Don Marcelo Miravete de Masseres fue un médico y canónigo oriolano muy singular.
Pero mucho.
Nacido en 1729, fue (entre otras cosas) miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País Valencia y socio de la Academia Medico-Gaditana; este campo, el de la medicina, fue donde ganó mayor fama de cara a la posteridad, aún cuando él aseguraba: “yo, en verdad, ni soy Médico ni cosa que se le parezca”.
¿Ustedes han oído hablar alguna vez de la máquina de reanimar a los muertos?
Seguro que no.
Sin embargo, Miravete la inventó.
Os explicamos en dos minutos esta historia tan surrealista.
Don Marcelo, creó en 1788 la Junta de la Piedad, una organización de salvamento que se dedicaba al socorro de los ahogados en el Río Segura. La Junta estaba formada por tres cirujanos, cuatro nadadores, tres portadores de cuerpos y un celador, cuyos sueldos pagaba altruistamente el propio Miravete.
La Junta se presentó al público el 6 de julio de 1788. Para ello, lanzaron al río un hombre de madera (lastrado y dotado de todos los detalles, incluídos el pelo) que debía ser buscado por los nadadores y conducido hasta la orilla. Por desgracia, el muñeco se quedó medio enterrado en el lecho del río y los buceadores tardaron más de 3 horas en encontrarlo. Aún así, todo fueron parabienes para Miravete, que recibió calurosas felicitaciones incluso de Carlos III.
Como quiera que don Marcelo no estaba muy satisfecho con el funcionamiento de la Junta de Salvamento, decidió construir la “Máquina Fumigatoria”, un curioso aparato que ahora nos sonaría a invento del profesor Bacterio. El cacharro consistía en obligar a los pulmones de un ahogado en el río a funcionar presionando el diafragma mediante la introducción POR VIA RECTAL de humo de tabaco; habano, por supuesto. Además, el buen efecto de dicha acción mecánica se completaba con friegas de alcanfor.
Para la explicación de su máquina, don Marcelo escribió un libro: “Junta de Piedad y Compasión para socorro de los ahogados y de los que caen en aparente muerte repentina”. Allí encontramos el motivo que le impulsó a la fundación de su junta y que no era otro que el de atender con los adecuados auxilios espirituales a los desgraciados que se anegaban en las aguas.
La fe de Miravete en su máquina fumigatoria fue inmensa, a pesar de que la Junta tan sólo obtuvo un discreto éxito con la reanimación de un niño en octubre de 1788… y, encima, sin la ayuda de la maquinita.
Y es que la fe, en ocasiones, no mueve montañas
Fuente:
Emilio Soler, en las páginas del Diario Información
Nacido en 1729, fue (entre otras cosas) miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País Valencia y socio de la Academia Medico-Gaditana; este campo, el de la medicina, fue donde ganó mayor fama de cara a la posteridad, aún cuando él aseguraba: “yo, en verdad, ni soy Médico ni cosa que se le parezca”.
¿Ustedes han oído hablar alguna vez de la máquina de reanimar a los muertos?
Seguro que no.
Sin embargo, Miravete la inventó.
Os explicamos en dos minutos esta historia tan surrealista.
Don Marcelo, creó en 1788 la Junta de la Piedad, una organización de salvamento que se dedicaba al socorro de los ahogados en el Río Segura. La Junta estaba formada por tres cirujanos, cuatro nadadores, tres portadores de cuerpos y un celador, cuyos sueldos pagaba altruistamente el propio Miravete.
La Junta se presentó al público el 6 de julio de 1788. Para ello, lanzaron al río un hombre de madera (lastrado y dotado de todos los detalles, incluídos el pelo) que debía ser buscado por los nadadores y conducido hasta la orilla. Por desgracia, el muñeco se quedó medio enterrado en el lecho del río y los buceadores tardaron más de 3 horas en encontrarlo. Aún así, todo fueron parabienes para Miravete, que recibió calurosas felicitaciones incluso de Carlos III.
Como quiera que don Marcelo no estaba muy satisfecho con el funcionamiento de la Junta de Salvamento, decidió construir la “Máquina Fumigatoria”, un curioso aparato que ahora nos sonaría a invento del profesor Bacterio. El cacharro consistía en obligar a los pulmones de un ahogado en el río a funcionar presionando el diafragma mediante la introducción POR VIA RECTAL de humo de tabaco; habano, por supuesto. Además, el buen efecto de dicha acción mecánica se completaba con friegas de alcanfor.
Para la explicación de su máquina, don Marcelo escribió un libro: “Junta de Piedad y Compasión para socorro de los ahogados y de los que caen en aparente muerte repentina”. Allí encontramos el motivo que le impulsó a la fundación de su junta y que no era otro que el de atender con los adecuados auxilios espirituales a los desgraciados que se anegaban en las aguas.
La fe de Miravete en su máquina fumigatoria fue inmensa, a pesar de que la Junta tan sólo obtuvo un discreto éxito con la reanimación de un niño en octubre de 1788… y, encima, sin la ayuda de la maquinita.
Y es que la fe, en ocasiones, no mueve montañas
Fuente:
Emilio Soler, en las páginas del Diario Información