03 junio 2008

ALICANTE Y VALENCIA: HISTORIA DE UN AMOR IMPOSIBLE

¡La noche de Sant Joan clama!
Y clamará siempre con un grito atávico y directo.

¡Puta Valencia!
Quizá acompañado por otro: ¡Alicante independencia!
O por este: "Es de Valencia el que no bote"
O este otro: "Tabarca no es una isla... Es un continente"
Quienes lo cantan no saben muy bien el motivo… y mucho menos su origen y devenir.
¿Y ese odio?
¿A qué se debe?
Yo os lo voy a explicar.
Bueno….
Al menos, lo voy a intentar.
Porque la cosa viene de lejos.
¡De muy lejos!

"Duelo a Garrotazos", de Goya. Una alegoría perfecta a los hechos ocurridos hace siete siglos entre alicantinos y valencianos.

Parece ser que debemos retroceder unos pocos “añicos” en el tiempo. Más o menos 712…
Hasta el año de nuestro señor de 1296.
El rey Jaime I había firmado años atrás el famoso Tratado de Almizra, en lo alto de una colina fortificada de lo que hoy se conoce como Campo de Mirra. En él se pactaba la frontera entre reinos, recayendo la ciudad de Alicante en el de Castilla de nuestro querido Alfonso X.
¡Décimo!
No lo olvidemos, collons.
La sublevación posterior de los moros contra el rey Sabio lo acojonó de tal manera que tuvo que pedir ayuda a su suegro aragonés, Don Jaime I, que ni corto ni perezoso entró en nuestra plaza y la conquistó para la cristiandad definitivamente.
Sin embargo, durante un tiempo hubo un tira y afloja.
Todos sabemos que los tratados políticos pocas veces se cumplen.

Copia del Tratado de Almizra.

Alicante era demasiado apetitosa por su potente castillo y envidiable puerto de aguas cálidas y tranquilas. Por ello, concluido el siglo XIII, a otro Jaime, esta vez II, le apeteció sitiar la plaza por mar y conquistarla por tierra, apoderándose de nuevo del Castillo de Santa Bárbara, arrebatándoselo de las manos (nunca mejor dicho) al bueno de Nicolás Peris.
Los alicantinos, que con cara de idiotas comprobamos cómo Castilla pasaba de nosotros y no venía en nuestra ayuda, tuvimos que rendirnos y jurar lealtad.
Ahora, a Aragón.
¡Qué jaleo!
Pacificada la villa, se conmemoró la victoria como mandan los cánones: un acto religioso en San Nicolás, a la que los nuevos monarcas concedieron muchos privilegios. San Nicolás se encontraba extramuros, y era de construcción nueva. Dichos privilegios fueron en detrimento de la antigua iglesia, Santa María, ¡la de los vencidos!
Aquí comenzó una rivalidad religiosa que duró siglos, y que se tradujo en el enconamiento contra la Valencia opresora. En efecto, tras la toma de la villa, se pasó a picar todos los emblemas y escudos de San Nicolás, sustituyéndolos por las armas de la nueva Corona (todavía hoy los podemos contemplar en la Concatedral).

Grabado del Puerto de Alicante en 1844

Algo de odio quedó dentro de los alicantinos, alimentado por el centralismo omnipresente de Valencia.
El puerto de nuestra ciudad, con una rada envidiable para resguardar los barcos y un castillo vigilante en lo alto del Benacantil, convertía a nuestra ciudad en la “creme de la creme” de las fortificaciones defensivas.
Por el contrario, Valencia no podía tener peor emplazamiento: si Alicante era un antiguo baluarte ibérico inexpugnable, Valencia fue una invención de las legiones romanas, que improvisaron allí un campamento militar junto a unas pestilentes e insalubres marismas, sin defensa geográfica alguna. Por eso la llamaron “Valentia”, para que al menos asustara a sus enemigos por el nombre.
Y que conste que no lo digo yo.
Oíganlo en boca del propio Felipe III: "Más importa conservar a Alicante que a Valencia; porque perdida Valencia (Dios no lo quiera) se pierda ella sola, y perdida Alicante , se pierden Valencia y Castilla"
La realidad es que Alicante era imprescindible. Años más tarde, vistas las buenas relaciones entre nuestra ciudad y la Corona, se le pidió al rey Felipe IV que dispusiera a Alicante de Señoría de Justicia, título de Ilustre, privilegio militar a sus ciudadanos y Vicario General.
Estas pretensiones encendieron la llama de la discordia. Como consecuencia inmediata, Orihuela y Valencia dijeron "Tararí que te ví" y cargaron todo su peso civil y religioso contra la "arrogante" Alicante. Ambas se conjuraron afirmando que jamás otorgarían "las gracias solicitadas".
En efecto, así fue durante un tiempo, y en Alicante reverdecieron ancestrales ofensas.

Felipe IV nunca se imaginó en qué berenjenal se metió al otorgar los privilegios a nuestra ciudad

Pero como el rey miraba a Alicante con predilección, el 24 de agosto de 1687 concedió sin más a la ciudad todos los privilegios. El era el rey y hacía lo que le daba la gana, dijeran lo que dijesen valencianos y oriolanos. Y nunca mejor dicho, por Real Decreto.
Y entonces ocurrió algo imprevisible.
El clima de animadversión crecía por momentos. Cuando llegó el correo con la concesión de los privilegios reales, el escribano municipal "lo leyó publicamente". Un gentío inmenso se arremolinó en la Plaza Mayor (hoy, Plaza del Ayuntamiento), aullando contra Valencia. Al escribano le temblaban las manos, mientras gritaba todas y cada una de las frases de la misiva. Acabada la lectura, las autoridades decidieron dar las gracias a Dios en un solemne TE DEUM en el templo de San Nicolás.
Los alicantinos alababan a Dios y al Monarca.
Finalizada la ceremonia religiosa, la gente comenzó a disfrazarse con máscaras, como si de carnaval se tratase. Se recorrían todas las calles dando "Vivas a la Señoría de Alicante" y "Muerte a Valencia y a los valencianos". Las crónicas hablan de muchas otras frases de muy mal gusto, que no vamos a reproducir.
Se fueron a buscar a los "Valencianets" que vivían en la ciudad, y casa por casa los sacaron a la calle. Los pusieron de rodillas y les obligaron a besar el sobre con el cuño real. Según la documentación existente, las autoridades locales se hicieron los locos y dejaron que la multitud enardecida hiciera lo que quisiera. Además, se añadía a ésto la negativa de Valencia al trasvase de las aguas del Júcar, que la sedienta huerta alicantina tanto necesitaba.
Parece que estemos contando noticias de hoy mismo, ¿verdad?

Revuelta de "les germanies"

La respuesta no se hizo esperar: enterados en Valencia, se dirigieron con palos a la Calle de la Nave. Entraron en la Universidad Literaria y apalearon a todos los alicantinos que allí estudiaban Historia, Filosofía, Literatura, Leyes y Medicina.
La Historia había dado su veredicto y el futuro estaba cantado: Odio eterno.
-Cuando las "Germaníes", Alicante dejó tirado a los valencianos.
-En la guerra de sucesión, Alicante optó por los "botiflers" (de parte del Borbón FelipeV) y Valencia por los "maulets".
Desde entonces, la historia se repite año tras año.
Los bomberos enchufan sus mangueras, la gente jóven bota sin parar, es la noche mágica del fuego de Sant Joan, el agua empapa el alma, que grita jubilosa.... ¡la frase que aparece en azul al comienzo del artículo!

Fuente:
La mayor parte de la información ha sido extraída de un texto de Juan Luis Román del Cerro, escrito en el Diario Información de Alicante.

 
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