18 mayo 2008

UN MUERTO QUE NO LO ESTABA

Una de las costumbres más tradicionales de Alcolecha, pueblo alicantino situado en las laderas de Aitana, cara a la hoya de Alcoy, es el juego de la pelota valenciana en plena calle. De pronto, pasada la torre circular que formó parte de un antiguo palacio, nos encontramos con un gran gentío en la travesía principal, gritando, aplaudiendo, opinando en barahunda impresionante.
Como la mayoría de los pueblos de montaña, Alcolecha se encarama en anfiteatro por las laderas de la sierra y sus calles son estrechas y pinas, de gran pintoresquismo y singular traza. Un burro sube cargado de leña por el carrer; transita una vieja de luto hacia el diminuto cementerio; allá abajo, un labrador destripa terrones...

A diario, en los atardeceres, la gente busca el descanso en el "casino", hasta la hora de irse a cenar. En tiempos, cuando se jugaba mucho al monte, a pesar de estar prohibido, en el pueblo vivía una mujer "dotora", que gustaba de escudriñar por ventanas y puertas medio entornadas. Luego, con las vecinas, comentaba:
-¡En casa de ... estan jugant al mont!

Por hacerle justicia, hay que decir que tenía un hijo bastante crápula, el cual dejaba los cuartos, con mucha frecuencia, en manos ajenas; por eso su madre lo vigilaba.

El muchacho regresaba muy tarde al hogar, y como la casa era reducida, se veía precisado a acostarse en el gallinero, en el que su madre lo había acomodado. Este hábitat, era el regocijo del pueblo, no cuadrando con los aires narcisistas y de apolíneo del "señorito", como era apodado. Cierto día, un vecino que tenía algunas facultades literarias, propaló una canción que las mujeres, con pegajosa tonadilla, entonaban a diario en el lavadero:

I tenía un galliner
el "postín" que es va donar
per la nit arriba a casa
no troba res que sopar.
Se´n va per a dalt
se´n va per avall
li diu a Joaquín (el del bar)
trau-me de sopar.

Para acabar de completar la tan extraña pareja, su madre tenía facha de bruja costurera, vistiendo a la usanza popular con una falda muy vuelosa y larga -el guardapiés de antaño- con una abertura al costado. La persona que nos refería la anécdota, se explicaba así: "Clavava la mà per eixe forat i allí dins portava una butxaca amb el rosari, el mocaor i els diners, tot amagat. Davall portava faldelli, brial, unes camises de tela llarga, i uns pantalons llargs en camal, pero oberts".
Sobre esta prenda íntima de la mujer, así, abierta por delante, hay infinidad de hechos muy curiosos y significativos, lo que nos viene a demostrar que la mujer de antes, en aspectos eróticos, era exactamente igual a la de nuestros días, aunque los devaneos amorosos procuraban ocultarse de las maneras más inverosímiles.
Nuestra protagonista, cuando vigilaba, usaba los métodos del fantasma, para que no la conociera, pero echando sobre la cabeza la falda de color oscuro. No usaba sábana más que en algunas ocasiones, cuando ampliaba sus correrías con fines fogosos, hacia la parte alta del pueblo.
"¿Qué vol que li diga? ¡Quan eixía una buberota, era una endreça amb alguna dona!". En nuestro caso, aún siendo la mujer el fantasma, los fines eran los mismos: un apaño.

No obstante, a pesar de que los vecinos de Alcolecha sabían de las andanzas del fantasma de turno, al anochecer todo el mundo atracaba las puertas, procurando salir lo menos posible de casa, puesto que en algunas ocasiones había otras personas que usaban de los mismos métodos y siempre era mejor estar precavido.
"Els homes que buscaven una dona es posaven un llençol al cap. ¡Ui! ¡Una fantasma! I era que tenía alguna famella allí amagada i anaven a gitar-se amb ella."

Todo aquel cúmulo de fantasmas, de enredos, de miedos, trajeron como consecuencia una desgracia, aun cuando la "marmota", en esta ocasión, la verdad es que no tomó parte activa en los hechos. El drama ocurrió de la siguiente manera:

Félix Arca, que era molinero en Alcolecha, regresaba a diario, a altas horas de la noche, con la caballería cargada de sacos de harina que entregaría a sus dueños, caminando pacienzudamente desde el molino situado en el cauce del río que nace al pie de la Peña de Aitana. Detrás, en lo alto, está el lugar de Beniafé, con su pequeña ermita y enfrente del Barranc del Troncho.
Aquí, el hombre torcía a la derecha, enfilando por la calle larga y principal del pueblo, pasando por delante de la iglesia parroquial dedicada a San Vicente Ferrer, situado a la vera del palacio.

Un día, el molinero, sintió muy débilmente cómo una voz de ultratumba le llamaba desde el interior de la iglesia:
-¡Félix Arca, vine, obre! ¡Félix Arca, vine obre!
El buen hombre, apremió entonces a la caballería, alejándose del lugar prontamente, tras santiguarse, no atreviéndose a volver la cabeza.

Al día siguiente, o a los pocos días, puesto que hay dos versiones del hecho, todo quedó debidamente aclarado. Unos dicen que, al haber una epidemia de cólera, las víctimas eran dejadas en la iglesia, dentro del ataúd, unos días. En este estado, el muerto de turno, que no lo estaba del todo, despertó de su letargo y como sabía que Félix Arca pasaba por el lugar, de vuelta del molino, al escuchar el paso de la caballería le llamó de aquella forma, apremiándole para que abriera la caja en la que había sido encerrado. Otros, afirman que los muertos eran enterrados en la cripta de la Iglesia, y, desde aquel lugar tan poco agradable, entre osamenta descarnada, llamó el cuitado. De una u otra forma, el caso es que el molinero, creyendo que un alma del otro mundo le importunaba, huyó precipitadamente y el enterrado en vida murió entonces de verdad al no recibir ayuda.

Entonces, el molinero, en descargo de su conciencia, culpó del infortunio a la fantasma. A partir de entonces, el pueblo, supersticioso, solidarizándose a la par con Félix Arca y el muerto, hizo el vacío a la pobre mujer, la cual pasó a mejor vida al cabo de algunos meses de plena soledad.

Pero lo curioso es que, enterrada y todo, días después de su muerte algunos vecinos de Alcolecha juraron que la habían visto pasar vestida de espantajo, con las faldas sobre la cabeza, por las costaneras del pueblo.

Texto de la serie "Cosas de fantasmas, duendes y brujas" publicada en el Diario Información durante 1986, con dibujos de Remigio Soler y textos de Francisco G. Seijo Alonso.

 
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