09 enero 2009

ME DARÍA VERGÜENZA


Si yo fuera un judío honesto, sentiría vergüenza. 
Porque no hay visión más espeluznante que la de unos niños muertos violentamente. En nuestro Cementerio Municipal hay una lápida con la foto de un pequeñín de corta edad y una inscripción: “Hora fatal”, con un reloj que marca las 11 horas y pocos minutos, y un calendario con la fecha del 25 de Mayo de 1938. La lápida se colocó durante el franquismo y, entonces, sus familiares no se atrevieron a escribir en ella que la muerte fue provocada por un bombardeo criminal realizado por aviones franquistas. Pero, aun hoy, el niño, con su mirada inocente y aún viva, nos recuerda que todavía podría estar entre nosotros, como un hombre de unos setenta y tantos años, si unos mal nacidos no lo hubieran asesinado en una vergonzosa acción militar.
Ahora, los mártires infantiles están en Gaza y los asesinos son los autoproclamados “heroicos” pilotos y artilleros del ejército israelí. ¡Qué vergüenza! De nuevo Herodes masacra a los inocentes, precisamente en las fechas que conmemoran la histórica matanza. Parece mentira que dirigentes de un pueblo que sufrió el genocidio hitleriano se dediquen ahora a hacer con otros lo que antes hicieron con ellos. ¿No les da vergüenza? ¿No comprenden que con esta actitud están perdiendo la autoridad moral que les otorgó el Holocausto? ¿No ven que se están poniendo a la altura de sus antiguos verdugos? 
Debo decir, sin embargo, que tengo a algún buen amigo judío que no se reconoce israelí, y puedo dar fe de que no todos los judíos, ni mucho menos, están de acuerdo con estas barbaridades, y de que hay movimientos pacifistas hebreos que desde dentro y fuera de Israel claman por la paz. Ellos sienten esa vergüenza honesta que honra a quien la proclama. Yo también la sentiría si fuera judío y hubiese visto en un telediario la estampa horrorosa de tres niños palestinos muertos a cañonazos.
Si yo fuera economista también me daría vergüenza.
Porque no hay nada más triste que una profesión inútil; y, en el fondo, si ningún economista fue capaz de ver llegar a tiempo la enorme crisis económica mundial que hoy nos aqueja, ¿para qué sirven? Si solo son capaces de explicar lo ocurrido a toro pasado, y ese diagnóstico no nos vale luego para prevenir futuras desgracias, ¿para qué sirven? Si ahora los vemos dar palos de ciego, inyectando grandes cantidades de dinero a los bancos e industrias del automóvil, intentando apagar el incendio que algunos de sus colegas han provocado, ¿para qué sirven? Si su única función es planificar los beneficios de sus jefes, a corto plazo, ¿realmente son útiles al conjunto de la sociedad?
Y si al final todo depende de un parámetro denominado “confianza”, que es un estado de ánimo y, como tal, espiritual e intangible, ¿no estarían mejor estudiando Psicología que Economía?
A lo mejor estoy siendo muy duro con una profesión honorable, pero, ¿qué quieren que les diga? Estoy muy cabreado con una autodenominada ciencia cuyos grandes maestros han demostrado, una vez más, no tener ni idea de lo que se traían entre manos.
Y si yo fuera un ser humano me daría mucha vergüenza.
Si perteneciese a esa extraña especie denominada pretenciosamente “homo sapiens sapiens”, me daría vergüenza. Si viera cómo la avaricia y el miedo a la muerte nos vuelven crueles y ambiciosos, si viese cómo mi especie está destruyendo el único planeta que nos cobija, si viera cómo los niños se mueren de hambre en los países pobres mientras sus riquezas naturales son fagocitadas por los ricos, si viera cómo hay niños soldado matándose en guerras promovidas por grandes empresas mercantiles, si viera cómo la gente se muere de SIDA en África porque las grandes compañías farmacéuticas no quieren dar sus patentes a los gobiernos que no pueden pagarlas, si viera a ciertos machos irredentos torturar y matar a sus mujeres para poder seguir siendo el jefe de la tribu, si viera a los aprovechados comerciar con el miedo a la muerte mediante falsos remedios mágicos o religiosos, si viese cómo ciertos economistas planifican el lucro propio y la miseria ajena, y ciertos militares falsamente patriotas aplastan a los desgraciados para mantener los privilegios de los poderosos, y si viese a la gente mirar para otro lado ante la desgracia ajena,  me daría vergüenza, mucha vergüenza.  
Pero, afortunadamente, soy un marciano.

Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 13-1-2009)

 
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