¡Y nos quejamos de la gripe!
¿Verdad?
Ya no hay enfermedades como las de antes... ¡por fortuna!
Y es que nadie recuerda en la ciudad la terrible fiebre amarilla.
Sí, ya sabéis, la enfermedad transmitida por el mosquito Haemagogus y que causa fiebre alta, cefaleas, nauseas, vómitos, diarrea, melena, coma y muerte.
Pues bien, una epidemia galopante de fiebre amarilla causó estragos entre la población de Alicante en el año 1804, provocando la muerte de 2500 personas.
La epidemia duró dos meses, pero sus consecuencias fueron devastadoras: acabó con la vida del 18% de la población.
A principios del siglo XIX, Alicante era una ciudad dedicada a la actividad portuaria, que mantenía muy buenas relaciones comerciales con el Caribe.
Las primeras fiebres y picaduras de "mosquitos raros" (seguidas de procesos diarréicos y vómitos nada comunes), alertaron a las autoridades sanitarias, que pronto recomendaron el establecimiento de un cinturón de seguridad (bajo vigilancia militar armada) para evitar la expansión de la enfermedad.
El censo de la época cifra en 13.957 los habitantes de la ciudad, y la fiebre amarilla acabó con la vida de 2472 de ellos.
Cerca de 3000 personas consiguieron emigrar a tiempo, las sanidades se desbordaron, la ciudad carecía de centros para atender a los afectados, los enfermos eran sometidos a cuarentena en pequeños lazaretos improvisados y los cadáveres se depositaban en fosas comunes en la ladera del Benacantil.
La mortalidad entre los hombres dobló a la de las mujeres, y la fiebre acabó con la vida de los jóvenes más robustos.
El temor al contagio llevó a la insolidaridad de la población sana, que se negó a trabajar o ayudar a los enfermos.
Las autoridades, entonces, obligaron a los presos comunes a actuar de enfermeros en improvisados hospitales, como el de San Francisco, localizado en la actual Plaza de la Montañeta. Los reos recibían como pago una rebaja en sus penas y algo de dinero.
La epidemia no afectó por igual a la provincia. Mutxamel y Santa Faz se libraron de ella, mientras que en San Juan y Villajoyosa los fallecidos se amontonaban a decenas.
¿Y los políticos?
Pues...., como siempre.
Se pusieron a buen recaudo.
De los ocho ediles de la ciudad, se sabe que tres cambiaron de residencia, uno falleció y a otro le atacó el paludismo.
Lamentable y poco solidario.
Política, a fin de cuentas.
20 agosto 2007
ALICANTE EN EL RECUERDO: Y AHORA... ¡LA FIEBRE AMARILLA!
Publicado por Juan José