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Publicado por Juan J. Amores
Carta de nuestro compañero Alfredo Charques en el Diario Información, de fecha 31 de mayo de 2009.
El martes, 26 de mayo, este diario publicó una noticia en su edición digital sobre el estado de la muralla oeste del castillo de Santa Bárbara.
La noticia provocó los usuales comentarios sobre la situación de abandono en que se encuentra la ciudad y sobre el papel de las diferentes plataformas y asociaciones que, recientemente, han nacido en Alicante con un objetivo doble. Por un lado, reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de Alicante, y, por otro, crear cauces de contestación y reflexión para mejorar el estado general de la ciudad.
No puedo hablar en nombre de ninguna de ellas, así que participé en aquella conversación aportando, como por otra parte hago desde hace tiempo, las soluciones que creí oportunas a algunos de los problemas que observo en la ciudad y que percibo con preocupación. El resultado de mi participación fue una conversación en la que mis soluciones se tomaron como un ejercicio de autolucimiento, y fueron tachadas de antialicantinismo.
Mal avanza la ciudad y mal futuro le espera a la vida política alicantina, si no es posible proponer, argumentar, razonar y, sobre todo, disentir; si cuando las propuestas, las alternativas, la posibilidad del diálogo son vistas como una amenaza a una supuesta esencia alicantina sobre la que tengo mis serias dudas.
Si el verdadero espíritu alicantino consiste en cerrar los ojos a los desmanes que se comenten y han cometido en la ciudad en las últimas dos décadas, o evitar la crítica de todo aquello que se percibe como negativo para la ciudad, si consiste en no mirar más allá del Cabeçó o en el menfotisme como esencia de vida, entonces efectivamente otros muchos y yo mismo somos un ejemplo claro de antialicantinismo militante.
La noticia provocó los usuales comentarios sobre la situación de abandono en que se encuentra la ciudad y sobre el papel de las diferentes plataformas y asociaciones que, recientemente, han nacido en Alicante con un objetivo doble. Por un lado, reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de Alicante, y, por otro, crear cauces de contestación y reflexión para mejorar el estado general de la ciudad.
No puedo hablar en nombre de ninguna de ellas, así que participé en aquella conversación aportando, como por otra parte hago desde hace tiempo, las soluciones que creí oportunas a algunos de los problemas que observo en la ciudad y que percibo con preocupación. El resultado de mi participación fue una conversación en la que mis soluciones se tomaron como un ejercicio de autolucimiento, y fueron tachadas de antialicantinismo.
Mal avanza la ciudad y mal futuro le espera a la vida política alicantina, si no es posible proponer, argumentar, razonar y, sobre todo, disentir; si cuando las propuestas, las alternativas, la posibilidad del diálogo son vistas como una amenaza a una supuesta esencia alicantina sobre la que tengo mis serias dudas.
Si el verdadero espíritu alicantino consiste en cerrar los ojos a los desmanes que se comenten y han cometido en la ciudad en las últimas dos décadas, o evitar la crítica de todo aquello que se percibe como negativo para la ciudad, si consiste en no mirar más allá del Cabeçó o en el menfotisme como esencia de vida, entonces efectivamente otros muchos y yo mismo somos un ejemplo claro de antialicantinismo militante.
