20 junio 2007

ALFAFARA Y SUS RESTOS ¿FENICIOS?

Hay constancia que los primeros pobladores de Alfafara eran íberos por los restos encontrados en Cabec de Mariola o de la Cova, Cabec de Serrelles, Cabec de les Monserraes, Lloma de Carbonell y la Cova Bolumini.
Fue un lugar musulmán como lo demuestra su nombre árabe “alfawara” que significa fuente o surtidor y que, probablemente hace referencia a la Peña del Chorro, salto de agua que cae con fuerza en épocas de lluvia.
Después de la conquista de Biar por Jaime I de Aragón, sobre al año 1245, este lugar musulmán se concede en señorío a Ximén Pérez d´Oriz en el año 1250, y posteriormente en 1292, fue vendida a Pedro de Artés.
En el año 1370, el rey Pedro IV el Ceremonioso, lo incorpora a la villa de Bocairente, de la cual se separa en 1632, por Felipe IV, mediante la concesión del título de Universidad de Alfafara.
Canónicamente la parroquia de Alfafara está ligada a la de Bocairente desde el año 1437, por decisión del arzobispo Fray Tomás de Villanueva, ratificada después por la bula de San Pio V, en el año 1566 hasta 1782, concediéndole la potestad de ser parroquia independiente.
Hasta el año 1707 la población queda incorporada a la Gobernación de Játiva y después hasta el año 1833, a la Gobernación de Montesa. A partir de esta fecha se incorpora a la provincia de Alicante, perteneciendo actualmente al partido judicial de Alcoy.
Lo de los restos "fenicios" hay que atribuirlo a un rumor popular, pues científicamente se dan por tumbas prehístoricas y, a juzgar por los hallazgos encontrados a su alrededor, se identifican en una civilización íbero-romana que vivía en este valle.
Se trata de una necrópolis, que por haber sido saqueada por gente inexperta y furtivos de tesoros antiguos, en buena medida velaron los secretos de su origen.
Las sepulturas, aparecen a primera vista diseminadas por la meseta, sin al parecer guardar orden. La forma, generalmente, es la de una caja mortuoria mas ancha por un extremo que por el otro, obedeciendo, sin duda, a la forma del cuerpo. Sus medidas varian, habiendo para cuerpos menores y mayores, oscilando entre 1'50, 1'70 y 1'78.
Son 41 sepulturas en total; pero según los planos de 1978 resultaron 57. Las remociones practicadas en algunas sepulturas, solo dieron restos esqueléticos sin ningún cráneo, pero en una segunda visita y con mas detenimiento, se recogió un borde de tegula romana con algunos tiestos de cerámica ibérica de avanzada edad, y un anillo de cobre o bronce con signos confusos, datos que, aunque escasos y pobres, recuerdan una civilización ibero romana, que ocupaba el valle al abandonar las alturas de las montañas.
La vivienda de estos moradores nunca se ha podido descubrir; a pesar que los antropólogos opinan que no pudo estar muy alejada.
Es una verdadera lastima que estas tumbas, desde un principio de haberlas descubierto, no hubieran caído en manos expertas en plan de conservación y divulgación.
Su contenido ahora nos daría a conocer buena parte de la antigüedad de nuestra historia.
Pero como bien se dice: Al campo no se le pueden poner puertas.

 
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