15 mayo 2009

GABRIEL MIRÓ NIÑO

Mirando las pinceladas en un lienzo, Gabriel Miró aprendió a ver la interpretación de la realidad por los pinceles de su tío, Lorenzo Casanova, conocido pintor alcoyano. Los colores, los olores, los gestos, las formas, los paisajes, … , quedaban plasmados con su arte. Aprendió a ver las cosas que nos rodean con la vista de otros. A tener su propia percepción de esas cosas. A soñar en sus propias interpretaciones. A pensar cómo sería capaz de contarlas a su manera  para interesar a los demás, para que le entendieran. Aprendió a observar a su alrededor, a mirar su entorno con más interés.

Gabriel Miró nació el 28 de julio de 1879 en Alicante , en el nº 14 de la calle Castaños, con fachada a Quevedo, señalada hoy con el nº 20. Miembro de una familia acomodada. Su padre, Ingeniero de Caminos, dio estabilidad económica a su familia, en aquellos años de finales del siglo XIX. Bautizado cuatro días después   de su nacimiento en la Iglesia de San Nicolás de Alicante por Mariano Urios, Teniente Cura de la Parroquia. Le pusieron por nombre Gabriel por su abuelo paterno, Francisco por su abuelo materno y Víctor por el santo del día.
                  
 
 
En esta casa nació Gabriel Miró

Dos casas más abajo de donde vivía Miró estaba la casa de Francisco Alemañ, maestro de párvulos, que al mismo tiempo era la escuela, en donde empezó a instruirse. Pero por su mal estado de salud fue a darle clases a casa un nuevo maestro: José Berenguer (don Marcelino en el “Humo dormido”). Pero con quien el niño Miró disfrutaba muchas horas del día era con Antón Nuño Descals, al que llamaban Nuño el Viejo, un criado de su casa. Todos los días esperaba a que terminara sus lecciones para salir juntos a la calle a jugar, a observar a los peatones, a mirar por los escaparates de las tiendas. A curiosear a la vida. A desarrollar su imaginación bajo los árboles del antiguo Paseo de la Reina (actual Rambla de Méndez Núñez). Imaginación que daba vida a este niño callado. Nuño el Viejo se convirtió en su compañero de juegos ya que Juan, el hermano mayor de Gabriel, lo habían matriculado sus padres en el Colegio de los Jesuitas de Orihuela, población a unos sesenta y cinco kilómetros de Alicante.
                     
Gabriel Miró, niño, con su madre

Pasados unos años Gabriel traslada su domicilio a Orihuela para matricularse en el mismo colegio que su hermano Juan. Este pueblo dinámico de hoy no es el que fue entonces.  Es “un colegio de una de esas ciudades adormecidas, cargadas de catolicismo, cuya jerarquía histórica se mantiene no más que por el obispado. Ciudades sin vida administrativa, ni militar, ni científica, embotados en un remanso de catolicismo histórico, en torno a un caserón episcopal. …/…. Nada turba el silencio de las calles desiertas sino el rumor de los seminaristas en terna cuando salen los jueves de paseo y los cascabeles del coche de S.I., pues en aquél tiempo los obispos incluían en el ritual el coche de mulas. En España todas las ciudades que tienen obispado y no tienen Gobierno Civil son bellas, pero tristes. Diríase que el mundo empieza y acaba en ellas” (1)
Seminario de Orihuela

Para que estuviese junto a su hermano y por la fama en la enseñanza de este colegio, matricularon también a Gabriel. Orihuela no era desconocida para él. Era la tierra de su madre y su familia materna. De la que tanto había oído hablar. “Ciudad insigne por sus cáñamos, por sus naranjos y olivares, por la cría de los capullos de seda y la industria terciopelista, por el número de los monasterios y la excelencia de sus confituras, principalmente el manjar blanco y los pasteles de gloria de las Clarisas de San Gregorio” (3)

Fue una gran cambio en su vida. De la libertad de salidas y de juegos en Alicante a la severidad del Colegio en Orihuela.

“La frialdad y el silencio de los estudios, del Refectorio y de los Claustros, los hondos pasadizos cavados dentro de los muros; las siniestras hornacinas de los dormitorios;  la foscura y pesadez de los tejados y torres, donde bajaban las nieblas y volaban los vencejos; los lamentos de las campanas; las clases de gramática, las zumbas de los antiguos, y la emoción de la dulce libertad del cielo y del campo, le producían tales sensaciones, que ayudadas de su flaqueza le mustiaron y entristecieron”
(2).
                       
Gabriel Miró vestido de monaguillo
       
Interior Colegio Santo Domingo de Orihuela: patio renacentista

El niño travieso que correteaba por las calles de Alicante. Que se asomaba al Mediterráneo desde el Puerto a ver las barcas de los pescadores cuando volvían de faenar. Que juagaba en la orilla del mar y en la playa del Postiguet. Que iba. Y que venía.  La estancia en el colegio, de la población donde había nacido su madre, le cambió el carácter. “No tenía amistades particulares y fuera de la compañía de su hermano, un tanto limitada por la severidad del Reglamento, no encontraba consuelo más que en mirar intensamente el paisaje en los ratos de recreo y trasladarse con el pensamiento a la cumbre de las montañas que divisaba en la lejanía” (2).

Miró se refugió en la observación de la naturaleza que tenía tan cerca. El río Segura, la huerta y las montañas que envuelven a Orihuela. Y un trocito del mar, en la lejanía. Ese mar que tanto echaba de menos. Que oía en las noches sin sueño. Que se imaginaba inquieto en las mañanas que soplaba el Levante.

Desde una de las torres del colegio, muy cerca de la enfermería, a la que acudió en reiteradas ocasiones con una melancolía que preocupaba, aprendió a mirar al cielo azul. A las nubes que pasaban deprisa para no volver. A ver los colores del campo según las estaciones.  A aquellos hombres que se tostaban al sol mientras labraban la tierra. Al labriego, con su burro, sortear los surcos de su bancal, mientras sembraba. Al campesino quemando los rastrojos.  Disfrutaba cuando recogían la cosecha y volvían al pueblo cantando.
“Desde la torre más alta del colegio y desde la callada altura …/… Vi los estampados tapices de las huertas desplegándose hasta mi casa, y el río azul y vaporoso que se torcía entre árboles tiernos, y el cielo muy pálido que bajaba en los horizontes, amparándonos con una inmensa cúpula de cristal, y sentí que me anegaba en el reposo y pureza del crepúsculo”. (2)
                   
Colegio Santo Domingo de Orihuela: torre

Aunque a Miró le marcó mucho en su personalidad la estancia en este colegio, también le influyó mucho la huerta de Orihuela. Sus colores, sus tonalidades. La vida a su alrededor. El río Segura a su paso por el pueblo camino del mar. Todas estas sensaciones quedaron plasmadas en muchas de sus obras.
                   
El río Segura a su paso por Orihuela
Obras consultadas:
Biografía Intima de Gabriel Miró, de Juan Guardiola Ortiz; anotaciones (1)
Obras Completas, de Gabriel Miró.
Anotaciones: (2) del “Niño y Grande”
Anotaciones: (3) del “Nuestro Padre San Daniel”
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