13 febrero 2015

LAS MURALLAS DE ALICANTE (III)

Nota de AV: Este artículo puede considerarse una continuación de las otras dos entregas publicadas en Alicante Vivo con el mismo nombre. Pinche AQUÍ y AQUÍ 
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José Guardiola estaba junto al molino, en lo alto de la Montañeta de San Francisco, cuando las campanas del cercano convento empezaron a picar las ocho de la mañana. Se dirigía hacia el norte, a la vieja casita que su familia tenía abandonada en las laderas del monte San Fernando, iba a rehabilitarla de arriba a abajo y quizás construir un pequeño ­­­­­cobertizo, pero por ahora sólo llevaba una libreta y un lápiz. Al tercer tañido, paro su marcha y se giró hacia Alicante. La claridad se había adueñado del día, y el sol, que se asomaba entre los torreones de San Cayetano y San Nicolás, resplandecía en las fachadas de los campanarios de la ciudad y de las partes más altas de la muralla. En el baluarte de San Carlos, el centinela, apoyado en la almena del muro, también se había concedido tiempo para admirar la vista de la bahía. José en cambio, ya no prestaba atención al paisaje. Siempre que subía al promontorio, su vista se dirigía a la gente que a sus pies recorría la Alameda de camino a la Puerta de San Francisco. Muchos de ellos vivían en el cercano arrabal de mismo nombre, pero también se veían carretas y burros de pueblos vecinos que venían a vender los productos de la huerta y comprar los que la ciudad ponía a su disposición. Parecían cansados o somnolientos y pocos de ellos levantaban la vista al majestuoso Castillo que desde la altura dominaba la ciudad y menos aún giraban sus cuellos al este para contemplar como el sol asomaba sobre el horizonte marino. Al igual que las de José, sus preocupaciones en ese momento estaban en la puerta de entrada, donde a cualquier hora del día, había que esperar pacientemente unos minutos en cola antes de poder acceder al recinto urbano. “¡I ara encara més!”, pensaba él,  ya que hacía dos semanas que el alcalde Vicente Caturla recibió por fin la autorización de la Reina para demoler las murallas, por lo que los operarios del Ayuntamiento que en ese momento trabajaban en el lugar, ocupaban un espacio que dificultaba el tráfico y alargaba la espera de los vecinos. Desde su privilegiado puesto de observación, los ojos del joven José Guardiola fueron recorriendo todo el recorrido de la muralla, “la parte oeste iba a ser la primera en ser derruida claro, luego las calles del arrabal de San Francisco serán pavimentadas y se construirán casas donde hoy sólo hay barro y matorrales, la ciudad se extenderá por aquí e inevitablemente todo será un mismo cuerpo urbanizado, como ya pasó con San Antón. Más tarde –pensó mientras su mirada seguía el muro hacia el noreste- le tocará a la Puerta de la Reina, el monte Benacantil hace imposible que la ciudad se extienda hacia allí, pero hacia el oeste, el camino de Elche se convertirá en una majestuosa avenida, el doble de bonita que el Paseo y diez veces más grande, llegará hasta la estación del ferrocarril y a mitad de camino otra avenida en dirección norte, construida sobre los terrenos que ocupan la muralla que hoy derriban, la cortará de forma perpendicular. Justo donde estas dos avenidas se encuentren, habrá una plaza circular, con una descomunal escultura en el centro cercada por los edificios más majestuosos de la ciudad, serán grandes, serán modernos y serán ejemplo de la nueva Alicante. Todos los de San Fernando y San Carlos pedirán un hueco para sus obras, Emilio Jover, seguro, tendrá el suyo y Francisco Morell, si la salud se lo permite y perqué no… ¡També jo construiré el meu!” A sus pies, los chillidos de unos niños que acababan de empezar una batalla de barro y piedras le sacaron de sus ensoñaciones. Uno de ellos, había acertado, por error, en la cabeza de un campesino, cargado con dos fardos de esparto a cada brazo, el pobre hombre había dejado su mercancía en el suelo y corría detrás del chiquillo lo más rápido que su edad le permitía, provocando la carcajada general del resto de mocosos que animaban a su amigo en la huida hacia la playa de Babel, mientras otros testigos jaleaban al viejo en su infructuosa persecución. José levanto la vista hacia el brillante mar una vez más antes de proseguir su camino. Realmente, era una hermosa mañana de 31 de Julio, de 1858.
El Alicante de 1858 en el que vivía el joven José Guardiola Picó

 
 Y el Alicante de 1888 que había imaginado José Guardiola Picó

Mirando los dos mapas podemos afirmar que en estos treinta años los alicantinos vieron como su ciudad sufría la mayor transformación hasta la fecha, aunque en este caso no fue lo construido sino lo derribado lo que provocó este reordenamiento urbanístico. Hoy en día es difícil de creer que para ir desde el Ayuntamiento al Mercado Central, a la Plaza de Toros, a la Estación del Ferrocaril o incluso al Postiguet hubiese que salir de la ciudad.  Y también parece increíble que durante este período, desaparecieran más de dos kilómetros de murallas sin dejar rastro de su existencia en la vida cotidiana de la ciudad. Ya que a pesar del esfuerzo llevado a cabo por diferentes historiadores para rescatar del recuerdo la antigua Alicante amurallada, en el presente, la mayoría de alicantinos no conocemos la evolución que sufrió nuestra ciudad o los sucesos que preocuparon a los habitantes de ella en la segunda mitad del siglo XIX.

Y puesto que no es el criticar a las instituciones municipales o al sistema de enseñanza en los institutos y universidades el objetivo de estas líneas, sino animarlos, junto a todos los alicantinos, a que participen de la construcción de esta parte de la historia de nuestra ciudad. Desde aquí alentamos a todos los interesados a visitar y a molestar a los amables y expertos encargados de custodiar los archivos en el A.M.A. y el A.H.P.A., donde podrán encontrar los testimonios directos de estos intensos días, como por ejemplo:

-          La Real Órden del 10 de Julio de 1858, por la cual Isabel II “tomando en cuenta lo expuesto por el Ayuntamiento y Junta de Comercio de la ciudad, autoriza el derribo de sus murallas determinando que Alicante deje de ser plaza de guerra” (1)
-      La larga petición del 27 de Mayo de 1858 dirigida a la Reina tras su visita a la ciudad donde se transmiten “las más apremiantes necesidades que tiene hoy esta población que os admira entusiasmada y os sigue a todas partes” (2)
-      La solicitud previa, enviada a Madrid meses antes, el 17 de Noviembre de 1857 que expone “que el derribo del lienzo de muralla que se extiende desde el Baluarte de San Carlos hasta la puerta de San Francisco es, Señora, indispensable” (3)
-          La respuesta a esta solicitud el 17 de Mayo de 1858 en la cual “no se ha tenido a bien acceder a dicha petición por considerar que no es conveniente la demolición que se desea mientras no haya medio de hacer nuevas defensas en dicha plaza” (4)
-    Los problemas que tuvo que afrontar el Brigadier Gobernador Militar de la provincia, Bernardo Magenis, un apacible sábado 31 de Julio de 1858 cuando descubrió de mano del Celador de la fortificación que “la puerta (de la muralla del Mar) que devia retirarse por la Comandancia de Ingenieros al parque […] estaba en la casa del Ayuntamiento”(5)
- Los resultados materiales del derribo en forma de inventario que “entrega el Ayuntamiento al Señor Comandante de Ingenieros y Señor Sargento mayor para su custodia en los almacenes militares” (6)
-      O la advertencia que recibiría nuestro anterior protagonista, José Guardiola, once días después de su paseo, cuando el Gobierno Militar le recuerde “que sólo tiene permiso para hacer varios repasos en dicha casita” (7)

Y como la visita a estos archivos puede parecer algo extraña, difícil e incluso un poco friki, para los no acostumbrados, con el fin de dar a conocer lo que los curiosos se puedan encontrar,  en este sitio web se pueden ver y descargar todos los documentos citados en este artículo, así como otras informaciones de interés que pueden ayudar a conocer este período olvidado de nuestra ciudad. 

BENJAMÍN LLORENS 
ROCAMORA

Notas: 

 (1) Carpeta titulada “Reales Órdenes autorizando el derribo de las murallas de Alicante
(1858). A.H.P.A.
(2) Documento núm. 5 del Legajo 1904-14-2-0 (1858) Dep.1B, A.M.A.
(3) Documento núm. 1 del Legajo 1904-14-2/0 (1858) Dep.1B, A.M.A.
(4) Documento núm. 2 del Legajo 1904-14-2/0 (1858) Dep.1B, A.M.A.
(5) Documento núm. 31 del Legajo 1904-14-2/0 (1858) Dep.1B, A.M.A.
(6) Documento fechado a 2/10/1858 del Legajo 1904-14-4/0 (1858) Dep.1B, A.M.A.
(7) Documento fechado a 11 de Agosto en la carpeta titulada: “El gobernador militar ruega se transcriba una orden al maestro de obras Don José Guardiola” en el Legajo 1904-14-2/0 (1858) Dep.1B, A.M.A.

 
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