26 diciembre 2008

ALICANTE ANTE LOS OJOS DEL (ETÍLICO) ERNEST HEMINGWAY


 Ernest Hemingway, en una de las muchas corridas (de toros) a las que asistió en nuestro país

Hace unos días, en ESTE artículo sobre la web "Villena Cuéntame", nuestro amigo Lluis se sorprendía que Ernest Hemingway visitara nuestra ciudad (y provincia) en varias ocasiones.
La verdad es que D. Juan A. Ríos Carratalá ya había hablado de ello hace unos años; más concretamente, en un artículo del Diario Información del año 2006.
Aquí os lo reproducimos íntegramente, para sorpresa del respetable.
Estáis advertidos



"El 18 de marzo de 1937, Ernest Hemingway escribió un artículo donde relataba su viaje aéreo desde Toulouse a Alicante, vía Barcelona"

El avión de la compañía donde trabajó el mismísimo  Antoine de Sant-Exupéry como piloto (léase ESTE artículo de Alicante Vivo), continuó su ruta hacia Marruecos, por entonces  un destino menos atractivo para un norteamericano dispuesto a saber por quién doblaban las campanas.
Tras aterrizar en el aeródromo de la actual Universidad, se desplazó a la capital en un “destartalado autobús”. Fue el único detalle desagradable de una jornada donde pronto se mezclarían la realidad y su fértil imaginación: “la ciudad celebraba el llamamiento a filas de mozos de veintiuno a veintiséis años y la victoria sobre las tropas regulares italiana en el frente de Guadalajara; sus calles y su bello paseo con palmeras a la orilla del mar estaban muy concurridos”

Hemingway en Villena

Los historiadores no parecen haber percibió esta euforia local tal vez por ser un estado de ánimo colectivo sin posible reflejo documental. En cualquier caso, sorprende la descripción dada por quien pensaba que si París era una fiesta, también lo podía ser Alicante: “Los mozos iban acompañados de sus novias y familiares; paseaban en grupos de cuatro personas, mantenían los brazos entrecruzados, cantaban y voceaban tocando acordeones y guitarras” 
¿Por qué en grupos de cuatro? 
¿De verdad había tantos acordeones por entonces en Alicante? 
Algo más verosímil es la continuación de lo escrito por Ernest Hemingway: “las embarcaciones de recreo del puerto alicantino estaban abarrotadas de parejas que se disponían a dar un paseo de despedida por el mar. Pero el mayor bullicio se observaba entro los componentes de las largas colas formadas delante de los centros de reclutamiento, en medio de un ambiente de verdadera fiesta.”

 En plena juventud

El novelista norteamericano partió ese mismo día con destino a Valencia y dudo que hablara con los bulliciosos mozos agolpados en los centros de reclutamiento.
Mucho pudo ver a tenor de lo escrito en tan sólo unas horas. También imaginaría dejándose llevar por su atropellado vitalismo, tal vez compartido por algunos de quienes iban a  partir con destino  a un frente cercano y trágico. La guerra, como la vida, da sorpresas y siempre hay quien está dispuesto a manifestar entusiasmo donde la lógica hace más previsible el temor. O el pánico antes una posible muerte en plena juventud. Las consignas y las apelaciones a la hombría, con buenas dosis de alcohol compartido, dan resultados mil veces verificados en tiempos de locura colectiva. Los saben quienes la propician.

No he tenido la oportunidad de hablar con alguno de aquellos jóvenes alicantinos de 1937 dispuestos a ir a la guerra con entusiasmo, según Ernest Hemingway. Pero hablé muchas veces con otro que, en 1938 y con apenas diecisiete años, se escapó de su casa en compañía de dos amigos. Su destino era Valencia, paso previo para partir como soldados al frente de Teruel. Su padre, mi abuelo, se presentó en la estación, les llevó a casa de un ferroviario que hacía una ruta atacada por la aviación franquista para que comprobaran el grosor de las verdaderas balas y les dejó decidir. Mi padre volvió y en Alicante supo de la muerte de sus dos amigos en el frente, adonde acabó destinado pocas semanas antes de finalizar la guerra.
El regreso a pie desde Teruel  fue una mezcla de azar y pánico. También de derrota, compartida por una multitud agolpada en le Puerto de Alicante, a  la espera de unos barcos. Mi padre no leyó el artículo de Ernest Hemingway, cuyo entusiasmo vitalista volcado en las otras novelas ambientadas en España, no le hizo gracia alguna. Sin embargo, admiró al Max Aub capaz de relatar con estremecedora precisión  las últimas horas de una II República, reducida al estrecho espacio marítimo de nuestra ciudad.
Siempre supo que aquello era una derrota, motivada en parte por entusiasmos tan desmesurados y oportunistas como los del novelista norteamericano.


Ernest Hemingway volvió a la España del franquismo para compartir jornadas de fiestas, toros y alcohol.
Él mismo se neutralizó ante quienes habían sido sus enemigos durante la guerra civil. Max Aub permaneció en el exilio, sólo interrumpido por un fugaz regreso repleto de amargura y crítica. También de lucidez en su búsqueda de las claves de un pasado que le había robado toda esperanza de futuro. Sus páginas hablan de miedo, soledad y derrota; de una guerra que nunca disfrazó gracias a los efectos de un etílico entusiasmo.
Conviene recuperarlas, incluso reproducirlas en aquellos enclaves de Alicante que fueron recreados en sus más trágicos momentos. Se contribuiría así a recuperar una memoria histórica, eclipsada por propagandistas como Ernest Hemingway cuyas descripciones se parecen a las utilizadas por los homólogos del bando franquista. 
Hoy, muchos años después, asistimos a la proliferación de libros pergeñados por nuevos propagandistas. Algunos revelan la fe del converso.Otros son unos oportunistas capaces de mercadear, con saldos que por su profusión y apoyo mediáticos, apenas dejan hueco en las estanterias para las obras de los historiadores. O de los autores que utilizan la memoria con rigor crítico. 
Conviene discriminar y denunicar.

Hemingway, gravemente herido en la I Guerra Mundial

Respetaremos así a quien  en Alicante y en cualquier otro sitio vivieron aquellos dias de miedo y violencia mientras un novelista imaginaba acordeones en cada esquina. Victor Hugo escribió acerca de la existencia de las supuestas mezquitas alicantinas del siglo XIX. Ernest Hemingway, al menos, evitó la imagen de alguno de los tablaos que tanto le gustaron en los años cincuenta de otro siglo cuya violencia no encontró antídoto en el vitalismo de tipos como él.
Volvamos, pues  al escéptica y racional lectura de Max Aub..., aunque tenga el sabor de la derrota.
JUAN A. RIOS CARRATALÁ

 
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