03 abril 2009

MIGUEL HERNANDEZ. UNA PEQUEÑA PINCELADA.

Si juntara todo lo que tengo sobre Miguel Hernandez, todo lo que he leído, oído, visto.....

EL NIÑO YUNTERO
 
  Miguel Hernandez, en el retrato de Buero Vallejo
  
Autoretrato de Miguel Pérez
                                                          
Miguel Pérez era mi padre. Se fué en 1968. No vivió la democracia. Era demócrata. Vivió tres años en campos de concentración y carceles. Coincidió con Miguel Hernandez en tres carceles: Conde de Toreno, Ocaña y Alicante. Él hablaba del Pastor Poeta. Decían que dictaba sus versos. Que no sabía leer ni escribir. -"Yo lo ví en Jaen, cuando la toma del Santuario de la Vigen de la Cabeza. Leyó el Niño Yuntero y Andaluces de Jaen" -así se lo decía al Tio José María. Ibamos camino de la Albufereta desde Vistahermosa. José María adoraba a Gabriel Miró. Mi padre quería entrarle con otros poetas más comprometidos-. "Entonces, ¿no era analfabeto?"

"Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello."

Se me quedó la historia, pero no la relacionaba con nada más. Yo iba a hombros de mi padre. Tenía poco más de dos años.
Era costumbre en el patio de mi casa, C/. Juan de Herrera 38, pasar el atardecer y las primeras horas de la noche de algunos días de verano acompañados de amigos y familiares junto a un buen vino, una "Casera", michirones, sardinas, etc. 
Los asistentes eran variados, pero abundaban los amantes del tango, la poesia y desde luego, el vino. Perfecto Oca, mi tío y padrino, recitaba a Amado Nervo, Ruben Darío. 
Manuel Irles, cantaba un tango y lloraba su 25 de Mayo y la sangre, los muertos y las bombas......
No lo recuerdo, pero el día de mi bautizo, se hizo un maratón de poesía entre la colección de bohemios amigos de mi tío. Eulogio, un tertuliano, recitó a García Lorca. Es decir, uno de los días mas importantes de mi vida fue regado con palabras de un poeta maldito.

 
 
A Miguel Hernandez, estatua de Gutierrez en la Diputación de Alicante
             
Yo asistía a aquellos aquelarres de palabras recitadas o cantadas con los ojos muy abiertos. Aprendí nombres de personas que escribían. Yo aún no sabía. Pero uno de esos nombres me gustaba, era el del Pastor Poeta. Miguel Hernandez.

Un día llegó Miguel Pérez a casa. Hacían una obra en el Teatro Principal de un compañero de la cárcel de Ocaña. "Historia de una escalera". El compañero de mi padre se llamaba Buero Vallejo. Era un dibujante extraordinario. Le había hecho a Miguel Hernandez un retrato impresionante. El mejor de todos los trabajos del taller de dibujo en que coincidieron los tres junto a varios compañeros de prisión. El promotor del taller y mi padre, habían pintado el altar de la capilla de Ocaña. A petición del capellan de la prisión, hasta que no estuvo terminado, no se fusiló al compañero de papá. El que coordinaba los talleres de dibujo.Todo un detalle.

Una terrible historia fue contada esa noche por Miguel Pérez a la familia. El capellán era un hombre sin corazón. Señalaba a los presos a su antojo para ser machacados, literalmente, por los guardianes. Un compañero del habitáculo de mi padre era un hombre grande. Su fuerza no podía ser aplastada por nadie. Una noche, un grupo de carceleros al grito de "Arriba España" irrumpieron en la sala. El hombre alto fue atado a una mesa, fuera de la celda. Desnudado y con un martillo del que volveremos a oir hablar, tras colocar bajo sus genitales un adoquin, procedieron a destrozarlos. Devuelto a la celda sin ningun tipo de cura, entre varios compañeros, uno médico, improvisaron material para amputar y coser las heridas. El hombre alto no volvió a ser el mismo.

Alacantins per la festa
          
Ocaña era una universidad. Talleres de pintura y dibujo. Aún guardo el autorretrato de mi padre. A lápiz. Talleres de trabajo sobre metal. Éstos los daba mi padre con la ayuda de unos tornos. Talleres de poesía. Éstos corrían a cargo de Miguel Hernandez.

Mi padre volvió a Alicante poco antes que Miguel Hernandez. Cuando llegó Miguel, la historia le había aportado al menos tres cosas: el dibujo de Buero Vallejo, un poema nacido en un taller de poesía y dedicado al nefasto capellan de la carcel "El Cura Verdugo", y  los pies congelados, ennegrecidos por el frio.


1938. ALICANTE
 
A Miguel Hernandez; actuales Juzgados de Benalua
Una noche en casa de Antonio Blanca Pérez, director del periodico comunista "Nuestra Bandera" y secretario del Ateneo, se celebraba una tertulia entre un grupo reducido de amigos. Estaban Rafael Rodriguez Albert, el periodista y secretario de la FUE, Eusebio Oca, Miguel Abad Miró, el propio Blanca y Miguel Hernandez. Éste declama unos versos de "El Rayo que no Cesa". La emoción inunda el ambiente y surge un proyecto literario con dibujos de Abad. Al día siguiente, irían a ver a Alberti que por entonces visitaba Alicante. En ese momento un bombardeo nocturno interrumpe la velada. Todo esto lo cuenta Adrian Espí Valdes de la Universidad de Alicante.
Miguel Abad Miró era entonces estudiante de arquitectura y pintor.

Miguel Abad tenía un recuerdo imborrable. El ataud abierto de Miguel. Ya arquitecto de gran talla realizó un "Boceto Para un Recuerdo de Miguel Hernandez Muerto". De solo 19,5 por 30 centimetros, tardó en realizarlo desde el 6 de enero de 1980 hasta el 20 de enero de 1987. Debió ser muy doloroso para este buen hombre recurrir a los terribles recuerdos de la noche del 28 de marzo de 1942. Entonce Miguel Hernandez contaba con solo 32 años.
¿Hasta donde habria llegado este gigante de no haber fallecido tan temprano?

LA MUERTE
 
Almarcha y el Tío Paco
              
"Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocio
alejandose a ciertas regiones matutinas"


Estas lineas corresponden al poema "A MI HIJO". Escrito al conocer su fallecimiento. Es como un presagio de lo que él también sufrirá: obligado a casarse por la iglesia para poder ver a Josefina, a bautizar a su otro hijo, a sufrir los dolores de los pies heridos por el frio, al alma rota por la carcel, la enfermedad, la miseria, la Victoria......

 
              
              
Miguel agoniza y solo tras muchos esfuerzos recibe ayuda médica. Sus compañeros de cautiverio consiguen alguna que otra venda, medicina o ayuda para recuperar una salud cada vez más debil. Isabelita Masanet es la "esposa obligada a casarse por la iglesia" de Eusebio Oca, el periodista de la noche en casa de Antonio Blanca. Miguel está en la enfermeria. Eusebio trabaja allí. Está condenado a mas de veinte años. Su delito, ser secretario de la FUE. Coordina algún que otro envío y junto a Miguel realiza juguetes de madera, hacen tarjetas con dibujos infantiles para los hijos de los compañeros de carcel. Miguel no tiene fuerza ni para escribir. A veces dicta sus poesías que retiene en la memoria. Cada vez está menos vivo. Solo una semana antes de su muerte, con el costado supurando tras la intervención realizada para sacar la pus de sus pulmones, Almarcha, el malnacido mil veces Almarcha, más tarde obispo de Leon, decide mandarlo a Portaceli. 
Ya es tarde. Miguel no resistiría un traslado. Muere pero no dejan que le hagan un vaciado en escayola. Entre varios de los allí presentes y a escondidas, se toman unos apuntes en lapiz sobre papel higienico. Miguel Signes en la II Asamblea Comarcal de Escritores, Orihuela diez de marzo de 1972, relata como conoció a Hernandez en 1941. Titula la ponencia como "Mis conversaciones con Miguel Hernandez". En esta cita como autor del dibujo del rostro de Miguel Hernandez, muerto y con sintomas de caquexia, rigidez extrema que impide cerrar los azules ojos del Poeta, a Eusebio Oca, compañero de tertulias y carcel.


UNA FLOR ROJA
 
Vicente Alexandre

José Vicente Mateo ante la tumba de Miguel Hernandez
                  
Cada uno de noviembre, la familia al completo se desplaza al Cementerio, en tranvía o si hace buen tiempo, andando. Allí compramos claveles blancos y rojos. Al llegar a la plaza era una delicia para los sentidos. Los colores vivos de la flores, sus olor, la gente entrando y saliendo, los saludos de amigos y los necesarios relatos de por qué se estaba allí.
Mientras Magdalena, mi madre, mi tía Maruja y alguna vecina discurrían por la calle central, mi padre sujetaba mi mano y torcía a la izquierda. Magdalena sabía donde iba. Miguel llevaba un clavel rojo en la mano izquierda, con la otra estiraba de mí. Buscaba la tumba 1009.
Era una tumba sencilla. Desde lejos Miguel parecía rezar. Mientras, dos mujeres de luto y un joven veinteañero adecentaban la lapidaa. Cuando aprendí a leer pude ver el nombre de dicha lapida "MIGUEL HERNANDEZ. POETA".

A veces Miguel esperaba a que nadie lo viera. Otras veces saludaba a la señora de las gafas negras y cara triste. Despues corríamos en busca de mamá.

"Para la libertad sangro, lucho, pervivo,
para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espuma mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo......



Marcos Ana, naúfrago en el Puerto de Alicante, preso en los campos de Los Almendros y Albatera, y poeta, dijo: "MIGUEL HERNANDEZ MURIO DE FRANQUISMO"

 
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