08 abril 2008

EL TELESCOPIO: HISTORIAS DEL CASTILLO DE SANTA BÁRBARA (2)

EL TELESCOPIO: HISTORIAS DEL CASTILLO DE SANTA BÁRBARA (1)

A finales del siglo XVII el viejo castillo medieval seguía luciendo sus almenadas torres en lo alto del Benacantil, aunque el antiguo albacar había sido convertido en una impresionante fortaleza por orden de Carlos V y Felipe II. La ciudad había ampliado sus murallas, que ya abarcaban el nuevo arrabal cristiano y bajaban hasta el mar por lo que hoy es la Rambla de Méndez Núñez; y el Pantano de Tibi regaba la fértil huerta de la Condomina, plagada de torres defensivas contra los piratas berberiscos. El último rey de los Austrias, Carlos II el Hechizado, languidecía en la Corte, sin descendencia, enfrentando su decadente imperio, su débil mente y su enfermiza persona a las ambiciones de Luis XIV de Francia.
El 21 de julio de 1691, una flota francesa de cincuenta barcos, mandada por el almirante d’Estrees, fondeó en nuestra bahía e intentó tomar la ciudad, disparando contra ella más de 3000 proyectiles de cañón, hasta que el día 25 fue puesta en fuga por una flota española venida en socorro de Alicante. Había sido destruido el ayuntamiento renacentista, y las iglesias de San Nicolás y Santa María sufrieron importantes daños, mientras la totalidad de las casas próximas al mar habían sido destruidas por las llamas. Los cañones del castillo y los del baluarte de San Carlos, recién instalado en lo que hoy es la Plaza de Canalejas, habían estado contestando al fuego enemigo, desarbolando a uno de los barcos franceses, mientras los soldados austriacos que guardaban el castillo y los paisanos de Alicante, incluidos los frailes franciscanos, luchaban con heroísmo hasta agotar todas las municiones. Aún hoy, desde el Paseíto de Ramiro, se pueden ver las huellas de aquellos cañonazos, incluida alguna bola de hierro incrustada en la pared de la iglesia de Santa María.
Años después moría el rey Carlos II, dejando el trono a Felipe de Borbón, hijo de su sobrino Luis, que a su vez era el delfín o heredero del trono francés. Alicante juró fidelidad al nuevo rey, mientras en Europa estallaba la guerra de Sucesión, en la que Francia apoyaba a Felipe, mientras los ingleses y los austriacos defendían los intereses del Archiduque Carlos de Austria. Alicante sufriría las consecuencias.
En enero de 1706, un desorganizado ejército popular de “maulets” austracistas, después de entrar a saco en Mutxamel, pretendió tomar Alicante, pero fue rechazado por la artillería del castillo, defendido por los franceses del general Mahony.
En junio de ese mismo año, una flota inglesa bombardeó la ciudad durante 8 días, mientras una tropa de ingleses y holandeses desembarcaba en el Babel y tomaba la ciudad. Mahony se hizo fuerte en el castillo, hasta que en septiembre, falto de víveres, hombres y municiones, tuvo que rendirse. Y aquí se quedaron los ingleses durante dos años, al mando del valeroso John Richard.
Tras el triunfo borbónico de Almansa, el general D’Asfeld se presentó en Alicante en noviembre de 1708, dispuesto a desalojar a los ingleses. Tomó la ciudad y sitió el castillo, y ante la resistencia de la fortaleza, se propuso volarla con una potente mina cargada con 1500 quintales de pólvora. El 28 de febrero de 1709 se produjo la gran explosión, volando gran parte del antiguo castillo medieval, con su airosa torre del homenaje, y abriendo en el Benacantil la tremenda herida que aún hoy se puede ver junto a la Cara del Moro. Richard y muchos de sus oficiales murieron sepultados por los escombros; aunque los ingleses supervivientes todavía aguantarían en la fortaleza hasta mediados de abril, cuando una flota inglesa acudió a rescatarlos y se marcharon con todos los honores.
Alicante y su castillo habían quedado muy maltrechos, y la población había pagado su lealtad con vidas y haciendas. Felipe V concedió a nuestra ciudad los títulos de “Ilustre” y “Siempre Fiel” y le devolvió la prerrogativa de tener voto en Cortes. Hecha la paz, vinieron tiempos de prosperidad, se construyó el nuevo ayuntamiento, se repararon iglesias y viviendas y se reformó la fortaleza, arrasando sus viejas y ruinosas torres medievales para construir en el macho una amplia y despejada plataforma de artillería.
Y así adquirió el familiar aspecto que hoy le conocemos.

Miguel Ángel Pérez Oca
(Leído en Radio Alicante el 8-4-2008)

 
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