25 enero 2008

HACE 1 AÑO HABLAMOS DE... "JAUME EL BARBUT"

Mi abuelo era un contador de historias y en las tardes de julio , sentado a la fresca sobre su silla de enea pintada de recuerdos de azul, su chuano recompuesto y zurcido, su boina calada, inseparable, unida a él irremediablemente como el humo del ideales sin boquilla, me contaba , cada tarde una historia mientras, boquiabierto y sentado sobre el bordillo de la casa de la calle San Rafael , esperaba un fin, una moraleja, una mirada perdida del abuelo , dando por acabado el relato.
No sabía leer más que lo justo pero sabía firmar su nombre y no le engañaban en las cuentas, tenía una memoria prodigiosa y un don de palabra embriagador. Guardaba en sí conocimientos increíbles del mundo que se extendía más allá de Santa Cruz.
A él le oí contar cómo Erastóstenes hablando con el capitán del barco que le llevaba a Egipto calló en la cuenta de que la sombra del mástil marcaba un ángulo que le permitió trazar, por primera vez, los meridianos terrestres. Ya ves, chaval, un palo y su sombra casi cambian el mundo.
Mi abuelo llamaba compañero a sus amigos y a alguno de ellos los saludaba con el puño en alto, después, espetaba una humareda y volvía al relato.
Una de aquellas tardes me encontró con un tirachinas enfundado en el cinturón del pantalón corto a la espera de que el gorrión posara sobre el aljibe, acechante, silencioso y temiblemente armado.
-Pareix el barbut
Antes, chaval, los bandoleros eran gente de bien aunque iban por libre, ¿entiendes?, la ley escrita no era su ley, aunque, la verdad, había de todo pero por lo general eran gente que ayudaba a los más pobres, ahí tienes a Luis Candelas, menudo era, José María “el Tempranillo” , Diego Corriente, el Serrallonga y, por supuesto, Jaume El Barbut.
Jaime José Cayetano Alfonso, más conocido como “El Barbudo” nació en Crevillente el 27 de Octubre de 1.783, hijo de Jaime Alfonso Juan y de Maria Antonia Juan Carrillo. En cuanto aprendió a defenderse sólo y a lanzar pedradas para mantener el rebaño en orden su padre lo puso a pastorear por las montañas de la zona. No había risco, carrascal, cueva, o rincón de esas gargantas de la montaña que Jaime no conociera; alguna vez perdió alguna de las ovejas por los ataques de los lobos pero alguno de ellos también calló bajo la certera pedrada.

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