las de los Pujaçons, así como algunas instituciones eclesiásticas. En la villa no llegó a fraguar hacia 1380 una comunidad judía organizada. El hebreo Samuel Aborrabe (o Abu Rabi) anduvo en tratos con el notario Jaume Pujaçons, del que logró la donación de 17 libras procedentes de la venta que el cristiano realizara de un mulo de albarda a Bertomeu Segarra y Domingo Çatorre. Los prestamistas judíos actuaron aquí a través de los prohombres cristianos, y tras la intensa oleada de furia contra los hebreos hispánicos de 1391 se atrajo a un selecto grupo de conversos al cristianismo, apadrinados por algunos prohombres locales. Joan Cepello y Tristany d´Eroqua adoptaron los nombres familiares de sus protectores. En las pequeñas y medianas villas encontraron una tranquilidad que se les negó en las grandes ciudades.

En Cocentaina se forjaron sociedades económicas de duración variable, como la formada por Bertomeu Ferrer, Andreu de Perelada, Andreu de la Tonda y Guillem Mas. El comercio y el arrendamiento de los impuestos e infraestructuras señoriales (como los molinos, el horno, etc.) alentaron este movimiento de asociación.

El patrimonio inmobiliario interesó tanto como los susodichos arrendamientos. En 1418 el notario Guillem Venrell compró por 80 sueldos un albergue o casa en la aledaña Fraga, núcleo de mayoría mudéjar en manos del monasterio cisterciense de Sant Bernat en la huerta valenciana. El musulmán del arrabal contestano Cilim Halata le avanzó el dinero, buscándose anudar lazos con los presbíteros que gestionaban Fraga.


El auge textil.

Alrededor de 1380 los artesanos tuvieron un papel discreto en la vida contestana, apareciendo de manera puntual en los registros de la justicia local, prodigándose más como compradores, vendedores, acreedores y deudores entre 1409 y 1416, auténtico momento de despegue del textil de Cocentaina, cuyos artesanos descollaron en su ambiente de negocios por encima de los carpinteros, yeseros, herreros, etc. Sus telas y ropas de calidad modesta se vendieron con razonable éxito no sólo en la propia Cocentaina, sino también en localidades como Gorga, al adaptarse a las necesidades y al nivel de rentas de sus potenciales consumidores, fortaleciéndose su elaboración como sucedió en otras comarcas de la Europa que alumbró la industrialización con el correr de los siglos.

Los cada vez más especializados “perayres” (artesanos medulares del cardado de la lana) y los tejedores no se encastillaron en un orden gremial. El obrador familiar constituyó la célula de la producción textil. Los artesanos tampoco se desvincularon de las actividades rurales. El tejedor Antoni Domingo vendió una mula, y el campesino Bertomeu Maçana vendió paños en Gorga para complementar sus ingresos y poder pagar sus deudas.

Los negocios textiles enriquecieron a ciertos labradores, que supieron aprovechar su tiempo y sus recursos agropecuarios. Bertomeu Manyer combinó los negocios de diferente naturaleza. Acensó anualmente 31 sueldos a un terrateniente de Albaida por el cultivo de una zona abarrancada consagrada a la viticultura, y a la par el recién llegado Pedro d´Ortega le debió dinero. Las modestas sumas, en comparación con las de la economía de los grandes magnates, que se prestaron y se adeudaron ante la Corte del Justicia demostraron ser de enorme utilidad. En cierto modo cumplieron la misma función que los actuales “microcréditos” en las economías de los países asiáticos en vías de desarrollo, alentando la iniciativa económica individual entre los grupos más modestos.
 
Estos artesanos sobresalieron en la vida social contestana a partir de 1416. Hombres como el converso Jaume Pascual se convirtieron en sus deudores por piezas de paños. En ocasiones prestaron trigo a personas acuciadas como Antoni Pujaçons de Agres. Considerados a menudo “senyors del drap”, no pocos tejedores terminaron por depender de una manera o de otra de ellos.

 Sin embargo, su posición social se vio amenazada por varias dificultades. Muchos también fueron agricultores, y la carga de los censos anuales, los tributos señoriales y reales, y las deudas mermaron su fortuna, aunque a veces semejante reto se pudo transformar en un estímulo. La viticultura los atrajo sobremanera. A veces no tuvieron más remedio que comprar los tejidos a otros artesanos, con los que se contrajeron penosas obligaciones. El acabado de ciertas piezas también los subordinó a los más acaudalados tintoreros, descollando los procedentes de la ciudad de Valencia. La tintorería del paño de lino fue un monopolio señorial arrendado por artesanos del tinte como Joan Serra, lo que no ayudó precisamente al despegue global de esta rama de la producción textil, tributando anualmente unos 90 sueldos a fines del XIV e inicios del XV No añadió tampoco facilidades la fragilidad económica de una clientela de extracción popular mayoritariamente, y la competencia de algunos mudéjares que no se limitaron a suministrar lino y de otros comerciantes-artesanos más ricos.

También participaron los tintoreros de semejantes dificultades al compartir muchos de los rasgos de los “perayres” a otra escala. El minifundismo del textil contestano mermó las posibilidades de contratación. Los modestos “perayres” perdieron finalmente el control de muchos de sus negocios, lo que dificultó con el paso del tiempo el buen desarrollo de la industrialización futura.

Continuará

VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo


 
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