18 octubre 2010

ORÍGENES DE UNOS CABALLEROS ALICANTINOS: LOS MARTÍNEZ DE VERA.

Artículo de Víctor Manuel GALÁN TENDERO

La caballería alicantina.
A diferencia de otras localidades de la Corona de Aragón, en Alicante los caballeros nunca estuvieron excluidos del poder municipal, al ser de fundación castellana durante la Reconquista. Fundamentalmente nuestros caballeros se distinguieron del resto de las gentes por su privilegiada condición nobiliaria, legitimada por la consagración al combate en corcel de guerra. Sin embargo, la arriesgada posición de Alicante ya aconsejó tempranamente en el siglo XIII el fomento de los jinetes, abriéndose el ascenso social a los hombres comunes que disponían de los suficientes recursos. En consecuencia se forjó un grupo rector de caballeros y de ricos ciudadanos honrados, acaparador por diversos medios del gobierno alicantino. En 1528 los ochenta y cinco caballeros representaban el 7´8 % de la población de Alicante. El maridaje del comercio con la guerra atrajo a sus filas a linajes que terminarían afincándose en nuestra tierra, tales como los Martínez de Vera, señores de Busot y detentadores de la bailía alicantina. Entroncaron con otras familias de potentados locales, insertándose en el árbol genealógico de los marqueses del Bosch, fundamentales en la política conservadora del Alicante decimonónico.

Raíces sorianas.
El barón de Finestrat apuntó la procedencia soriana de la familia. Repoblada especialmente en 1119-20 por Alfonso el Batallador de Aragón, Soria se configuró como una villa dotada de una importante comunidad de aldeas, acudiendo a poblarla gentes de la Castilla del Norte, Navarra y el Aragón septentrional. Como a los Vera se les tributaron más suculentos honores genealógicos que a los Martínez, comenzaremos nuestra exposición por ellos.
        
El historiador de Soria Miguel Martel sostuvo a fines del XVI que los Vera procederían de los Bela, linaje al que se atribuyó en el anónimo Vergel de nobles (dedicado al Gran Capitán) su descendencia del mismísimo don Ramiro I de Aragón,  dando por válida (siguiendo la Crónica Najerense y De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada) su condición de hijo natural de Sancho el Mayor de Navarra y la leyenda de la salvación de su madrastra, acusada de adulterio, en caballeresco Juicio de Dios. Por ello se arrogaría la divisa Veritas vincit, aceptada con orgullo por sus hijos, conocidos con el sobrenombre de los Veras.

Tales narraciones ayudaron a enaltecer comienzos mucho más humildes, muy alejados de la fantástica etimología propuesta para el apellido. No en vano se aplicó con posterioridad a 1430, año en el que el gran linaje soriano de los Chancilleres (del que los Vera constituían un tercio) reguló su régimen de gobierno interno. El timbre de armas del águila coronada con las alas extendidas del escudo heráldico de los Chancilleres también fue el de los Martínez de Vera.
  
Si el mítico origen de Ramiro de Aragón es descartable, al igual que el del conde Bela de Castilla, la identificación entre Bela y Vera no deja de presentar problemas, pese a no ser descartable. En el notable Padrón de 1270 de la Comunidad de Villa y Tierra de Soria, con vistas a la recaudación del diezmo eclesiástico, se localizan catorce referencias a individuos con el nombre o el apellido de Vela. Cinco modestos aldeanos compartieron  el nombre de Diego Vela. En la collación o distrito parroquial de San Sadornín figuraba el vecino Domingo Vela. Quizá un abuelo del Pedro Martínez de Vera que citara el barón de Finestrat fuera don Vela, vecino de la collación de San Ginés de ascendencia navarro-aragonesa.

De los Chancilleres formarían también parte los Martínez, que entroncaron con los Vera a fines del XIII. En el citado Padrón trece varones también de condición diversa se apellidaron Martínez, de entre los que destacaría don Pedro Martínez, vecino de la collación de Santiago y caballero de la villa, según acredita el tratamiento de don. En 1290 el rey Sancho el Bravo le recompensó con el señorío de Osonilla por la entrega de la mítica espada del Cid Colada.

De la Corona de Castilla a la de Aragón.
A comienzos del siglo XIV su nieto Pedro Martínez de Vera nació en Soria y hacia 1330 se estableció en Cocentaina. Las razones concretas del cambio se nos ocultan, aunque se puedan proponer algunas muy plausibles.

Los caballeros de la época fueron a la zaga de las grandes oportunidades de aventura y de enriquecimiento que brindaron la Reconquista y la Repoblación. Todo caballero novel alentaba el deseo de mejorar la fortuna y la reputación de su linaje con sus hazañas en el combate y sus buenos oficios en la administración al servicio de señores más poderosos. Del linaje de los Vera de Soria sabemos que en los siglos XIV y XV se dispersaron por la Corona de Castilla hasta tierras andaluzas y también por la vecina Corona de Aragón.

Miguel Martel adujo como la principal causa de la dispersión la severa justicia de Alfonso XI contra los insurrectos sorianos de 1326. En tal año, temerosos de ser perjudicados, ciertos prohombres locales derrotaron con la ayuda de los aldeanos de la Tierra a las fuerzas reales, comandadas por Garcilaso de la Vega, que terminó asesinado. Al conocer los sucesos Alfonso XI actuó con cautela, y cuando en 1327 retornó de Ágreda de casar a su hermana Leonor con don Alfonso de Aragón, castigó con dureza a los responsables. Derribó cerca de trescientas casas principales. Aunque los historiadores actuales relativizan con acierto el alcance de tal represión, su rigor bien pudo pesar en la marcha de Pedro a tierras del Reino de Valencia.

Terminó afincándose en la baronía de Cocentaina, donde a fines del siglo XIII ya hiciera fortuna Gómez de Soria. En los tiempos de la Repoblación tal apellido podía referirise simplemente a la procedencia del individuo, si bien no conviene olvidar que los Soria formaron parte del gran linaje de los Chanciller.

Gómez de Soria fue un destacado prohombre contestano, verdadero precursor de Pedro Martínez de Vera. En 1261 repartió junto al alcaide Andrés de Ódena tierras yermas para el cultivo de viña. Se asoció en 1275 con el vecino de Alcoy Sancho Pérez en la compra de 37 cahíces de cebada (unos 7.437 litros) para el préstamo a los campesinos. Al no poder pagarlos tuvo que vender 7 fanecades de regadío (más de media hectárea) en las proximidades de Fraga, y 2 (2.327 metrso cuadrados) en L´Alcúdia. Pese al contratiempo fue procurador y lugarteniente del baile don Pedro Díez, apremiando a los recaudadores de impuestos a cumplir con sus compromisos fiscales. Chocó en 1275 con el justicia de Cocentaina Martín de Azagra, apoyando en litigio por deudas a Bernat Ferrer, miembro de su parcialidad, que en 1276 se enfrentó con la de Martín de Azagra por la elección de justicia. Intervino en la elaboración de las normas municipales o establiments de protección de cultivos contra los abusos de ciertos ganaderos. Su amigo el alcaide de la alavesa Salvatierra, Blasco Martínez de Ferrera, le encomendó en 1275 la restitución a sus parientes de Cuenca de una cabaña de ganado robada en Manuel y que quizá fuera vendida ilegalmente en Cocentaina. Murió probablemente en 1277. Su vida acreditó la atracción hacia el Sur valenciano de gentes de los concejos de la Hispania vertebrada por el Sistema Central.

Destino: Cocentaina.
La Cocentaina donde fue a parar don Pedro Martínez de Vera era una baronía de rica vida social e institucional. Desgajada del Patrimonio Real desde 1291, formó parte del señorío de la Casa de los Lauria, que entroncaron con la de los Jérica, descendientes de Jaime I y de doña Teresa Gil de Vidaure. No todos los contestanos se mostraron aquiescentes con esta clase de subordinación, pues desde su conquista a los musulmanes se habían desarrollado las instituciones municipales de la villa, encabezadas por un Justicia de designación anual, a la par que emergía con fuerza un grupo de prohoms que no se mostraba dispuesto a dejarse manipular. La villa, ubicada en una estratégica posición en los caminos que conducían de Játiva a Alicante y Orihuela, sumaba a la dedicación agrícola y ganadera propia de la época unas prometedoras actividades crediticias, artesanales y mercantiles. Se erigía en el núcleo de una comarca (el futuro El Comtat en líneas generales) con una notable población mudéjar o de musulmanes sometidos al dominio cristiano, distribuyéndose entre el raval de la villa y una serie de alquerías de desigual importancia.

Allí la convivencia entre las gentes no resultó sencilla, y entre el verano de 1347 y el invierno de 1348 Cocentaina participó en la Guerra de la Unión, que afectó al Reino de Valencia. Se enfrentaron los partidarios del autoritarismo real contra los dispuestos a embridarlo, los unionistas. Muchos contestanos se sumaron a la causa de la Unión porque su señor don Alfonso Roger de Lauria siguió las banderas del rey Pedro IV. Don Alfonso Roger era hermano del Gobernador General de Valencia don Pedro de Jérica y Lauria. Su linaje había acentuado su autoridad en tierras contestanas al conseguir en 1335 el mero imperio o alta justicia sin ninguna intromisión de los oficiales del rey. 

En aquella guerra los unionistas terminaron vencidos. La Cocentaina insurrecta tuvo que enfrentar la cercanía de la plaza de armas realista de Játiva. Don Pedro, a diferencia de los sucesos de la Soria de 1326, no se encontró en el bando perdedor. Quizá seguiría a la Casa de Jérica desde que doña Leonor de Castilla, hermana de Alfonso XI, se casara en Ágreda con el rey de Aragón. En 1336 don Pedro de Jérica y Lauria sufrió un embargo temporal de sus bienes por orden del rey Pedro IV al acompañar a su madrastra, la citada Leonor. Así pues, don Pedro Martínez de Vera se afincaría en Cocentaina y contraería matrimonio con Ana Pascual, que formaba parte de un destacado linaje de caballeros alicantinos, también llamados a gozar de un notable protagonismo en nuestra vida local. Según el barón de Finestrat, don Pedro y su esposa testarían el 10 de abril de 1394, atribuyendo al don Pedro nacido en Soria una vida excepcionalmente dilatada para su tiempo. Nos preguntamos si el don Pedro que casó con Ana Pascual no sería hijo del procedente de Soria, que ya testó el 12 de mayo de 1350.

La oportunidad de las bailías.
Los más conocidos hijos de don Pedro y doña Ana fueron Pedro y Juan Martínez de Vera. El primero se destapó como un polémico baile de Cocentaina entre 1398 y 1422, complicado en turbias banderías a comienzos del XV. De todos modos ya apareció en el linaje la preferencia por ejercer una bailía, algo que singularizaría posteriormente a los Martínez de Vera asentados en Alicante.

El baile era el oficial encargado de la gestión y protección legal del patrimonio del rey o de un gran señor feudal en una determinada comarca o localidad. Los bienes de este patrimonio consistían en un abanico de tierras, instalaciones de transformación de productos agrarios (molinos harineros y almazaras), obras de comunicación de explotación comercial (ciertos caminos, puentes y embarcaderos de paso de un río), impuestos sobre las personas y toda clase de actividades económicas, emolumentos sobre la administración de justicia e incluso derechos exclusivos de recaudación sobre los colectivos judío y mudéjar.

La aplicación y generalización de las bailías vigorizó la salud de las arcas reales, con independencia de las urgencias bélicas, desde Inglaterra a Aragón. A raíz de la conquista de Jaime I se introdujo en tierras valencianas, donde se asoció hasta bien entrado el siglo XV con la tenencia de la alcaidía del castillo del lugar, junto a las fortificaciones aledañas, cedido condicionalmente a Costum d´Espanya. En las áreas de realengo valenciano del Baile General del Reino dependía el de la Gobernación de Orihuela, que nombraba un representante en la plaza de Alicante. En los grandes Estados señoriales, como el de la señora de Cocentaina (la reina doña Yolanda, viuda de Juan I de Aragón) a inicios del XV, también se adoptó la estructuración territorial de las bailías. Los métodos contables y de control de los bailes se perfeccionaron a lo largo de la Baja Edad Media, sin conseguir evitar la reversión de gran parte de lo recaudado en la bailía a manos de las oligarquías locales, en no escasas ocasiones con la aquiescencia del mismo baile.

El baile disfrutaba de la ocasión de labrarse una sólida posición y reputación en la zona, engrandeciendo la fortuna de su familia con la adquisición de tierras, la contraprestación de favores y la consumación de matrimonios de ventaja. Los Martínez de Vera no escogieron mal camino de ascenso social, pero don Pedro el Baile lo siguió con enorme violencia. Forzó a los linajes rivales a huir de Cocentaina, como los Tolrà que se refugiaron en Oliva, violentó la Corte del Justicia, y atacó la entonces alquería de Muro. En este áspero ambiente se suspendió el privilegio de elección del consell municipal, restablecido el 11 de diciembre de 1421. Estas querellas, de las que llegaron cumplidas protestas a la señora doña Yolanda, recomendarían la ampliación de los horizontes de los Martínez de Vera.   
  
El traslado a Alicante.
La Historia del Alicante del Cuatrocientos fue una historia de superación: la modesta villa que vegetaba en la insignificancia de comienzos de siglo se transformó en la dinámica ciudad de finales. Asediada por los trágicos recuerdos de la Guerra de los Dos Pedros (1356-66), con una minoría mudéjar a punto de la extinción, una agricultura atenazada por el insolidario reparto de los hilos de agua, una artesanía testimonial, un comercio discreto y unas elevadas cargas de mantenimiento de su sistema de fortificaciones, nuestra villa encontró refugio en el corsarismo. La disolución del Imperio benimerín en el África del Norte, los vaivenes del sultanato de Granada, las fricciones de la Corona de Aragón en Cerdeña y Sicilia, y la competencia de castellanos y posteriormente portugueses crearon en el Mediterráneo Occidental un ambiente favorable a la piratería legitimada por las autoridades o corsarismo. Los musulmanes capturados que eran desembarcados en nuestro puerto recibían la consideración legal, en ocasiones con manifiesta injusticia, de esclavos de buena guerra, y a continuación podían ser vendidos a toda clase de gentes de las tierras vecinas. Paralelamente se consolidó con vigor la ruta mercantil entre la Península Itálica y los Países Bajos a través del Estrecho de Gibraltar, y a Alicante empezaron a fluir con más determinación  los productos agrarios más singulares del Valle del Vinalopó y zonas aledañas: las variedades de frutos secos, uvas, pasas y azafrán silvestre. Los nuevos negocios dejaron ganancias a la oligarquía alicantina, que supieron invertir en la mejora del agro, vivificando las áreas de huerta. 

En la segunda mitad del XV Alicante ya ejercía su atracción sobre los caballeros de Las Montañas, según denominación más tardía, intensificando los añejos lazos estratégicos, viarios, ganaderos y comerciales entre Alicante y Cocentaina. Tal sería el caso de los Rotlà, que con el tiempo entrarían a formar parte del árbol genealógico de los marqueses del Bosch. El estudio de la documentación conservada de la Corte del Justicia de la segunda entre los siglos XIV y XV nos permite dibujar sus diferentes círculos de contacto (de intensidad y calidad desigual) con otras tierras del Reino de Valencia. Mientras en su primera corona figuraría Alcoy, en la segunda se localizarían Játiva y Alicante con quehaceres de mercaderes y caballeros en busca de buenos negocios financieros, comerciales y de inversión agraria.

Don Juan Martínez de Vera, hermano de don Pedro el Baile, fue el arquetipo del discreto potentado local. Ejerció el justiciazgo de Cocentaina, tributó en 1428 un acrecido censo anual a la señora doña Yolanda por tres heredades y un horno, y tuvo el gusto de adquirir para el templo de Santa María los códices de la Sagrada Biblia y Flors Sanctorum, que le envió el servidor del Papa Benedicto XIII Juan Gil de Narbona. Su discreción, astucia e interés le harían muy apetecible aceptar en 1424 de Alfonso V el Magnánimo la bailía y alcaidía de la Vall de Guadalest y de las Montañas de Sarrià. Fallecido hacia 1433, quizá fuera el primer miembro del linaje domiciliado en Alicante.
 
Su hijo don Alfonso adquirió, en el estribo montañoso de nuestro término municipal general, el señorío alfonsino de Busot, Aguas y Barañes en 1437, según Martí de Viciana, y en 1475, en versión de Arques (más aceptada por la historiografía), aunque no figuró entre los graduadores o habilitadores de los oficios municipales de 1459 a 1477. Fue el primer Martínez de Vera que se alzó con la bailía alicantina, transmitiéndola a sus descendientes hasta alcanzar el final de la época foral. Por su avanzada edad no pudo combatir en la Guerra de Granada, algo que sí harían sus hijos don Pedro y don Alfonso, ya plenamente identificados con Alicante.

Orto social y ocaso biológico de los Martínez de Vera alicantinos.
Ocupémonos primero de don Alfonso, de menor trascendencia genealógica para el futuro de los Martínez de Vera alicantinos que su hermano. En 1474 pasó del estado de doncel al de caballero, especulando sin exceso de escrúpulos en el abasto de granos a Alicante en compañía con Gaspar de Ribesaltes y Luis de Santángel. Pese a todo ocupó la bailía de Alicante de 1491 a 1501 al menos.

Su hermano don Juan había ejercido en 1484 nuestra bailía antes de morir don Alfonso, su padre. En 1487 guerreó en la toma de Málaga a los nazaríes junto a su hermano Alfonso. La vida militar era de su gusto y acudió a la conquista del Reino de Nápoles. A su retorno con su amigo el conde de Cocentaina contrajo matrimonio con Isabel Burgunyó, de poderoso y añejo linaje alicantino. Su hijo don Antonio Juan se casó con doña Leonor Bosch, pareja de los que descenderían los Martínez de Vera del Alicante de fines del XVII.
  
La rama alicantina del linaje alcanzó su orto en la segunda mitad del Quinientos, ya introducidos en el selecto círculo local de los Pascual, Vallebrera, Burgunyó, Fernández de Mesa, etc., antes de la plena ascensión de las familias comerciantes de origen genovés. Representante de este momento sería el baile Pedro Juan Martínez de Vera, hijo de don Juan. En 1588 ostentó el señorío de Busot, que transmitió a su hijo don Cristóbal, introducido o insaculado en la bolsa de caballeros para los oficios municipales en 1600 por el propio rey Felipe III. Gozaron del tratamiento de Caballeros de la Conquista de Alicante o generosos, pese a los orígenes comentados. Era una clase de honor genealógico muy valorado entre la nobleza valenciana de los siglos XVI y XVII ser reputado por descendiente directo de los que conquistaron en compañía del rey Jaime I (en nuestro caso don Alfonso de Castilla) estas tierras al musulmán.
  
Pese a conservar honores y hacienda, los Martínez de Vera alicantinos estrictos entrarían en una fase de extinción genealógica en el XVII, adquiriendo mayor brío sus ramas colaterales como resultado de su estrategia de alianzas matrimoniales. Don Juan Alfonso, caballero de Santiago y baile local, encajó una estocada en 1633 a causa de las sempiternas rivalidades nobiliarias. Su hijo don Lorenzo, señor de Busot a mediados del Seiscientos, vinculó el señorío a favor de su sobrino don Francisco Bosch, que añadió a sus apellidos los de Martínez de Vera. El 14 de octubre de 1688 Carlos II lo nombró marqués del Bosch, erigiéndose en el primer noble titulado de la ciudad de Alicante. No pudo pagar en 1694 los 300 ducados por los honorarios del citado título al haber sido asolada su casa en la ciudad durante el bombardeo francés de 1691. La descendencia de don Francisco alcanzó a doña Luisa Bosch, que transmitió sus derechos al pariente más cercano don Rafael Canicia, en pleitos ante la Real Audiencia de Valencia con don Rafael Ortí por esta cuestión. En 1723, ya abolidos los Fueros, don Luis Rotlà Canicia se casó con doña Lorenza Pascual de Ibarra y Berardo, marquesa del Bosch por extinción de la rama familiar principal.
  
El hilo fundamental de los Martínez de Vera se perdió en la época de la derogación de las instituciones forales. Por su austracismo fue víctima de las confiscaciones borbónicas don Pablo Martínez de Vera, que perdió una sobresaliente propiedad de más de 181 tahúllas en La Condomina, a la par que don Cristóbal sufrió un poco antes la persecución por su fidelidad a Felipe V de Borbón durante la dominación de Carlos III de Austria. Doña Manuela Martínez de Vera, la viuda de don Tomás Pascual Pérez de Sarrió, se enfrentó con gallardía a las dificultades de gestión de su patrimonio en el aciago 1709. Era el digno ocaso de una saga, cuyo nadir certificarían los padres jesuítas Maltés y López en la primera mitad del XVIII.
  
Desde la Soria del siglo XIII al Alicante del XVIII las peripecias de los Martínez de Vera ejemplifican las de no pocos linajes nobiliarios hispánicos, criados en la Meseta, crecidos a orillas mediterráneas y aspirantes a mayores grandezas en Italia y otros puntos, entreverados entre Aragón y Castilla. Los Trastámara, de los que emanaron los Reyes Católicos, fueron los más conocidos, pero ni mucho menos los únicos. Asimismo, la historia de los Martínez de Vera acredita la complejidad original de todos aquellos que antaño compusieron e integran ahora el pueblo de Alicante a todos los niveles. Sería estupendo que todos los alicantinos pudiesen conocer a sus antepasados desde la Plena Edad Media, al menos.
  
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