14 junio 2008

EL MASCARAT: LA BARRERA NATURAL DE NUESTROS VIAJEROS

La Sierra de Bernia, con sus nueve kilómetros de longitud, atraviesa varias poblaciones alicantinas: Altea, Benissa, Callosa D´En Sarriá y Xaló.


Túnel y puente del Mascarat, abierto el 3 de marzo de 1869. Fotografía extraída de la web de nuestro amigo Andrés Ortolá.

Cerca de su cima, a más de mil metros de altura, destacan las ruinas (casi enterradas por la vegetación) de una fortaleza levantada por Antonelli, el mismo que trabajó en el Pantano de Tibi y el Castillo de Santa Bárbara.
Dicha fortaleza fue un empeño de Felipe II para prevenir las posibles revueltas de los moriscos y mantener la zona asegurada de las constantes incursiones berberiscas. Precisamente, el Fort de Bernia fue desmantelado cuando se sofocó el último levantamiento morisco en 1609, que dio con los musulmanes españoles en el exilio africano donde muchos fueron asesinados.
La Sierra de Bernia se caracteriza por sus abruptos barrancos que hacen necesarias grandes dosis de paciencia y habilidad para los senderistas que osan cruzarla. Pero claro, ahora atravesar la sierra es un placer aventurero.
Sin embargo, no siempre fue así.
Algunos viajeros de siglos pasados la recuerdan en sus escritos con la angustia que les supuso deambular por aquellas vertientes cortadas a pico para poder seguir el camino costero.
Por ejemplo, Josef Cavanilles. Nuestro ilustre viajero acababa de dejar atrás la villa de Calpe, en la que había descubierto unos interesantes restos romanos. Se dirigió por la línea costera hacia la “inalcanzable Altea, que media entre Serrella y Bernia un profundo barranco que parece interrumpir las comunicaciones; y entre Bernia y Toix un collado. Por éste atravesé el monte, dejando atrás hacia el nordeste el llamado Oltá, cuyas raíces son de yeso, las faldas bien aprovechadas y aptas para algarrobos, almendros y sembrados”.
Iba bajando el puerto y quedaba a la izquierda sobre un cerro la Torre del Mascarat: “atravesé el cauce del Barranco Salado y ladeé un cerro batido por las olas, siguiendo una espantosa senda hasta llegar a otra segunda torre llamada La Galera”.

El "Tren Limonero" atravesando los puentes. Fotografía extraída de la web Moros i Cristians

No menos dificultosa fue la misma travesía para Carlos Beramendi, que a finales del setecientos recibió el mandato de recorrer España para analizar la situación socio-económica del país (mala de narices): “continué mi viaje, viendo a los lados del camino las mismas producciones que en Benissa, y cruzando de allí a poco, por la villa de Calpe, situada en un alto; seguí por entre montes y barrancos, casi sin cultivos, de malísimo camino, siempre por la marina, y a dos horas llegué a la villa de Altea”
Beramendi no dejó de mostrar su malestar por lo abandonados que estaban aquellos lugares: “Se encuentran varias puntas de montaña, que internándose a trechos en el mar, dejan calas capaces de ocultar desembarcos y contrabando marítimos”.
Pero… ¿por qué se llama Barranco del Mascarat?
No tenemos más remedio que acudir a las leyendas populares; más concretamente, a las dos que más nos gustan: una nos habla de un bandido enmascarado que durante una época sembró el terror entre los viandantes que osaban cruzar aquella espeluznante quebrada, escondido detrás de su embozo para ocultar la lepra; y la otra cuenta las aventuras de un musulmán que, obligado a abandonar la tierra donde estaba enterrada su esposa, decidió quedarse y plantar cara a los cristianos.


Fuente:
Emilio Soler en las páginas del Diario Información.

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